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| lunes enero 13, 2025

SHEMOT 5785


B’H

Éxodo 1:1-6:1

Los Hijos de Israel se multiplican en Egipto. Amenazado por la creciente cantidad de Israelitas, el Faraón los esclaviza y ordena a las parteras hebreas Shifra y Pua, matar a todos los varones que nazcan. Cuando ellas no cumplen, manda a su propia gente a arrojar a los bebes hebreos al Nilo.

Iojeved, la hija de Levi, y su marido Amram tienen un hijo. El niño es colocado en un canasto en el río, mientras su hermana, Miriam, observa desde lejos. La hija del Faraón descubre al niño, lo cría como propio y lo llama Moshé.

Ya de joven, Moshé deja el palacio y descubre las dificultades de sus hermanos. Ve a un egipcio golpeando a un hebreo y mata al egipcio. Al día siguiente ve dos judíos peleando entre ellos; cuando los advierte, éstos revelan lo que Moshé hizo el día anterior, por lo que se ve forzado a huir de Egipto hacia Midián. Allí rescata a las hijas de Itró, se casa con una de ellas – Tzipora, y se vuelve el pastor del ganado de su suegro.

Di-s se aparece a Moshé en una zarza ardiente al pie del Monte Sinaí, y le ordena ir hacia el Faraón y exigirle: «Deja ir a mi pueblo, para que Me sirvan». Aarón, el hermano de Moshé, es designado como su portavoz. En Egipto, Moshé y Aarón reúnen a los ancianos del pueblo de Israel para decirles que el tiempo de la redención llegó. La gente les cree; pero el Faraón se niega a dejarlos ir, además intensificando el sufrimiento del pueblo.

Moshé retorna hacia Di-s y protesta: «¿Por qué has hecho el mal con esta gente?». Di-s le promete que la redención está cercana

 

DESCONOCIMIENTO CONSTANTE

Un nuevo rey, que no sabía de Iosef, tomó el poder en Egipto. (Éxodo 1:8)

 

A lo largo de su milenaria historia el pueblo judío ha contribuido al progreso de los países que lo han albergado durante su exilio. España, Polonia, Alemania, Francia. En todos ellos el judío ha dejado su huella, tanto a nivel comercial, como científico, político y artístico. Pero no importa cuánto se haya esforzado, no importa cuán identificado se ha sentido con esos países, siempre surge un “nuevo rey que no sabía de Iosef”, y entonces se producen los ataques, la discriminación, las expulsiones y las masacres, y todo ese esfuerzo puesto por el judío para que ese país progrese queda en la nada.

 

Por nombre y número

Por Itzjak Meir Kagan

«Estos son los nombres de los hijos de Israel que vinieron a Egipto: Reubén, Shimón…» (Éxodo 1:1).

El famoso comentarista Rashi escribe: «A pesar que Di-s ya los enumeró por nombre cuando vivían, los enumera nuevamente a su muerte para expresar el amor de Di-s por ellos, pues ellos son comparados con las estrellas que Él las saca y recoge por nombre y número, como está dicho: ‘Él saca sus ejércitos por número, Él las llama por nombre’».

Israel es comparado a las estrellas.

Cada estrella tiene dos aspectos diferentes. Está la cualidad común a todas las estrellas —la importancia y grandeza de cada estrella como estrella. Esto amerita que sean mencionadas por número, porque las cosas preciosas e importantes son contadas cuidadosamente. Sacando las estrellas «por número» muestra lo precioso de todas las estrellas, pero no expresa las características individuales de cada estrella particular. Esto encuentra expresión en el nombre de la estrella: las cualidades que distinguen una estrella de otra, las propiedades que posee cada estrella que son únicamente de ella sola, la influencia particular que ejerce en el cosmos diferente de las otras estrellas —todo eso amerita que cada una sea llamada por su propio nombre, como declara el profeta, «Di-s las llama por nombre».

Es evidente entonces que «nombre» y «número», a pesar que ambos indican importancia, expresan dos —y a menudo contradictorios —aspectos del objeto numerado y nombrado. Número expresa ese aspecto común a todas las cosas enumeradas. Si varios objetos son contados juntos es a causa del elemento común que comparten (objetos que no comparten un factor común no pueden ser contados juntos). Por el otro lado, el nombre expresa esa cualidad por la cual se diferencia el objeto, separado y diferente de otro objeto, por la que cada uno tiene un nombre diferente.

