El acto se transmitirá en Israel en vivo y en directo en horas de mayor audiencia, pero la mayoría de los israelíes preferirán ver programas como «Gran Hermano 10», «The Voice 11», «Master Chef 21» o cualquier otro éxito televisivo, no porque se opongan a un Estado palestino, simplemete por indiferencia. Todo lo que tiene que ver con Palestina ya no les interesa.
La gran mayoría de los ciudadanos de Israel están alejados del conflicto con los palestinos y no se rozan con ellos. Desde su punto de vista, se trata de imágenes esporádicas en los noticieros. Mahmud Abbás, presidente de la Autoridad Palestina, siempre anda reclamando algo, Ismail Haniyeh, líder de Hamás en Gaza, sigue amenazando con «no cesaremos hasta que Al Quds vuelva a ser nuestra», mujeres con rostros cubiertos lloran a sus muertos, hombres corriendo con camillas detrás de ambulancias y terroristas encapuchados disparan misiles. Los israelíes no tienen interés en saber más. Están hartos. Shjem y Ramallah distan apenas 40 minutos de viaje de Tel Aviv, pero para ellos se trata de lugares que se encuentran en otro planeta. Nueva York, Londres, París, Grecia y Chipre están mucho más cerca.
Los habitantes de los asentamientos judíos en Cisjordania, detrás de la cerca de seguridad, son los únicos que ven a los palestinos, especialmente a través de las ventanillas de sus automóviles en las carreteras comunes. También ellos, como los palestinos, están aislados de los residentes de Tel Aviv, Haifa o Beer Sheva, quienes casi nunca cruzan la cerca. No tienen nada que buscar en Elón Moré, Izhar o Psagot. A los grandes bloques de asentamientos, Adumim, Gush Etzión o Ariel, pueden llegar casi sin ver palestinos.
Esa política de aislamiento fue un verdadero legado de Ariel Sharón, quien, muy a pesar suyo, mandó construir la cerca de seguridad en Cisjordania, salió unilateralmente de Gaza y expulsó a los palestinos del mercado laboral israelí. Sharón nunca creyó en la paz ni en «los árabes»; su objetivo era defender a la población judía de los atentados de los vecinos «sedientos de sangre».
Alejar a los palestinos de la visibilidad posibilita que los israelíes vivan como si no existiera el conflicto, apostando unos cuantos soldados en las líneas fronterizas reconocidas o de armisticio. También «el problema demográfico», mientras se encuentra detrás de muros, cercas y puestos de control, no preocupa a nadie.
En un pasado, la economía israelí se apoyaba en el trabajo palestino, pero sólo los israelíes adultos aún se acuerdan de ellos en restaurantes, edificios en construcción o estaciones de servicio. En algunos lugares hasta se entablaron ciertas relaciones amistosas. Todo eso quedó en el olvido.
El alza o baja de la Bolsa casi no está influenciada por la caída de tal o cual misil en Sderot, Ashkelón, Beer Sheva o Ashdod, los precios en los shoppings y los supermercados suben como si Israel fuera Hong Kong y no un país enclavado en medio de una región convulsionada, amenazado y en permanenete estado de alerta.
Ese aislamiento incrementa la diferencia en la forma en la que los israelíes ven a su país y la manera en que está expuesto a los ojos del mundo. Los medios locales y los de las comunidades judías de la diáspora describen a Israel como una potencia tecnológica occidental, como una sucursal del Silicon Valley y la NASA. En cambio, cuando la prensa extranjera reseña el conflicto con los palestinos, se pueden ver atentados terroristas y represalias, asentamientos judíos, campos de refugiados y hasta negociaciones de paz.
Cuando israelíes que jamás visitaron un asentamiento ven las noticias en la CNN, se ofenden: «¡Nosotros no somos así; eso es propaganda antisemita!», afirman enojados.
Por el contrario, extranjeros que visitan el Estado judío se asombran al descubrir que la realidad de los que viven aquí es totalmente diferente a lo que vieron y oyeron en sus casas. Ellos esperaban encontrarse con un violento Estado de apartheid y se asombran que no existen baños y autobuses separados para judíos y árabes. Se imaginaban una comunidad conservadora, ultrareligiosa, y se sorprenden de la vida nocturna en Tel Aviv. Caminan por las calles de Haifa, Natanya o Raanana y perciben que en Londres, París o Madrid ven mucho más musulmanes que en la mayoría de las ciudades en Israel.
Debido al aislamiento y la indiferencia, no hay presión pública sobre el Gobierno para retirarse de los territorios y establecer un Estado palestino. La oposición a cualquier iniciativa de paz norteamericana se concentra en la ultraderecha nacionalista y mesiánica, que apoya la anexión de Cisjordania y rechaza cualquier tipo de concesión.
Pero a la mayoría de los israelíes eso simplemente no les interesa; ellos hace rato que renunciaron a los territorios. Si Kerry llega a tener éxito en su objetivo, lo verán unos minutos y cambiarán de canal.
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