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| domingo diciembre 22, 2024

Asad debe pagar


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El dictador sirio Bashar al Asad no sólo ha cruzado la “línea roja” del presidente Obama. La gente civilizada hace tiempo que estableció límites a los conflictos armados. Emplear armas químicas es considerado crimen de guerra desde 1925. Atacar a mujeres y niños inocentes es tabú desde la Edad Media, por lo menos. ¿Acaso ahora estamos renunciando a tales esfuerzos, decimos “qué demonios, los niños siempre serán niños y los bárbaros siempre serán bárbaros, y de todas formas no es asunto nuestro?

Ésta no es una interpretación absurda de lo que el Parlamento británico dijo la semana pasada. La mayoría del mismo votó no apoyar, ni siquiera en principio, un ataque militar contra el régimen de Asad como condigno castigo a su uso de armas químicas, a su ataque con gases contra zonas residenciales y al asesinato de centenares de bebés, niños, ancianos y mujeres. Los británicos se unen así a China y Rusia, miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y líderes de la denominada comunidad internacional, en su política de favorecer que el terrorismo de Estado no tenga coste alguno, lo que equivale a permitirlo. Los gobernantes de Irán y Corea del Norte se cuentan entre quienes están tomando nota de ello.

En cambio, el presidente Obama dice que quiere que Asad pague. El sábado pasado afirmó:

 No podemos cerrar los ojos ante lo sucedido en Damasco.

Ha pedido autorización al Congreso para emprender acciones militares, cosa que no hizo antes de intervenir en Libia.

Si el Congreso se la denegara, eso confirmaría esta inquietante tendencia. Al término de la II Guerra Mundial, Occidente dijo “nunca más” al genocidio. Y, sin embargo, éste se ha cometido en Camboya, en Ruanda (por lo que el presidente Clinton pidió posteriormente disculpas en nombre de la comunidad internacional) y en Darfur.

También se llevó a cabo la genocida campaña de Al Anfal, emprendida por Sadam Husein contra los kurdos de Irak, y el gaseo de miles de civiles kurdos en Halabya. Yo diría que fue un error no responsabilizar a Sadam de ello entonces, a finales de los años 80. Hoy, sin embargo, muchos creen que fue un error que se le responsabilizara de cosa alguna.

La República Islámica de Irán es el principal patrocinador internacional del terrorismo. Nadie en Teherán ha pagado por el asesinato, en 1992, de cuatro kurdos iraníes en Berlín; por el atentado contra la AMIA, en Argentina, dos años después; por los fallidos intentos de volar los depósitos y conducciones de suministro de carburante para aviones en el aeropuerto JFK de Nueva York en 2007, o por el atentado contra un restaurante de Washington D.C. en 2011.

Los gobernantes iraníes amenazan a Arabia Saudí, a Kuwait, a Baréin y a los Emiratos Árabes Unidos. Incitan al genocidio de israelíes, en una clara violación de la Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio. También es indiscutible que están desarrollando capacidad armamentística nuclear, lo que infringe el Tratado de No Proliferación Nuclear… pese a que hay quienes, de todas formas, lo discuten e insisten en que el objetivo de Irán es sólo generar más electricidad para hospitales y jardines de infancia.

Si no fuera por Teherán, seguramente Asad ya habría sido derrocado. La Guardia Revolucionaria iraní tiene efectivos en territorio sirio, al igual que Hezbolá, el agente libanés de Teherán. Vladímir Putin, un hombre que considera que ser despiadado es algo necesario (aunque no agradable) para un estadista, también apoya a Asad. Con ello, demuestra al mundo entero que Rusia es un aliado fiable, a diferencia de Norteamérica, que tiene la costumbre de empujar a los amigos delante del proverbial autobús.

Las leyes internacionales que no se están aplicando respecto a Irán y a Siria tampoco lo están siendo en relación a Al Qaeda y a otras organizaciones terroristas. Por lo visto, sólo las naciones occidentales deben respetar las normas. Los terroristas de Al Qaeda presos en Guantánamo, los ataques de drones a dirigentes de AQ y las barreras de seguridad antiterrorista israelíes suscitan entre los tertulianos internacionales bastante más controversia e indignación que, por ejemplo, el asesinato de cristianos por Boko Haram, filial de Al Qaeda en Nigeria. En Washington, el Newseum consideró la posibilidad de honrar  a “periodistas” pertenecientes a Hamás, considerada una organización terrorista por el Gobierno estadounidense. Como respuesta, los principales medios de comunicación bostezaron.

El secretario de Estado, John Kerry, realizó la semana pasada unos comentarios dignos de encomio para explicar la seriedad de las infracciones cometidas por Asad. Afirmó que:

Algunos mencionan el riesgo de hacer cosas. Debemos preguntarnos cuál es el riesgo de no hacer nada.

Decidir qué hacer es algo muy difícil. Algunas ideas a desarrollar serían:

(1) Al término de la demostración, Asad debería llegar a la conclusión de que emplear armas químicas contra civiles fue un error que no repetirá. Otros dictadores deberían considerarlo de forma análoga.

(2) Para lograrlo, se debería considerar seriamente destruir la fuerza aérea de Asad. Los aviones, helicópteros, y los principales aeródromos son difíciles de ocultar, lo mismo que las instalaciones portuarias.

(3) Kerry afirmó, de forma correcta, que las fuerzas iraníes en Siria están “contribuyendo de forma significativa a esta violencia”. Atacar a dichas fuerzas enviaría un mensaje claro.

En cuanto a la guerra civil siria, ésta proseguirá incluso tras un ataque. La caída de Asad sigue siendo estrategicamente deseable, pero Obama ha deseado alcanzar ese fin sin querer poner los medios para ello.

Hay quien teme que, si Asad cae, Al Qaeda irá en ascenso. Durante los últimos dos años han llegado a Siria afiliados al grupo. Su fuerza es algo discutible. Pero es posible que pierdan ambos, tanto AQ como la alianza Irán-Asad. Eso requeriría elaborar una estrategia que no separara la cuestión siria de las de Irán, Irak, Afganistán y otros puntos del mundo musulmán. No resulta de ayuda insistir continuamente, contra una abrumadora evidencia, en que “la marea de la guerra retrocede”, ni repetir ad nauseam lo “cansados de la guerra” que estamos. Asad no lo está, ni tampoco el Líder Supremo iraní Alí Jamenei o el comandante de Al Qaeda Aymán al Zawahiri.

En una ocasión, Margaret Thatcher explicó así su motivación y determinación:

No puedo soportar ver a Gran Bretaña en decadencia; simplemente, no puedo.

Creo que se habría sentido mortificada al ver que el Parlamento británico vacilaba la semana pasada, y habría estado observando atentamente si el Congreso estadounidense seguía ese vergonzoso ejemplo.

Foundation for Defense of Democracies

 
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