¿A quién le apuntan?
Si uno entra en “dialogo” con la AI sobre el conflicto de Medio Oriente, es probablemente la primera vez en la historia (con la excepción quizás del breve lapso en que aconteció la guerra del Golfo) que ve a la Argentina del lado correcto del Universo.
Como saben Hezbollah es para muchos una organización “híbrida” que combina una cara política con representación en el parlamento del Líbano y otra militar y completamente clandestina, responsable de varias de las atrocidades que el mundo conoce.
No hay “hibridez” para la Argentina: Hezbollah es para el país una lisa y llana organización terrorista, igual que Hamas. No hay ninguna diferencia entre ellas. Al lado de la Argentina están EEUU, la UE, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
La Justicia argentina encontró a Hezbollah responsable por los atentados que volaron la Embajada de Israel en 1992 y la sede de la AMIA en 1994. Todo bajo el patrocinio financiero de Irán.
Luego del intento kirchnerista de borrar las huellas y las responsabilidades de los crímenes a partir de la firma de un Memorándum gestado por la más baja estofa del peronismo nazi, el país recobró la cordura y no solo desconoció esa basura sino que está por enjuiciar por traición a la patria a los responsables de su firma.
Pero la cuestión aquí es saber por qué decimos que la Argentina está del lado correcto del Universo.
Con todo lo grave que es el problema del antisemitismo y el anti judaísmo en el mundo (algo que la inteligencia humana no logra procesar luego de 2000 años de historia) quien crea que el problema esta circunscripto a eso y se acaba allí, estaría cometiendo un error tan grosero respecto de la correcta lectura de lo que hay en juego que, si esa persona fuera un funcionario con responsabilidades, debería ser despedido en el acto esté donde esté y sea miembro del gobierno del país que sea.
Un problema que empieza por los judíos no termina en y con los judíos sino que termina con todos. Literal. Este no es un problema solo judío: es un problema de la civilización occidental entera. De modo que cualquiera que ensaye un enfoque o proponga una solución creyendo que aquí estamos frente a un problema centrado en el Estado de Israel, comete un error tan estructural respecto del núcleo del problema que, reitero, si es funcionario debería ser despedido ipso facto.
El Islam representa un reto a Occidente. No solo a los judíos. Los judíos y el Estado de Israel están siendo utilizados lamentablemente (otra vez) como un instrumento funcional al odio que es inherente al Islam. Y no me arrepiento de lo que digo. El odio es un elemento inherente al Islam. Millones de cristianos han sido eliminados en Africa y Medio Oriente. Dos tercios de la población cristiana de Irak desapareció. Mientras musulmanes y cristianos viven libremente y progresan en Israel, son limpiados de la faz de la Tierra allí donde impera el Islam. Si sus líderes no hacen algo poco menos que ya mismo, eso de que hay que distinguir entre el Islam y el terrorismo, no será más que una frase. Una más dentro del más puro Gramsci.
Sus apelativos al “amor” y a la ”armonía” entran severamente en duda cuando la misma “doctrina” impulsa la muerte de todo lo que no sea Islam y hasta el suicidio purificador para provocar la muerte de los que para ellos son infieles. Esa sola característica es suficiente para descartarla como una fe de convivencia.
Los principales líderes del Islam han propuesto a los vientres de sus mujeres como el arma de victoria frente a todo lo que no sea ellos mismos. ¿Qué significa eso? Pues muy simple: que hay que embarazar mujeres islámicas en serie, en un proceso cuasi-industrial, para que esas criaturas sean usadas luego como bombas suicidas, células de infiltración o, como mínimo, invasores silenciosos que terminen doblegando la cultura occidental por el mero peso de su número.
Es lo que está ocurriendo en Europa, principalmente en países pusilánimes como Francia y el Reino Unido que han embolsado su dignidad nacional y hoy retroceden frente a la embestida de las muchedumbres musulmanas.
Samuel Huntington predijo esto hace muchos años en su obra “El Choque de las Civilizaciones”. Lamentablemente el “humanismo” occidental, basado en la vida libre, el ejercicio de derechos naturales, en la libertad de expresión y en la ingenuidad política, fue usufructuado por las hordas que parecían llegar en busca de una vida mejor pero que en realidad eran cabeceras de playa de un master plan invasor.
Los judíos, dentro de este plan, fueron utilizados por varios motivos como la cabeza visible y la excusa perfecta para cautivar idiotas utiles, fanáticos de toda índole y resentidos sociales de cualquier nacionalidad.
Un pueblo próspero y avanzado en medio de la miseria, una minoría absolutamente insignificante (la población judía mundial apenas supera los 15 millones almas) pero exitosa, un grupo humano que le ha dado a la humanidad más premios Nobel que ninguna otra minoría, una nación creativa e innovadora allí donde se encuentre (recordemos que el concepto de “nación” no está limitado a un territorio físico determinado), reunía las características ideales para ser marcado como el nuevo target de la envidia.
