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| viernes noviembre 22, 2024

El hacer de los socios de la perversidad y la maldad


Hace una semana comentamos unas declaraciones del representante de Brasil en el Consejo de Seguridad y el intento de ese organismo de la ONU a parecerse al que fue creado cuando se estableció hace muchas décadas. Lo que no mencionamos fue que el Consejo hacía casi diez días que buscaba desesperadamente emitir una declaración, no sobre la masacre de Hamas del 7 de octubre, no sobre los misiles que desde entonces Hamas lanza contra la población civil israelí todos los días y todas las noches, no sobre los ataques de los hutíes con apoyo de Irán contra barcos de carga que navegan hacia Israel. Nada de eso. Sobre la población civil de Gaza. Pero no sobre el uso de Hamas de hospitales y escuelas como centros de almacenamiento de armas. Tampoco sobre el uso de los civiles de Gaza como escudos humanos. Menos todavía sobre los rehenes israelíes que han estado y están en cautiverio en apartamentos de familias de Gaza, en hospitales y en túneles. El Consejo de Seguridad estuvo diez días viendo cómo podía redactar algo sobre la ayuda humanitaria para Gaza. Además de conformar a Rusia y China, el Consejo sabía que el gobierno de E.E.U.U. no iba a aprobar una agresión verbal contra Israel como hizo la Asamblea General, y también tenía en claro que el mundo árabe hace que apoya a los palestinos pero ni los aceptan en sus territorios (Egipto y Jordania) ni hacen nada positivo para que llegue la ayuda humanitaria a Gaza. Israel apura los camiones hacia Gaza, la ONU y la Cruz Roja hacen ceremonias burocráticas interminables, y cuando pasan a territorio de Gaza, Hamas roba el 90% del combustible y la comida y la población civil que se arregle como puede. Difícil para el Consejo de Seguridad mostrar lo que no es ni quiere ser.
Sin embargo, el viernes lograron aprobar por 13 votos y dos abstenciones, una pequeña resolución que no resuelve absolutamente nada como era de esperar. Se abstuvo EE. UU. Y también lo hizo Rusia. Pero Rusia no se abstuvo por ningún motivo humanitario, sino porque pretende acusar a Israel hasta de las tormentas que esta semana azotaron varias ciudades de la región, y porque quiere que la atención siga en Medio Oriente y no en los actos de criminalidad continua que perpetra en Ucrania. El texto pide medidas urgentes para permitir de inmediato un acceso humanitario seguro, sin obstáculos y ampliado, y crear las condiciones para un cese sostenible de hostilidades y exige a todas las partes involucradas en esta tarea que permitan y faciliten el uso de todas las rutas hacia y a través de toda la Franja de Gaza, incluidos los pasos fronterizos. La resolución solicita al secretario general Antonio Guterres, que designe a un coordinador especial para monitorear y verificar los suministros a gran escala de asistencia al enclave palestino. El plan deberá ser confeccionado y presentado en los próximos veinte días. ¿Por qué se resuelve no resolver? Porque además de la inutilidad de la organización toda, la voluntad política está dividida pero no en partes iguales. Hay guerras hoy en Congo, en Yemen, en Ucrania, en Nagorno Karabaj, en Siria, y cada uno cuida sus asesinatos y sus intereses. Cuando Guterres dice, y lo hizo hace pocos días, que “el real problema que crea obstáculos es Israel”, miente con descaro y a nadie le importa. Guterres es culpable de que no lleguen los camiones a Gaza. La ONU no quiere poner a nadie allí ni contradecir a Egipto o a Irán, para que hagan lo que tienen que hacer para poner fin al pillaje. La resolución obviamente no dice nada de cese del fuego porque EE. UU. e Israel no están dispuestos a que Hamas continúe en Gaza, lanzando misiles, reteniendo rehenes y asesinando a muchos de ellos. ¿Qué va a hacer el coordinador que exige la resolución si es que lo designan a fines de enero para que Hamas no robe la ayuda humanitaria? ¿Llamar a Guterres o a Putin o a algún Ayatola o a Gustavo Petro quizás?

