Flotilla Foto Facebook
Habían finalizado los servicios religiosos de Yom Kipur, nuestro Día del Perdón, y habíamos concluido una jornada de estricto ayuno, cuando volvimos a encender la televisión, para ver qué sucedía en el mundo. De lo primero que nos enteramos es del ataque terrorista y del asesinato de dos feligreses judíos de una sinagoga de Manchester, la segunda ciudad más populosa del Reino Unido. Sabíamos que en ese país se registra hace ya algún tiempo un aumento significativo del antisemitismo. No nos sorprendió entonces, que ese ataque ocurriera en aquel país, que durante su mandato en lo que entonces los gentiles llamaban Palestina había impedido por todos los medios el ingreso a nuestro país de embarcaciones con sobrevivientes judíos de los horrores de la Shoá, anhelantes de hallar refugio en su patria ancestral. Ni tampoco, que el asesino en cuestión fuera aplaudido por toda una chusma británica, porque sus dirigentes habían decidido reconocer un estado musulmán en nuestro país, como premio por las masacres perpetradas por el Hamas el 7 de octubre de 2023. ¿Las habrán olvidado? ¿Tienen problemas de memoria? Nosotros no. Es preciso que sepan, que nosotros no olvidamos nada.
Después nos mostraron en la televisión el modo en que el ejército israelí había detenido a una flotilla de 41 embarcaciones repletas de imbéciles contratados por el Hamas, que se habían introducido en nuestras aguas territoriales, con el pretexto de querer llevar ayuda humanitaria a la población de Gaza. Claro que bien pronto se descubrió que no traían nada más que palabras vacías y banderas rojas, verdes y negras. ¿Ayuda humanitaria? Ni para los pobladores de Gaza que siguen reteniendo a nuestros secuestrados, y ninguno revela donde están, porque no hay entre ellos uno solo que tenga un corazón o un alma. Había gente más decente en la Alemania nazi. Ni por cierto para nuestros secuestrados, que no reciben alimentos ni tratamiento médico, y a quienes no ha podido visitar un solo representante de la Cruz Roja.
En sus embarcaciones no había nada que pudiera ayudar a persona alguna. Tampoco tenían provisiones, porque su travesía había durado más tiempo que el primer viaje de Colón, y se les habrían acabado. Tampoco tenían cuchillos para cortar alguna hamburguesa o pelar alguna fruta, porque los habían arrojado al mar, temerosos de que se descubrieran sus verdaderas intenciones. También habían tirado al mar sus teléfonos celulares, en los que se hubieran podido escuchar sus conversaciones diarias con los delincuentes del Hamas en Gaza. ¿Suponían quizás que los israelíes no saben escuchar, y no estaban al tanto de lo que decían?
Finalmente, sus barcazas fueron llevadas a puertos israelíes, y sus 400 estúpidos pasajeros arrestados. Claro que lo primero que hicieron fue declarar que ellos habían sido secuestrados en alta mar, y que al llegar a Israel no les habían dado de comer. Habían planeado seguramente que serían agasajados e invitados a disfrutar de los deliciosos manjares que se sirven en los magníficos restaurantes de la costa israelí. Pero habían calculado mal. Los restaurantes estaban cerrados, porque habían arribado en Yom Kipur, el día más sagrado de la religión judía, en el que todos los judíos creyentes ayunan. Y no había nadie que pudiese abrirlos, porque casi todos estaban en la sinagoga. Evidentemente estos grotescos personajes no eran solamente malos navegantes. También habían sido mal asesorados por las agencias turísticas de los dirigentes de sus respectivos países.
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