Israel también posee los dos aspectos: Está la esencia del judío, la «parte de Di-s en lo alto», poseída por cada judío como judío; el Todopoderoso hace conocer este cariño al mencionar a los hijos de Jacob por número. Al enumerar Di-s a los judíos por nombre, por el otro lado, expresa Su amor por cada individuo como un alma separada, distinta y única, con cualidades que no comparte con otra. (www.es.chabad.org)

La luz en medio de la oscuridad

Rav Jonathan Sacks

Es una de las heroínas más inesperadas de la Biblia hebrea. Sin ella, tal vez Moshé no habría sobrevivido. Toda la historia del Éxodo hubiera sido diferente. Ella no era una israelita. Con su coraje, no tenía nada que ganar y mucho que perder. Sin embargo, parece que no tuvo dudas, no experimentó ningún arrepentimiento, no titubeó. El faraón fue quien afligió a los hijos de Israel, y otro miembro de su propia familia salvó el vestigio decisivo de esperanza: la hija del faraón.

Recordemos el contexto. El faraón había decretado la muerte de todos los niños varones israelitas. Iojeved, la esposa de Amram, tuvo un bebé. Durante tres meses pudo ocultar su existencia, pero luego ya no fue posible. Temiendo que lo mataran si seguía escondiéndolo, lo colocó en el Nilo, dentro de una canasta, esperando contra todas las probabilidades que alguien pudiera encontrarlo y le tuviera misericordia. Entonces, esto fue lo que sucedió:

La hija del faraón descendió para bañarse en el río, y sus doncellas caminaron junto al río. Ella vio la canasta entre los juncos y envió a su criada y la tomó. La abrió y vio al niño. Y he aquí un jovencito que lloraba. Se apiadó de él y dijo: «Este es uno de los niños hebreos» (Éxodo 2:6).

Prestemos atención a la secuencia. Primero ella vio que era un niño y le tuvo misericordia. Una reacción natural, humana. Sólo entonces entendió quién debía ser ese niño. ¿Quién más podía abandonar a un niño? Ella recordó el decreto de su padre contra los hebreos. Instantáneamente la situación cambió. Salvar a ese bebé implicaba desobedecer el mandato real. Eso sería algo muy grave para cualquier egipcio, todavía más para un miembro de la familia real (1).

 

Tampoco estaba sola cuando esto ocurrió. Estaba con sus doncellas, a su lado estaba su sierva. Corría el riesgo de que alguna de ellas, en un momento de enojo o sólo por chismear, se lo contara a alguien. Los rumores se esparcían en las cortes reales. Sin embargo, no se inmutó. Ella no le dijo a una de sus siervas que se llevara al bebé y lo escondiera con su familia. Tuvo coraje y compasión. No lo dudó. Y ocurrió algo extraordinario:

La [hermana] del niño le dijo a la hija del faraón: «¿Quieres que vaya y llame a una nodriza de las hebreas para que amamante al niño?». La hija del faraón le dijo: «Ve». La joven fue y llamó a la madre del niño. La hija del faraón le dijo: «Llévate a este niño y amamántalo para mí, y yo te daré tu salario». La mujer tomó al niño y lo amamantó. (Éxodo 2:7-9)

La simplicidad con la cual se narra esto oculta la sorprendente naturaleza de este encuentro. En primer lugar: ¿cómo es posible que una niña, no sólo una niña sino alguien que es miembro de un pueblo perseguido, tuviera la audacia de hablarle a una princesa? Allí no hubo ningún preámbulo. No le dijo «Su alteza real», ni ninguna otra formalidad de la clase que encontramos en cualquier otra narrativa bíblica. Parecen hablar de igual a igual.

Igualmente sorprendentes son las palabras no pronunciadas. Implícitamente, la hermana de Moshé dijo: «Tú sabes y yo sé quién es este niño; es mi hermano bebé». La niña le propone un plan brillante en su simpleza. Si la madre puede mantener al niño en su hogar para amamantarlo, ambas minimizamos el peligro. Tú no tendrás que explicar en la corte cómo apareció de repente este niño. Nosotros nos salvaremos del riesgo de criarlo. Podemos decir que no es un niño hebreo, y que la madre no es la madre sino sólo una nodriza. El ingenio de Miriam se vio acompañado por el acuerdo instantáneo de la hija del Faraón. Ella supo, entendió y dio su consentimiento.

Entonces llega la sorpresa final:

El niño creció y entonces ella [su madre] lo llevó a la hija del faraón y él fue un hijo para ella. Y llamó su nombre Moshé, porque dijo: «De las aguas lo extraje» (Éxodo 2:10).

