Pollard debería haber sido liberado hace muchos años, ya que la discriminación e injusticia van en contra de los valores de Estados Unidos.
Estados Unidos está muy lejos de ser un país antisemita. De hecho, puede que sea el primer país de la historia en el cual es genial ser judío. Esa es una de las razones de por qué he sido reacio a lo largo de los años a tomar posición en el caso de Jonathan Pollard; estoy tan enamorado de este país y de todo lo que ha hecho por los judíos que lo último que quiero es parecer malagradecido o, lo que es peor, desleal.
Habiendo dicho esto, sin embargo, después de un tiempo se vuelve cada vez más difícil ignorar lo que pareciera ser una discriminación descarada en contra de un hombre judío quien, en 1987, se declaró culpable de espiar para Israel. ¿De qué otra forma se puede explicar el duro trato que le ha dado el gobierno de Estados Unidos a Pollard?
De las miles de cosas que han sido dichas sobre este caso, hay un hecho en particular que, para mí, destaca por sobre el resto: El gobierno no cumplió el acuerdo que hizo con Pollard.
Este punto estuvo notoriamente ausente en un reciente artículo de opinión publicado en el periódico New York Times por M.E. Bowman, un oficial norteamericano que estuvo involucrado directamente en el caso de Pollard y que continúa defendiendo la sentencia a cadena perpetua de este.
Como respondió Alan Dershowitz en el sitio web del periódico: “M.E. Bowman olvidó decirle a sus lectores que cuando el Sr. Pollard comenzó con su declaración de culpabilidad, el gobierno de Estados Unidos manifestó solemnemente a la corte que una sentencia menor cadena perpetua satisfaría la necesidad de justicia”.
Nada de lo que Bowman escribe en su artículo explica o siquiera menciona esta injusticia.
“Esa manifestación solemne”, escribe Dershowitz, “fue el quid pro quo de la declaración de culpabilidad de Pollard. Que el Sr. Bowman, quien era un oficial del departamento de justicia en ese entonces, diga que Pollard debe servir la sentencia a cadena perpetua que fue impuesta sobre él por la corte a pesar de que el gobierno haya solicitado una sentencia que Pollard ya completó, viola tanto en letra como en espíritu lo ocurrido en aquella declaración de culpabilidad”.
Obviamente, basados en precedentes legales e históricos, hacía mucho sentido que los fiscales no buscaran una sentencia a cadena perpetua para Pollard.
Como documentó el historiador Gil Troy hace unos años, “los espías para otros aliados, como Arabia Saudita, Sudáfrica, Egipto y Filipinas, tuvieron sentencias de dos o cuatro años, con un máximo de diez años”.
Incluso dos traidores estadounidenses, quienes espiaron para el enemigo soviético durante la Guerra Fría, el Sargento Clayton Lonetree y el agente del FBI Richard Miller, fueron condenados a sentencias de nueve y trece años respectivamente.
La conocida historia sobre que el ex Secretario de Defensa, Caspar Weinberger, se la tenía jurada a Pollard y presionó para que le diesen una sentencia a cadena perpetua puede explicar la traición del gobierno, pero no puede justificarla.
Por lo tanto, dado que Pollard esta sirviendo actualmente su año número 29 tras las rejas, no es paranoico que Troy se pregunte: “La sentencia extrema contra Pollard —junto con el continuo rechazo a liberarlo— ha levantado sospechas sobre un antisemitismo oficial por parte de Estados Unidos y sobre si Pollard está sirviendo un castigo más duro por ser un judío norteamericano que espió para Israel”.
A pesar de toda esta evidencia de discriminación e injusticia, la parte principal de la comunidad judía ha sido por lo general reacia a ensuciar sus manos con el caso. No han defendido a Pollard para no ser acusados de dobles lealtades.
Pero lo que muchos en nuestra comunidad no hemos notado es que el caso de Pollard más que antisemitismo, es anti-Estados Unidos.
Pollard debería haber sido liberado hace muchos años, ya que la discriminación e injusticia van en contra de los valores de Estados Unidos.
Como escribió el juez Stephen Williams en una de las apelaciones fallidas por Pollard, el tratamiento que le ha dado el gobierno de Estados Unidos a Pollard es una “injusticia fundamental”.
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No es ninguna coincidencia que algunos prominentes no judíos —como el ex Secretario de Estado, George Shulz, y el ex director de la CIA, James Woolsley, al igual que líderes políticos de todos los espectros—, hayan presionado por su liberación.
Ellos no han presionado porque Pollard sea un héroe. No lo es. Es un criminal. Pero en Estados Unidos, incluso los criminales tienen derechos, y esos derechos no pueden ser violados.
El caso de Pollard ya no se trata sobre su crimen, sino que se trata sobre la violación de sus derechos.
Los judíos deben tener suficiente fe en el sistema norteamericano para poder defender a Pollard sin temer que se les acuse de dobles lealtades.
Quienes están presionando por su liberación basados en la compasión —dado su deteriorado estado de salud— no le están haciendo ningún favor. Este caso no se trata de compasión; se trata de la justicia que se ha desbocado. Como escribe Troy, “la justicia, cuando es aplicada con demasiado celo, se vuelve injusta”.
Puedes odiar a Pollard por lo que hizo. Puedes odiarlo por hacerte sentir avergonzado. Puedes odiarlo por hacer que los judíos de Estados Unidos hayan parecido ser desleales a este fantástico país.
Pero si realmente quieres ser leal a Estados Unidos, no hay mejor forma que ser leal a los valores de Estados Unidos. ¿Y que valor es más grande y honorable que “justicia para todos”?
La grandeza misma de este país es que pone a los valores por sobre las personas. Los valores de justicia e imparcialidad por Jonathan Pollard son mucho más importantes que quién es él, incluso si piensas que es un judío que da vergüenza.
Este artículo apareció originalmente en el Jewish Journal.
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