Si Barack Obama o Joe Biden hubiesen anunciado conversaciones directas con Irán, Netanyahu y sus aliados habrían criticado duramente la medida
El presidente estadounidense Donald Trump inició sus declaraciones a la prensa con el primer ministro Benjamín Netanyahu en el Despacho Oval el lunes, felicitándose por su amistad con Israel.
En una declaración con la que muchos israelíes coincidirían, dijo: «Somos amigos de Israel, como saben. Diría que soy, con mucho, el mejor presidente que Israel jamás haya imaginado».
Trump afirmó que Israel se encuentra en una situación muy difícil, y añadió: «Los estamos ayudando y, del mismo modo, ellos nos han ayudado mucho». Ese reconocimiento de reciprocidad, a menudo pasado por alto, es bienvenido. Cuando le tocó hablar a Netanyahu, él también comenzó elogiando la amistad del presidente: «Ha sido un amigo extraordinario del Estado de Israel; nos apoya, nos apoya, es un gran defensor de nuestras vidas».
Poco después, Trump anunció que Estados Unidos iniciaría el sábado negociaciones con Irán sobre su programa nuclear. Ese anuncio plantea una pregunta: «¿Así se comporta el mejor amigo de Israel?».
Netanyahu se enteró así de las negociaciones y, salvo una rápida mirada a sus asesores, no protestó ni expresó preocupación.
Tanto el anuncio como el silencio del primer ministro revelan cuán diferente es la relación entre Estados Unidos e Israel hoy en día, en comparación con la época de Obama, la última vez que un presidente estadounidense se relacionó directamente con los iraníes.
Esta no era la primera vez que Netanyahu se sentaba en el Despacho Oval y escuchaba a un presidente estadounidense hablar sobre conversaciones con Irán. En septiembre de 2013, Netanyahu estuvo presente cuando el entonces presidente Barack Obama, tras una reunión con el primer ministro, reveló que Estados Unidos e Irán ya llevaban cinco meses negociando. Esas conversaciones se llevaron a cabo sin el conocimiento de Israel.
Ese secretismo marca una diferencia clave. Obama mantuvo a Israel al margen, y aquellas conversaciones finalmente condujeron a la firma del acuerdo nuclear iraní de 2015 en contra de la voluntad de Israel y a pesar de sus profundas reservas.
En cambio, Trump anunció a Israel su intención de negociar con Irán antes de que comenzaran las conversaciones, lo que permite a Israel participar. Este es un cambio significativo, y ayuda a explicar la discreta reacción pública de Netanyahu.
En esta ocasión, ninguna «fuente anónima de alto nivel» informó a los periodistas que dialogar con Irán liberaría a Teherán de responsabilidades, precisamente cuando se encuentra en su punto militarmente más débil en años, y mientras las capacidades de sus aliados (Hamás, Hezbolá, los hutíes, Siria y las milicias iraquíes) se han visto gravemente degradadas. Nadie ha expresado que este es el momento de aumentar la presión, no para la diplomacia. Los «altos funcionarios» no han advertido que Irán aprovecharía las conversaciones para quedarse quieto hasta alcanzar un punto de no retorno nuclear, o hasta reconstruir las defensas antiaéreas que Israel le destruyó el año pasado.
¿Por qué nadie le ha presentado estos argumentos a Trump? Ni Netanyahu ni nadie de su entorno lo ha hecho. ¿Por qué no? Porque Trump, a través de numerosas acciones desde que asumió el cargo en enero, ha demostrado ser un fiel partidario de Israel.
Trump anunció que Estados Unidos iniciaría el sábado negociaciones con Irán sobre su programa nuclear. Ese anuncio plantea una pregunta: «¿Así se comporta el mejor amigo de Israel?»
Pero ese apoyo tiene un precio. En este caso, el precio es la pérdida de cierta autonomía. Dado todo lo que Trump ha hecho por Israel, ahora es políticamente impensable que Jerusalén le diga «no» a este presidente.
Si Barack Obama o Joe Biden hubiesen anunciado conversaciones directas con Irán, Netanyahu y sus aliados habrían criticado duramente la medida. Pero no con Trump, un recordatorio de que incluso las amistades más cálidas tienen condiciones. En este caso, esa condición es la incapacidad de objetar.
Para agravar la situación, a diferencia de gran parte de la era Obama, cuando los republicanos controlaban la Cámara de Representantes, el Senado o ambos, y servían de contrapeso al control demócrata de la presidencia, hoy los republicanos controlan tanto la Casa Blanca como el Congreso. Netanyahu no puede eludir al presidente recurriendo a sus aliados en el Congreso para intentar revocar las políticas de Trump, como hizo con Obama, porque los republicanos controlan tanto la presidencia como la legislatura.
Una nueva realidad se hizo patente en el Despacho Oval este lunes: una amistad sin reservas del presidente hacia Israel, pero una amistad que existe a costa de cierto grado de independencia.
Con Obama, Netanyahu contraatacó públicamente, en voz alta y repetidamente. Con Trump esa oposición ha desaparecido, y el silencio es revelador. Tener en Washington un presidente que nos apoya firmemente ofrece enormes beneficios. Pero esos beneficios tienen un precio: menos margen para la disidencia, y menos espacio para que Israel imponga sus propias líneas rojas cuando difieren de las de Washington.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
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