La hija del faraón no tuvo un sólo momento de compasión al rescatarlo. Ella tampoco olvidó al niño. El paso del tiempo no hizo que disminuyera su sensación de responsabilidad. No sólo seguía comprometida con su bienestar, sino que tomó la estrategia más arriesgada. Ella adoptó al niño y lo crió como su propio hijo (2). Esto fue un acto de mucho valor.

Sin embargo, el detalle más sorprendente está en la última frase. En la Torá, los padres son quienes dan al niño su nombre, y en el caso de un individuo especial, se lo da Dios mismo. Dios fue quien dio el nombre Itzjak, el primer bebé judío; un ángel de Dios le dio a Iaakov el nombre Israel; Dios cambió los nombres de Abram y Sarai a Abraham y Sará. También encontramos un nombre adoptivo, Tzafenat Paneaj, el nombre por el cual Iosef era conocido en Egipto. Sin embargo, Iosef siguió siendo Iosef. Es sorprendentemente extraño que el héroe del Éxodo, el más grande de todos los profetas, no llevara el nombre que sin dudas Amram y Iojeved usaron hasta ese momento, sino el nombre que le dio su madre adoptiva, una princesa egipcia. Un Midrash habla sobre este tema:

Esta es la recompensa de aquellos que hacen el bien. Aunque Moshé tuvo muchos nombres, el único por el cual es conocido en toda la Torá es el nombre que le dio la hija del Faraón. Incluso el Santo, Bendito Sea, lo llamó por ese nombre (3).

De hecho, Moshé (Mses) es un nombre egipcio que significa «hijo», como vemos en Ramsés (que significa hijo de Rá. Rá era el más grande de todos los dioses egipcios).

¿Quién era entonces la hija del Faraón? En ninguna parte se la nombra explícitamente. Sin embargo, el Primer Libro de Crónicas (4:18) menciona a una hija del Faraón, llamada Batya, y fue ella a quien los sabios identificaron como la mujer que salvó a Moshé. El nombre Batya significa «la hija de Dios». A partir de esto, los sabios extrajeron una de sus lecciones más impactantes: «El Santo, bendito sea, le dijo: ‘Moshé no era tu hijo, sin embargo, lo llamaste tu hijo. Tú no eres Mi hija, pero yo te llamaré Mi hija'»(4). Añadieron que ella fue una de las pocas personas (la tradición enumera nueve) que fueron tan justas que entraron al paraíso en vida (5).

Pensemos en esta historia pero en vez de leer «la hija del faraón», leamos «la hija de Hitler» o «la hija de Stalin» y entenderemos todo lo que estaba en juego. La tiranía no puede destruir la humanidad. El coraje moral a veces puede encontrarse en lo más profundo de la oscuridad. Que la Torá misma relate la historia de esta forma tiene grandes implicaciones. Significa que cuando se trata de personas, nunca debemos generalizar ni estereotipar. Los egipcios no eran todos malvados: incluso del mismo faraón nació una heroína. Nada puede mostrar con más fuerza que la Torá no es un texto etnocéntrico; que debemos reconocer la virtud donde sea que se encuentre, incluso entre nuestros enemigos, y que el eje básico de los valores humanos (humanidad, compasión, coraje) es realmente universal. La santidad puede que no lo sea, pero la bondad sí.

Fuera de Yad Vashem, el museo del Holocausto en Jerusalem, hay una avenida dedicada a los gentiles justos. La hija del faraón es el símbolo supremo de lo que ellos hicieron y de lo que fueron. Yo me siento profundamente conmovido por ese encuentro en la orilla del Nilo entre una princesa egipcia y una niña israelita, la hermana de Moshé, Miriam. El contraste entre ellas, en términos de edad, cultura, estatus y poder, no podría ser más grande. Si embargo, su profunda humanidad eliminó todas las diferencias, toda las distancias.

La historia de dos heroínas que deben inspirarnos.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Al ver que [la hija del faraón] quería salvar a Moshé, ellas [las siervas] le dijeron: «Señora. Se acostumbra que cuando un rey de carne y hueso emite un decreto, incluso si todo el mundo no lo cumple, por lo menos sus hijos y los miembros de su familia lo cumplen. ¡Pero usted transgrede el decreto de su padre!» (Sotá 12b)
  2. Sobre la adopción de un niño expósito en el mundo antiguo, ver Nahum Sarna, «Exploring Exodus» (Nueva York: Schocken, 1986), 31-32.
  3. Shemot Rabá 1:26
  4. Vaikrá Rabá 1:3
  5. Derej Eretz Zuta 1

 

 
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