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| viernes noviembre 22, 2024

El odio acumulado no rinde frutos


Mario Satz

Las ideas que Occidente tiene sobre la pluralidad proceden por partida doble de Renacimiento italiano y  la Enciclopedia que articuló el saber en el Siglo de las Luces. En el primer caso la traducción  en la Florencia medicea de los clásicos y la incorporación del egipcio Hermes Trismegisto, los oráculos caldeos y parte de la Kábala hebrea al pensamiento de los hombres de la época como Ficino y Pico; y en el segundo el simple reconocimiento de la pluralidad de cosas y seres que pueblan nuestro mundo y a los cuales un orden alfabético no fastidia ni entorpece su convivencia. Dos pasos cruciales que iban más allá de la teología católica y su ortodoxia y que, con el tiempo, permitirían a Europa y luego a los Estados Unidos liderar sociedades cada día más abiertas y generosas. Que eso llevara, con el tiempo, a guerras terribles, no relaciona la pluralidad con la intolerancia, antes bien prueba que la intolerancia siempre está agazapada entre las ramas de la libertad y que la pluralidad es una apuesta difícil pero imprescindible, ya que responde a la misma realidad de universo, a la par múltiple y uno.

Viendo la reacción de los diputados del congreso iraní ante la disidencia de sus opositores, oyendo salir de sus labios la palabra muerte, y sumado a eso percibir que en el mundo árabe todavía se culpa a los  judíos (donde casi no los hay) de sus males; analizando con atención el odio que flota sobre los hambrientos y los jóvenes desocupados de Libia, Bahrein y Túnez, nos damos cuenta de qué lejos está esa cultura de la tolerancia y la aceptación de las diferencias, qué desperdicio de energía es el que sale de sus bocas y mentes y qué infantil nos parece desde aquí su rabieta. Tienen razón en protestar y querer mejoras para su vida, pero levantar un retrato del Che Guevara es ignorar que ni Cuba, ni la díscola y delirante Corea comunista son las soluciones que los sacarán del marasmo moral y la miseria. Tienen que ponerse a traducir, emular a Ficino y apostar por un Renacimiento que sin descuidar sus propias fuentes vea con buenos, qué digo, buenísimos ojos las ideas ajenas, y seguidamente volver su atención a lo que representó el espíritu de la Enciclopedia, que comenzó en Londres pero tuvo su esplendor en el París de Diderot y Rousseau. O sea que si esperan frutos de su revuelta tienen que saber que ambos momentos históricos-el italiano y el francés-no fueron producto de odio y el desprecio sino del amor a lo otro, del respeto a lo diferente. Y, sobre todo, de un trabajo hercúleo en el que a la clasificación y ordenamiento del entorno le siguieron un respeto a la razón y a la ley civil.

La masa comienza a ser pueblo cuando la horda primitiva respeta primero a sus individuos y luego a los que no piensan igual. A  la gran nación árabe la redimirá el conocimiento y la educación, no el odio ni el desprecio. Y mucho menos el resentimiento, esa pésima emoción a la que parecen haber circunscrito desde hace años su visión de las cosas. Un antiguo proverbio dice: “Las fuentes del sentimiento son húmedas, las del resentimiento secas.” Ojalá el desierto no hable por ellos.

 

Difusion: www.porisrael.org

 
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