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| martes septiembre 30, 2025

HAAZINU-SHABAT SHUVÁ-IOM KIPUR 5786

Israel Winicki Z.L /Porisrael.org


B’H

Deuteronomio 32

Una gran parte de la porción de la Torá Haazinu (Oigan) consiste en una «canción» de 70 líneas dicha por Moshé al pueblo de Israel en el último día de su vida.

Llamando al cielo y la tierra como testigos, Moshé exhorta al pueblo «Recuerda los días de antaño / Considera los años de muchas generaciones / Pregunta a tu padre, y él te relatará / A tus ancianos, y ellos te dirán» como Di-s «los encontró en una tierra desierta», los hizo un pueblo, los eligió para sí mismo y les legó una hermosa tierra. La canción también advierte sobre las dificultades de la abundancia: «Ieshurún engordó y pateó / Tú has engordado, grueso, anadeado / El olvidó al Di-s que lo hizo / Despreció la Roca de su salvación» — y las terribles calamidades que ocurrirían, que Moshé como Di-s «ocultando Su rostro». Sin embargo, hacia el final, él promete, Di-s será vengado por la sangre de sus sirvientes y se reconciliará con su pueblo y su tierra.

La parashá concluye con la instrucción de Di-s hacia Moshé de subir a la cima del Monte Nevó, desde donde observará la Tierra Prometida antes de morir ahí. «Tú verás la tierra frente a ti; pero no entrarás allí, a la tierra que Yo doy a los hijos de Israel»

SHABAT SHUVA

El Shabat entre Rosh HaShaná y Iom Kipur se llama Shabat ShuváShabat de Retorno, ya que la lectura de la Haftará comienza con las palabras Shuvá Israel «Retorna oh Israel”, de la profecía de Oseas. También se conoce como Shabat Shuvá porque cae durante los Diez Días de Arrepentimiento.

Las oraciones en este Shabat son las mismas que en un Shabat común con la excepción de las incorporaciones que se hacen para la Amidá durante los Diez Días de Arrepentimiento. Avinu Malkeinu no se recita. En la bendición al final de la oración Maguen Avot en la noche del viernes, las palabras haE-l haKadosh se sustituyen por haMelej haKadosh. Nuestros sabios han dicho que cuando ellos se dirigen al pueblo, Dios perdona los pecados de Israel.

El Shabat fue dado a Israel como un tiempo para el estudio de la Torá y la oración, y, aunque siempre se debe tener cuidado de no pasar el tiempo sin hacer nada o en una conversación inapropiada, en Shabat Shuvá uno debe tener especial cuidado para concentrarse por completo en la Torá , la oración , y la reflexión sobre el arrepentimiento, el perdón logrando así por alguna conducta impropia que hayamos tenido en algún otro Shabat.

 

NEILA

Ya el día de Iom Kipur se acerca a su fin. Es la hora de Neilá, la última apelación antes del veredicto. Las Puertas del Cielo se abren y Di-s se sienta en Su Trono para emitir la sentencia.

Si, es cierto, estamos sinceramente arrepentidos de los pecados cometidos contra Él. Pero qué pasa con los pecados cometidos contra nuestro prójimo. ¿Ya le pedimos perdón? ¿Hemos tratado de reparar el daño que le hemos hecho? ¿Hemos pagado lo que le debemos?

¡¡¡¿QUÉ  ESTAMOS ESPERANDO?!!! ¡¡¡NEILA SE ACERCA!!! ¡¡¡CORRAMOS HACIA NUESTRO HERMANO Y PIDAMOSLE PERDON ANTES QUE LAS PUERTAS DEL CIELO SE CIERREN Y SE SELLE EL VEREDICTO!!! ¡¡¡GMAR JATIMA TOVA!!!

 

PLEGARIA DE UN SOLDADO

Por Shimon Posner

Un soldado, especialmente un soldado israelí, parado frente al Muro de los Lamentos significaba para mí: orgullo, virilidad, valentía y todo lo que puede resultar atractivo para un muchacho. Sigue significando lo mismo, pero ahora, cuando miro a uno de esos soldados, la imagen que surge ante mis ojos es la de su madre.

