Manifestacion kurda flameando la bandera israeli Foto Consulado Gral. de Israel
Los dirigentes israelíes han estado alardeando del éxito del país en degradar a los aliados de Irán durante los últimos meses. “Derribamos a Hezbolá, que se suponía que debía proteger a Irán”, dijo el primer ministro Benjamín Netanyahu a principios de diciembre. “Irán tampoco protegió a Hezbolá. Y ninguno de ellos protegió a Bashar al-Assad”.
“Simplemente partimos ese eje por la mitad”, agregó Netanyahu. Irán “gastó probablemente 30 mil millones de dólares en Siria, otros 20 mil millones en el Líbano, y Dios sabe cuánto en Hamás. Y todo eso se fue por las cañerías”.
De hecho, desde la Revolución Islámica Irán ha invertido mucho en desarrollar una red de grupos armados leales en toda la región. Además de los que describe Netanyahu, Teherán también creó poderosas milicias chiítas en Yemén, Iraq y Siria.
Hasta el 7 de octubre de 2023 y a lo largo de la guerra posterior, los proxies (agentes) de Irán fueron fundamentales para su capacidad de influir, y a menudo dominar, los acontecimientos en el Medio Oriente y amenazar a sus adversarios. Pero después de años a la defensiva, Israel ahora está en marcha contra esos agentes. Su éxito en hacerlos retroceder le ha abierto nuevas oportunidades. Para aprovechar la realidad que emerge en el Medio Oriente, ¿debería Israel imitar a su archienemigo, y desarrollar su propia red de aliados minoritarios en toda la región?
Una asociación única
En términos generales, una asociación patrón-agente es una relación entre dos entidades (Estados o actores no estatales) en la que el “patrón” más poderoso utiliza al otro para lograr sus objetivos de política exterior; el “agente”, menos poderoso, lucha en un conflicto local en el que el patrón quiere influir. Los dos comparten un enemigo común; y coordinan operaciones.
Los intereses del patrón son evidentes. Es mejor tener un representante que luche contra los enemigos que gastar las propias fuerzas. Los representantes locales también pueden ofrecer cierta capacidad de negación (simular que no están involucrados) a los Estados que tienen una reputación que proteger. Y a menudo los representantes disponen de inteligencia y capacidades tácticas sobre el terreno, de las que podría carecer un patrón distante. Mientras tanto, el proxy goza de respaldo material, acceso a armas avanzadas, apoyo diplomático y, a veces, un ejército poderoso que lucha junto a sus propias fuerzas.
Irán ha disfrutado de un campo de juego relativamente cómodo para el desarrollo de sus representantes. Con comunidades chiítas agraviadas u oprimidas en toda la región, Irán encontró aliados dispuestos a cooperar. Utiliza la educación religiosa, los servicios sociales y, eventualmente, el entrenamiento militar para crear una presencia duradera sobre el terreno.
Este modelo funciona bien en Estados débiles con poblaciones chiítas significativas, como Líbano, Siria e Iraq. En Estados relativamente coherentes con grandes comunidades chiítas, como Arabia Saudita y Bahréin, Irán no ha logrado desarrollar una fuerza representante influyente. Y donde no hay chiítas, Irán ha luchado para encontrar representantes leales a largo plazo. Hamás, un grupo terrorista sunita, es la excepción, pero incluso allí la relación con Irán ha experimentado altibajos significativos.
El éxito de Teherán en la creación de aliados leales se ve facilitado por el hecho de que cuenta con una organización dedicada, la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica, a cargo de realizar un esfuerzo religioso, político y militar integrado.
A primera vista, parecería que Israel no tiene por qué buscar aliados en la región. Ciertamente no quedan comunidades judías significativas en el Medio Oriente que esperen su patrocinio, y además la calle árabe es en gran medida hostil a Israel y, a menudo, a los judíos. Pero la historia indica lo contrario
En el Líbano, Hezbolá ejerció durante mucho tiempo influencia sobre los servicios de seguridad, vigiló las instituciones gubernamentales, dirigió sus propios puertos y utilizó amenazas y violencia para mantener a sus rivales fuera de posiciones importantes.
En Iraq, Irán utilizó milicias chiítas para amenazar a los políticos opuestos a su influencia, atacar a las tropas estadounidenses, y establecer raíces profundas dentro de los sectores energético y militar del país.
La Siria de Assad, dependiente del apoyo de Irán, representó un conducto importante para que las armas iraníes llegaran por tierra a Hezbolá, luchó contra grupos yijadistas hostiles a Teherán, y albergó bases estratégicas para Rusia, el gran aliado de Teherán.
