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| martes mayo 20, 2025

El indestructible mito de la hambruna en Gaza

Melanie Phillips* JNS.org


Ayuda humanitaria Foto COGAT

Generalmente se asume que las instituciones que acusan a Israel, como la ONU, los tribunales internacionales y ONGs como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, son desinteresadas, morales y justas. De hecho, ocurre todo lo contrario

 

Una vez más se ha revivido el mito de que hay hambruna en la Franja de Gaza. Esta afirmación, que tanto ha incitado a los ataques contra los judíos, ha sido difundida repetidamente por los principales medios de comunicación occidentales durante los últimos 18 meses de guerra. Es una mentira que distorsiona otra mentira.

Una y otra vez, agencias de la ONU y ONG han advertido que la hambruna y la inanición son inminentes. Pero esto nunca ha sucedido. Se ha permitido la entrada en Gaza más comida de la que la gente necesita. El problema es que Hamás se ha apropiado de gran parte de ella, para alimentarse y venderla en el mercado negro y así financiar su infraestructura de guerra.

Sin embargo, los gazatíes se han mantenido, en su gran mayoría, notablemente bien alimentados, mientras que quienes realmente han pasado hambre son los rehenes israelíes que ellos mantienen cautivos. Sin embargo, los medios de comunicación han seguido insistiendo en que los civiles de Gaza se están muriendo de hambre.

Hace dos meses, con aproximadamente cuatro meses de provisiones de alimentos almacenadas en Gaza, Israel impuso un bloqueo al trasporte de ayuda, para obligar a Hamás a liberar a los rehenes restantes. Las Fuerzas de Defensa de Israel supervisarán ahora la distribución de alimentos en el sur de Gaza, para impedir que Hamás los robe, y canalizarla a los civiles hacia esas zonas, aislando y debilitando a Hamás para que las FDI finalmente puedan destruirlo. Naciones Unidas se ha negado a aceptar este plan, demostrando que su objetivo no es aliviar el sufrimiento de Gaza, sino ayudar a Hamás en su guerra contra Israel.

Pero por sorprendente que resulte, es simplemente imposible cambiar la perversa narrativa mediática de que Israel está matando de hambre a los civiles de Gaza. Los hechos y las pruebas no sirven de nada. Muchos creen que esto se debe a la falsa y obsesiva creencia de que Israel es un opresor colonial; pero esta adopción de la ideología marxista revolucionaria es solo una parte de la razón. Estas mentiras han calado hondo entre las hordas de manifestantes ataviados con kefiyes. En el Reino Unido y otros lugares, la idea de que Israel está matando de hambre a niños y cometiendo crímenes de guerra en Gaza es ahora una insensatez aceptada por amplios sectores de las profesiones, la clase administrativa y el mundo empresarial.

Al enfrentarse a hechos que contradicen cada una de estas afirmaciones, estas personas preguntan con incredulidad: «¿De verdad dices que tienes razón mientras que todos los demás —la ONU, los tribunales internacionales, todo el sistema humanitario— están equivocados?». A lo que la respuesta es: «Sí». Suena increíble, porque es increíble. Occidente está sumido en una epidemia de negación de la razón.

Entonces, ¿por qué todos estos organismos trasnacionales se han tragado y promueven estas mentiras? ¿Y por qué se considera que estos organismos son incuestionables? Como escribí en mi nuevo libro The Builder’s Stone (“La Piedra del Constructor”), la razón reside en la creencia de las clases educadas de que, si bien el Estado-nación occidental es fuente de división, prejuicios y guerra, los organismos jurídicos trasnacionales y las leyes que representan la «hermandad humana» defienden la verdad y la conciencia.

Se asume que instituciones como las Naciones Unidas, los tribunales internacionales y organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch son desinteresadas, morales y justas. De hecho, ocurre todo lo contrario.

La Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia han traicionado la ley, y se han comportado como tribunales irregulares con respecto a Israel. Las ONG que les proporcionan «pruebas» son fosas sépticas de odio exterminador contra el Estado judío.

Por su parte, Naciones Unidas lleva mucho tiempo señalando a Israel, con un brutal trato discriminatorio que no se aplica a ningún otro país. Como detalla el grupo de expertos británico Henry Jackson Society en un nuevo informe, el organismo mundial ha elaborado 367 informes sobre Gaza desde las atrocidades lideradas por Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023. Sin embargo, apenas ha mencionado las tácticas de escudos humanos que emplea Hamás, y ni una sola vez en un análisis serio.

Amnistía Internacional, Human Rights Watch y otras ONG han publicado cientos de páginas acusando a Israel de genocidio, mientras que borran los crímenes de Hamás de la narrativa.