En realidad es la paradoja del orgullo por el ejército, por la juventud. Incluso cuando somos jóvenes sabemos cuán vulnerable es nuestra posición; después de todo, crecemos sabiendo que hay héroes que han caído. E incluso a medida que vamos envejeciendo, seguimos alentando su orgullo y capacidad y el trabajo que llevan a cabo. Y sabemos que son ‘cool’. Pero… pero… Ima. Y Savta. Y la hermanita. Y la tía favorita. Y Aba. Y el primito. ¿Y no podrán mandarlo pronto a casa?

Me encuentro con soldados. Hablo con ellos, me río con ellos, discuto con ellos, concuerdo con ellos, me pongo los tefilín con ellos y, cuando nos despedimos, la mayoría de las veces también lloro con ellos. Nunca olvidaré el abrazo que me dio un muchacho de Acre antes de volver al cumplimiento del deber.

Nacido en Rusia, dueño de una sonrisa fácil y con un aire arrogante que podía llegar a gustar. Insistía en que no era para nada religioso y comentaba que simplemente asiste a Jabad en Acre. Y el rabino que oficia allí, ese rabino ¡es sensacional! (Carraspea un poco y después ríe nerviosamente). Una vez, cuando volví del frente ¡el rabino interrumpió el servicio religioso, dejó el servicio religioso en la mitad y vino a darme un abrazo! (Ahora se sonríe, y en realidad ya no es a mí a quien está hablando. Un momento después vuelve al presente). Yo me puse los tefilín. El rabino me pidió y me los coloqué algunas veces. Empezó a gustarme. Ahora extraño si no lo hago.

Esta semana recibí más de cuatro mensajes de correo con las fotografías de soldados orando. Hay algo especial cuando uno ve soldados rezando. Muestra que la oración surge de un lugar de fuerza; muestra que la oración viene de un lugar de vulnerabilidad. Muestra que la oración viene de un lugar que no queremos que nadie vea; y de un lugar que tenemos necesidad de compartir.

Y recordemos a los profetas. ¡Cómo les hablaban a los pecadores cuando veían que estaba sucediendo una tragedia y todo el mundo miraba hacia otra parte! Los despreciábamos o, si éramos devotos, resentíamos sus palabras. Con sus mensajes de tristeza y desesperanza, como Jeremías, eran unos aguafiestas. En las sinagogas de todo el mundo estas semanas leemos sus palabras en las haftarot.

Un anciano muy inteligente una vez me dijo que él nunca le decía a sus hijos adultos: “Te lo dije…“ Tampoco lo hacían los profetas. Cuando sobrevenía la tragedia, el profeta estaba allí solamente para brindar consuelo. Y llorar. Y, a veces ya no quedaban lágrimas, de modo que el profeta simplemente se limitaba a estar allí. Silenciosamente. Y algunos observan el silencio y piensan que implícitamente el profeta está diciendo: “Te lo dije…” Pero en realidad está diciendo “ahora sabes por qué estaba llorando”.

Cada soldado sabe que su misión está por encima de todo lo demás. Y no lo dudo. Su misión es vital, para todos. Para todo judío. Para toda persona libre. Para toda persona que no es libre. El enemigo debe ser derrotado de una manera tan definitiva como lo fueron los nazis y eso solamente puede ser logrado por el ejército. Y ni por un momento lo pongo en duda o le quito importancia.

Pero, cada vez que me dispongo a rezar por su triunfo veo a sus madres. Mujeres marroquíes con pañoletas, mujeres kurdas (sí, hay judíos kurdos en Israel, una cantidad de ellos) sin pañoletas. Mujeres askenazíes, estoicamente de pie, exigiendo las cosas sin importancia que siempre piden las madres cuando sus hijos van a un lugar peligroso, porque deben hacerlo; “¡No te vayas a desabrigar!”

Espero que no me consideren un agitador por ir a Belén. A la tumba de la madre, la madre que reza para que sus hijos vuelvan sanos y salvos a casa. Que sus plegarias sean oídas en lo alto. Siempre lo son. Espero que me deje escuchar. (www.es.chabad.org)

El arco del universo moral

Rav Jonathan Sacks

Con un lenguaje majestuoso, Moshé comienza su cántico invistiendo todo el poder y la pasión en su testamento final a los israelitas. Comienza de forma dramática pero suave, convocando al cielo y a la tierra como testigos de lo que está por decir, palabras que casi se repiten en el discurso de Porcia en «El mercader de Venecia»: «la calidad de la misericordia no es forzada».

