B’H
Éxodo 13:17-17:16
Poco tiempo después que los Hijos de Israel salieron de Egipto, el Faraón los persigue para forzarlos a volver; los israelitas se encuentran atrapados entre el ejército del Faraón y el mar. Di-s le dice a Moshe que eleve su bastón por sobre el agua; el mar se abre para dejar pasar al pueblo judío, y luego se cierra sobre los egipcios. Moshé y los Hijos de Israel entonan una canción de alabanza y agradecimiento a Di-s.
En el desierto, la gente sufre sed y hambre y repetidamente se quejan ante Moshé y Aarón. Di-s endulza milagrosamente las amargas aguas de Mará, y luego hace que Moshé extraiga agua de una roca al golpearla con su bastón; hace descender maná del cielo antes del rocío cada mañana para desaparecer del campamento israelita por la noche.
Los Hijos de Israel reciben la orden de recolectar una doble porción de maná los viernes, porque éste no descenderá en Shabat, el día de descanso decretado por Di-s. Algunos desobedecen y salen a recolectar maná en el séptimo día, pero no encuentran nada. Aarón preserva una pequeña cantidad de maná en un jarro, como un testimonio para futuras generaciones.
En Refidím, el pueblo es atacado por Amalek, que es derrotado por las plegarias de Moshe y un ejército reunido por Iehoshua.
Silenciando las Dudas Internas
“Vino Amalek y peleó contra Israel en Refidím”. (Éxodo 17:8)
El ataque físico de la nación de Amalek fue la manifestación externa del ataque espiritual del Amalek interno del pueblo, su duda con respecto al cuidado e intervención de D-os en sus vidas.
Este Amalek interno continúa asediándonos hoy en día, intentando sembrar dudas y enfriar nuestro fervor religioso. Reconoce que D-os existe pero intenta convencernos que D-os es demasiado grande como para preocuparse por los detalles de nuestra observancia judía. Una duda lleva a la otra y eventualmente nuestro Amalek interno nos convence que D-os no está involucrado para nada en la vida humana. Esto, a su vez, causa que abandonemos nuestra búsqueda de Divinidad y espiritualidad.
De este modo, así como el Éxodo de Egipto ocurre nuevamente en cada generación y en cada día, también lo hace la guerra con Amalek. Todos los días, debemos silenciar la voz de duda que busca detener nuestro progreso espiritual. Una vez que dejamos nuestro Egipto interno exitosamente y nos sobreponemos a nuestro Amalek interno, estamos prontos para recibir la Torá nuevamente y entrar en nuestra Tierra Prometida. Implementar exitosamente este proceso de crecimiento espiritual a nivel individual acelerará su implementación colectiva, llevando al mundo a su Redención Mesiánica.
DOS CANTICOS, DOS VISIONES
Este Shabat se lee el Cántico del Mar, que los hijos de Israel entonaron en alabanza a Di-s por haberlos salvado del ejército del Faraón. Pero si observamos atentamente, vemos que en realidad hay dos Cánticos: uno entonado por Moisés y los hombres y el otro por Miriam y las mujeres.
Pero hay algo muy curioso. El Cántico de los hombres consta de 19 versículos que relatan la grandeza del Creador, su poder, el temor que despierta en otros pueblos. En cambio el entonado por Miriam y las mujeres consta sólo de un versículo.
¿A qué se debe esta diferencia? La mente del hombre es especulativa cuando se trata de cuestiones de fe. Necesita que se le explique y explicarse, necesita saber el por qué, el cómo, el cuándo. En cambio la fe de la mujer no necesita de explicaciones, es fe pura y simple, sin agregados. La mujer cree porque lo tiene incorporado en su propia esencia. El hombre cree porque se le explica, y si no acepta la explicación, simplemente no cree. En una palabra, la fe de la mujer es la fe pura y esencial, sin agregados. Y es esa fe la que mantuvo la integridad de nuestro pueblo a lo largo de los siglos.
Los consumidores de Maná
Por Yanki Tauber
Algunos datos sobre el maná: parecía una pequeña semilla, redonda, blanca. Descendía por la noche, intercalada entre dos capas de rocío. Sabía a su comida favorita. No producía pérdida, encapsulando las necesidades nutritivas de su comedor tan precisamente que después de que el cuerpo absorbía lo que necesitaba, no restaba nada. (Esta último provocó que alguno de los Israelitas se sintiera un poco de nauseas por su «pan del cielo»).
