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| martes abril 22, 2025

Cómo el sueño multicultural de Suecia fracasó desastrosamente

Colin Freeman* para  The Telegraph.


Niños soldados, violencia de pandillas y asesinatos a sueldo han arruinado a un país antaño famoso por su paz

Imagen de portada . La violencia se desató en la ciudad sueca de Malmö en 2023, a raíz de una serie de incidentes en que se quemaron ejemplares del Corán
(Foto: Sky News)

Para mostrarme la gravedad de la delincuencia pandillera en Suecia, el periodista Diamant Salihu solo tuvo que reenviarme algunos mensajes de su teléfono móvil. A primera vista parecen spam, escritos con una tipografía chillona y prometiendo grandes sumas de dinero. Solo al examinarlos con más atención se hace evidente el propósito de los emojis de pistolas y calaveras.

Se trata de los llamados «anuncios de asesinato», publicados en línea por líderes de bandas que ofrecen recompensas a cualquiera dispuesto a ejecutar los homicidios.

«Hay todo tipo de trabajos disponibles», dice uno de los avisos, prometiendo hasta un millón de coronas suecas (unos 100.000 dólares). «La edad no importa», añade otro, lo que explica por qué muchos de los nuevos asesinos a sueldo de Suecia no son sicarios empedernidos, sino niños. Parte del problema es que la ley sueca dictamina que cualquier menor de 15 años es demasiado joven para ser procesado.

«Tenemos tantos niños soldados que ya nadie puede contarlos», suspira Salihu, reportero de investigación de SVT, la versión sueca de la BBC. «Hay niños de tan solo 13 años arrestados».

Un típico “anuncio de asesinato” en las redes sociales de la delincuencia en Suecia
Redes sociales

Hoy en día, en Suecia apenas pasa una semana sin que un adolescente sea arrestado por un asesinato de este tipo, lo que mantiene a Salihu extremadamente ocupado y al público en medio de una crisis nacional sin precedentes. Este experiodista sensacionalista de voz suave, de 41 años, podría ser un personaje de novela negra escandinava, iluminando los rincones más oscuros de la sociedad. Sin embargo, el número de muertos en su área es mucho mayor que en cualquier novela de Stieg Larsson, y hay pocas perspectivas de un final satisfactorio.

La historia que ha investigado durante la última década es, en efecto, un gigantesco misterio sin resolver: ¿por qué Suecia, durante mucho tiempo la envidia del resto de Europa por su paz y prosperidad, de repente sufre tantos asesinatos entre bandas? ¿Por qué, en un país que se enorgullece de acoger inmigrantes, tantos pandilleros pertenecen a comunidades de inmigrantes? ¿Y es la sociedad sueca la culpable, o las propias comunidades de inmigrantes?

Son preguntas que ya ha abordado en dos exitosos libros de reportaje, que han revuelto un avispero que la Suecia liberal prefirió ignorar durante mucho tiempo. Su primer libro, Until Everyone Dies (“Hasta que todos mueran”), narra una guerra entre dos bandas callejeras somalíes que dejó nueve jóvenes muertos. El más reciente, When Nobody’s Listening (“Cuando nadie está escuchando”), es una cartografía las altas esferas de la delincuencia sueca, revelada gracias al desciframiento policial de Encrochat, el servicio de telefonía móvil encriptado que utilizan por pandilleros en toda Europa. Se publica traducido este mes en el Reino Unido, un lugar donde Salihu, migrante de ascendencia kosovar, observó por primera vez las grietas del modelo multicultural mientras trabajaba como corresponsal extranjero para el tabloide sueco Expressen.

Durante los seis meses que pasó trabajando para su periódico en Londres, cubrió las consecuencias de los disturbios de 2011, en los que las bandas tuvieron un papel importante. Dos años después se encontró reportando la misma historia en su país, cuando estallaron disturbios en barrios céntricos por toda Suecia. Al entrevistar a jóvenes locales, Salihu escuchó las quejas habituales sobre el desempleo y la alienación, pero no pudo evitar hacerse una pregunta incómoda: “En las zonas suecas con problemas sociales, no vi el mismo bajo nivel de vivienda ni las mismas diferencias de clase que en el Reino Unido”, me cuenta por Zoom desde Suecia. “Entonces, ¿por qué si en Suecia tenemos un nivel de vida generalmente mayor sufrimos esta escalada de violencia?”.

Es una pregunta que el resto de los 10 millones de ciudadanos suecos también se hace, tras un aumento de la violencia que lleva una década y que alcanzó un máximo de 62 tiroteos mortales en 2022. Esta cifra duplicó la de Inglaterra y Gales, que tienen seis veces más población, y situó a Suecia ese año en el segundo puesto, solo superado por Albania, en muertes por arma de fuego per cápita en Europa.