Oigan, oh cielos, y hablaré;

Y que la tierra escuche las palabras de mi boca.

Que mi enseñanza gotee como lluv

Como vientos tempestuosos sobre la vegetación

Y como gotas de lluvia sobre la hierba (Deuteronomio 32:1-2)

Pero esto es un mero preludio al mensaje principal que Moshé quiere transmitir. Se trata de la idea conocida como tziduk hadin, reivindicar la justicia de Dios. Moshé lo expresa de esta manera:

Él es la Roca, Sus actos son perfectos

Y todos Sus caminos son justos.

Dios confiable y sin iniquidad;

Justo y recto es Él. (Deuteronomio 32:4)

Esta es una doctrina fundamental del judaísmo y de su entendimiento del mal y del sufrimiento en el mundo; una doctrina difícil pero necesaria. Dios es justo. ¿Por qué entonces pasan cosas malas?

La corrupción no es Suya; la deficiencia es de Sus hijos.

Una generación perversa y retorcida. (Deuteronomio 32:5)

Dios paga el bien con bien y el mal con mal. Cuando nos ocurren cosas malas, es porque nosotros mismos hemos sido culpables de hacer cosas malas. La culpa no la tienen los astros, sino nosotros mismos.

Pasando al modo profético, Moshé prevé lo que ya ha predicho, incluso antes de que cruzaran el Jordán y entraran a la tierra. A lo largo del Libro de Devarim ha estado advirtiendo sobre el peligro de que en su tierra, una vez olvidadas las penurias del desierto y las dificultades de la batalla, el pueblo pudiera volverse cómodo y complaciente. Pueden llegar a atribuirse a sí mismos los logros y alejarse de su fe. Cuando esto ocurra, provocarán un desastre sobre sí mismos:

Pero Ieshurún engordó y dio coces; 

Engordaste, te hiciste obeso… 

Abandonó al Dios que lo había hecho

Y deshonró a la Roca de su Salvación…

A la Roca que te engendró ignoraste,

Y olvidaste al Dios que te dio la vida (Deuteronomio 32:15-18)

Esta, la primera vez que se usa en la Torá la palabra Ieshurún, de la raíz iashar, recto, es deliberadamente irónica. Israel sabía lo que era ser recto, pero se descarrió por una combinación de riqueza, seguridad y asimilación a las costumbres de sus vecinos. Esto es una traición a los términos del pacto, y cuando eso ocurra descubrirá que Dios ya no está con él. Descubrirá que la historia es un lobo feroz. Separada de la fuente de su fuerza, será dominado por sus enemigos. Todo lo que la nación disfrutó en un momento se perderá. Este es un mensaje crudo y aterrador.

Sin embargo, Moshé cierra la Torá con un tema que estuvo presente desde el principio. Dios, el Creador del Universo, creó un mundo que es fundamentalmente bueno: la palabra que resuena siete veces en el primer capítulo de Bereshit. Los seres humanos, dotados de libre albedrío por ser la imagen y semejanza de Dios, son quienes introducen el mal al mundo y luego sufren sus consecuencias. De ahí la insistencia de Moshé en que cuando aparecen los problemas y las tragedias, debemos buscar la causa en nosotros mismos y no culpar a Dios. Dios es justo y recto. Los defectos son nuestros, de Sus hijos.

Quizás esta sea la idea más difícil de todo el judaísmo. Está abierta a la más simple de las objeciones, una que ha sonado prácticamente en todas las generaciones. Si Dios es justo, ¿por qué les ocurren cosas malas a las personas buenas?

Esta pregunta no la formulan los escépticos, los que dudan, sino los mismos héroes de la fe. La escuchamos en la súplica de Abraham: «¿Acaso no hará justicia el Juez de toda la tierra?». La oímos en el desafío de Moshé: «¿Por qué has hecho mal a este pueblo?». Vuelve a sonar en Jeremías: «Señor, Tú siempre tienes razón cuando discuto contigo. Sin embargo, debo exponer mi caso ante Ti: ¿Por qué son tan prósperos los malvados? ¿Por qué son tan felices los malvados?» (Jeremías 12:1)

Es un argumento que nunca cesó. Continuó a lo largo de la literatura rabínica. Se oyó nuevamente en las kinot, los lamentos, suscitados por la persecución de los judíos en la Edad Media. Suena en la literatura producida como consecuencia de la expulsión de España y su eco sigue reverberando en las memorias del Holocausto.

