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| viernes noviembre 22, 2024

¿Qué te pasa Occidente?

@escritora.creativa


Foto: RosanaAG -Wikipedia – CC BY-SA 4.0

No gastes tu rabia en mí…
Vine para quedarme.
Soy como arena del desierto
o estrellas del firmamento.
No me voy a ningún lado.

 

Usa tu rabia en algo más útil
como en construirte una vida
menos pendiente de la mía.
Yo tengo mucho por hacer
y ya me cansé de andar contando
tus palabras incendiarias,
tus brazos que arrojan piedras,
tus pancartas que parodian
las crónicas de una muerte anunciada.

 

 

Eres ruido y humo,
eres la espina que se clava en la encía,
eres una llamarada en la fogata.
No gastes tu rabia en mí…
Mejor úsala para protestar
por todas las mujeres que son golpeadas,
por las que han sido secuestradas,
por las que están siendo violadas…
sin que a ti te importe nada.

 

 

Sigue el consejo que te doy…
A ti, que no te bastó con Sodoma y Gomorra.
A ti, que no te bastó con Hiroshima y Nagasaki.
A ti, que no te bastó con Auschwitz y Treblinka.

 

 

Te empeñas en desperdiciar esa rabia
en algo tan nimio como clamar por mi muerte,
como pedir por mi exterminio,
como gritar a los cuatro vientos
que no tengo derecho a la vida.

Que banal labor por ti emprendida…
Pues yo rezo cada noche
y doy gracias cada día.
Pues yo sigo atada a mis creencias milenarias.
Pues yo deposito mi fe en el mismo Dios
en el que creyeron Abraham, Jacob, Isaac y Moisés.

No gastes tu rabia en mí.
Aquí seguiré cuando ya no seas más
que una bruma en el recuerdo.
Aquí seguiré cuando tus pasos
sean borrados por el viento.
Aquí seguiré cuando tu odio
te consuma hasta los huesos.

 

 

Y me atrevo a hacerte una promesa
mientras las lágrimas aún corren por mi cara,
a pesar de tu odio, a pesar de tu rabia,
a pesar de todas tus consignas y de todas tus pancartas…
Yo y los míos no nos vamos,
no nos rendimos ni claudicamos.

Así que no gastes tu rabia en mí.
Yo seguiré mirando a Jerusalén
mientras canto un Himno a la Esperanza
y pronunciado el “Shema Israel”
aferrada a la Estrella que hoy profanas.

Han pasado ocho meses desde aquella atrocidad…
pero el alma de mi pueblo sigue viva,
pero el alma de mi pueblo sigue unida,
y a pesar de esta herida que hoy nos quiebra…
todavía podemos bailar.
Am Israel Jai!

 

 

Este poema resume, más o menos, como me siento actualmente con respecto a las reacciones de Occidente hacia el pueblo y el Estado de Israel desde aquel aciago 7 de octubre. Estadísticas recientes hablan de un incremento de la judeofobia en más de quinientos por ciento a nivel mundial.

 

 

Este poema también pone de manifiesto cómo me siento sobre mi herencia y pertenecía al pueblo de Israel, lo que quiere decir que formo parte, ya sea por destino o por casualidad, de las víctimas por excelencia de la brutalidad, la ignorancia y del odio de una gran parte de la “Humanidad” incluyendo los países de Occidente que se autodenominan “civilizados”.

Entonces no puedo evitar preguntarme: ¿Qué te pasa Occidente? ¿Por qué te empeñas en darle la razón a Albert Einstein cuando afirmó que solo existían dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana, “y del Universo tengo mis dudas”?

También debo darle razón a este genial científico judío, quien demostró su profundo conocimiento del alma humana, cuando expresó una frase que suelo repetir mucho debido a su certeza: “la vida es como montar en bicicleta, para mantener el equilibrio sólo es necesario seguir pedaleando”.

Debo admitir que a mí se me da mejor pedalear con los dedos sobre un teclado, que con los pies sobre el asfalto, por ello acometo mi labor de escritora para tratar de mantener mi equilibrio mental ante las actuales circunstancias que nos tocó vivir a los que tenemos la suerte de ser y sentirnos judíos en el inicio de la tercera década del siglo XXI.

Porque hoy en día ser judío, mostrarlo, expresarlo o decirlo, es una excelente excusa para que cualquier individuo o grupo envalentonado  por ese falso sentido de pertenencia a “algo más grande que ellos mismos” exponga  todas las formas y maneras posibles cuanto odia, detesta y aborrece nuestra existencia.

