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| lunes julio 14, 2025

PINJAS 5785

Israel Winicki Z.L para Porisrael.org


B’H

Números 25:10-30:1

 

El nieto de Aarón, Pinjás, es premiado por su celo al matar al príncipe de la tribu de Shimón, Zimri junto a la princesa Madianita, Cazbí: Di-s le otorga un pacto de paz y la Kehuná – sacerdocio.

Un censo del pueblo cuenta 601.730 hombres entre 20 y 60 años. A Moshe se le explica cómo debe dividir la Tierra entre las tribus y las familias de Israel a través de un sorteo. Las cinco hijas de Tzlafjad piden a Moshe que les conceda la porción de tierra que le pertenece a su padre, quien murió sin hijos varones; Di-s acepta su pedido y lo incorpora a las leyes de herencia de la Torá.

Moshe lega el poder en manos de Ieoshúa para que lo suceda e introduzca al pueblo a la Tierra de Israel. La sección concluye con una detallada lista de ofrendas diarias, las ofrendas adicionales traídas en Shabat, Rosh Jodesh (principio del mes), y las festividades de Pesaj, Shavuot, Rosh HaShaná, Iom Kipur, Sucot y Sheminí Atzeret.

 

AMOR A LA TIERRA

Iosef pidió a sus hermanos que cuando Di-s llevara a los Hijos de Israel de retorno a su tierra tomaran sus restos con ellos y lo sepultaran allí.

Las hijas de Tzlafjad, descendientes de Iosef, pidieron heredar la parte de su padre, dado que éste no había dejado herederos varones.

Es que la principal característica de Iosef y sus descendientes era el amor a la Tierra de Israel.

No es casualidad que cuando las tribus de Reubén y Gad piden a Moshé tomar su parte del otro lado del Jordán Moshé agregue media tribu de Menashe. Él sabía que, mientras esa media tribu estuviera unida a las otras dos el vínculo de éstas con la Tierra de Israel se mantendría fuerte.

¿Quién toma tus decisiones?

Por Naftali Silberberg

Una vez le preguntaron a un hombre casado cuál era el secreto de su feliz matrimonio.

“Es sencillo”, respondió. “Nos dividimos las responsabilidades. Hace mucho tiempo decidimos que mi esposa toma todas las decisiones pequeñas y rutinarias, y yo tomo las más importantes.

“Ella decide qué casa compramos, adónde vamos de vacaciones, si los niños van a escuelas privadas, si yo debo cambiar de trabajo, y cosas por el estilo”.

“¿Y cuáles son las grandes decisiones?”

“Bueno, yo tomo las grandes decisiones, las que son fundamentales. Decido si Estados Unidos debe declararle la guerra a China, si el Congreso debería recaudar dinero para enviar una expedición tripulada a Marte… ese tipo de cosas”.

La vida es una serie de elecciones y decisiones. Sin embargo, las decisiones son relativamente simples en comparación con su implementación. La mayoría de nosotros “elige” vivir de manera saludable; ser mejores como padres, esposos y también mejorar nuestras capacidades interpersonales; conocer más; avanzar en nuestras profesiones; etc. El desafío es llevar a cabo estas decisiones. El truco está en concentrarse en una, dos o tres de estas elecciones. Pero eso nos lleva a tomar otra decisión. ¿En cuál de estas elecciones deberíamos enfocarnos?

Para obtener un poco de perspectiva sobre este asunto, echemos un vistazo a la Torá, específicamente a la descripción de los métodos según los cuales tenía que dividirse la Tierra Prometida entre las tribus.

“A la tribu más grande aumentarás su heredad, y a la más pequeña disminuirás su heredad” (Bamidbar 26:54). La división de la tierra era lógica: cada tribu recibía un lote según su tamaño. Además, la tierra no se dividía solo sobre la base de su extensión, sino que se evaluaba su calidad y su potencial de rendimiento, para asegurar que cada tribu recibiera una porción justa.

Sin embargo, la decisión última la tomó el azar. Luego de que la tierra se dividiera en doce porciones, cada una de las porciones destinadas a una tribu en particular, con la población correspondiente a su tamaño, se llevó a cabo un sorteo para determinar qué tribu recibiría cada porción. Por milagro, el sorteo confirmó la división que se había acordado.

¿Cuál era la necesidad de este proceso de dos instancias? Si la división pretendía ser lógica, ¿por qué se necesitó de un sorteo? Y si había que dejarla en manos de Di-s —mediante un sorteo—, ¿qué necesidad de invertir tiempo y energía en cálculos, logística y evaluaciones?

