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| viernes noviembre 22, 2024

La temeraria noche cairota, sobre cuatro ruedas


Sal Emergí

elmundo.es

EL CAIRO -“¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes? ¿Qué quieres?”, nos pregunta un fornido egipcio en la entrada de uno de los barrios de El Cairo. Es de noche y el coche en el que vamos- mejor dicho, volamos- no solo no nos protege sino que supone un factor más de desconfianza para ese hombre acompañado por jóvenes con barras de hierro, algunas pistolas y piedras en las manos.

Somos tres en el vehículo. Un servidor que tiene como arma el pasaporte, el escudo de mi equipo y la esponjilla con el logo de la cadena de televisión,  un taxista (Ahmed Hassan) tan deseoso de dinero como lleno de temeridad por aceptar e insistir en llevarnos y un joven soldado egipcio que fue convencido para que nos acompañara.

“No te preocupes, llegaremos…aunque te va a costar mucho dinero”, avisa Ahmed, el único taxista que encontramos que acepta recorrer de noche y en pleno toque de queda las calles de la capital para llegar a tiempo al edificio donde se realiza el directo de televisión. “Nosotros no podemos ni debemos llamarle un taxi. ¡Hay toque de queda, señor!”, nos había insistido el conserje del hotel, ante el Nilo y a pocos metros de la ya  mundialmente famosa Plaza Tahrir.  La posibilidad de subirse a un tanque-no es una broma, unos compañeros lo hicieron hace unos dias- para cruzar la ciudad está descartada.

Volvemos al fornido y su guardia de macarras. Nos pide salir del vehículo para cachearnos.El temor es mutuo. Su miedo tiene dos motivos. Que vaya armado pero sobre todo que tenga alguna cámara de televisión o de fotografía. Tras insistir que no hay nada amenazante en el coche, el soldado enseña de nuevo su documentación. Nos dejan cruzar el barrio a toda velocidad. El mundo al revés. El militar debe demostrar que no es un delincuente para que el civil, armado de forma primitiva pero amenazante, nos deje pasar.

cairo

Imagen nocturna de la capital ( Reuters)

Así es hoy una noche en gran parte de El Cairo. Mientras en Tahrir se sigue cociendo a fuego lento el cambio de régimen, en el resto de la capital se ven carreteras semidesiertas, tanques y carros blindados que decoran las calles y espontáneas bandas urbanas que hacen guardia en los accesos de sus barrios. Temen a saqueadores o periodistas. Unos roban pertenencias. Otros, imágenes.  Nadie se fía de nadie.

Las principales arterias para llegar a la calle Ibn Kaseer están bloqueadas por los soldados lo que obliga al taxista a meterse en las callejuelas donde, pese a la hora y el toque de queda, hay niños con las camisetas del Madrid o del Barcelona jugando con una pelota. Pese a su edad, saben que su país baila al borde del abismo. No hace falta que se lo digan. No lo saben evidentemente por la televisión pública egipcia que sigue siendo un órgano de propaganda. Lo saben porque sus padres, hermanos o tíos vigilan sus barrios con piedras y palos.

Preguntamos al soldado si desea que el veterano Hosni Mubarak deje el Palacio presidencial y anuncie su marcha inmediata. “No política, no política”, contesta. Mohamed, un joven egipcio que no forma parte de las guardias organizadas por los vecinos,  contesta: “Con todo lo que está pasando, Mubarak ya no puede continuar de presidente. Pero hay que dejarle ir con dignidad y no como un ladrón que se escapa. Si no espabilan, Egipto se va a la mierda”.

El taxista tiene miedo también en toparse con algún sicario de los que se declaran proMubarak. En este caso, la presencia de un periodista extranjero en su coche le pondría en peligro. «Ni una palabra en inglés!», nos grita asustado al ver acercándose a un grupo acercándose con palos. Falsa alarma. Es un grupúsculo  de defensa del vecindario.

 A raíz del importante retraso en el regreso al hotel situado cerca de la Plaza Tahrir, el taxista nos recrimina afirmando que «es peligroso» y por supuesto exigiendo más dinero. Una bronca semiamistosa con un mensaje que, pensándolo dos veces, ofrece la esperanza que no todo es caos. “El oficial del soldado ha llamado y ordena que vuelva inmediatamente a su posición”, explica el taxista sudando de miedo o del esfuerzo. Una prueba-muy puntual y pequeña- de que el Ejército no se ha contagiado de la anarquía. Todo lo contrario. Los que apostaron por un derrocamiento de Mubarak con la ayuda de los tanques se pueden ir olvidando.

“Ahora que hemos llegado, te puedo decir que no lo he pasado bien. Ha sido una locura así que me debes pagar más..ya sabes.. hay que ayudar al soldado que recibirá una bronca por llegar tarde..hay que ayudarle”, dice el taxista. Lo más seguro es que todo el dinero se lo quede él.

De hecho, en 90 minutos ha ganado lo que muchos compatriotas suyos no consiguen en un mes.

Difusion: www.porisrael.org

 

 
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