B’H
Levítico 21:1-24:23
La sección Emor (“Diles”) comienza con las leyes especiales de los Kohanim (“sacerdotes”), del Cohen Gadol (“Sumo Sacerdote”), y del servicio en el Templo: un Cohen no puede volverse ritualmente impuro a través de entrar en contacto con un cadáver, excepto en el caso de la muerte de un familiar cercano. Un Cohen no puede casarse con una mujer divorciada ni con una mujer con un pasado promiscuo; el Cohen Gadol puede casarse solamente con una mujer virgen. Un Cohen con una deformidad física no puede servir en el Santo Templo; tampoco un animal deforme puede ser ofrendado.
Cuando nacen un ternero, un cabrito o un carnero, deben ser dejados con su madre por siete días; queda prohibido degollar a un animal y sus crías en el mismo día.
La segunda parte de Emor da una lista de las festividades anuales del calendario judío. La ofrenda de Pesaj el 14 de Nisán; la festividad de siete días de Pesaj comenzando el 15 de Nisán; la ofrenda de cebada llamada Omer en el segundo día de Pesaj y el comienzo de la Cuenta del Omer por los próximos 49 días, culminando en la festividad de Shavuot en el quincuagésimo día; un “recuerdo del sonido del shofar” el 1 de Tishrei; un solemne día de ayuno el 10 de Tishrei; y la festividad de Sucot – durante la cual uno debe vivir en una cabaña por siete días y tomar las “Cuatro Especies” – comenzando el 15 de Tishrei.
Emor concluye con el incidente de un hombre ejecutado por blasfemar, las penas por asesinato y por injuriar al prójimo o destruir su propiedad (compensaciones monetarias).
SACRIFICIOS SIN DEFECTOS
La Parashá estipula que los animales para los sacrificios debían ser perfectos, sin ningún defecto.
Ahora que no tenemos el Templo y, por consiguiente no hay sacrificios, el servicio en el Santuario es reemplazado por la plegaria. ¿Cómo cumplimos a través de la plegaria la condición de “perfecto y sin defectos”? Tratando que la plegaria no sea solamente un conjunto de palabras pronunciadas en un orden establecido, sino que brote del corazón, que tenga no sólo forma, sino un contenido pleno de fe, amor, y temor al Todopoderoso.
No temer de la grandeza
Rav Jonathan Sacks
En la parashat de esta semana encontramos dos de los mandamientos más fundamentales del judaísmo, mandamientos que tienen que ver con la naturaleza misma de la identidad judía.
«No profanarán Mi santo Nombre y Yo seré santificado entre los hijos de Israel. Yo soy Hashem, que los santifica a ustedes y los sacó de la tierra de Egipto para ser Dios para ustedes. Yo soy Hashem» (Levítico 22:32)
Los dos mandamientos son respectivamente la prohibición de profanar el Nombre de Dios, Jilul Hashem, y el corolario positivo, Kidush Hashem, que nos ordena santificar el Nombre de Dios. ¿Pero en qué sentido podemos santificar o profanar el Nombre de Dios?
Primero tenemos que entender el concepto de «nombre» aplicado a Dios. Un nombre es cómo somos conocidos por los demás. El «nombre» de Dios es por lo tanto Su imagen en el mundo. ¿La gente lo reconoce, lo respeta, lo honra?
El Dios de Israel es el Dios de toda la humanidad. Él creó el universo y la vida misma. Él nos hizo a todos, judíos y no judíos, a Su imagen. Él se preocupa por nosotros: «Su misericordia se extiende sobre todas Sus obras» (Salmos 145:9). Sin embargo, el Dios de Israel es radicalmente diferente de los dioses en quienes creían los antiguos, y la realidad en la cual creen hoy en día los científicos ateos. Él no es idéntico a la naturaleza. Él creó la naturaleza. Él no es idéntico al universo físico. Él trasciende al universo. No somos capaces de delinearlo o cuantificarlo científicamente, a través de la observación, la medida y el cálculo, porque Él no es esa clase de cosas. Entonces, ¿cómo podemos conocerlo?