 

Hace tres días, Hizbola lanzó un misil hacia Israel desde el sur del Líbano y destruyó la Iglesia greco-ortodoxa Santa María en el poblado de Iqrit. Abandonada por los bombardeos de Hizbola contra la población civil en Israel, en la iglesia sólo estaba un cuidador de 80 años que fue herido. Cuando tropas israelíes llegaron al lugar para evacuar al herido, Hizbola lanzó varios misiles más, hirió a nueve soldados, uno de gravedad. Si nos atenemos a lo que pasó después, la destrucción de la iglesia es un ataque legítimo para Guterres, para el Consejo de Seguridad, para la Asamblea General, para el gobierno del Líbano y para las autoridades religiosas cristianas, ya que nadie de todos ellos dijo ni media palabra. Esta prostitución en la política internacional trae los lodos en que hoy chapotea la ONU como tal y las potencias con y sin derecho a veto en particular.

 

¿Más perversidad? Veamos. Samantha Power fue Embajadora de EE. UU. ante ONU durante la presidencia de Obama. Ganó un Pulitzer, escribiendo sobre genocidios en el siglo veinte, y hoy es la directora de USAID (Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos). Ya en su libro, Power escribió sobre su preocupación por el uso de la violación como arma de guerra, y puso ejemplos contundentes: el ejército turco violando mujeres armenias mientras cometían genocidio en 1915; los serbios violando mujeres bosnias musulmanas en la década del 90 mientras acometían todo tipo de atrocidades contra los civiles en los Balcanes; las sistemáticas violaciones de los hutíes contra las mujeres tutsis durante el genocidio en Ruanda en 1994. Power tuitea con mucha asiduidad. 8 a 10 mensajes por día. Y ese promedio no ha cambiado desde el 7 de octubre. Decenas de esos mensajes condenan a Israel por entrar en Gaza. Ni un solo tweet sobre la comprobada violación reiterada de las rehenes judías ni de sus asesinatos después de las violaciones ni que hayan sido degolladas, descuartizadas o quemadas, siempre después de múltiples violaciones. Pero Power no se ha olvidado de las mujeres. El 2 de noviembre tuiteó contra violaciones de mujeres en el Congo. El 1 de diciembre tuiteó sobre “la horrible violencia sexual que se está perpetrando contra las mujeres en Sudán”. Y además recomendó a sus más de 350 mil seguidores que lean sobre estas atrocidades en Congo y Sudán en Reuters. Desde principios de noviembre, precisamente Reuters ha sido una de las agencias de noticias que más evidencias (testimonios) ha mostrado sobre las brutales violaciones de Hamas contra mujeres judías y ha señalado que la agencia ha visto documentos gráficos que corroboran el horror. Pero a Samantha Power que se vanagloria de ser una líder en defensa de los derechos humanos, especialmente de las mujeres, no le ha parecido oportuno escribir nada en sus voluminosas redes sociales sobre qué hizo Hamas. ¿Quizás porque las víctimas han sido y son judías? No hay dudas, y no hay forma que Power lo desdiga: la denuncian sus omisiones, su silencio, a la larga su desprecio y complicidad.

 

Toda esta acumulación e incremento diario exponencial de antisemitismo por acción, por silencio, por cobardía no nace porque Israel se defiende de Hamas. Hace años que se acerca y aumenta. Hamas entró a Israel, entre otros motivos, porque sintió que el tiro al blanco de la ONU contra Israel como ejercicio diario le daba impunidad. El antisemitismo sintió que le prendieron todas las luces verdes: en las Universidades que ahora muestran sin pudor la fobia antisemita que desataron hace mucho tiempo; en las redes sin control; en las izquierdas rancias que parecen más la extrema derecha de los años 30. Es una pregunta a tiempo intentar saber si hay democracias suficientes como para detener a los totalitarios, a los que como siempre empiezan con los judíos y después siguen con los que ellos definen como diferentes. La ONU ya fue. Las Samantha Power no importa dónde quieran estar, ya no tienen lugar. La pregunta queda abierta, así como saber también hasta dónde llegará la lucha existencial que se está librando.

 
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