“Nuestra historia es la historia de un liderazgo fallido”, se ha lamentado Salam Fayad, nuestro hombre en Ramala que aspiraba a ser el Ben Gurión palestino pero al que su gente, para qué tener enemigos, ha condenado a ser un émulo de Abba Eban, aquel ministro de Exteriores israelí que sentenció: “Los árabes no pierden una oportunidad de perder una oportunidad”.
Jonathan Schanzer abunda en esta silenciada cuestión palestina en su más reciente libro, el imprescindible State of Failure: Yasser Arafat, Mahmoud Abbas and the Unmaking of the Palestinian State, que ojalá traduzca pronto alguien al español. A ser posible, una de esas incontables organizaciones que se llenan la boca de solidaridad con la causa palestina pero que sólo parecen reparar en ella cuando anda de por medio Israel, el judío de entre las naciones. Hay una llamativa falta de información sobre la “dinámica interna palestina”, constata Schanzer, y añade: “Es extraño, dada la cantidad de activistas y expertos que sostendrán que la palestina es la cuestión central en el mundo árabe”. No, no es extraño, Schanzer lo sabe perfectamente. Más aún lo saben los revolucionarios por cuenta ajena a los que interesa muchísimo menos el palestino de a pie que dar rienda suelta a su fobia a Israel. Estos amigos son una plaga para los palestinos, que bien podrían decirles: “No me ayuden, pero tampoco me jodan”.
Lo que ayudaría a los palestinos sería la difusión, en Ramala como en Gaza como en Washington y las grandes capitales de Europa, de trabajos como éste de Schanzer sobre el deplorable liderazgo palestino, tan responsable –o, por mejor decir, culpable– de los numerosos y muy reales padecimientos de su pueblo. Un liderazgo que, con Arafat y con Abás, se ha significado por la corrupción, el latrocinio a gran escala, la represión despiadada de las voces críticas y el uso y el abuso del terror como arma de sometimiento de puertas adentro y de negociación de puertas afuera. Abú Amar se empeñó en pergeñar un Estado canalla que le permitiera gestionar las situaciones de inestabilidad y tensión extrema que él mismo creaba o azuzaba. Lo mismo ha hecho su sucesor, Abú Mazen, otro hombre de paz con nombre de guerra. Salam Fayad no era como ninguno de los dos. Salam Fayad venía a romper esa inercia suicida y a hacer país. Por eso no pararon hasta sacárselo de encima. Estoy con Abrams: debió ayudarse mucho más a Fayad y mucho menos a Abás, que no es parte de la solución sino, y muy importante, del problema.
Así las cosas, Schanzer sostiene –respaldado por 256 páginas de poderosas razones– que, “desgraciadamente”, los palestinos no están preparados para hacer realidad su sueño de tener un Estado independiente. Hamastán y Fatahlandia no pueden ser los pilares de ese proyecto. Sería un tremendo error que pagarían carísimo los que de hecho ya están padeciendo el demencial desgobierno de los unos en Gaza y de los otros en Cisjordania (los hunos y los hotros, que diría Unamuno): de nuevo, los tan mentados como ignorados palestinos de carne y hueso.
Schanzer viene a decir que toca empezar prácticamente de cero, y hasta se encomienda al presidente Wilson para proponer una vía palestina a la independencia con catorce puntos:
- Occidente debería empezar a condicionar la ayuda a Palestina al cumplimiento de objetivos relacionados con la transparencia, el buen gobierno y el state building.
- Occidente debe mantener altas las expectativas, es decir, no rebajar el umbral de exigencia al liderazgo palestino.
- Occidente debe insistir –si es que ha de seguir suministrando ayuda a Palestina en el futuro– en el desarrollo económico. Un desarrollo económico genuino, es decir, no viciado/basado en la corrupción, el nepotismo y el despilfarro.
- Para que los puntos anteriores puedan cumplirse, ha de mantenerse a los gestores de la paz al margen del proceso económico.
- A la vez, ha de mantenerse a los economistas al margen del proceso de paz.
- A la hora de crear sistemas económicos y políticos viables, la comunidad internacional ha de dejar de confiar en antiguas o recicladas organizaciones terroristas. Efectivamente, esto va por la OLP.
- Los palestinos han de consolidar sus fuerzas de seguridad; y, consecuentemente, acabar con grupos terroristas tan poderosos e influyentes como Hamás, las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, la Yihad Islámica Palestina o los Comités Populares de la Resistencia.
- La ayuda internacional no puede ser la principal fuente de ingresos del Estado palestino. Palestina tiene que desarrollar su sector privado, e Israel tiene que permitirle hacerlo.
- La ayuda internacional debe ir a una sola caja, como no dejaba de postular Salam Fayad. Una caja que, claro, no manejen los cleptócratas.
- Los palestinos deben disponer de una prensa libre.
- Los palestinos deben disponer de una Justicia independiente.
- Los palestinos necesitan que se permita emerger a nuevos líderes y partidos.
- La OLP debe echar el cierre. No está diseñada para la consecución de un Estado de Derecho. De hecho, es un formidable obstáculo para la consecución de un Estado de Derecho.
- Los palestinos necesitan llevar de vuelta a casa a sus mejores compatriotas. Para que enchufen Palestina a la modernidad bien entendida y, qué bueno sería, generen juegos de suma positiva con la Start-up Nation.
¿Asumirán los palestinos el reto de hacerse definitivamente cargo de su destino? ¿Sabrán y querrán por fin sus dirigentes estar a la altura? ¿Podremos de una vez archivar en la carpeta de las citas-reliquia la frase célebre del canciller Eban?
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.