El Talmud dice que de todas las preguntas que Moshé formuló a Dios, esta fue la única a la que Dios no respondió.(1) La interpretación más simple y profunda se encuentra en el Salmo 92, «El cántico del día de Shabat». Aunque «los malvados broten como la hierba» al final serán destruidos. Los justos, por el contrario, «florecen como una palmera y crecen altos como un cedro en el Líbano». El mal vence a corto plazo, pero nunca a largo plazo. Los malvados son como la hierba, mientras que los justos se parecen más a los árboles. La hierba crece de la noche a la mañana, pero un árbol tarda años en alcanzar toda su altura. A largo plazo, las tiranías son derrotadas. Los impíos declinan y caen. La bondad y la rectitud ganan la batalla final. Como dijo Martin Luther King siguiendo el espíritu del Salmo: «El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia».

Es una creencia difícil, este compromiso de ver la justicia en la historia bajo la soberanía de Dios. Sin embargo, consideremos las alternativas. Hay tres. La primera es decir que la historia no tiene ningún sentido. Homo hominis lupus est, «el hombre es lobo del hombre». Como dijo Tucídides en nombre de los atenienses: «Los fuertes hacen lo que quieren, los débiles sufren lo que deben». La historia es una lucha darwiniana por la sobrevivencia, y la justicia no es más que el nombre que se le da a la voluntad de la parte más fuerte.

La segunda alternativa es el dualismo, la idea de que el mal no viene de Dios sino de una fuerza independiente: Satanás, el Diablo, el Anticristo, Lucifer, el Príncipe de las Tinieblas y todos los otros nombres dados a la fuerza que no es Dios sino que se opone a Él y a quienes le sirven. Esta idea, que surgió en formas sectarias de cada uno de los monoteísmos abrahámicos, así como en los totalitarismos, es una de las más peligrosas de toda la historia. Ella divide a la humanidad entre los inquebrantablemente buenos y los irremediablemente malos, dando lugar a una larga historia de barbarismo y derramamiento de sangre de la clase que vemos hoy en muchas partes del mundo en nombre de la guerra santa contra el mayor y el menor Satán. Esto es dualismo, no monoteísmo, y los Sabios que lo llamaron shnei reshuiot, «dos poderes o dominios»,(2) tenían razón en rechazarlo por completo.

La tercera alternativa, ampliamente debatida en la literatura rabínica, es decir que la justicia en última instancia existe en el Mundo Venidero, en la vida después de la muerte. Aunque este es un elemento esencial del judaísmo, llama la atención lo relativamente poco que el judaísmo recurrió a él, reconociendo que el eje central del Tanaj está en este mundo, en la vida antes de la muerte. Porque aquí es donde debemos trabajar por la justicia, la equidad, la compasión, la decencia, el alivio de la pobreza y la perfección en la medida de nuestras posibilidades, como sociedad y como individuos. El Tanaj casi nunca toma esta opción. Dios no le dijo a Jeremías ni a Iov que la respuesta a sus preguntas existe en el cielo y que la verán cuando termine su estancia en la tierra. La pasión por la justicia, tan característica del judaísmo, se disiparía por completo si esta fuera la única respuesta.

Por difícil que sea la fe judía, a lo largo de la historia tuvo el efecto de llevarnos a decir: si han ocurrido cosas malas, no culpemos a nadie más que a nosotros mismos y nos esforcemos por mejorarlas. Creo que esto es lo que lleva a los judíos una y otra vez, a emerger de la tragedia, sacudidos, con cicatrices, cojeando como Iaakov tras su encuentro con el ángel, pero decididos a empezar de nuevo, a volver a dedicarnos a nuestra misión y a nuestra fe, a atribuir nuestros logros a Dios y nuestras derrotas a nosotros mismos.

Creo que de esta humildad nace de una fuerza trascendental.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Brajot 7a
  2.  Brajot 33b

 

¡¡¡GMAR JATIMÁ TOVÁ!!!

 
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