Los envejecidos clanes de motociclistas, que en su día fueron las bandas callejeras más conocidas de Suecia, han sido reemplazados por mafias étnicas de los Balcanes y el Medio Oriente, en particular el grupo Foxtrot, liderado por kurdos, que abarca buena parte del nuevo libro de Salihu. Foxtrot ocupa un lugar destacado en el narcotráfico sueco, aunque gran parte de su actividad podría calificarse más acertadamente como «crimen desorganizado». Este grupo fue pionero en el sistema de ofrecer recompensas en línea, prestando armas y granadas a cualquier adolescente que buscara hacerse un nombre. Con la policía luchando por mantener el ritmo, incluso pequeños pueblos de provincia han sido testigos de tiroteos y atentados con bombas.

Mientras tanto, los capos de las bandas son elogiados por raperos y los llamados «gangfluencers», un término que entró en la lista de nuevas palabras del Consejo de la Lengua Sueca en 2021. Como se lamenta Ulf Kristersson, el primer ministro de centroderecha del país: «Suecia nunca ha visto algo así».

Y, añade Salihu, no son solo jóvenes de «guetos» de inmigrantes los que reclaman las recompensas. «Ahora también vemos a jóvenes suecos, algunos de entornos desfavorecidos pero otros cuyos padres han tenido éxito. Quizá antes solo habían robado o hecho novillos, pero ahora se involucran en asesinatos».

Un video obtenido por The Telegraph a finales del año pasado mostraba al que parecía ser un joven de 14 años llevando a cabo un asesinato a sueldo para una banda de narcotraficantes. La grabación muestra al adolescente, armado con un rifle Kalashnikov, disparando una lluvia de balas hacia la puerta principal de un apartamento dentro de un bloque residencial. Se dice que lo filmó para demostrar que el asesinato se llevó a cabo.

¿Qué salió mal?

¿Qué ha salido mal? Parte de la culpa, dice Salihu, se debe a las lacras sociales comunes a la mayoría de los barrios multirraciales más empobrecidos de Europa. El desempleo y la discriminación limitan la perspectiva de muchos jóvenes. Los dramas televisivos sobre pandillas, por su parte, a menudo «destacan los aspectos llamativos de la vida pandillera —dinero, respeto, poder—, pero omiten el trauma, la manipulación y las trágicas consecuencias».

Sin embargo, la sensación de fracaso es aún más aguda en Suecia, que desde hace tiempo ha sido una puerta abierta en comparación con otras naciones europeas. Desde la década de 1960, cuando se autodenominó una “superpotencia humanitaria”, ha acogido a quienes huyen de problemas en el extranjero, ya sean estadounidenses que escapaban del reclutamiento para la guerra de Vietnam, disidentes soviéticos, o iraquíes que huían del régimen de Saddam Hussein. En la década de 1990 llegaron refugiados de los Balcanes, y en los últimos años han arribado solicitantes de asilo de Siria, Afganistán y el África subsahariana. Preocupados por no crear «sociedades paralelas», los gobiernos suecos han financiado durante mucho tiempo programas de integración social junto con las oleadas migratorias.

Pero a pesar de ello han surgido sociedades paralelas, explica Salihu, quien vivió hasta los ocho años en la granja de su familia en Kosovo, donde incluso los autos eran un lujo. “Teníamos un caballo y una carreta, como en las películas de Borat”, dice. Su familia huyó antes de la guerra con Serbia en 1998, que acabó con su casa incendiada, y se establecieron en una ciudad de provincia en el centro de Suecia.

“Recuerdo a mi madre rompiendo a llorar cuando supo que su hermano había muerto luchando en la guerra”, recuerda Salihu. “Siempre he pensado que, si me hubiese quedado en Kosovo, quizá no estaría vivo hoy”.

Incluso entonces, alrededor del 20% de sus nuevos compañeros de clase suecos eran inmigrantes como él. Pero también se relacionaba con chicos cuyos padres tenían estudios universitarios y segundas residencias: una visión del sueño sueco al que aspirar. Hoy, dice, en su antiguo barrio ya ni siquiera se vislumbra ese sueño. “Volví allí en 2014 como periodista, y prácticamente todos los niños de la escuela eran de origen migrante. Eso les dificulta aprender sueco correctamente, y no verán lo que yo vi de niño. La sociedad se ha vuelto mucho más segregada. Los suecos acogen con agrado a personas de todo el mundo, pero en realidad no quieren vivir con ellos como vecinos”.

Sin embargo, Salihu no culpa al racismo. En su nuevo libro, por ejemplo, habla de zonas plagadas de pandillas donde madres solteras a menudo crían solas a ocho hijos. Muchos pandilleros a los que ha entrevistado, por otro lado, no culpan a la sociedad ni a sus padres, sino que «eligen activamente ese estilo de vida». «Han tenido todas las oportunidades, hermanos que se han graduado y han conseguido buenos trabajos, pero aun así han elegido el mal camino».