Quizás la lección que Di-s quería enseñarles a los israelitas antes de que entraran a la tierra, antes de que se iniciaran en el arte de ganarse la vida y todas las decisiones que eso implica, era que esas decisiones que parecen estar en nuestras manos están también, en última instancia, determinadas por el azar, orquestadas por la mano de Di-s.

El Talmud nos cuenta que cuarenta días antes de la concepción de un niño, un ángel se acerca a Di-s y le pregunta si el niño será sabio o tonto, fuerte o frágil, rico o pobre y con quién se casará. Sin embargo, no le pregunta si será honrado o malvado, porque “todo está en manos del Cielo, excepto el miedo (de la persona) al Cielo”.

Podemos pensar que nosotros elegimos nuestra pareja, nuestra área de trabajo, la ciudad en la que residimos, etc. Pero, de hecho, estas preguntas ya han sido respondidas en su totalidad incluso antes de que nosotros fuéramos concebidos. Sí, Di-s espera que tomemos decisiones sabias, pero en última instancia estas decisiones sabias están manipuladas y guiadas por Di-s, que orquesta las circunstancias para asegurarse de que sigamos el camino que Él planeó para nosotros.

Y aun así podemos enorgullecernos de ser criaturas que tienen la libertad de elegir. Pero esa elección está relegada al campo de lo que está bien y lo que está mal, de la ética y de la moral. Tenemos la capacidad de elegir si rezaremos concentrados, si donaremos a caridad, si seremos amables con nuestros pares y si mantendremos la cashrut. Y en última instancia, nuestras elecciones en estos terrenos serán nuestro legado: porque en realidad son nuestras únicas elecciones reales, no influenciadas.

Entonces, ¿en qué elecciones nos vamos a enfocar? ¿En las “grandes”, sobre las que no tenemos control en absoluto, o en las “pequeñas”, que están por completo en nuestras manos?

Resulta que son las pequeñas elecciones aquellas que tienen un impacto en el mundo. (www.es.chabad.org)

 

La corona que todos podemos lucir

Rav Jonathan Sacks

 

Entonces Moshé habló a Hashem para decir: «Que Hashem, Dios de los espíritus de toda carne, nombre a un hombre sobre la asamblea, que salga al frente de ellos, y que los saque y los traiga, para que la asamblea de Hashem no sea como un rebaño que no tiene pastor» (Números 27:15-17)

Miriam y Aharón habían fallecido, y Dios le había dicho a Moshé: «También tú serás recogido a tu pueblo como fue recogido tu hermano Aharón» (Números 27:12-13), por lo que sabía que no iba a vivir lo suficiente como para cruzar el Jordán y entrar a la Tierra. ¿Quién sería su sucesor? ¿Acaso pensó en el tema?

Con profunda percepción, los Sabios señalan el pasaje previo. Se trata de la historia de las hijas de Tzelofjad, quienes reclamaron sus derechos a heredar la tierra, a pesar de que la herencia pasa por la línea masculina y su padre no había tenido hijos. Moshé llevó su pregunta ante Dios, Quien respondió que debía aceptar el pedido de las hijas de Tzelofjad.

Sobre estos antecedentes, el Midrash interpreta los pensamientos de Moshé al presentar su propio pedido a Dios, para que le nombre un sucesor:

El Santo, Bendito Sea, le dijo: «El que cuida la higuera comerá de su fruto» (Proverbios 27:18). Tus hijos se quedaron de brazos cruzados y no estudiaron la Torá. Iehoshúa te sirvió fielmente y te honró en gran medida. Él fue quien se levantó temprano en la mañana y permaneció hasta muy tarde en la noche en tu Casa de Asamblea. Él solía arreglar los bancos y extender las esteras. Puesto que te ha servido con todas sus fuerzas, es digno de servir a Israel, porque no perderá su recompensa.(1)

Este es el drama no expresado en el capítulo. No sólo Moshé no pudo entrar a la tierra, sino que también estaba destinado a ver que sus hijos eran pasados por alto al buscarle un sucesor. Esta fue su segunda tragedia personal.

Pero es precisamente aquí donde encontramos por primera vez una de las proposiciones más poderosas del judaísmo. El Israel bíblico tuvo sus dinastías. Tanto el sacerdocio como posteriormente el reinado, fueron transmitidos de padre a hijo. Sin embargo, desde el comienzo hay una línea fuertemente igualitaria en el judaísmo. Irónicamente, esto recibió una de sus expresiones más fuertes en la boca del rebelde Kóraj: «Toda la asamblea es sagrada y Hashem está entre ellos. ¿Por qué ustedes (Moshé y Aharón) se exaltan por encima de la congregación?» (Números 16:3).

