Por Israel


Defendemos un ideal no a un gobierno
Síguenos en Facebook Twitter Twitter YouTube RSS Feed
| miércoles abril 30, 2025

El día que asistí al funeral de un soldado judío que no conocía

Yaffa Ganz* para aishlatino.com/NMI


Una vez asistí a un funeral, un funeral de primavera, en el cementerio militar de Jerusalén. Un soldado israelí había sido asesinado. Otro nombre se sumaba a una lista, una larga lista, de judíos que han dado sus vidas en los últimos 77 años para que el Estado judío de Israel pudiera vivir.

No conocí a este soldado en particular, pero no importaba. Él era uno de los nuestros: nuestros hijos, nuestros soldados, nuestro pueblo. Su nombre era Jason.

Él había llegado a Israel solo, desde Montreal, y se había alistado en las Fuerzas de Defensa de Israel. Ahora sus padres, atónitos, desconcertados, desorientados, habían llegado rápidamente para unirse a él una última vez: para su funeral.

La madre que había dado a luz a un hijo de su vientre ahora lo devolvería al vientre de la tierra. El padre que soñaba con acompañar a su hijo hasta la jupá, ahora lo seguía hasta la tumba.

Era tan joven, su hijo. Lo suficientemente mayor para ser soldado; lo suficientemente mayor para haber hecho aliá, pero apenas terminado con los asuntos de ser un niño. Él pensó que regresaba a su antigua patria para comenzar una nueva vida. ¿Cómo podía saber que regresaba a casa para terminar su corta estancia en este mundo?

El funeral debió haber sido una semana antes, pero tardaron cuatro o cinco días en encontrar su cuerpo. Jason había sido secuestrado y luego brutalmente asesinado por terroristas. Luego, una gran tormenta de nieve en Canadá dejó todos los aviones en tierra. Nadie sabía si sus padres llegarían a tiempo.

Así que miles de extraños vinieron en su lugar. No conocían a Jason personalmente, pero lo reclamaron como suyo, tal vez porque él había llegado solo. Como nuestro padre Abraham, Jason había dejado lo seguro y lo familiar para seguir a su Dios y unirse a su pueblo en la Tierra Prometida.

Él vestía su uniforme caqui y estaba codo a codo con sus hermanos y hermanas, dispuesto a poner en peligro su vida y, si era necesario, hacer el sacrificio definitivo por su bienestar. En el antiguo Egipto, el faraón había enterrado a los bebés judíos en las paredes y monumentos que conmemoraban a los muertos de Egipto. Ahora, los soldados judíos estaban hombro con hombro, formando un muro viviente para proteger a los niños judíos y mantenerlos vivos. Jason estaba con ellos.

Él fue secuestrado, torturado y asesinado por un uniforme caqui, una bandera azul y blanca, una Estrella de David. Porque «en cada generación, se levantan contra nosotros para destruirnos.» Porque él era una piedra brillante y viva en nuestro muro protector. Porque era hijo de Abraham, hijo del pacto, un judío en una tierra judía.

Sus padres pasaron 20 años o más criándolo: a través de fiebres y vacunas, vacaciones de verano, fiestas de cumpleaños, preocupaciones y esperanzas, muchas, muchas esperanzas. Todas fueron puestas a descansar en esa tarde gris de primavera en la Ciudad Santa de Jerusalén.

Un suspiro general

Fui arrastrada por la corriente de personas que marchaban en silencio. Avanzaban callados, aplastando la grava de los senderos bien cuidados bajo sus pies. El aire estaba pesado con silencio y suspiros. A lo largo de los senderos, suspiraban. Personas mayores y jóvenes. Miles y miles de ellos, padres que llevaban bebés, estudiantes con libros, soldados con rifles.

Se detuvieron ante la tumba recién cavada y el suspiro general se oyó de nuevo. Se agruparon, cada uno solo, ante ese horrible hueco en el suelo. La tierra yacía abierta y expuesta, su superficie vuelta como los pliegues de piel sobre el pecho de un ser humano, lista para la cirugía.

¿Era el hueco abierto una herida en el corazón de la tierra? ¿O la tierra había abierto su corazón para acoger a otro hijo y reunir su cuerpo desgarrado por la guerra mientras su alma seguía su camino?

Nadie hablaba. No había palabras. Solo pesados suspiros de corazones cansados.

Los almendros estaban en flor. Flores blancas y espumosas cubrían la cima de la montaña como novias de primavera flotando sobre novios quietos y dormidos. La vida y la muerte se mezclaban como viejos amigos en una fiesta. Para algunos, la vida, con toda su turbulencia, continuaría. Para otros, el tiempo estaba para siempre quieto. La fecha exacta estaba grabada en la piedra.

Incluso los pájaros estaban quietos ese día. Cientos de árboles adornan el Monte Herzl y miles de pájaros llenan diariamente la ladera de la montaña con su música. Pero ese día, todos estaban extrañamente mudos. De repente, un solitario mirlo rompió el muro del silencio con una impresionante serenata.

«¡No desesperes! ¡Esto no es el final! Un alma ha regresado a su Creador, pero aún queda trabajo por hacer, mundos por construir, canciones por cantar. ¡El mundo está vivo con la promesa de la primavera! ¡Dios quiere que la vida continúe!»

Jason ya no estaba, pero Am Israel Jai – su pueblo está vivo.

La multitud escuchó el Kadish y dijo un «Amén» apagado, susurrado. Luego suspiraron.

Llorar en paz

No es fácil cargar con el peso de la Tierra de Israel. No es algo simple ser digno de esta antigua y sagrada patria. Para el judío errante, incluso un pequeño pedazo de tierra, solo lo suficientemente grande para sostener un ataúd militar, tiene un alto precio. Incluso cuando la tierra es nuestra.

El cementerio es pacífico, tranquilo, muy hermoso. La montaña en terrazas con olas de piedras bajas y cuadradas, cada una cuidadosamente adornada con flores brillantes y plantas verdes. Cada piedra tiene una inscripción con un nombre, los nombres de los padres, la fecha de nacimiento, el lugar de nacimiento, la fecha de la muerte. Las letras son silenciosas, pero las piedras lloran por aquellos que murieron para que, después de dos mil años, el pueblo judío pudiera finalmente vivir –en paz– en su propia Tierra Prometida.

Quienes yacen aquí tienen derecho a esta hermosa colina, esta pieza exclusiva de tierra con vistas a la Ciudad Santa de Jerusalén. Lo han pagado con sus valiosas vidas. Y nosotros tenemos derecho a nuestra Tierra Prometida. Pero hay un precio, incluso para una promesa. ¿Cuándo, me pregunto, se pagará el precio completo? Mis ojos vagan a través de las aparentemente interminables filas de piedras. Se llenan de lágrimas.

Comienza a llover. Incluso en el cielo, fluirán las lágrimas.

*Escritora premiada, autora de 40 libros para niños.
Fuente: aishlatino.com.
Versión NMI.

 
Comentarios

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario

Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.

¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.