Poco después que el maná empezó a bajar, recibimos la Torá en el Monte Sinai. Durante las siguientes cuatro décadas atravesamos el desierto comiendo el maná y aprendiendo Torá. Eso es básicamente todo lo que hicimos (cuando no estábamos metiéndonos en problemas). El Midrash ve una conexión directa entre nuestra dieta y nuestra ocupación, declarando que «La Torá sólo podría entregarse a los consumidores de maná».
Después de cuarenta años de maná y Torá, cruzamos el Río Jordán a la Tierra Prometida. El estudio de Torá seguía siendo una ocupación de jornada completa sólo para la tribu de Levi (y para individuos selectos de otras tribus). Todos los demás empezaron a ganarse la vida trabajando. El maná dejó de caer, y nos cambiamos al «pan de la tierra»- el pan oscuro, voluminoso, cuadrado-el tipo de pan cuyos nutrientes y vitaminas se hallan dentro de un relleno descartable. El tipo del que se digiere en lugar de ser absorbido.
La vida es principalmente desperdicio. Pasamos trabajando todo el día por el dinero, una hora yendo de compras, otra hora cocinando, unos minutos comiendo. ¿Y dónde va la comida? La mayoría de ella pasa derecho a través de nuestros cuerpos al sistema de la cloaca de la ciudad.
¡Nos dan 24 horas por día, la mayoría aplastante de ese tiempo la pasamos durmiendo, conmutando, buscando estacionamiento, aguardando en la línea, revisando el correo electrónico, escuchando discursos, dando excusas, charlando, haciendo un depósito, haciendo un retiro… Y entonces, en esos cinco minutos que realmente estamos haciendo algo, ¡la mitad del tiempo nos sale todo mal!
De hecho, estamos tan acostumbrados a tratar con desperdicios que cuando se nos da algo que es 100% puro oro, empezamos a buscar alguna escoria para librarnos de él. Buscamos faltas en el alma de un ser amado, agendas ocultas en las amistades más bonitas, el «otro lado» en la más virtuosa de las causas. Incluso la bondad es juzgada por ser demasiado buena para ser verdad.
Esto es por qué, dice el Lubavitcher Rebe: «La Torá sólo podía darse a los consumidores de maná». Una nación de consumidores de pan se habría embarcado inmediatamente en un proceso de «digestión». «Ama a tu compañero como a ti mismo»- hubieran dicho- es un material limpio, nutritivo; pero ¿»Cuidar el Shabat»? No es práctico hoy en día. Habrían separado las partes modernas de las partes «primitivas», las partes de sentirse bien de las -no-me siento cómodo-con esta parte, los «hechos históricos» del «el folklore,» lo «científicamente corroborado» de las partes esotéricas, los «rituales» de las «restricciones», etc. etc.
Nuestras necesidades mundanas son de consumidores de pan. Necesitamos saber para discernir, para abrazar lo bueno y rechazar lo malo, para hacer opciones morales. Pero también necesitamos saber cuándo salir de nuestro modo de digestión. Para reconocer cuándo, en un momento raro de gracia, Di-s nos dio un regalo de pura bondad y perfección. El abrirnos a Su Torá, y permitir que su totalidad nos nutra, como el maná lo hacía. (www.es.chabad.org)
Cruzar el mar
Rav Jonathan Sacks
Nuestra parashá comienza con una proposición aparentemente simple:
Y sucedió que cuando el faraón envió afuera al pueblo, Dios no los condujo por la ruta de la tierra de los pelishtim, ya que era cercana, pues Dios dijo: «Quizás el pueblo cambie de idea cuando vea guerra, y regrese a Egipto». Así que Dios hizo que el pueblo hiciera un rodeo por la ruta del desierto hacia el Mar Rojo. Y los hijos de Israel subieron armados de la tierra de Egipto. (Éxodo 13:17-18)
Dios no llevó al pueblo hacia la Tierra Prometida por la ruta de la costa, que hubiera sido más directa. La razón dada es que era una ruta importante, y constituía el camino principal desde donde Egipto podía atacar con fuerzas desde el noroeste, tales como el ejército de los hititas. Los egipcios habían establecido una serie de fuertes a lo largo del camino, lo que a los israelitas les resultaría impenetrable.