El argumento radical de la Torá es que Él es conocido, no exclusiva pero principalmente, a través de la historia judía y la forma en que viven los judíos. Como dijo Moshé al final de su vida:
Inquiere ahora acerca de los días primeros que hubieron antes de ti, desde el día que Dios creó al hombre sobre la tierra, y desde un confín de los cielos hasta el otro confín. ¿Acaso ha habido una cosa grandiosa como esta o acaso se ha escuchado algo semejante? ¿Acaso ha escuchado un pueblo la voz de Dios hablando en medio del fuego como tú escuchaste y viviste? ¿Acaso algún dios trató de tomar para sí una nación de dentro de otra nación, con pruebas, señales y maravillas, con batalla y mano poderosa, con brazo extendido e inmensos y terribles actos, como todo lo que Hashem, su Dios hizo por ustedes en Egipto ante sus ojos? (Deuteronomio 4:32-34)
Hace treinta y tres siglos, Moshé ya sabía que la historia judía era y seguiría siendo única. Ninguna otra nación había sobrevivido tales tribulaciones. La revelación de Dios a Israel fue única. Ninguna otra religión se construyó sobre una revelación directa de Dios ante todo un pueblo, tal como ocurrió en el Monte Sinaí. Por lo tanto, Dios, el Dios de la revelación y de la redención, es conocido en el mundo a través del pueblo de Israel. Nosotros mismos somos el testimonio de algo que va más allá de nosotros. Somos los embajadores de Dios en el mundo.
En consecuencia, debemos comportarnos de forma tal que despierte admiración hacia el judaísmo como una fe y como una forma de vida, eso es un Kidush Hashem, y una santificación del nombre de Dios. Cuando hacemos lo opuesto, cuando traicionamos esa fe y esa forma de vida, provocamos que la gente desprecie al Dios de Israel. Eso es Jilul Hashem, profanar el Nombre de Dios. A esto se refirió Amos al decir:
Pisotean las cabezas de los pobres como el polvo de la tierra, y niegan la justicia a los oprimidos… profanan así Mi Santo Nombre. (Amos 2:7)
Cuando los judíos se comportan de forma incorrecta, no ética, injusta, crean un Jilul Hashem. Provocan que otros digan: No puedo respetar una religión, o un Dios, que inspira a la gente a comportarse de esa manera. Lo mismo se aplica a escala internacional. El Profeta que nunca se cansó de señalar esto fue Ezequiel, el hombre que salió al exilio de Babilonia después de la destrucción del Primer Templo. Esto es lo que él oyó de Dios:
Yo los esparcí entre las naciones y fueron dispersados por los países. Los juzgué conforme a sus conductas y sus acciones. Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron Mi santo Nombre, de manera que decían: «Este es el pueblo de Hashem, y que tuvo que dejar su riqueza». (Ezequiel 36:19)
Cuando los judíos son derrotados y enviados al exilio, no es sólo una tragedia para ellos. Es una tragedia para Dios. Él se siente como se siente un padre al ver a su hijo caer en desgracia y ser enviado a prisión. Un padre a menudo siente vergüenza y, todavía peor que eso, un fracaso inexplicable. «¿Cómo puede ser que a pesar de todo lo que hice por él, no pude salvara mi hijo de sí mismo?». Cuando los judíos son fieles a su misión, cuando viven , guían e inspiran como judíos, entonces el Nombre de Dios es exaltado. A eso se refirió Isaías cuando dijo, en nombre de Dios: «Tú eres Mi siervo, Israel, en quien soy glorificado» (Isaías 49:3).
Esta es la lógica del Kidush Hashem y del Jilul Hashem. El destino del «nombre» de Dios depende de nosotros y de nuestro comportamiento. Ninguna nación tuvo nunca una responsabilidad mayor o más decisiva. Y esto significa que cada uno tiene una porción en esta tarea.
Cuando un judío, en especial un judío religioso, se comporta de forma indebida (actúa de forma no ética en los negocios, es culpable de abuso sexual, dice expresiones racistas, o actúa con desprecio hacia otros), eso refleja de forma negativa a todos los judíos y al judaísmo mismo. Y cuando un judío, en especial un judío religioso, actúa bien (desarrolla una reputación por ser honrado en los negocios, se preocupa por las víctimas de abuso, o muestra su generosidad de espíritu), eso no sólo se refleja bien sobre los judíos, sino que incrementa el respeto que la gente tiene por la religión en general y, en consecuencia, por Dios.
