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| jueves noviembre 21, 2024

BEJUKOTAI 5784


B’H

Levítico 25:1-27:34

En la sección Bejukotái Di-s promete que si los Hijos de Israel observarán sus mandatos, disfrutarán de prosperidad material y vivirán seguros en su tierra. Pero también da una dura “reprimenda” advirtiendo sobre el exilio, la persecución y otros sufrimientos que les ocurrirán su abandonan su pacto con Di-s.

Sin embargo, “Aun entonces, cuando están en la tierra de sus enemigos, no los aborreceré ni los despreciaré como para destruirlos y anular Mi pacto con ellos; pues Yo soy el Señor, su Di-s”.

La parashá concluye con las reglas de cómo se calculan los valores de los diferentes tipos de promesas económicas hechas a Di-s.

 

ESCRITO Y GRABADO

“Si tú caminas en mis estatutos” (Levítico 26:3)

 

La palabra Jok (estatuto o decreto) que da su nombre a la Parashá Bejukotai significa literalmente “grabado”.

La Torá vino de dos maneras: escrita y grabada. El último día de su vida Moshé escribió la Torá en rollos de pergamino. Pero esta Torá escrita fue precedida por una Torá grabada: la ley Divina primero fue dada encapsulada en los Diez Mandamientos, los cuales fueron tallados en dos tablas de piedra por la mano de Di-s.

Cuando algo es escrito, la sustancia de las letras que lo expresan —la tinta —permanece como una entidad separada de la sustancia sobre la que ha sido puesta —el pergamino. Por el otro lado las letras que han sido talladas en la piedra están labradas en ella: las palabras son piedra y la piedra es palabras.

En el mismo sentido hay un aspecto en la Torá que es “entintado” en nuestra alma. Nosotros lo comprendemos, nuestras emociones surgen de ahí, se convierte en nuestra “forma de vida” y aun nuestra “personalidad”, pero sigue siendo algo agregado a nosotros. Mas hay una dimensión de la Torá que es Jok, grabada en nuestro ser. Hay una dimensión de la Torá que expresa un vínculo con Di-s que es la esencia misma del alma judía.

(Rabí Schneur Zalman de Liadi)

USURA OCULTA

La Torá prohíbe enfáticamente la usura, hasta el punto que nuestros Sabios dicen que el que cobra usura no resucitará en los tiempos mesiánicos. Son tan culpables el prestamista como el prestatario y el testigo o el intermediario del préstamo.

Pero no siempre el interés se cobra en dinero. Hay algo que se denomina “Polvo de interés”. Para explicarlo acá van algunos ejemplos:

Si antes del préstamo el prestatario se limitaba a saludar de lejos al prestamista, después del acto no puede saludarlo efusivamente.

Si antes lo trataba de igual a igual, no puede mostrarle un respeto desmedido.

Hay que prestar atención a este detalle para no ir contra la prohibición de usura.

El nacimiento de la esperanza

Rav Jonathan Sacks

 

n la parashá de esta semana leemos la tojajá, las aterradoras maldiciones que nos advierten lo que le pasará a Israel si traiciona su misión Divina. Leemos una profecía de una historia que marcha mal. La profecía nos dice que si Israel pierde su camino espiritual, también perderá física, económica y políticamente. La nación experimentará derrota y desastres. Perderá su libertad y su tierra. El pueblo saldrá al exilio y sufrirá persecución. La costumbre es leer este pasaje en la sinagoga sotto voce, en voz baja, porque es atemorizante. Es difícil imaginar que una nación pueda sufrir semejante catástrofe y vivir para contarlo. Pero el pasaje no termina allí. En un brusco cambio de tono, escuchamos uno de los grandes consuelos de la Biblia:

Pero también, a pesar de esto, mientras estén en la tierra de sus enemigos, Yo no los habré despreciado ni los habré rechazado para exterminarlos… Recordaré para ellos el pacto con los ancestros a quienes saqué de la tierra de Egipto ante los ojos de las naciones, para ser Dios para ellos: Yo soy Hashem. (Levítico 26:44-45)

Este es un punto de inflexión en la historia del espíritu humano. Es el nacimiento de la esperanza: no la esperanza como un sueño, un deseo, un anhelo, sino como la forma misma de la historia, «el arco del universo moral», como dijo Martin Luther King. Dios es justo. Puede castigar. Puede ocultar Su rostro. Pero no quebrará Su palabra. Él cumplirá Su promesa. Redimirá a Sus hijos. Los llevará a casa.