Sin embargo, si profundizamos un poco más, esta decisión despierta varias preguntas. En primer lugar: vemos que la ruta alternativa que siguieron potencialmente era incluso más traumática. Dios los llevó por el desierto hacia el Mar Rojo. El resultado, descubrimos muy pronto, es que los israelitas al ver a la distancia que las carrozas de los egipcios los perseguían, no tenían adónde ir. Estaban aterrorizados. No se salvaron del miedo a la guerra. Por lo tanto, la primera pregunta es: ¿Por qué el Mar Rojo? En vista de los hechos, parece que fue la peor ruta posible.
En segundo lugar, si Dios no quería que los israelitas enfrentaran la guerra, y si Él creía que eso llevaría al pueblo a desear regresar a Egipto, ¿por qué los israelitas partieron jamushim, «armados» o «listos para la batalla»?
Tercero: Si Dios no quería que los israelitas enfrentaran la guerra, ¿por qué provocó al faraón para que los persiguiera? El texto lo dice explícitamente: «Yo endureceré el corazón del faraón, y él los perseguirá; y Me glorificaré a través del faraón y de todo su ejército, y los egipcios sabrán que Yo soy Hashem» (Éxodo 14:4). En este capítulo, se nos dice tres veces que Dios endureció el corazón del faraón (Éxodo 14:4,8,17).
La Torá explica esta motivación de «Me glorificaré». La derrota del ejército de Egipto en el mar se convertiría en un recordatorio eterno del poder de Dios. «Los egipcios sabrán que Yo soy Hashem». Egipto podría llegar a entender que había una fuerza más poderosa que las carrozas, los ejércitos y el poder militar. Pero el comienzo de nuestra parashá sugiere que Dios estaba preocupado principalmente por los sentimientos de los israelitas, no por Su gloria ni por lo que creyeran los egipcios. Si Dios deseaba que los israelitas no vieran la guerra, tal como lo declara el primer versículo, ¿por qué orquestó que fueran testigos de este ataque en el mar?
Cuarto: Dios no quería que los israelitas tuvieran una razón para decir: «Regresemos a Egipto». Sin embargo, en el Mar Rojo, ellos le dijeron a Moshé algo muy parecido:
«¿Acaso faltaban tumbas en Egipto que nos sacaste para morir en el desierto? ¿Qué nos has hecho al sacarnos de Egipto? No fue esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: ‘Déjanos y serviremos a los egipcios’? ¡Hubiera sido mejor para nosotros servir a los egipcios y no morir en el desierto!» (Éxodo 14:11-12)
Quinto: Dios claramente quería que los israelitas desarrollaran confianza en si mismos para que tuvieran fuerza para luchar las batallas que deberían enfrentar para conquistar la Tierra Santa. ¿Por qué entonces los llevó en el mar a una situación en la que tuvieron que hacer exactamente lo contrario, dejando todo en manos de Dios?
Moshé dijo al pueblo: «No teman. Manténganse quietos y verán la salvación que Hashem hará hoy por ustedes. Pues así como ustedes han visto hoy a los egipcios, no volverán a verlos jamás. Hashem peleará por ustedes, y ustedes permanecerán en silencio» (Éxodo 14:13-14)
El milagro que tuvo lugar a continuación quedó tan grabado en las mentes judías que lo recitamos en nuestro Servicio Matutino en el Cántico del Mar. Que el mar se partiera fue, de esta forma, el mayor de todos los milagros. Pero eso no contribuyó a la confianza y la seguridad de los judíos en sí mismos. «Hashem peleará por ustedes, y ustedes permanecerán en silencio». Los egipcios fueron derrotados no por los israelitas sino por Dios, y no por una guerra convencional sino por un milagro. ¿De qué manera esto ayudó a los israelitas a tener coraje?
Sexto: la parashá culmina con otra batalla, esta vez contra los amalequitas. Pero esta vez, no hay quejas por parte del pueblo, no hay miedo, trauma ni desesperanza. Iehoshúa lidera al pueblo en la batalla. Moshé, apoyado por Aharón y Jur, está de pie en la cima de una montaña, con los brazos extendidos hacia el cielo, y cuando el pueblo mira hacia arriba, se ven inspirados, fortalecidos, y prevalecen.
¿Dónde quedó el miedo del cual habla el primer versículo de nuestra parashá? Al enfrentar a los amalequitas, que en cierta medida eran más temibles que los egipcios, los israelitas no dijeron que querían regresar a Egipto. El absoluto silencio por parte del pueblo es el mayor contraste posible con sus quejas previas por el agua y el alimento. Los israelitas resultaron ser buenos guerreros.