Sin embargo, la bancarrota moral de este sistema humanitario siempre estuvo implícita en la doctrina universalista de derechos humanos que encarna. En el corazón de esa doctrina reside una contradicción fatal: sus defensores, horrorizados por el fracaso mundial en detener el Holocausto, creían que la manera de salvar a los judíos y a otros de la opresión era prevalecer sobre la soberanía nacional, exigiendo responsabilidades a los opresores ante tribunales internacionales.

Como se detalla en el libro de James Loeffler Rooted Cosmopolitans: Jews and Human Rights in the Twentieth Century (“Cosmopolitas arraigados: judíos y derechos humanos en el siglo XX”), otro visionario de la posguerra —el abogado lituano Jacob Robinson— advirtió infructuosamente que, para el pueblo judío, esto era una trampa. Entendía que solo las democracias fuertes y soberanas protegerían a los judíos de la diáspora. Comprendió que la doctrina universalista de los derechos humanos era intrínsecamente hostil al particularismo judío, expresado a través del sueño sionista de recuperar la patria nacional judía.

Esta falla fundamental convirtió inevitablemente a las Naciones Unidas —el vehículo designado para los derechos humanos internacionales— en un enemigo mortal del sionismo y del pueblo judío.

Hubo una falla aún más profunda. La ley deriva su autoridad de haber sido aprobada por parlamentos que representan la voluntad del pueblo. Las leyes y tribunales internacionales, que carecen de tal jurisdicción inherente, carecen de legitimidad y, por lo tanto, se convierten inevitablemente en instrumentos de la política en lugar del derecho.

Foto COGAT

Sin embargo, en lugar de reconocer este problema, Occidente convirtió el universalismo y los derechos humanos en un dogma incuestionable.

Según Loeffler, la creciente demonización de Israel no se produjo principalmente porque la gente creyera que Israel ocupaba territorio palestino. Más fundamentalmente, los «derechos humanos» se convirtieron en un lema global para el universalismo moral.

El descrédito del socialismo por parte de la Unión Soviética, la crisis del liberalismo estadounidense como resultado de la guerra de Vietnam y el escándalo de Watergate, y el «anticolonialismo» radicalizado del mundo en desarrollo contribuyeron a la búsqueda en Occidente de otro credo idealista universalizador.

La inquietante historia de Amnistía Internacional demuestra que la doctrina de los derechos humanos se ha convertido en una especie de religión secular. El fundador de Amnistía, Peter Benenson, era judío, y su conversión al catolicismo lo llevó a concluir que el camino hacia la santidad pasaba por el abandono de la identidad nacional. Creía que el objetivo final de Amnistía era la trasformación de la humanidad en “una única comunidad mundial que abarque toda la Tierra”.

Para alcanzar este plano universal, los derechos humanos debían oponerse al particularismo. Y nada era más particularista que el judaísmo y el Estado de Israel. Si los judíos querían abrazar los derechos humanos, pensaba Benenson, debían renunciar a su identidad judía.

Las consecuencias de este pensamiento profundamente distorsionado se ilustraron en abril de 2024 con la muerte en una cárcel israelí de Walid Daqqa, un árabe palestino que llevaba 38 años en prisión. En 1986, Daqqa fue condenado por liderar un grupo terrorista que secuestró y asesinó a Moshe Tamam, un soldado israelí de 19 años. Sus asesinos lo mantuvieron como rehén durante dos días y luego le sacaron los ojos, mutilaron su cuerpo y lo castraron antes de matarlo a tiros.

Sin embargo, tras la muerte de Daqqa, Erika Guevara Rosas, directora sénior de investigación, incidencia política, políticas y campañas de Amnistía, acusó a los israelíes de «niveles escalofriantes de crueldad». Esto quedó aparentemente ilustrado por el hecho de que a Daqqa «no se le permitió hablar por teléfono con su esposa desde el 7 de octubre», el día en que terroristas palestinos masacraron a 1200 israelíes y tomaron como rehenes a más de 240.

La doctrina de los «derechos humanos» que inspira el establishment «humanitario» y de derechos humanos actual la ha convertido cada vez más en un arma contra la humanidad. Pero su supuesto propósito universal y elevado la ha puesto fuera de toda duda.

Así pues, la gente cree las mentiras que dicen estos organismos, que afirman que los israelíes están masacrando a bebés gazatíes o causando hambruna a los civiles de Gaza, a pesar de las pruebas de lo contrario, disponibles para cualquiera que se moleste en buscarlas. Pero no lo hacen, porque quienes dicen estas mentiras han sido elevados a una posición que los sitúa por encima de meras consideraciones como la evidencia, los hechos y la verdad. Al igual que los libelos de sangre de la iglesia medieval que causaron la masacre de miles de judíos, la religión secular del universalismo está incitando a una locura antijudía masiva bajo una doctrina de infalibilidad con escalofriantes ecos históricos.

*Periodista, locutora y autora británica, columnista de The Times de Londres.
Fuente: Jewish News Syndicate (jns.org).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.

 
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