En el pasaje de su código legal, al hablar sobre Kidush Hashem, Maimónides agrega:
Si una persona ha sido escrupulosa en su conducta, gentil en su conversación, agradable hacia las criaturas, afable en sus maneras al recibir, no replica incluso cuando es agraviado, sino que muestra cortesía a todos, incluso a aquellos que la tratan con desdén, conduce sus negocios comerciales con integridad… y hace más de lo que debe en todas las cosas, evitando los extremos y las exageraciones, esa persona ha santificado a Dios.(1)
Rav Norman Lamm cuenta la divertida historia de Mendel el camarero. Cuando llegó a un crucero la noticia del audaz rescate israelí en Entebbe en 1976, los pasajeros quisieron rendir de alguna manera homenaje a Israel y al pueblo judío. Comenzaron a buscar si había judíos a bordo del barco y sólo encontraron a un judío, Mendel, el camarero. Así fue que en una ceremonia solemne, el capitán del crucero en nombre de todos los pasajeros del crucero felicitó a Mendel, quien de repente se vio elegido como el embajador del pueblo judío. Nos guste o no, todos somos embajadores del pueblo judío, y la forma en que vivimos, cómo nos comportamos y cómo tratamos a los demás nos refleja no sólo a nosotros como individuos sino también a todos los judíos, y por lo tanto al judaísmo y al Dios de Israel.
«No temas de la grandeza. Algunos nacen grandes, algunos logran la grandeza y a algunos la grandeza les es impuesta», escribió Shakespeare en «Noche de Reyes». A lo largo de la historia, a los judíos les impusieron la grandeza. Como escribió Milton Himmelfarb: «El número de judíos en el mundo es más pequeño que un pequeño error estadístico en el censo chino. Sin embargo, seguimos siendo más grandes que nuestros números. Grandes cosas parecen pasarnos a nosotros y a nuestro alrededor».(2)
Dios confió en nosotros lo suficiente como para convertirnos en Sus embajadores en un mundo descreído y a menudo brutal. La opción es nuestra. ¿Viviremos nuestras vidas para ser un Kidush Hashem o, que Dios no lo permita, lo contrario? Haber hecho algo, aunque sea un acto en toda la vida, para hacer que alguien se sienta agradecido de que hay un Dios en el cielo que inspira a las personas a hacer el bien en la tierra, es quizás el mayor logro al que cualquiera puede aspirar.
Shakespeare definió correctamente el desafío: «No temas de la grandeza». Un gran líder tiene la responsabilidad de ser un embajador y de inspirar a las personas para que también se conviertan en embajadores.
NOTAS
- Maimónides, Hiljot Iesodei HaTorá, 5:11
- Milton Himmelfarn, «Jews and Gentiles», Encounter Books, 2007, 141.
Tres versiones de Shabat
Rav Jonathan Sacks
Hay algo singular en la forma que la parashat Emor habla sobre el Shabat. Lo llama un moed y un mikrá kódesh, cuando en el sentido convencional de estas palabras, no es ninguna de las dos cosas. Moed implica un momento designado con una fecha fija en el calendario. Mikrá kódesh implica o una asamblea sagrada, o un momento en el cual la nación se reunía en el Santuario central, un día que se volvía sagrado por una proclamación, es decir cuando la corte humana determinó el calendario. El Shabat no es ninguna de estas cosas. No tiene una fecha fija en el calendario. No es un momento de asamblea nacional. Y no se volvió sagrado por la proclamación de la corte humana. Shabat fue el día que Dios mismo hizo sagrado al comienzo del tiempo.
La explicación se encuentra en el contexto en el cual aparece el pasaje que contiene estos términos, los capítulos de la Torá cuyo tema principal es la santidad (Levítico 18-27). El argumento radical que efectúan estos capítulos es que la santidad, un término normalmente reservado para Dios, puede ser adquirida por los seres humanos cuando actúan como Dios. Las festividades son para el Shabat lo mismo que el Santuario es para el universo. Ambos son dominios de santidad creados por los humanos, construidos sobre el modelo de la creación divina y la santificación tal como aparece en el comienzo de Génesis. Al invitar a los seres humanos a crear un santuario y determinar el calendario mensual y anual, Dios nos invistió con la dignidad de una santidad que no recibimos pasivamente como un regalo, sino que adquirimos activamente como co-creadores con Dios.
