Justo empezaba a respirar 2025 y ya teníamos el primer atentado: el coche de Shamsud Din Jabbar aprovechaba las fiestas de celebración de fin de año para perpetrar un atropello masivo en Nueva Orleans. Resultado: 15 muertos y 38 heridos. El 22 de febrero, un ciudadano español era apuñalado en Berlín. En este breve lapso de tiempo, el terrorismo de inspiración yihadista ha actuado, según el observatorio del terrorismo, en unos veinte países y ha perpetrado atentados prácticamente cada día, con una suma de miles de muertes. Es importante recordar este hecho porque a menudo tendemos a hablar del terrorismo cuando asesina en Occidente, pero la lacra del yihadismo está dejando una ristra de muertes larguísima que atraviesa todo el planeta. Por poner un ejemplo, la ofensiva del Daesh en Somalia (IS-Somalia) ha crecido de tal manera que, solo en el mes de enero, ya se han registrado decenas de ataques con participación de múltiples terroristas extranjeros vinculados a la organización. Lo mismo pasa en Sudán, donde se suma el terrorismo a la guerra abierta, con una crisis humanitaria de más de 8,5 millones de desplazados. Pero está en el Sahel, en la franja que pasa por Burkina Faso, Mali, Níger y Chad, donde se está generando una catástrofe geopolítica que todavía no ha estallado en toda su dimensión. Solo en Burkina Faso se calcula que han muerto 4.000 personas desde 2021 y en Mali más de 5.000, territorio donde el Daesh intenta crear un nuevo califato. Y mientras el aumento de la acción terrorista del Estado Islámico y de las franquicias de Al Qaeda, sumadas a la acción terrorista de Boko Haram, produce auténticas matanzas en estos países, en Occidente se empieza a percibir el aumento del yihadismo individual, mimético con el crecimiento del terrorismo global.
La primera cuestión, pues, que hay que plantear es que el fenómeno yihadista no solo no ha desaparecido, sino que se está reforzando en las zonas más inestables del planeta, donde adquiere renovado poder. La segunda, que la posibilidad de un ‘revival’ de grandes atentados en Occidente no es descartable en absoluto (recordemos el atentado del Daesh en Moscú), y representa una preocupación de primer nivel para los servicios de inteligencia. La tercera es que, más allá de sufrir atentados a gran escala, es un hecho incontestable que ya estamos en plena fase de crecimiento del yihadismo individual, es decir, la acción terrorista de personajes autorradicalizados en línea, convencidos de la premisa que una sola persona apuñalada en Alemania, o en Francia o en nuestro país, ya es una yihad completa. Este es el fenómeno más difícil de perseguir y de combatir porque, en general, no nace de ninguna conspiración grupal, sino de la voluntad individual y solitaria. En realidad es un concepto que nació de la ‘nueva yihad’ de un ideólogo del yihadismo de gran influencia, Mustafá Setmarian, autor de famosos artículos, algunos de ellos publicado en ‘Inspire’, la revista en inglés de Al Qaeda, y responsable de desarrollar las tácticas modernas de terrorismo. Ideólogo de ‘el amor en la muerte’ -“la única herramienta para poder destruir el enemigo” (Sic)- y crear un califato mundial, Setmarian es el autor de la frase siguiente, respecto a qué tiene que hacer un musulmán comprometido con la yihad ante los ‘infieles’: “si eres una mujer o un musulmán cobarde, insúltalos, escupe, que noten su desprecio; si tienes un puñal, clávaselo en el corazón; si tienes una pistola, dispara; si tienes un camión, atropella; si tienes un kalashnikov, haz una matanza”. De esta filosofía de la yihad individual se derivan muchos de los atentados de los últimos tiempos, incluyendo los sufridos este mismo 2025 y, no hace falta decirlo, el reciente perpetrado en Mannheim.
La amenazada del yihadismo, pues, no solo no ha desaparecido sino que está en un proceso de crecimiento muy preocupante. Y, de momento, la incapacidad de las democracias para impedir la radicalización vía redes es absoluta. Quieren un califato universal, tienen una ideología totalitaria vinculada a conceptos del siglo VII -de aquí viene la idea de los ‘salafs’, los primeros seguidores de Mahoma- pero nos matan con la tecnología del siglo XXI. Es la ideología del mal, heredera del estalinismo y el nazismo, y dotada de la herramienta poderosa de la comunicación global. Un Goebbels con Internet, pasado por el califato.
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