Entonces, ¿por qué el cambio repentino entre la apertura y el cierre de nuestra parashá? Al comienzo, Dios es protector y obra milagros. Al final, Dios está más oculto. Él no lucha en la batalla contra los amalequitas. Les da a los israelitas la fuerza para hacerlo por sí mismos. Al comienzo, al enfrentar a los egipcios los israelitas entran en pánico y dicen que nunca deberían haber salido de Egipto. Al final de la parashá, al enfrentar a los amalequitas, luchan y ganan.
¿Qué ha cambiado?
La respuesta, en mi opinión, es que tal vez tenemos aquí registrada la primera instancia de lo que luego se convirtió en una estrategia militar clave. En uno de los ejemplos más famosos, cuando intentó apoderarse del poder, Julio César ordenó a su ejército que cruzara el Rubicón. Ese acto estaba estrictamente prohibido por la ley romana. Él y el ejército debían ganar, o de lo contrario serían ejecutados. De aquí surge la frase «cruzar el Rubicón».
En 1519, Cortés, el comandante español que conquistó México, quemó las naves que habían transportado a sus hombres. Ahora sus soldados no tenían la posibilidad de escapar. Tenían que ganar o morirían. De aquí surgió la frase «quemar las naves».
Lo que estas tácticas tienen en común es la idea de que a veces tenemos que acomodar las cosas para que no haya vuelta atrás, que no haya posibilidad de retirada, ninguna posibilidad de escapar por miedo. Es una estrategia radical, que se toma cuando se apuesta alto y cuando se requiere una reserva excepcional de coraje. Esa es la lógica de los eventos de la parashá de esta semana, lo que de otro modo sería difícil de entender.
Antes de cruzar el Mar Rojo, los israelitas estaban atemorizados. Pero una vez que lo cruzaron, no había vuelta atrás.(1) Seguro, todavía se quejaron por el agua y el alimento. Pero su capacidad de luchar y vencer a los amalequitas demostró cuán profundamente habían cambiado. Habían cruzado el Rubicón. Sus naves se habían quemado. Sólo miraban hacia adelante, no había marcha atrás.
El Rashbam hace un comentario interesante, conectando la lucha de Iaakov con el ángel y el episodio en el cual Moshé, al regresar a Egipto, es atacado por Dios (Éxodo 4:24), y también conecta esto con Ioná y su barco en la tormenta.(2) Él dice que los tres sintieron muchísimo miedo por el peligro o la dificultad que enfrentaban, y cada uno quiso escaparse. El ángel de Iaakov, el encuentro de Moshé y la tempestad que amenazó con hundir el barco de Ioná implican formas en que el Cielo hizo desaparecer la línea de retirada.
Cualquier gran emprendimiento despierta miedo. A menudo tememos al fracaso. A veces incluso tememos al éxito. ¿Somos digno de ello? ¿Podremos mantenerlo? Anhelamos la seguridad de lo conocido, la vida tal como fue hasta ahora. Tememos de lo desconocido, del territorio no explorado. La misma travesía deja expuesta nuestra vulnerabilidad. Hemos partido de casa; todavía no llegamos a destino. El Rashbam nos dice que si tenemos estos sentimientos, no debemos sentirnos avergonzados. Incluso las personas más grandes han sentido miedo. El coraje no es no tener miedo, sino tener miedo pero hacerlo de todos modos.
A veces, la única manera para hacer esto es saber que no hay vuelta atrás. Franz Kafka escribió en uno de sus aforismos: «A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar».(3) Eso fue lo que implicó para los israelitas cruzar el Mar, y por eso era esencial que lo experimentaran en una etapa temprana de su travesía. Eso marcó el punto desde el cual no había vuelta atrás, el punto crítico a partir del cual sólo podían seguir hacia adelante.
Creo que algunos de los cambios más positivos en nuestras vidas tienen lugar cuando al enfrentar un desafío, cruzamos nuestro propio Mar Rojo y sabemos que no hay vuelta atrás. Sólo se puede seguir hacia adelante.
Entonces Dios nos da la fuerza para luchar nuestras batallas y ganar.
Aishlatino.com
NOTAS
1) Esta explicación no funciona con la perspectiva del Midrash respecto a que los israelitas emergieron del mar por la misma orilla que habían entrado. Pero hasta donde entiendo, esta es una opinión minoritaria.
2) Rashbam, Comentario sobre Génesis 32:21-29
3) Kafka, Notebooks, 16
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