Mikrá kódesh y Moed tal como aparecen en Levítico tienen un sentido adicional que no tienen en ninguna otra parte, porque evocan el primer versículo del libro: «Él llamó (Vaikrá) a Moshé, y Dios le habló en la Tienda del Encuentro (Ohel Moed), diciendo…» (Levítico 1:1). El foco está en mikrá como «llamado» y moed como «encuentro». Cuando la Torá usa estas palabras de forma singular en este capítulo aplicándolas al Shabat así como a las festividades, se enfoca en el encuentro entre Dios y la humanidad en la arena del tiempo. Ya sea que Dios nos llame a nosotros o nosotros a Él, sea que Dios inicie el encuentro o que lo hagamos nosotros, el tiempo sagrado se convierte en un encuentro de amantes, un punto estático en el mundo en movimiento, cuando el amante y el amado, Dios y la creación, «hacen tiempo» el uno para el otro y se conocen mutuamente en la forma especial de conocimiento que llamamos amor. Si es así, ¿por qué entonces la Parashat Emor nos dice sobre Shabat algo que no encontramos en ninguna otra parte? La respuesta queda clara cuando observamos los otros dos pasajes, las dos versiones del Decálogo, de los Diez Mandamientos, tal como aparecen en Éxodo y en Deuteronomio. Es sabido que las palabras en las dos versiones son diferentes. El relato de Éxodo comienza con la palabra zajor, recuerda. El relato de Deuteronomio comienza con shamor, «cuida, guarda, protege». Pero la diferencia es más profunda en el entendimiento de la naturaleza y el significado del día. Este es el texto de Éxodo:
Recuerda el día de Shabat para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu labor. Pero el séptimo día es Shabat para Hashem tu Dios: no harás ninguna labor… Porque en seis días Hashem hizo los cielos y la tierra… y descansó en el séptimo día. Por eso Hashem bendijo el día de Shabat y lo consagró. (Éxodo 20:7-9)
De acuerdo con esto, Shabat es un recordatorio de la creación. El texto de Deuteronomio da un relato muy diferente:
Seis días trabajarás y harás todas tus labores. Pero el séptimo día es Shabat para Hashem tu Dios; no harás ninguna labor: tú y tu hijo e hija, tu siervo y tu sierva… Recordarás que fuiste esclavo en Egipto y que Hashem tu Dios te sacó de ahí… Por eso es que Hashem tu Dios te ha ordenado observar el día de Shabat. (Deuteronomio 5:11-14)
Aquí no hay ninguna referencia a la creación. En cambio, la Torá habla sobre un evento histórico: el Éxodo. Cuidamos Shabat no porque Dios descansó el séptimo día sino porque Él sacó a nuestros ancestros de Egipto, de la esclavitud a la libertad. Por lo tanto, Shabat es un día de libertad incluso para los siervos, incluso para los animales domésticos. Un día cada siete en el que nadie es un esclavo.
Por supuesto, ambos son verdad. Y nosotros integramos ambos relatos en el texto del Kidush que hacemos en la noche del viernes. Llamamos al Shabat un día de recuerdo de la creación (zikarón lemaasé bereshit), así como un recordatorio del Éxodo (zéjer leietziá Mitzraim). Sin embargo, cuando analizamos el relato de Levítico en el contexto de estos otros dos, emerge un patrón más rico.
Si prestamos atención, podemos escuchar aquí las tres voces primordiales de la Torá: la del reinado, del sacerdocio y de la profecía. Estos son los tres roles fundamentales de liderazgo y cada uno tiene su modo distintivo de conocimiento.
Los sacerdotes, los profetas y la elite gobernante (el sabio, los Ancianos, los reyes y sus cortes). Cada uno tiene su propia forma de pensar y de hablar. Los reyes y las cortes usan el lenguaje de la jojmá, la «sabiduría». Los sacerdotes enseñan Torá, la palabra de Dios para todos los tiempos. Los profetas tienen visiones. Ellos tienen «la palabra» de Dios no para todos los tiempos, sino para ese momento. La profecía trata sobre la historia como la interacción entre Dios y la humanidad.
¿Acaso es meramente accidental que haya tres voces, y podría haber cuatro, o dos, o una? La respuesta es no. Hay tres voces porque axiomático a la fe judía es la creencia de que Dios se encuentra de tres maneras: en la creación, en la revelación y en la redención.(1)
La sabiduría es la capacidad de ver a Dios en la creación, en la intrincada complejidad del universo natural y de la mente humana. En términos contemporáneos, jojmá es una combinación de las ciencias y las humanidades: todo lo que nos permite ver el universo como la obra de Dios y a los seres humanos como la imagen de Dios. Esto queda resumido en un versículo de Los Salmos (104:24): «Cuán innumerables son Tus obras, Oh Dios; todas las has hecho con sabiduría».
La revelación, la Torá, la especialidad del sacerdote, es la capacidad de oír a Dios en la forma de la voz de mando, más característicamente en la forma de ley: «Y Dios dijo», «Y Dios habló», «Y Dios ordenó». La revelación no es una cuestión de ver sino de escuchar, en el sentido profundo de oír y prestar atención, atender y responder. La sabiduría nos dice cómo son las cosas. La revelación nos dice cómo debemos vivir. La conciencia profética se centra siempre en la redención, en el largo y tortuoso camino hacia una sociedad basada en la justicia y la compasión, el amor y el perdón, la paz y la dignidad humana. El profeta sabe de dónde venimos y hacia dónde vamos, qué etapa hemos alcanzado en el viaje y qué peligros nos acechan. La palabra profética siempre está relacionada con la historia, con el presente en relación al pasado y al futuro: no la historia como una mera sucesión de eventos, sino como un acercamiento o alejamiento de la buena sociedad, la Tierra prometida y la Era mesiánica.