La esperanza es una de las mayores contribuciones judías a la civilización occidental, hasta tal grado que he llamado al judaísmo «la voz de la esperanza en la conversación de la humanidad».(1) En el mundo antiguo, había culturas trágicas en las que la gente creía que sus dioses en el mejor de los casos eran indiferentes a nuestra existencia, y en el peor de los casos, actuaban malévolamente. Lo mejor que podían hacer los humanos era evitar llamar su atención o calmar su ira. Pero en definitiva, todo era en vano. Estábamos destinados a ver nuestros sueños estrellados contra las rocas de la realidad. Las grandes tragedias fueron griegas. El judaísmo no produjo a Sófocles ni a Esquilo, ni a Edipo ni a Antígona. El hebreo bíblico ni siquiera tiene una palabra que signifique «tragedia» en el sentido griego. El hebreo moderno tuvo que tomar prestada la palabra, de ahí surgió traguedia.

También están las culturas seculares, como la del occidente contemporáneo, en la que la existencia misma del universo, de la vida humana y la consciencia se considera el resultado de una serie de accidentes sin sentido, sin ninguna intención y sin ningún propósito redentor. Lo único que sabemos con certeza es que nacemos, vivimos, moriremos y será como si nunca hubiésemos existido. La esperanza no es desconocida en estas culturas, pero es lo que Aristóteles definió como «un sueño despierto», un deseo privado de que las cosas pudieran ser de otro modo. Desde el punto de vista de la Grecia antigua o de la ciencia contemporánea, no hay nada en la textura de la realidad ni en la dirección de la historia que justifique la creencia de que la condición humana podría ser diferente y mejor de lo que es.

El judaísmo no carece de una expresión de este estado de ánimo. Lo encontramos en los primeros capítulos del libro de Eclesiastés. Para su autor, el tiempo es cíclico. Lo que ha sido, será. La historia es un conjunto de eternas repeticiones. Nada cambia realmente.

Lo que ha sido, siempre será,

Lo que se ha hecho, se volverá a hacer;

No hay nada nuevo bajo el sol. (Eclesiastés 1:9)

Sin embargo, el Eclesiastés es una voz rara dentro del Tanaj. En su mayor parte, la Biblia hebrea expresa un punto de vista muy diferente: que puede haber cambio en los asuntos humanos. Somos convocados a una larga travesía cuyo final es la redención y la Era Mesiánica. El judaísmo rechaza por principio la tragedia en nombre de la esperanza.

El sociólogo Peter Berger llama a la esperanza la «señal de la trascendencia», un punto en el cual algo más allá penetra en la situación humana. La esperanza no tiene nada de inevitable ni de racional. No puede inferirse de ningún hecho del pasado o del presente. Quienes tienen un sentido trágico de la vida sostienen que la esperanza es una ilusión, una fantasía infantil, y que una respuesta madura a nuestro lugar en el universo es aceptar su falta de sentido fundamental y cultivar la virtud estoica de la aceptación. El judaísmo insiste en lo contrario: que la realidad que subyace al universo no es sorda a nuestras plegarias, ciega a nuestras aspiraciones ni indiferente a nuestra existencia. No nos equivocamos al esforzarnos por perfeccionar el mundo, negándonos a aceptar la inevitabilidad del sufrimiento y la injusticia.

Escuchamos esto en momentos claves de la Torá. Esto ocurre dos veces al final de Génesis, primero cuando Iaakov y Iosef aseguran a los demás miembros de la familia del pacto que su estancia en Egipto no será eterna. Dios cumplirá Su promesa y los llevará de regreso a la Tierra Prometida. Volvemos a escucharlo con magnificencia cuando Moshé le dice al pueblo que incluso después del peor sufrimiento que puede sobrevenir a una nación, Israel no se perderá ni será rechazada.

Entonces Hashem tu Dios, hará que regrese tu cautiverio y te tendrá misericordia y volverá y te juntará de entre todas las naciones adonde Hashem tu Dios te haya dispersado. Aunque hayas sido desterrado hasta la tierra más lejana bajo los cielos, de ahí te juntará Hashem, tu Dios y te hará volver (Deuteronomio 30:3-4).

Pero el texto clave se encuentra al final de las maldiciones de Levítico. Allí es donde Dios promete que incluso si Israel peca, podrá sufrir, pero nunca perecerá, y nunca habrá una razón para desesperarse realmente. Pueden experimentar el exilio, pero eventualmente retornarán. Israel puede haber traicionado el pacto, pero Dios nunca lo hará. Esta es una de las declaraciones bíblicas más importantes. Nos dice que ningún destino es tan sombrío como para asesinar a la esperanza. Ninguna derrota es definitiva, ningún exilio interminable, ninguna tragedia es la última palabra de la historia.