Pero no fue sólo Kóraj quien manifestó este sentimiento. También lo escuchamos en las palabras de Moshé: «¡Quien diera que todos en el pueblo de Hashem fueran profetas, si Hashem pusiera Su espíritu sobre ellos!» (Números 11:29)

Volvemos a escucharlo en las palabras de Janá cuando agradece por el nacimiento de su hijo:

Hashem hace a uno pobre y también lo hace rico. Abate y también enaltece. Levanta al pobre del polvo, levanta al necesitado del muladar, para hacerlo sentar con príncipes y heredar el trono de gloria» (Samuel I 2:7-8)

Está implícito en el gran mandamiento de santidad: «Hashem dijo a Moshé: ‘Habla a toda la asamblea de los hijos de Israel y les dirás: Santos serán, porque Santo soy Yo, Hashem, su Dios. (Levítico 19:2). Este no es un llamamiento a los sacerdotes ni a los profetas, a una elite sagrada, sino a todo un pueblo. Dentro del judaísmo hay un profundo instinto igualitario: el concepto de una nación de individuos con la misma dignidad ante la presencia de Dios.

Kóraj estuvo menos equivocado en lo que dijo que en por qué lo dijo. Él era un demagogo tratando de apoderarse del poder. Pero se nutrió de un profundo reservorio de sentimientos populares y principios religiosos. Nunca fue fácil liderar a los judíos, porque cada uno es convocado a ser un líder. Lo que Kóraj olvidó es que para ser un líder también es necesario seguir a alguien. El liderazgo presupone disciplina. Eso fue lo que sabía Iehoshúa, y lo que llevó a que fuera elegido como el sucesor de Moshé.

La tradición queda resumida en el famoso dictamen de Maimónides:

Israel fue coronado con tres coronas: la corona de la Torá, la corona del sacerdocio y la corona del reinado. La corona del sacerdocio fue entregada a Aharón y a sus descendientes. La corona del sacerdocio fue conferida a David y sus sucesores. Pero l corona de la Torá es para todo Israel. Quien lo desee, puede ir y tomarla. No supongas que las otras dos coronas son más importantes que la de la Torá… La corona de la Torá es más grandiosa que las otras dos coronas.(2)

Esto tiene inmensas consecuencias sociales y políticas. A lo largo de la mayor parte de la era bíblica operaron las tres coronas. Además de los profetas, Israel tuvo reyes y un activo sacerdocio que sirvió en el Templo. El principio dinástico del liderazgo que se transmite de padre a hijo, sigue dominando dos de los tres roles. Pero con la destrucción del Segundo Templo, cesaron el reinado y un sacerdocio activo. El liderazgo pasó a los Sabios que se consideraron como los herederos de los Profetas. Esto lo vemos en la famosa sentencia que resume la historia judía y con la que comienza el Tratado de Avot (Ética de los padres): «Moshé recibió la Torá de Sinaí y la transmitió a Iehoshúa, quien la transmitió a los Ancianos. Los Ancianos a los Profetas, y los Profetas a los hombres de la Gran Asamblea» (Mishná Avot 1:1).

Los Sabios se vieron a sí mismos como herederos de los Profetas y no de los Sacerdotes. En el Israel bíblico, los sacerdotes eran los principales guardianes y maestros de la Torá. ¿Por qué los Sabios no se consideraron los herederos de Aharón y del sacerdocio? La respuesta puede ser esta: el sacerdocio era una dinastía. En contraste, el liderazgo profético nunca podía predecirse de antemano. La prueba fue Moshé. El hecho mismo de que sus hijos no le sucedieran como líderes del pueblo puede haber sido muy angustioso para él, pero fue un gran consuelo para todos los demás. Eso implicaba que cualquiera, con disciplina y dedicación, puede aspirar al liderazgo rabínico y a la corona de la Torá.

Aquí nos encontramos en la raíz de una paradoja. Por un lado, la Torá se describe a sí misma como una gran herencia: «Moshé nos ordenó la Torá como una herencia (morashá) de la congregación de Iaakov» (Deuteronomio 33:4). Por otro lado, los Sabios insistieron en que la Torá no se hereda: «Rabí Iose dijo: Prepárate a ti mismo para estudiar Torá, porque no la recibirás como una herencia (ierushá)» (Mishná Avot 2:12).

La resolución más simple de la contradicción es que hay dos clases de herencias. La Biblia hebrea contiene dos palabras diferentes para aquello que recibimos como un legado: ierushá/morashá najalá. Najalá tiene relación con la palabra najal, «un río». Significa que algo pasa automáticamente a lo largo de las generaciones, tal como el agua de un río fluye en su cauce. Ierushá viene de la raíz iarash, que significa «tomar posesión». Esto se refiere a algo a lo cual tenemos un título de legitimidad, pero que tenemos que efectuar una acción positiva para adquirirlo.

