Solemos decir que inclusive una pequeña luz es importante como rayo de esperanza, ya que alcanza para terminar con la oscuridad y abrir un nuevo camino mejor. En el Israel de hoy, posterior al 7 de octubre, ese espíritu es clave y constituye parte central de la vivencia nacional. Pero precisamente para comprender el grado de resiliencia del pueblo de Israel, es ineludible recordar primero las razones del trauma que en gran medida aún se está viviendo y del que cabe suponer llevará años recuperarse plenamente.
La masacre perpetrada por los terroristas de Hamas en el sur de Israel el 7 de octubre, marcó un antes y un después en la vida del país. Israel lidió siempre, desde su primer día como Estado independiente, con numerosos desafíos, amenazas a su existencia, guerras y atentados terroristas. Pero 1.200 muertos en un día-la mayoría civiles- de las formas más espantosas, violaciones de numerosas víctimas, miles de heridos y más de 250 secuestrados por la fuerza a Gaza, era una situación sin precedentes.
Al terrible resultado de ese salvaje ataque se agregaron las circunstancias, el hecho que Israel fue sorprendido, que quienes tenían elementos para entender lo que estaba por venir, no lo evaluaron correctamente aunque las señales estaban allí y eran claras y por ende no lo impidieron. Esto condujo a una profunda sensación de abandono, de desconfianza en quienes debían cuidar a la población y no supieron hacerlo. Y esto es relevante tanto para el gobierno, que es quien toma las decisiones y tiene la máxima responsabilidad, como para las Fuerzas de Defensa de Israel. La gran diferencia entre ambos, es que el ejército y todas las fuerzas de seguridad, hicieron rápidamente un imponente giro y desde entonces no cesan de luchar con gran heroísmo y espíritu de sacrificio. Del gobierno la mayoría de la ciudadanía aún espera que anuncie la formación de una comisión especial de investigación.
A todo esto se agregó la evacuación de todas las comunidades que aún estaban bajo fuego tanto en el sur del país como, un poco después, en el norte, por los ataques constantes de Hezbolá desde Líbano.
Y por supuesto, la guerra con la que Israel respondió a la masacre, que la enorme mayoría de la población considera especialmente justificada. El peor precio que se paga por la guerra es el de los más de 770 soldados caídos- hasta el momento de escribir estas líneas- y miles de heridos. Y el reclutamiento de reservistas que afecta la economía nacional y les altera a ellos tanto sus trabajos como su dinámica familiar, por largos meses. Casi de más está recordar que eso también cobra un alto precio emocional y sicológico en familias que temen recibir la peor noticia y en los propios combatientes que temen no volver.
No se podría enfrentar todos estos desafíos si el pueblo de Israel no mostrara una enorme resiliencia.
Ante todo, de los propios soldados, regulares en servicio obligatorio y también los reservistas- que juegan un papel clave, central, en esta guerra- que aún conscientes del peligro que corren, abordan esta misión con un espíritu de enorme responsabilidad por el país, entendiendo que con su propio cuerpo protegen a Israel.
Soy consciente de que esto suena a frases altisonantes pero son un mero reflejo de la realidad, de innumerables declaraciones formuladas por combatientes desde la propia Franja de Gaza o en sitios en los que se organizaban para entrar así como en el último mes también desde el sur del Líbano.
Reservistas prepararon sus mochilas y corrieron al sur o a sus unidades centrales, antes de recibir una orden de reclutamiento. Todos tenían claro que el país se levanta en armas para librar una guerra de autodefensa y cada uno quería estar.
Israel es probablemente el único país del mundo cuyos ciudadanos luchan denodadamente estén donde estén para conseguir vuelos para volver al enterarse que su hogar está en guerra. Las historias de jóvenes mochileros desde Nepal hasta México que se enteraron en medio de sus paseos de lo que estaba ocurriendo y dejaron todo para volver, son múltiples y sumamente emocionantes.
Y entre todos estos héroes, había no pocos casos de quienes reconocieron que ya no tenían que hacer la reserva, que estaban exentos, pero que no concebían no participar.
Antes de seguir, una aclaración ineludible.
Claro que hay quienes esquivan, quienes tienen miedo y prefieren no aportar, quienes evitan el riesgo y la carga que tanto exige al ciudadano. Y ni que hablar de la enorme y nada nueva polémica con el sector haredí del que sólo una muy pequeña minoría va al ejército, en el que ni siquiera la guerra cambió el encare que sólo el estudio de la Torá salvará a Israel. Algunos lo sienten auténticamente así y otros se aprovechan. También eso hay en la sociedad israelí, que es una sociedad humana, no de ángeles perfectos.
Pero esta aclaración no minimiza la grandeza de la entrega de tantos por el país.
Comenzamos por los combatientes, hombres y mujeres que dejaron familias durante meses para defender a Israel, pero esto es sólo una dimensión. Sin la población civil, sin las iniciativas ciudadanas en pro de los soldados, de los evacuados, de las víctimas, nada se habría logrado. Desde instalaciones donde se provee evidentemente sin costo alguno comida variada y de gran nivel a las tropas que salen de Gaza o están en camino-y claro que lo mismo sucede en el norte del país- hasta grupos que se organizaron para cocinar a las familias de duelo durante toda la shivá, otros que organizaron ropa, calzado y todo lo necesario en una casa para entregar a las familias evacuadas en los sitios a los cuales los derivaban. Lo vimos en acción, meses atrás, en Ganéi Hataarujá, israelíes de todas las edades y procedencias que se hacían presentes preguntando en qué pueden ayudar. Niños, jóvenes, maestros con sus alumnos, adultos, jubilados, todos con una mezcla de dolor por lo que se estaba viviendo, preocupación por el futuro incierto y orgullo por poder ser parte del esfuerzo nacional por seguir adelante.
Un elemento clave que no podemos dejar fuera es el “juntos venceremos”. Es indudable que Israel volvió en cierta medida a las discusiones y diferencias del 6 de octubre, que cuando la masacre, desaparecieron del terreno en un abrir y cerrar de ojos y fueron sustituidas por un esfuerzo mancomunado por prestar ayuda a quienes lo precisaban. Se ha vuelto a retroceder al respecto, pero no totalmente. Las expresiones de solidaridad son numerosas, tanto en lo positivo de hacer por el bien general, como en momentos de dolor, con ese fenómeno tan emotivo de ciudadanos que salen a las calles con banderas a dar el último adiós a un soldado caído de su ciudad, al que no conocían, al publicarse el recorrido que haría su familia con su cuerpo en camino a darle digna sepultura. O los funerales de soldados que vivían solos, cuyos amigos o padres llegados del exterior piden al público que lo acompañen, y resultan multitudinarias reuniones de miles para honrar su memoria.
Serían tantos los ejemplos a agregar, tantas las frases que grabamos para citar, tanto el orgullo para compartir, que es inabarcable.
Esto nos recuerda claramente lo que nos dijo una vez el gran escritor argentino Marcos Aguinis: “Israel es imperfecto, pero ejemplar”.
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