El «mal camino», por desgracia, está abierto a cualquiera que decida responder a un anuncio de asesinato. A veces, los reclutas son dirigidos a sus objetivos a través de trasmisiones en vivo de teléfonos inteligentes, y luego se les ordena que filmen su acción. En diciembre pasado, un asesino se filmó usando una cámara GoPro mientras mataba a tiros al rapero sirio Ninos Khouri en un estacionamiento.

Los líderes de las bandas también cultivan una presencia sectaria en redes sociales, y sus seguidores a menudo se oponen a la cobertura poco halagadora de periodistas como Salihu. Cuando un exmiembro de Foxtrot, Mustapha al-Jubouri, difundió un vídeo en el que revelaba que había fingido su propia muerte, blandiendo un Kalashnikov dorado para demostrar que seguía vivo, sus acólitos criticaron a Salihu en una trasmisión de Instagram. «Lo vieron 20.000 personas», afirma Salihu, quien mantiene en secreto su domicilio. «¿Cómo es que Instagram no hizo nada al respecto, sabiendo qué tipo de personas están implicadas, que incitan al asesinato y amenazan a periodistas?»

El periodista Diamant Salihu se especializa en el tema de las pandillas de inmigrantes en Suecia, por lo que ha sido amenazado de muerte

La amenaza de las bandas en Suecia también se está extendiendo al extranjero, incluyendo al Reino Unido. En 2022, Anis Hemissi, kickboxer de ascendencia tunecina, fue encarcelado por asesinar a Flamur Beqiri, un capo de la droga sueco-albanés abatido a tiros frente a su casa en Battersea. La policía sueca también busca a un gángster de 25 años sospechoso de asesinar a dos agentes de viaje británicos, Juan Cifuentes y Farooq Abdulrazak, abatidos a tiros durante un viaje de negocios a la ciudad de Malmö el pasado julio. Sus familias insisten en que no tenían vínculos con pandillas.

Para complicar las cosas, muchos gángsteres también tienen escondites en el Medio Oriente, donde las conexiones familiares a veces los protegen del arresto. Al-Jubouri publicó su video de «regreso» desde Iraq, mientras que el líder de Foxtrot, Rawa «El Zorro» Majid, huyó a Turquía hace seis años, nacionalizándose para evitar la extradición. Al parecer es propietario de un apartamento de lujo en Estambul, desde donde continuó librando disputas entre bandas a distancia antes de, aparentemente, huir a Irán.

Con el Partido Demócrata Sueco, de extrema derecha y antiinmigrante, atrayendo ahora a uno de cada cinco votantes suecos, el gobierno ha estado intentando frenar el problema de las pandillas. Las penas de cárcel se han incrementado significativamente para los menores, que antes se libraban con tan solo tres años de prisión por asesinato. Gracias al descifrado de Encrochat —que permitió a las fuerzas policiales de toda Europa espiar los planes de los gángsteres—, alrededor de 400 delincuentes suecos han sido encarcelados.

Los políticos suecos también piden restricciones al uso de las redes sociales para detener los «anuncios de asesinato», algo que, según advierte Salihu, podría extenderse al Reino Unido. «Ustedes también podrían acabar teniendo niños soldados, justo como nos enfrentamos a esta crisis en Suecia», afirma. Señala que, si bien las leyes británicas más estrictas sobre armas de fuego implican que los tiroteos son menos frecuentes, los delitos con arma blanca son casi igual de graves: en los 12 meses previos a marzo de 2024, 57 menores de 25 años murieron apuñalados, 17 de ellos menores de 16.

Pero aunque los asesinatos con armas de fuego en Suecia han disminuido (el año pasado se registraron 45), Salihu teme que la causa subyacente de la violencia siga latente. También indica que los pandilleros están atrayendo a pagadores mucho más peligrosos que los delincuentes comunes. Hace un año, las autoridades suecas acusaron a Irán de reclutar pandilleros locales para atacar intereses israelíes en Europa, incluida la embajada de Israel en Estocolmo, donde se encontró una granada activa.

El mes pasado, Washington sancionó a la red Foxtrot por los ataques, alegando que había «cooperado específicamente» con Teherán. Con esto en mente, Salihu teme que algún día no solo los pandilleros vivan con el temor de ser blanco de «anuncios de asesinato». “Si permitimos que estos criminales se vuelvan más poderosos, temo que nuestras instituciones democráticas se vean sometidas a presiones, ya sea a fiscales o a periodistas; yo mismo sentiría mucho más miedo”, añade. “Estos tipos son depredadores. Hay que plantarles cara, no retroceder”.

*Periodista y escritor.
Fuente: The Telegraph.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.

 
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