Un título hereditario, como ser duque o conde, se transmite de padres a hijos. Lo mismo ocurre con una empresa familiar. La diferencia es que lo primero no necesita esfuerzo por parte del heredero, pero lo segundo requiere mucho trabajo para que el negocio siga valiendo algo. La Torá es como un negocio, no un título. Para que se mantenga es necesario ganarla.

Los Sabios mismos lo expresaron de una forma muy bella: «Moshé nos ordenó la Torá como una herencia (morashá) de la congregación de Iaakov» – no leas «herencia» (morashá) sino «comprometida» (meorasá) (Brajot 57a). Simplemente cambiando la pronunciación (convirtiendo la shin (sh) en sin (s), pasamos de «herencia» a «compromiso o esponsales». De esta forma los Sabios indicaron que sí existe una relación de herencia entre la Torá y el judío, pero para adquirirla es necesario amarla.

Los Sabios eran plenamente conscientes de las implicancias sociales de la máxima de Rabí Iose respecto a que la Torá «no se te entrega como una herencia». Eso significa que la alfabetización y el estudio nunca deben convertirse en el dominio exclusivo de una elite.

¿Por qué no es habitual que los eruditos tengan hijos que también sean eruditos? Rabí Iosef dijo: Para que no se diga que la Torá es su herencia (Nedarim 81a)

Los Sabios estaban constantemente en guardia contra las actitudes exclusivistas respecto a la Torá. La igualdad nunca se preserva sin vigilancia, y efectivamente hubo tendencias contrarias. Esto lo vemos en uno de los debates entre las escuelas de Hilel y Shammai:

«Levanta muchos discípulos» – La escuela de Shammai dice: La persona debe enseñar sólo a quien sea sabio, humilde, de buena estirpe y rico. Pero la escuela de Hilel dice: Se le debe enseñar a todo el mundo. Porque en Israel hubo muchos transgresores que se sintieron atraídos hacia el estudio de la Torá y de ellos surgieron hombres justos, dignos y piadosos. ¿Con qué se puede comparar esto? Con una mujer que pone una gallina a empollar huevos. De muchos huevos, es posible que sólo eclosionen unos pocos, pero de unos pocos huevos, no eclosiona ninguno».(3)

No podemos predecir quién llegará a la grandeza. Por lo tanto, la Torá debe enseñarse a todos. Un episodio posterior ilustra la virtud de enseñarles a todos:

Una vez Rav llegó a cierto lugar donde, a pesar de que habían decretado un ayuno (para que lloviera), no llovía. Eventualmente, alguien se adelantó a Rav, se paró ante el Arca y rezó: «¿Quién hace que sople el viento?», y el viento sopló. Luego dijo: «¿Quién hace que caiga la lluvia?», y llovió. Rav le preguntó: «¿Cuál es tu ocupación? (es decir, ¿cuál es tu virtud especial para que Dios responda a tus plegarias?). Le respondió: soy maestro de niños pequeños. Enseño a los hijos de los pobres, así como a los hijos de los ricos. De aquellos que no pueden afrontarlo, no tomo ningún pago. Además, tengo un estanque con peces y les ofrezco peces a los niños que se niegan a estudiar, para que vengan a estudiar» (Taanit 24a)

Sería erróneo suponer que estas actitudes prevalecieron en todas partes y en todas las épocas. Ninguna nación llega a la perfección. La aptitud para el estudio no se distribuye de forma igualitaria dentro de ningún grupo. Siempre existe la tendencia de que los más inteligentes y eruditos se vean a sí mismos como más dotados que los demás y de que los ricos intenten adquirir una educación mejor para sus hijos que la que reciben los pobres. Sin embargo, en un grado impresionante e incluso notable, los judíos estuvieron atentos para asegurar que nadie fuera excluido de la educación y que las escuelas y los maestros fueran pagados con fondos públicos. Durante muchos siglos, de hecho, milenios, los judíos fueron los primeros en democratizar la educación. La corona de la Torá de hecho estaba abierta a todos.

La tragedia de Moshé fue el consuelo de Israel. «La Torá es su herencia». El hecho de que su sucesor no fuera su hijo, sino Iehoshúa, su discípulo, implica que todos pueden aspirar a esta forma de liderazgo, histórica y espiritualmente la más importante de las tres coronas. La dignidad no es un privilegio de nacimiento. El honor no se limita a aquellos que tienen los padres adecuados. En el mundo definido y creado por la Torá, todos son líderes potenciales. Todos podemos ganarnos el derecho de lucir la corona.

Shabat Shalom.


NOTAS

1. Números Rabá 21:14

2. Maimónides, Mishné Torá, Hiljot Talmud Torá 3:1

3. Avot de Rabi Natan, versión 2, capítulo 4

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