A primera vista, parecería que Israel no tiene por qué buscar aliados en la región. Ciertamente no quedan comunidades judías significativas en el Medio Oriente que esperen su patrocinio, y además la calle árabe es en gran medida hostil a Israel y, a menudo, a los judíos.
Pero la historia indica lo contrario.
Aunque se ha alejado de este enfoque, durante gran parte de su existencia Israel desarrolló y utilizó eficazmente a comunidades minoritarias para debilitar a sus enemigos y proteger sus fronteras.
Aliados al margen
En la década de 1960, rodeado de potencias hostiles, Israel consideró que los vínculos con los actores de la periferia del Medio Oriente árabe eran fundamentales para su doctrina de seguridad. “La alianza, que se fusionó a través de contactos informales encubiertos entre Israel y cada uno de los tres países periféricos (Irán, Turquía y Etiopía), se centró primero en la colaboración militar y de inteligencia y luego se expandió a la asistencia técnica, principalmente en agricultura, gestión del agua, saneamiento y medicina”, escribió Yogev Elbaz, del Centro Moshé Dayan de Estudios del Medio Oriente y África, en un estudio publicado en 2022.
“Gracias a ello, Israel se afianzó en África, donde fomentó relaciones con varios países recién independizados, y más tarde se acercó a varias minorías en el Medio Oriente, como los kurdos en Iraq, los maronitas en el Líbano, los drusos en el Levante y los no musulmanes en Sudán del Sur”.
Durante la década de 1960, los kurdos iraquíes, al borde del mundo árabe, estaban interesados en expulsar a las fuerzas iraquíes del norte kurdo para lograr una región autónoma. La primera rebelión kurda, liderada por el mulá Mustafa Barzani, estalló en 1961. Dos años después, Barzani comenzó a buscar activamente contactos con Israel.
Israel veía a Iraq como uno de sus enemigos más peligrosos. Bagdad envió unos 18.000 soldados para luchar contra Israel en la Guerra de la Independencia de 1948, lo que lo convirtió en la mayor fuerza árabe en esa guerra, e incluso logró una victoria sobre las fuerzas israelíes en Yenín. Israel esperaba limitar la capacidad de Iraq de enviar tropas en futuros conflictos y, mientras tanto, desangrar a las fuerzas iraquíes.
En 1965, Israel tenía una presencia permanente en las montañas kurdas, lo que llevó a éxitos tangibles de los kurdos contra Iraq. En una brillante batalla concebida por el asesor israelí Sagi Chori, una brigada iraquí entera fue destruida en el monte Handrin en 1966
Israel desarrolló un plan con su entonces estrecho aliado, Irán, que estaba interesado en utilizar a los kurdos como palanca para obligar a Iraq a renunciar a islas y vías fluviales estratégicas. Los dos países enviaron pequeños equipos al Kurdistán iraquí para entrenar a los combatientes. Israel también envió armas, alimentos y equipo médico, por un valor estimado de 50.000 dólares al mes.
En 1965, Israel tenía una presencia permanente en las montañas kurdas, lo que llevó a éxitos tangibles de los kurdos contra Iraq. En una brillante batalla concebida por el asesor israelí Sagi Chori, una brigada iraquí entera fue destruida en el monte Handrin en 1966.
Kurdos e israelíes frente un hospital de campaña militar establecido por Israel en el Kurdistán a mediados de la década de 1960. En la foto aparecen médicos y paramédicos israelíes, el mayor general Rehavam Zeevi, el mulá Mustafa Barzani (centro) y el general Yoav Har-Even
(Foto: FDI)
Los iraquíes fueron debilitados por los kurdos, pero Barzani no cumplió con el principal interés de Israel. Durante las guerras de 1967 y 1973, los kurdos no iniciaron una ofensiva para impedir que Iraq desplegara fuerzas contra el Estado judío. Durante la Guerra de Yom Kipur, Iraq envió tres cuartas partes de su fuerza aérea, dos tercios de sus tanques y una quinta parte de su infantería a luchar contra las FDI en el frente sirio.
La relación con los kurdos finalmente se rompió en 1975, cuando Irán e Iraq llegaron a un acuerdo y Teherán cortó el contacto con Barzani. Israel no tuvo más opción que seguir el ejemplo del sha, y el levantamiento kurdo se desmoronó.
La participación en Yemén
Una lógica similar llevó a Israel a participar encubiertamente en la guerra civil yeméní de los años 60.
El líder egipcio Gamal Abdel Nasser envió decenas de miles de tropas a Yemén para apoyar a los oficiales militares que derrocaron al imán Mohamed al-Badr en 1962. Badr huyó al norte de Yemén, donde las tribus chiítas, incluidos los hutíes, lo apoyaron en una amarga guerra civil contra la nueva República Árabe de Yemén apoyada por El Cairo.
