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| sábado noviembre 23, 2024

Los Simpson y el Nóbel de la Paz


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En algún capítulo de la popular serie televisiva de animación “Los Simpson”, el travieso y poco amante del estudio Bart consigue un “suficiente” en un examen, por lo que es efusivamente felicitado por sus padres. A su hermana, la muy aplicada Lisa, a pesar de obtener un “sobresaliente”, nadie la felicita ni tan siquiera presta atención, siendo su logro más destacado. Las razones para la entrega de los Premios Nóbel de la Paz guardan una peligrosa semejanza con dicha injusticia.

Por ejemplo, el último de ellos fue otorgado no a un individuo u organización que milite por la paz en el mundo (o, al menos, entre una pequeña parte de éste), sino a un organismo técnico encargado de verificar el cumplimiento de unos acuerdos y, ocasionalmente, de desmantelar un arsenal químico. No es, como decimos, una ONG que presiona a los gobiernos y ejércitos a desprenderse de este armamento de destrucción masiva e indiscriminada, sino un organismo con funcionarios encargados de cumplir una misión, como también lo son  los que controlan el desarrollo de armas atómicas (y que desde hace un decenio no consiguen que Irán les abra sus instalaciones para una verdadera inspección) o, si me apuran, un inspector de Hacienda que, por muy encomiable y desagradecida que sea su profesión, se limita a cumplir unas órdenes decretadas por otros. No se ha premiado al hacedor de la paz, sino a quien lo verifica, seguramente por lo engorroso que sería determinar quién se lleva las medallas del desarme químico en Siria.

Muchos apostaban para el premio por Malala Yousafzai, la joven pakistaní que sufrió en sus carnes el desprecio de los talibanes por las mujeres y la educación. Ella era la “Lisa Simpson” de esta historia, la valedora del “sobresaliente” en conducta y aspiraciones de paz. Pero había un inconveniente: sus “enemigos”, los “malos de la película” son musulmanes. Y su fanatismo, desgraciadamente, no está tan alejado de la corriente principal que anima hoy a gran parte de los pueblos que practican esta creencia, al menos en lo que respecta al trato a las mujeres. Significativamente, ningún medio de habla hispana comentó las presiones del “petrodolarizado” lobby árabe (pero, ¿Cómo?, ¿No eran los judíos los que tenían “el” todopoderoso lobby?). Una vez más, la opinión pública fue inducida (como si fuéramos los padres de los Simpson) a dejarse encandilar por una labor retribuida y con todas las garantías laborables posibles, frente a la simple voluntad inquebrantable de superación de una joven que paga con su propia salud por sus ideales y pensamientos.

No es la primera vez que nos la cuelan. En el 2012 el premio fue a la Unión Europea por su defensa, entre otros, de los derechos humanos, justo cuando los países de mayor tradición democrática del continente expulsan a los gitanos y rechazan ayudar a los náufragos de las pateras. Y todos recordaremos el premio “por adelantado” en 2009 a un recién nombrado presidente Obama, por sus suaves y animosas palabras pronunciadas, por ejemplo, en la Universidad de El Cairo y que encendieron la llama de una Primavera Árabe que nadie sabe cómo apagar ni ponerle cortafuegos contra la barbarie y el caos.

La crisis que nos afecta no sólo es económica, es de valores, como lo demuestra una sociedad que premia a quien cumple con un trabajo encomendado y deja de lado a quienes pretenden mejorar el mundo. Algo que nosotros (sin grandes premios más que el de nuestra propia conciencia) desde hace muchos siglos llamamos Tikún Olam.

 
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