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| domingo febrero 23, 2025

No todos los palestinos son de Hamás, pero hay que ver qué bien lo disimulan

Hamas monta un espectáculo denigrante para devolver los cadaveres de dos niños, su madre y un anciano y supera un nuevo récord de ignominia


Les reconozco que después del 7 de octubre y de todo lo que supimos en las siguientes semanas pensé –que inocencia la mía pasados los 50– que ya no podría sorprenderme nunca por el salvajismo de Hamás, por la capacidad de esos repugnantes asesinos para destilar el mal en un grado insólito de pureza.

Lo cierto es que el grado de crueldad que los terroristas –y no pocos civiles, no lo olvidemos– desplegaron aquel desgraciado día está por méritos propios entre las cosas más horrendas que se han visto nunca, y eso que la historia de la humanidad está llena de crueldades terribles, muchas de ellas contra el pueblo judío, por cierto. Eso sí, en pocas ocasiones las barbaridades, en lugar de esconderse, se exhibían, como ha ocurrido en esta.

Pero por desgracia me equivocaba y, aunque la verdad es que ya nos temíamos lo peor, la muerte de los dos niños de la familia Bibas –Ariel, de cuatro años cuando fue secuestrada y Kfir, de nueve meses– y de su madre, es un golpe duro, un nuevo giro de tuerca que pone sobre la mesa lo fanático y despreciable que hay que ser para secuestrar a dos niños, mantenerlos encerrados en condiciones infrahumanas y después utilizar sus cadáveres como moneda de cambio.

Y por si ese crimen no fuese suficiente, este jueves Hamás ha montado todo un espectáculo para la entrega de cuatro cadáveres –los de los tres miembros de la familia Bibas y el de Oded Lifshitz, que fue secuestrado con 84 años– subiéndolos a un escenario, con música de fondo y con carteles presentando a Netanyahu como un vampiro y acusando a Israel de las muertes.

Y no es la primera vez: muchas de las entregas de rehenes anteriores han tenido un formato muy parecido, en todas ha habido un público numeroso y enfebrecido y en todas los rehenes, después de tener que soportar casi 500 días encerrados en túneles como zulos, siendo agredidos, pasando hambre y temiendo cada minuto ser asesinados, han tenido que terminar su cautiverio soportando los insultos y el odio de masas de fanáticos repugnantes. Vean las imágenes de este jueves:

¿El problema es sólo Hamás?

Llegado este punto, creo que hay que hacer una reflexión un poco más allá de señalar a los terroristas como únicos culpables de algo tan atroz. Lo voy a decir con claridad: una sociedad que permite que algunos de su miembros –¡sus máximos dirigentes!– lleguen a este nivel de perversión moral tiene un problema más allá de la existencia de una banda terrorista.

Y esta reflexión viene muy a cuenta ahora, pero no es sólo por lo que ha ocurrido este jueves: el propio 7 de octubre la primera oleada de criminales que llegó a Israel estaba compuesta por terroristas de Hamás, la segunda eran miembros de otras organizaciones terroristas de la Franja de Gaza, pero la tercera era de civiles, gente presuntamente normal que aprovechó la ocasión para asesinar, saquear y violar.

Gente, por cierto, que con mucha frecuencia recibía la ayuda vital de aquellos a los que mataban, robaban o violaban: muchos de los asesinados eran parte de ONG que llevaban medicamentos a la Franja o enfermos a hospitales israelíes o daban trabajo a palestinos, ofreciéndoles sueldos varias veces superiores a lo que podían ganar dentro de Gaza.

 

Sigamos: ese mismo 7 de octubre, cuando los comandos de asesinos llegaban a Gaza con algunos rehenes auténticas multitudes los recibían gritando a «¡Alá es grande!», insultando a los aterrorizados secuestrados e incluso escupiéndoles o agrediéndoles.

Y después, con todas las atrocidades que se han conocido, con el coste terrible que la guerra estaba teniendo para los propios gazatíes, que yo recuerde ningún personaje relevante de la sociedad o la política palestina ha criticado a Hamás por sus salvajadas –alguno sí pero no por los crímenes sino por sus consecuencias–. Y ya no públicamente, tampoco en la calle: el 75% de los palestinos apoyaba la masacre del 7 de octubre según una serie de encuestas, mientras que sólo un 13% la rechazaba.

Los sondeos, por cierto, se desarrollaron tanto en Gaza como en Cisjordania y no las hizo una empresa israelí sino una palestina.

Y por último pero no menos importante, quizá en alguno de los poquísimos casos en los que Israel ha logrado liberar a uno de los rehenes en manos de Hamás o de otras organizaciones terroristas un confidente palestino tuvo algo que ver, pero más allá de eso ni uno solo de los secuestrados ha podido escapar porque se hayan apiadado de ellos sus secuestradores, que en algunos casos también eran civiles. O ya no los secuestradores, un vecino, alguien que hubiese visto algo, el primo de uno de Hamás. No, nada de nada.

Sí ya sé que en una dictadura atroz como la de Hamás ayudar a los perseguidos es un riesgo tremendo, pero hasta en el Berlín nazi unos 1.700 judíos sobrevivieron escondidos durante la II Guerra Mundial y el Holocausto. Son pocos, sí, pero bastantes más que cero. Y, aunque se les parecen muchísimo y sin duda tienen las mismas intenciones, no me van a convencer que los de Hamás son peores que Hitler y los suyos.

Dicho todo lo anterior, es obvio que no todos los palestinos son miembros de Hamás, yo mismo he hablado durante esta guerra, vía telefónica, con una persona que estaba allí y pedía para la Franja un futuro sin los terroristas, pero aunque no lo sean se empeñan muy bien en disimularlo y, la triste verdad, es que ese pueblo por el que tantos rasgan sus vestiduras en Occidente es una sociedad enferma de odio que sólo entiende el lenguaje de las armas y que no puede ser un socio para una paz duradera.

Y sostenido por una sociedad enferma, ese Estado palestino que algunos nos venden como la solución mágica para la paz sólo sería un capítulo más cruel y asesino de esta larga guerra.

PD.: Publicado ya este artículo me entero de que el cadáver que se suponía que era de Shiri Bibas en realidad es de una mujer gazatí desconocida.

 

Carmelo Jordá-Libertad Digital

 
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