Creación, revelación y redención representan las tres relaciones básicas en las que se enmarcan el judaísmo y la vida humana. La creación es la relación de Dios con el mundo. La revelación es la relación de Dios con nosotros. Cuando aplicamos la revelación a la creación, el resultado es la redención: el mundo en donde coinciden la voluntad de Dios con la nuestra.
Ahora podemos entender por qué la Torá contiene tres relatos diferentes del Shabat. El relato de la primera versión de los Diez Mandamientos, «Porque en seis días Dios hizo los cielos y la tierra», es el Shabat de la creación. El relato de la segunda versión, «Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que Hashem, tu Dios, te sacó de allí», es el Shabat de la redención. El relato de la parashat Emor, pronunciado en la voz sacerdotal, es el Shabat de la revelación. En la revelación, Dios llama a la humanidad. Por eso, el libro central de la Torá (que representa más que ningún otro la Torat Cohanim, la «ley de los sacerdotes»), comienza con la palabra «Vaikrá»: «Y Él llamó». Esta es también la razón por la cual el Shabat está singularmente incluido aquí en los días «que proclamarás (tikreú) como convocaciones sagradas (mikraei kódesh), con el doble énfasis en el verbo k-r-a «llamar, proclamar, convocar». Shabat es el día en el cual, en la inmovilidad del descanso y el silencio del alma, escuchamos la Llamada de Dios.
También por eso la palabra moed, que en general significa «tiempos señalados», pero que aquí significa «reunión» o «encuentro». Iehudá HaLevi, el poeta y filósofo del siglo XI dijo que en Shabat es como si Dios nos invitara personalmente a ser huéspedes en Su mesa.(2) El Shabat de revelación no mira hacia atrás, al nacimiento del universo; ni hacia adelante, a la futura redención. Él celebra el momento presente como nuestro tiempo privado con Dios. Representa «el poder del ahora».
Esta triple estructura no sólo la encontramos en la Torá, sino también en las plegarias mismas de Shabat. Shabat es el único día del año en el que las plegarias de la noche, de la mañana y de la tarde son diferentes. En la Amidá de la noche del viernes, nos referimos al Shabat de la creación: «Santificaste el séptimo día por Tu Nombre como la culminación de la creación del cielo y de la tierra». En la mañana de Shabat hablamos sobre el momento supremo de la revelación: «Moshé se regocijó por el regalo de su porción… Descendió llevando en sus manos dos tablas de piedra en donde estaba grabada la observancia del Shabat». En la tarde de Shabat esperamos la redención final, cuando toda la humanidad reconocerá que «Tú eres Uno, Tu Nombre es Uno y quién es como Tu pueblo Israel, una nación única en la tierra».(3)
Creación, revelación y redención forman la tríada básica de la fe judía. También son el principio estructurador más fundamental de la plegaria judía. En ninguna parte esto queda más claro que en la forma en que la Torá entiende el Shabat: un día con tres dimensiones, experimentado sucesivamente en las experiencias de la noche, la mañana y la tarde. Lo que en la cultura secular se fragmenta en ciencia, religión e ideología política aquí se une en la experiencia transformadora de Dios, quien creó el universo, cuya presencia llena de luz nuestros hogares y quien un día nos conducirá a un mundo de libertad, justicia y paz. (Aishlatino.com)
Shabat Shalom.
NOTAS
- Rabí Shimon ben Tzemaj Durán (1366-1441) sostenía que los Trece Principios de Fe de Maimónides podían reducirse a estos tres. Ver Menajem Kellner. «Dogma in Medieval Jewish Thought» (Oxford, Littman Library of Jewish Civilization, Nueva edición, 22 de julio del 2004). En la era moderna, esta idea se asocial principalmente con Franz Rosenzweig.
- Iehudá HaLevi, El Kuzari, II:50
- La frase goy ejad baaretz, que aparece tres veces en el Tanaj, tiene dos significados: «Una nación única en la tierra» (Samuel II 7:23, Crónicas I 17:21), y «Una nación reunida» tras sus divisiones internas (Ezequiel 37:22). Aquí tiene ambos significados
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