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| jueves septiembre 19, 2024

¿Cuándo es el turno de los judíos?


A lo largo de la historia, el ser humano ha tenido la tendencia de diferenciarse de varias maneras del animal, ya sea resaltando nuestro “intelecto superior” o nuestra capacidad de crear culturas y religiones. Sin embargo, aquella que parece asomarse una y otra vez en el debate de la humanidad versus el reino animal, es el cuidado mutuo y la empatía hacia nuestro semejante.

Un conmovedor ejemplo de cómo esta característica se encuentra presente ya desde tiempos inmemoriales, es un descubrimiento arqueológico de más de 4000 años de antigüedad hecho en la Península Arábiga, de una joven de 18 años que murió de una enfermedad neuromuscular (quizás polio). El cuerpo fue estudiado, y en él encontraron varias deformidades que tuvo esta persona a lo largo de su vida. A pesar de que las deformidades en su mayoría fueron causadas directamente por la enfermedad, una de ellas no estaba correlacionada; los dientes de la joven presentaban un prematuro deterioro por causa de caries, cosa muy poco común para su edad y para la época. Los arqueólogos llegaron a la conclusión de que esto fue provocado por los dátiles que le daban sus cuidadores para consentirla, por la compasión que le tenían conmovidos ante su debilidad. Este caso no es el único, se han documentado muchos, y más antiguos que ese (1).

Es impresionante saber que, incluso hace miles y miles de años, el ser humano haya tenido el coraje de desafiar al aplastante orden natural con escaso conocimiento y primitivas herramientas. A pesar de todo eso, y sin negar las cualidades bondadosas del ser humano, uno se llega a preguntar por el paradero de dicha compasión innata, cuando se habla de las diferentes atrocidades que se han cometido en contra de la humanidad y por la humanidad. Queda al descubierto, entonces, que la tal bondad “innata” pierde su ímpetu para hacer frente a todo tipo de discriminaciones. Esta percepción se ha acentuado aún más en mí desde que comenzó la guerra del 7 de octubre en Israel.

(Foto: aishlatino.com)

Como judío de la diáspora siempre he tenido presente la existencia del antisemitismo; siempre estuve consciente de las diferentes dificultades que enfrenta el judío. Llámese trauma intergeneracional o simple neurosis, siempre tuve el sentimiento de que seguíamos siendo la misma humanidad de los años 1940. La guerra actual me ha enseñado cómo la sociedad muta y cambia, evoluciona o, incluso, involuciona, y nunca pierde su ingrediente discriminatorio.

La sociedad ha pasado por cambios radicales y eventos históricos únicos que dejaron su huella indeleble. Se ha desarrollado un sinfín de ideologías de fachada progresista; se ha luchado por terminar con la discriminación racial, el sexismo, la homofobia, el clasismo, y se han promovido la justicia social, la igualdad de género y de clases. Nada es negro y blanco, pero nadie puede negar que con cada nueva generación que llega, pareciera que la interseccionalidad de la escena liberal cada vez olvida tomar en cuenta al pueblo judío. La ética y la justicia para todos se derrumba como un juego de naipes. Es por lo que me pregunto ¿cuándo es el turno de los judíos?

¿No somos acaso, si no el más longevo, uno de los más antiguos ejemplos de víctimas de odio y discriminación de la humanidad? Parece que el mundo siempre nos olvida, cada vez que sube un peldaño en su supuesta ruta al progreso. Uno pudiera llegar a pensar que después de la calamidad del Holocausto deberíamos ser merecedores de compasión, o a lo sumo ser juzgados bajo el mismo estándar que el resto, es decir, con justicia y equidad. De cualquier manera, y muy lamentablemente, se confirmó lo más temido: en cuanto se presente la oportunidad el mundo sonreirá de nuevo, siendo testigo de nuestro sufrimiento.

¿Nada ha cambiado?

Con el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023 se iluminó un rincón oscuro, despertándose un sentimiento antisemita en el mundo que yacía latente. Este ataque brutal a la población israelí nos ha dejado ver no solo la magnitud del odio que existe en nuestra contra, sino también a aquellos justos que no han sucumbido al odio. El 7/10 reveló que las bellas ideologías modernas de justicia e igualdad se ven opacadas por el clásico e instintivo antisemitismo medieval o, incluso, ancestral. Da la sensación de que el odio en contra del judío puede también llegar a ser una cualidad innata en una parte considerable de la población mundial.

Ha sido realmente enervante ver cómo mares de gente han proclamado la necesidad de erradicar al Estado de Israel en su totalidad. Surge la cuestión de si acaso la humanidad es realmente compasiva.

