RTVE: La Normalización Del Odio

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El propósito del periodismo es, a priori, dar cuenta, de la manera más acabada posible, de sucesos de la realidad – es decir, que le indica a la audiencia qué es lo relevante y, mayormente, cómo debe pensar sobre el tema; a la vez que le resta importancia a, o directamente ignora, otros hechos similares.

Esta profesión, siguiendo lo que sostenía Yuval Noah Harari en su libro Nexus, “crea nuevas realidades” a través de su producto, la noticia, “al conectar entre sí cosas dispares”; de lo que resulta que no es la representación su rasgo definitorio, sino esa misma conexión – es decir, su hacer. De tal manera que la información “coloca cosas en formación”; por ejemplo, posiciona “opresores” ante “oprimidos” o alinea a la audiencia con viejos estereotipos y “teorías” que colocan a los judíos como encarnación o envidados del mal.

Porque la cobertura sobre Israel cada vez más cae en esos viejos prejuicios, en los atajos para llegar a la “culpabilidad” pretendidamente innata del pueblo judío – hoy representado, como nombre, por el estado de Israel. Cada vez más, y de manera más abierta, descarada: relegitimando un relato que, más que procurar, no ya reflejar, aunque distorsionada, la realidad, sino suplantarla o, si se quiere, la crearla: la noticia es la realidad. De forma que la “verdad”, así, será aquella que decrete ese “periodismo” como tal – esas ONG, esos entes internacionales.

Este proceder abre, por necesidad e inevitabilidad, la ventana de Overton, normalizando el odio para que sirva de base válida de esa “narrativa”. Pero, claro, una vez de par en par, otras aprobaciones: otras sumisiones, en definitiva.

De ahí que devenga rutina la banalización del Holocausto, equiparándolo con las consecuencias de una guerra urbana iniciada por un grupo terrorista con la complicidad de tantos de sus ciudadanos.

Banalización del Holocausto imprescindible para darle una mano al culto genocida Hamás, disimulado-“validado” detrás de las cifras mentidas que sirven a la “periodista” para reafirmar ya no un sesgo evidente, sino su papel cómplice.