Israel se unió al Reino Unido, Jordania y Arabia Saudita para respaldar a los yemeníes monárquicos contra los republicanos nasseristas. Vio una oportunidad de oro, no solo para empantanar a las tropas egipcias, sino también para obtener información sobre sus capacidades. La revelación hecha por el desertor de la Fuerza Aérea egipcia a Israel, Mahmud Abbas Hilmi, de que Egipto había usado armas químicas contra las tribus, eliminó cualquier duda entre los israelíes de que debían ayudar a los monárquicos, que habían sido abastecidos de manera inconsistente por convoyes de camellos saudíes. A petición del Reino Unido, en coordinación con mercenarios británicos sobre el terreno (y utilizando hogueras encendidas por fuerzas tribales como guías), la Fuerza Aérea Israelí comenzó a enviar armas y otros suministros —además de algo de alcohol para los sedientos combatientes británicos— a Yemén en 1964, utilizando aviones Boeing 377 Stratocruiser sin distintivos.
El líder yemení Mohamed al-Badr rezando con sus guardias en 1962
(Foto: Wikimedia Commons)
En total, Israel efectuó 14 puentes aéreos encubiertos a Yemén, conocidos solo por los líderes británicos y monárquicos, durante un período de dos años, incluido un lanzamiento aéreo que tuvo lugar justo cuando Badr se reunía con líderes tribales en una cueva; ver caer armas del cielo convenció a las tribus de que Badr tenía apoyo occidental (incluso divino), y muchos le prometieron lealtad.
Israel puso fin a la misión después de recibir información de que Egipto se había enterado de los lanzamientos aéreos y estaba tratando de interceptarlos.
Aunque los republicanos finalmente salieron victoriosos en 1970, la misión israelí se consideró un éxito. Costó muy poco y prolongó la guerra, manteniendo a las tropas egipcias atrapadas en su propio «Vietnam». Hasta 26.000 soldados egipcios murieron, y las pérdidas fueron consideradas un factor que contribuyó al desempeño ineficaz del ejército egipcio en la Guerra de los Seis Días de 1967.
Atrapados en el Líbano
La relación más famosa y abierta de Israel fue con los maronitas del sur del Líbano. Los vínculos se remontan al período anterior al Estado, ya que las dos comunidades compartían un parentesco natural. En 1946, el patriarca maronita Antoine Arida firmó un tratado con la Agencia Judía, en el que expresó su apoyo para crear un Estado judío.
A cambio de inteligencia, en la década de 1950 Israel suministró armas a las aldeas cristianas del otro lado de la frontera libanesa, y envió a Beirut, en aviones iraníes, armas capturadas a los egipcios. La relación se volvió más importante a los ojos de Israel cuando la Organización para la Liberación de Palestina, un enemigo mutuo, trasladó su centro de operaciones al sur del Líbano a principios de la década de 1970, utilizándolo como su nueva base de ataques contra Israel.
A cambio de inteligencia, en la década de 1950 Israel suministró armas a las aldeas cristianas del otro lado de la frontera libanesa, y envió a Beirut, en aviones iraníes, armas capturadas a los egipcios
Cuando estalló la guerra civil libanesa en 1975, Israel apoyó a los maronitas contra sus enemigos palestinos. Inicialmente Israel proporcionaba apoyo de artillería, equipo de comunicaciones y armas como parte de su “Iniciativa del Enclave”. No es sorprendente que Israel se viera arrastrado a un mayor involucramiento en el conflicto interreligioso en el Líbano, ya que los cristianos del norte acudieron a los comandantes israelíes para solicitar también apoyo militar. En 1977, bajo el primer gobierno del Likud, una columna de las FDI entró por primera vez en el Líbano para luchar junto a los cristianos contra la OLP.
Integrantes de la milicia del Partido Falangista Libanés durante entrenamientos en la guarnición de esa milicia cristiana en Beirut, en enero de 1977
La participación de Israel siguió ampliándose. Después de un brutal ataque terrorista de la OLP en 1978, Israel respondió con la Operación Litani dentro del Líbano. Y en 1981, Israel comenzó a pensar en grande, con la esperanza de expulsar no solo a la OLP sino también al ejército sirio del Líbano, establecer un control cristiano del Estado libanés, y lograr un acuerdo de paz.
Para alcanzar esos objetivos, Israel se embarcó en junio de 1982 en la Operación Paz para la Galilea, conocida hoy como la Primera Guerra del Líbano. Pero después de meses de conflicto, una bomba asesina puso fin al esfuerzo de instalar un gobierno amigo bajo Bashir Gemayel. Días después, la milicia cristiana Falange, apoyada por Israel, masacró a miles de civiles palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, consolidando el fracaso de la campaña israelí.