Después de Moshé, todos los profetas transmitieron este mensaje, cada uno a su manera. Oseas le dijo al pueblo que aunque actuara como una esposa infiel, Dios seguía siendo un esposo amoroso. Amós les aseguró que Dios reconstruiría incluso las ruinas más devastadas. Jeremías compró un campo en Anatot para asegurarle al pueblo que volverían de Babilonia. Isaías se convirtió en el poeta laureado de la esperanza en visiones de un mundo de paz que nunca han sido superadas.

De todas las profecías de esperanza inspiradas en Levítico 26, ninguna es tan inquietante como la visión en la que Ezequiel vio al pueblo del pacto como un valle de huesos secos, pero oyó a Dios prometer que nos «llevaría de vuelta a la tierra de Israel». (Ezequiel 37:11-14).

Ningún texto literario es tan evocativo del destino del pueblo judío tras el Holocausto, antes del renacimiento del Estado de Israel en 1948. Casi proféticamente, Naftali Herz Imber aludió a este texto en sus palabras para la canción que acabó convirtiéndose en el himno nacional de Israel. Él escribió: od lo avdá tikvateinu – «nuestra esperanza aún no se ha perdido». No es casualidad que el himno de Israel se llama HaTikva, «la esperanza».

¿De dónde surge la esperanza? Berger considera que es parte constitutiva de nuestra humanidad:

La existencia humana siempre se orienta hacia el futuro. El hombre existe extendiendo constantemente su ser hacia el futuro, tanto en su consciencia como en su actividad… Una dimensión esencial de este «futurismo» del hombre es la esperanza. A través de la esperanza los hombres se sobreponen a cualquier dificultad del aquí y ahora. Y a través de la esperanza los hombres encuentran sentido ante el sufrimiento extremo.(2)

Sólo la esperanza nos da fuerzas para tomar riesgos, comprometernos en proyectos a largo plazo, casarnos y tener hijos, y negarnos a capitular ante la desesperación:

Parece haber una esperanza que rechaza la muerte en el núcleo mismo de nuestra humanidad. Aunque la razón empírica indica que esta esperanza es una ilusión, hay en nosotros algo que, aunque sea vergonzoso en una época de triunfante racionalidad, sigue diciendo: «¡no!», e incluso dice «¡no!» a las siempre plausibles explicaciones de la razón empírica. En un mundo donde el hombre está rodeado de muerte por todos lados, sigue siendo un ser que dice «¡no!» a la muerte, y a través de este «‘no!» llega a la fe en otro mundo, cuya realidad validaría su esperanza como algo distinto a una ilusión.(3)

Yo estoy menos seguro que Berger respecto a que la esperanza sea universal. Es algo que surgió como parte del paisaje espiritual de la civilización occidental a través de un conjunto bastante específico de creencias: que Dios existe, que se preocupa por nosotros, que ha hecho un pacto con la humanidad y otro pacto con las personas que Él eligió para ser un ejemplo vivo de fe. Este pacto transforma nuestro entendimiento de la historia. Dios ha dado Su palabra y nunca la quebrará, por mucho que nosotros no cumplamos nuestra parte de la promesa. Sin estas creencias, no tendríamos ninguna razón para tener esperanza.

La historia, tal como se concibe en esta parashá, no es utópica. La fe no nos ciega ante la aparente aleatoriedad de las circunstancias, la crueldad de la fortuna o las aparentes injusticias del destino. Nadie que lea Levítico 26 puede ser optimista. Sin embargo, nadie sensible a su mensaje puede abandonar la esperanza. Sin esto, los judíos y el judaísmo no habrían sobrevivido. Sin la creencia en el pacto y su insistencia, «a pesar de ello», tal vez no habría existido pueblo judío tras la destrucción de uno u otro de los Templos, o del mismo Holocausto. No es exagerado decir que los judíos mantuvieron viva la esperanza, y la esperanza mantuvo vivo al pueblo judío.(Aishlatino.com)


NOTAS

1. Jonathan Sacks, Future Tense: A Vision for Jews and Judaism in the Global Culture (London: Hodder & Stoughton, 2011), 231-252.
2. Berger, op. cit., 68-69.
3. Ibid., 72.

 

 

 
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