Debo disculparme con aquellos que han tratado de consolarme por mi perplejidad e indignación ante los últimos acontecimientos presentados en Europa y en Estados Unidos contra individuos, grupos y comunidades  judías. Sus expresiones de solidaridad, cariño y estima no han podido disminuir ni un poco mi angustia, mi tristeza y la rabia que algunas veces parece dominar cada pedazo de mi cuerpo y de mi alma.

 

Debo disculparme en mi nombre y en nombre de los míos, pues la mayoría de nosotros sentimos que las voces, pancartas, declaraciones y todo tipo de muestras de odio, xenofobia y discriminación hacia los judíos, especialmente en los últimos meses, suenan mucho más fuerte, toman muchos más espacios y ocupan más volumen que las tímidas y suaves expresiones de apoyo, simpatía y solidaridad hacia mi gente. Las cuales no dejamos de reconocer y agradecer.

 

No voy a empezar a enumerar las razones por las cuales el mundo debe tolerar la existencia del pueblo judío. No quiero hacer una lista de todos los aportes realizados a la humanidad, a lo largo de milenios, por personas que portan o portaban sangre judía. Eso sería aceptar que sólo realizando grandes contribuciones, descubrimientos, desarrollos y no sé ya cuántas importantes creaciones en cuántas y diferentes áreas científicas, artísticas y humanas… podemos ganarnos el derecho a existir y a vivir en paz entre las otras naciones del mundo. Aunque últimamente ya podríamos conformarnos sólo con que nos den la deferencia de permitirnos luchar por nuestra existencia.

 

En todo caso, sí me voy a tomar el atrevimiento de recordar que no somos los judíos los que nos ponemos encima toneladas de explosivos para inmolarnos mientras nos llevamos por delante la vida de todo aquel que se nos atraviese en el camino entre esta existencia temporal y las ciento cincuenta mujeres vírgenes que nos esperan en el paraíso que sigue a la explosión.

 

No somos los judíos los responsables de los atentados terroristas realizados contra las Torres Gemelas de Nueva York, la estación de Atocha de Madrid, el metro de Londres, el metro de Tokio, la escuela de Rusia, o en las calles de Estambul, Paris o Buenos Aires (sólo por nombrar algunos). Tampoco somos responsables de las terribles persecuciones y asesinatos de cristianos en Medio Oriente a lo largo de unos cuantos siglos por los que nadie protesta ni vocifera. De hecho, parece que nadie los recuerda.

 

En todo caso, Occidente, sí puedes acusarnos a nosotros, los judíos, de ser unos terribles testarudos. No sé si llevas la cuenta de las veces que, a lo largo de nuestra milenaria existencia, han tratado de aniquilarnos, de minimizarnos, de humillarnos y desesperarnos, y aun así aquí seguimos resistiendo la infinita estupidez humana.

 

¿Qué te pasa Occidente? ¿Acaso no has comprendido que al acabar con nosotros también estarán asesinando los valores y principios sobre los que has basado tus constituciones, leyes y estados de derecho? ¿De dónde salen los 10 Mandamientos en los que basas tus principios?, ¿Qué pueblo te dio como herencia la primera mitad de la Biblia que usas en tus templos y cuyas enseñanzas te empeñas en ignorar?

 

Y si quieres hacerte las preguntas más adecuadas ¿De dónde sale el dinero que financia este movimiento xenofóbico?, ¿Quién le paga a sus muy preparados líderes para que expresen sus discursos incendiarios llenos de odio y furia contra una minoría asustada que no encuentra quien la defienda o haga respetar sus derechos?, ¿Quién paga por los espacios de cientos de medios de comunicación, plataformas “informativas”, redes sociales que constante y permanentemente están justificando los peores actos raciales vistos en la historia desde la subida de los nazis al poder?

 

¿Qué te pasa Occidente? Mientras estás distraído con la última tendencia de Tik Tok, los reeles de Instagram, las últimas técnicas para rejuvenecimiento facial, las dietas y ejercicios que te venden para adelgazar, y las adictivas series de streaming…  tus hijos, sobrinos y nietos, tus minorías, tus grupos discriminados, y gran parte de los políticos y voceros que te representan están “comprando” las consignas, discursos e ideologías fundamentalistas que facilitarán la destrucción de la sociedad que conoces desde un flanco que jamás viste venir, es decir, desde adentro.

 

Cuando eso suceda, no voltees a buscar al “chivo expiatorio de siempre” es decir: a los judíos. De eso, al menos, no seremos culpables nosotros.

 

Si Mafalda estuviera “viva” ahora tal vez no diría “paren el mundo que me quiero bajar”, tal vez exigiría “salven al mundo, que me quiero quedar”. Yo también me quiero quedar… por eso y para mantener el equilibrio: escribo.

 

 

Raquel Markus – Finckler
@escritora.creativa

Fuente Aurora

Difusion: Porisrael.org

 

 
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