Occidente, con su blandura y relativismo democrático, sería un escenario sencillo donde esparcir las manifestaciones, las mentiras, las tergiversaciones… La izquierda mundial -ese rejunte de fracasados que tiene una tirria indómita contra el éxito, contra la libertad y contra la capacidad individual para decidir- sería el socio perfecto para embaucar idiotas, que estarían tan ciegos de odio y rencor como para darse cuenta que ellos morirían también.
Contra este escenario una minoría muy notoria de dirigentes parece haberse percatado del verdadero sentido de la amenaza. Sin miedo a incurrir en incorrecciones políticas están planteando la cuestión a nivel internacional con toda crudeza: esto va camino de convertirse en un “nosotros o ellos”. Es tan sencillo como eso. Estamos hablando aquí de la supervivencia de una civilización. Estamos hablando aquí de mantener con vida la concepción filosófica que ha permitido que el mismo mundo que se moría de hambre con menos de 1000 millones de habitantes albergue hoy 8000 millones con menos hambre que en la Edad Media. Y no hablemos del confort de la vida diaria porque ese partido es directamente un afano.
El mundo pudo haber evitado mucho antes llegar a esta instancia de supervivencia extrema frente a un virus que quiere volverlo a los tiempos de Mahoma. Pero ya está. Esas oportunidades se perdieron. Lamentablemente la idiotez política, la pusilanimidad y la cobardía permitió agrandar a un enemigo cruel, despiadado y sin escrúpulos que esta dispuesto a todo con tal de doblarle el brazo a la vida libre.
Muchas de esas oportunidades se desperdiciaron cuando colectivos enteros se dejaron embaucar por la estupidez. ¿En serio que las feministas enarbolan banderas palestinas y desean la muerte de Israel cuando a ellas les espera la hoguera si el Islam ganara esta guerra? ¿En serio que los gays levantan las banderas de Palestina insultando a los judíos cuando ellos terminarían decapitados si se instalara el Califato universal? ¿Pero hasta donde llega el odio que enceguece hasta el instinto de la propia supervivencia?
Occidente tiene un problema con la distinción entre las consignas y las ideas. Hay mucha gente (que incluso puede llegar a dársela de “intelectual”) que no solo no distingue una cosa de la otra sino que no distingue un tornillo de una pipa.
Millones de zombies mentales salen a las calles disfrazados con kefías sin entender lo que están defendiendo. El gramscismo islamista copó a tal grado los estamentos de la cultura (en base a una repartida de dinero que proviene de varios Estados a los que se les ha asignado esa tarea, Qatar, por ejemplo) que lugares que fueron los pilares de la libertad (las universidades Ivy League, por ejemplo, o la BBC de Londres o el Diario El País) se han convertido en poleas de multiplicación del odio antisemita, debajo del cual corre la estrategia de derrotar definitivamente a Occidente.
Esta sola palabra “Occidente” resume, por el solo hecho de pronunciarla, un set de valores que todo el mundo conoce. No hay que explicar nada cuando se dice “Occidente” (estamos hablando de libertad, progreso, derechos individuales, igualdad ante la ley, confort, innovación, creatividad, modernidad, alto nivel de vida, respeto, tolerancia).
Huntington cuando enumera sus “civilizaciones” pone en una situación indefinida a América Latina. ¡Y cuanta razón tenía!
En efecto, a caballo de (para mi) un resentimiento y una envidia cuya explicación habría que buscarla en los sótanos de las frustraciones, la región siempre mostró un recelo histórico para considerarse a sí misma como “occidental”. Desde ese lugar de fracaso colectivo se asoció a las peores ideas de la Tierra. La Argentina, una excepción a esa regla infame durante mucho tiempo, terminó cayendo en ella cuando también vio frustrada la gloria a la que se creía predestinada.
Hoy está ante una nueva oportunidad. La oportunidad de decir: “señores, nuestro país está del lado de la libertad y del progreso; la Argentina se para al lado de las democracias del mundo; nuestro país defiende a Israel de un ataque que es peor aun que un ataque directo: de un ataque que la utiliza como prenda de odio para vencer al enemigo último que es la civilización occidental… Y sí, pese a las dudas que puedan tener los países que nos acompañan en nuestra región, nosotros decimos con vos clara y firme que somos Occidente y que vamos a defender todo lo que sea Occidente y todo lo que represente a Occidente… Estamos cansados de la hipocresía de los que usufructúan los adelantos que Occidente le regala al mundo y que luego quieren destruir las bases que hacen posible esos regalos… Nuestro país está con el grito de autonomía y progreso que significa Israel; estamos con la libertad y el libre albedrío que simbolizan los EEUU; sostenemos las ideas de la Ilustración Europea; el sentido de las nuevas fronteras que encarnan Australia y Nueva Zelanda… La Argentina está por el futuro y se opondrá con todo lo que tiene a las fuerzas que pretenden a hacer retroceder al mundo a un tiempo en donde la regla era la esclavitud, la escasez, el sometimiento, la miseria y la servidumbre…”
Basta de tener vergüenza por hacer y decir lo que está bien.




















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