De cualquier manera, lo que realmente me parece extraño es que nosotros, los judíos, sentimos la obligación y necesidad de hacerle ver al mundo nuestra humanidad, y justificar a cada momento por qué no somos culpables de lo ocurrido el 7/10. Se ven muchas ONGs judías haciendo interminables esfuerzos de “hasbará”, los cuales son necesarios, pero no obstante rayan en explicar la obviedad, y no pasa inadvertida la ironía de tener que hacerlo. A veces llegamos al absurdo de tener que convencer a los otros de que merecemos vivir, que no merecemos ser atacados y tenemos derecho a la autodeterminación. Definitivamente hay que combatir el extremismo, y en medio del absurdo no ayuda tener una posición débil frente a la rabiosa bestia que es el antisemitismo.

Queda claro que la empatía no hace acto de presencia en períodos como el que vivimos, y que la tolerancia al pueblo judío es más una ilusión que un hecho. Aun así, frente a ese circo, los judíos seguimos sorprendiéndonos con cada debacle antijudía. Sobrevivimos al odio por siglos y lo llevamos en la sangre, a tal punto que los judíos y sus experiencias han contribuido al estudio de lo que hoy en día se denomina trauma intergeneracional.

Como pueblo y como nación son pocas nuestras alternativas, es una cuestión de espigar la postura o desaparecer. Pasa por mi mente la duda sobre cómo nos mantendremos unidos y fuertes, cuando incluso entre los nuestros hay judíos que van en contra de sus propios intereses.

Aunque relativamente ínfimo, podemos observar uno que otro judío que nos recuerda una de las costumbres más antiguas que tenemos: en el Séder de Pésaj, cuando recitamos la parte de los cuatro hijos, el rashá dice “para ustedes” y no para él, alejándose así de su comunidad. Entonces, ¿cuál es nuestra esperanza, cuando parece que el mundo se nos abalanza encima y que la asimilación llega a generar individuos dentro de nuestras comunidades que van contra sus propios intereses?

Ve’jol dor va’dor (de generación en generación) surge esta pregunta de nuevo; siempre existe el miedo de ser finalmente erradicados por factores externos, o desaparecer por factores internos. Curiosamente, nunca termina de cumplirse esa preocupante premonición.

El poder de la identidad

Si reflexionamos sobre uno de los más famosos estereotipos de los judíos, que es nuestro “sospechoso” éxito en los diferentes ámbitos de la vida, es fácil llegar a la conclusión de que no se debe a que seamos una raza superior o tengamos alguna fórmula secreta que haga que el resto de los pueblos sean menos exitosos que el nuestro. Además de la sabiduría que contiene la Torá, creo que es plausible decir que existimos, a pesar de tantos siglos de matanzas, expulsiones forzadas y ser obligados a adaptarse a las peores y más complicadas situaciones, gracias a nuestro espíritu guerrero.

Referenciando un poco la teoría evolutiva de Darwin, según la cual el más fuerte sobrevive, no cabe duda de que el pueblo judío, que ha pasado por tanto y que es relativamente cerrado, es un pueblo de sobrevivientes, un pueblo en el cual, por razones lamentables, solo prevalecieron los más fuertes y capaces. Esto, junto al inmutable deseo de perseverar y la terquedad resiliente de sobrevivir a nuestra manera y bajo nuestros términos, nos recuerda la razón de nuestro ser y nuestro estar. He ahí la respuesta a esta interrogante tan antigua como nosotros: el pueblo judío continuará siendo y existiendo porque se renueva y regenera con cada intento de sofocarlo. Cuando la amenaza acecha, los cimientos de Israel se refuerzan hacia afuera, y naturalmente, solo el judío orgulloso de su pueblo y sapiente de su historia, cultura e identidad, queda en pie, resultando así intrascendente cuánto autoodio tenga el hijo rashá del clan y los intentos del antisemita en nuestra contra.

Sigamos siendo fieles a nuestras raíces, promovamos en las generaciones por venir una amplia educación tanto universal como hebrea. Reforcemos nuestra identidad judía, identidad de amantes de la vida y de guerreros, no de víctimas y presas. Recordemos siempre la conexión directa con el Estado de Israel; estamos en un nuevo renacer del sionismo, en respuesta a la subida ondeante del antisemitismo y su enmascarada vertiente antisionista; sintámonos llenos de vigor por lo que hemos cultivado en el camino, y esperanzados por el resto de las metas que podemos alcanzar como pueblo y nación. Quien pueda y tenga la convicción, venga, haga aliá como yo; esa es la mejor cura para el que adolece de culpa debido al antisemitismo en la Golá. Sigamos triunfantes, preservando el precepto Kol Israel Arevim Ze la Ze (todo el pueblo de Israel es responsable uno del otro). Juntos perduraremos.

(1) Fuente: Gorman, James. Ancient Bones That Tell a Story of CompassionThe New York Times, 2012.
* Egresado del Sistema Educativo Comunitario; actualmente reside en Israel.

 
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