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| viernes noviembre 22, 2024

La mascara imperfecta


Dicen que Oscar Wilde dijo que el hombre es “menos él mismo cuando habla por sí mismo, pero que, con una máscara, dirá la verdad”. Claro que, qué verdad será esa; es difícil saberlo: ¿será la de la máscara o la del rostro que pretende ocultar? Es más, ¿hay verdad posible cuando es preciso tal procedimiento de suplantación o encubrimiento para emplazarla? No parece factible que, de una censura, de un disimulo pueda surgir la veracidad.

En el territorio del periodismo – o de eso que busca asemejarse, como una mímica no del todo pulida – seguramente no podrá hacerlo. La mayoritaria parodia de cobertura del conflicto árabe-israelí desenmascara dicha incapacidad, dejando sin posibilidad siquiera de afeites desesperados para disfrazar lo ya indisimulable: la máscara no era ni moralidad suprema ni entendimiento infalible.

Así, como pésimos intérpretes en una representación de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, se esfuerzan muchos informadores por mantener un pie – tenue, insincero -, en la palangana del “periodismo”, de la “seriedad”; y el otro, voluntarioso, creyente, en la del activismo, del propagandismo anti-israelí. El “periodismo” como somera máscara inepta para “la protección de la mentira esencial” de cada quien, como manifestó Alfred Jarry en el discurso previo al estreno de su obra Ubú Rey – según lo citó Alejandro Dolina en su programa radial La venganza será terrible.

Un pie en el medio de comunicación en el cual se interpreta el papel del reportero con menor o mayor convencimiento (de la audiencia, de los editores), y otro en las redes sociales, lanzando la sinceridad: desinformando chabacanamente, valiéndose de “fuentes” ya no sólo interesadas, sino abiertamente proselitistas; a la vez que dejan al descubierto su torpeza, su desconocimiento (pensemos que es eso).

Elocuente. “Cautela” ante lo que dice Israel (que es “propaganda”) – es decir, descreimiento -; pero credibilidad absoluta al órgano de propaganda del régimen catarí (que ha financiado precisamente a Hamás). “Ellos” … El “periodista”, y la “causa palestina”, son el “nosotros” – correctos, inmaculados, frente a la otredad absoluta y perversa.

Por lo demás, no existe un “derecho de retorno” – hay una resolución de la Asamblea General de la ONU que es meramente declarativa, política.

Y luego, ya más de andar por casa – y con un fanatismo enconado de histrión –, burdo:

A algunos, las palanganas y las máscaras han comenzado a confundírseles. El rosto es la máscara. Y el activismo ha terminado por apropiarse de todo espacio de manifestación: son la “causa” por la que dicen abogar – desprendidos de sus coartadas: el prejuicio puede más que el estilo, que las formas, que la razón. Y es que, parafraseando mal y pronto a Marguerite Yourcenar, la máscara, dado un tiempo, termina por amoldarse tan bien al rostro, que finalmente se integra cabalmente al mismo.

En definitiva, la máscara no sólo aspira a cubrirle la ideología al usuario, sino de la mediocridad profesional de muchos – demasiados – de los que fungen de ser lo que no son o, siendo gentiles, lo son tan tenuemente, que no hay quién se lo crea.

Ya no hay máscara que oculte la realidad. Sólo resta la obcecación de quienes, aborreciendo tanto a Israel (como pertinaz disfraz de un prejuicio añoso), recurren a estos “profesionales” como “prueba” irrefutable de su fantasía ominosa.

 
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