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| sábado noviembre 23, 2024

La muerte del carnicero


Wikimedia

Considerado un auténtico enemigo del pueblo, la muerte del presidente de Irán Ebrahim Raisi cierra un ciclo vital de crímenes de lesa humanidad.

Si bien el régimen ha desplegado a miles de policías para intentar controlar el estallido de alegría ciudadana, no ha podido evitar que las celebraciones recorran toda la piel del gran Irán. Es un hecho que el Irán oficial está de luto, pero el Irán ciudadano está de fiesta.

Considerado un auténtico enemigo del pueblo, la muerte del presidente de Irán Ebrahim Raisi cierra un ciclo vital de crímenes de lesa humanidad que lo consagró con el mote del “carnicero de Teherán”. Era, sin duda, uno de los personajes más odiados del régimen por la represión implacable que infringió en todos los cargos que ocupó, desde que era fiscal general hasta presidente del Tribunal Supremo, para acabar siendo el presidente de la República Islámica.

El más grave, la masacre de 1988, cuando formó parte del temible «Comité de la muerte” creado por Sadeq Larijaní, conocido con el sobrenombre de “el juez de la horca”. En aquel periodo funesto decidieron juzgar a miles de opositores al régimen, incluyendo la repetición de juicios contra opositores que ya habían cumplido condena, y el resultado fueron cinco meses de ejecuciones en la horca, con un balance que dejó treinta mil muertos, incluyendo niños, adolescentes y mujeres embarazadas. Sus cuerpos acabaron en fosas comunes clandestinas, sin que los familiares supieran nunca donde habían sido cubiertos.

El motivo de las condenas era siempre el mismo: “atacar los valores del sistema” y “liderar la sedición”; y así se intentó exterminar toda la oposición al régimen. Por eso Raisi canceló un viaje en Ginebra el año pasado, y por eso mismo no podía viajar a muchos países: por la posibilidad de ser detenido por crímenes de lesa humanidad.

Pero si la masacre de 1988 fue su hito más mortífero, sus méritos posteriores no fueran menores: como presidente puso de ministro de interior a Ahmad Vahidi, responsable directo del mortífero atentado contra el AMIA en Buenos Aires. A la vez lideró la brutalidad contra la revuelta ‘Mujer, vida, libertad’ de 2022 que causó miles de víctimas y que derivó en una nueva oleada represiva que continúa, con más de cinco ejecuciones por día.

También ha sido el hombre que ha acelerado el programa de misiles balísticos y ha llevado la carrera nuclear hasta los niveles de enriquecimiento de uranio próximos a ser aptos para la bomba atómica (atención a la información de ‘Le Monde’, que hablaba de una posible venta en Irán de 300 toneladas de uranio por parte del Níger).

Y, finalmente, ha sido el ideólogo de la expansión del régimen, con un apoyo ingente en Hizbulá, Hutis, Hamás y Yihad y chiís de Irak, y con un reforzamiento de los acuerdos con el famoso “eje del mal”: China, Corea del Norte, el eje bolivariano (la infiltración de Irán en América Latina es de enorme dimensión) y Rusia, país al que ayuda con sus “drones asesinos” en la guerra de Ucrania.

A partir del retrato del personaje, las preguntas sobre su muerte. ¿Accidente o asesinato? Si es la primera hipótesis, el diablo juega a los dados, porque la muerte del presidente de Irán -y sucesor del ayatolá Jamenei- en un momento tan delicado abre un escenario imprevisible. Y este adjetivo no lleva nunca nada bueno si se trata de Irán. Pero es inevitable la hipótesis del asesinato que comporta la pregunta que todo el mundo se ha hecho tanto en Teherán como Jerusalén: “¿Ha sido uno de los suyos, o uno de los nuestros?”, y las dos opciones son imaginables.

Por un lado, Israel ha demostrado una gran capacidad de infiltración dentro del país hasta el punto que el expresidente Ahmadineyad aseguró que el mismo responsable de la lucha contra Israel de sus servicios de inteligencia había sido agente del Mossad.

Como ejemplo, la última incursión de Israel al cuartel militar de Isfahán se hizo con drones disparados desde el interior de Irán. Por otro lado, la pugna sangrienta por la sucesión de Jamenei, la impopularidad del régimen -en las elecciones de marzo solo votó el 7%- y las luchas internas en medio de una grave crisis económica, sumadas a la corrupción sistémica, no permiten descartar el fuego amigo.

 
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