Las tropas se mantuvieron sobre el terreno y, para 1985, Israel había decidido establecer una zona de seguridad en el sur del Líbano, que debía ser gestionada y protegida por fuerzas locales con una mínima presencia israelí. Pero cuando el Ejército Maronita del Sur del Líbano empezó a derrumbarse ante los ataques de Hezbolá, Israel no pudo evitar verse arrastrado. Los siguientes 15 años de conflicto con Hezbolá costarían cientos de vidas israelíes, y el trauma todavía es palpable décadas después de la humillante retirada de las FDI en 2000.
Israel abandonó unilateralmente la zona de seguridad en mayo de ese año. Dejó al ejército cristiano luchando solo contra Hezbolá, pero esa fuerza se derrumbó rápidamente y miles de personas huyeron a Israel. Hezbolá obtuvo el control del sur del Líbano y en gran medida del Estado libanés, y continuó representando un serio factor disuasorio para Israel hasta que la reciente campaña de las FDI prácticamente desmanteló a esa organización terrorista.
¿Una alianza minoritaria?
La experiencia de Israel en el sur del Líbano es recordada como un largo trauma, que ha influido en la manera en que el país piensa sobre la posibilidad de desarrollar sus propios aliados para contrarrestar a Irán. De hecho, en el cuarto de siglo trascurrido desde su retirada, Jerusalén se ha abstenido de buscar ese tipo de alianzas, aun cuando la República Islámica ha invertido armas y dinero en sus aliados armados en las fronteras de Israel.
Pero hay señales de que Israel ha dejado atrás la herida del Líbano.
En el apogeo de la guerra civil siria, Israel brindó ayuda militar a grupos rebeldes en el sur de ese país, que mantuvieron a los grupos respaldados por Irán alejados de la frontera. La Operación Buena Vecindad permitió que miles de sirios recibieran tratamiento médico en clínicas y hospitales israelíes como parte de ese esfuerzo.
La experiencia de Israel en el sur del Líbano es recordada como un largo trauma, que ha influido en la manera en que el país piensa sobre la posibilidad de desarrollar sus propios aliados para contrarrestar a Irán
Desde que se reincorporó al gobierno en septiembre, el ministro de Asuntos Exteriores, Gideon Saar, ha estado pidiendo que Israel fortalezca los lazos con los kurdos y drusos en el extranjero para crear una “alianza de minorías” contra Irán. En la ceremonia de cambio de mando de manos del ministro saliente Israel Katz, Saar presentó una visión de alianzas con comunidades de todo el Medio Oriente, diciendo que las minorías de la región deben mantenerse unidas. “En una región en la que siempre seremos una minoría, las alianzas naturales serán con otras minorías”, expresó.
Netanyahu, quien en el pasado apoyó abiertamente la independencia kurda en Iraq, ha sido menos explícito y se ha limitado a decir: “Ofrecemos una mano de paz a todos los que están más allá de nuestra frontera en Siria: a los drusos, a los kurdos, a los cristianos y a los musulmanes que quieran vivir en paz con Israel”.
Parece haber al menos cierta receptividad a la idea. A principios de diciembre, un vídeo no verificado que circulaba en las redes sociales supuestamente mostraba a un miembro de la comunidad drusa en la aldea de Hader, en el sur de Siria, pidiendo que la comunidad se anexionara al lado israelí de los Altos del Golán. Esta semana, los kurdos sirios se pusieron en contacto con Israel para establecer un canal de comunicación, según se informó a The Times of Israel.
Si los líderes israelíes reconocen la oportunidad creada por sus éxitos militares, hay mucho que aprender de la experiencia del país con los intermediarios en el Medio Oriente.
En una región diversa, con alianzas en constante cambio, Israel siempre tiene socios potenciales, incluso entre las comunidades árabes. No tiene por qué actuar solo, ya que otros socios regionales y occidentales tienen intereses superpuestos. Y en muchos casos, las capacidades, la ubicación y actitud proactiva de Israel significan que puede apoyar a los intermediarios de maneras que otros no pueden hacer.
Aun así, el enfoque conlleva riesgos. Los intereses de los intermediarios no coinciden totalmente con los del patrón, y ambos pueden encontrarse trabajando con propósitos opuestos. Si Israel no tiene cuidado, puede verse arrastrado a conflictos en contra de su mejor criterio; y como ya ha sucedido, podría ser culpado por crímenes cometidos por un intermediario.
«Creo que hay oportunidades», dice Elbaz. «Lo que nos limitará es nuestro miedo a involucrarnos demasiado».
*Periodista, reportero diplomático de The Times of Israel.
Fuente: The Times of Israel.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
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