La última vez que el presidente Obama tendió una encerrona al primer ministro israelí Netanyahu, éste le contestó. Esta vez ha puesto la otra mejilla. El motivo de este cambio radical por parte del normalmente combativo primer ministro nos dice todo cuanto debemos saber sobre la fuerza relativa de las respectivas posturas de ambos dirigentes.
Si bien la mayoría de los entendidos suponía que Obama tenía acorralado a Netanyahu, la reacción de éste al ataque que le lanzó el presidente el pasado fin de semana durante una entrevista con Jeffrey Goldberg, de Bloomberg, nos demuestra que no es así. Pese a que Netanyahu debería de haberse indignado ante la inquebrantable determinación del presidente por culpar a Israel de la ausencia de paz, así como ante sus torpes loas al líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, el premier no vio necesario responder públicamente a todo ello. Lejos de sentirse amenazado por la diatriba de Obama, la decisión de Netanyahu de ignorar el ataque del presidente demuestra que comprende que tanto la dinámica del proceso de paz como la de la política exterior estadounidense en realidad le hacen llevar las de ganar frente al débil -y cada vez más alejado de la realidad- pato cojo de la Casa Blanca.
La decisión de Obama de concederle a su fiel admirador Goldberg una entrevista en la que atacó enérgicamente a Israel resulta extraña, ya que ha tenido lugar en un momento en el que los israelíes han demostrado estar dispuestos a aceptar el plan marco del secretario de Estado, John Kerry, para las negociaciones de paz en Oriente Medio, y los palestinos han declarado que ese mismo documento es inaceptable. Más aún, el hecho de que eligiera este momento en particular para lanzarle otra andanada a su dirigente extranjero menos favorito, justo cuando la atención mundial estaba centrada en la toma rusa de Crimea, y se esperaba una respuesta norteamericana a dicha agresión, sólo puede considerarse extravagante. Esto no sólo hizo que su ataque a Netanyahu pareciera mezquino y personal, sino que garantizó que los medios internacionales, que, en otras circunstancias se habrían lanzado sobre la noticia, estuvieran distraídos con otra cosa y eso redujera su impacto. Pero la aparente indiferencia de Netanyahu ante estas invectivas demuestra que Obama no está en la posición de fuerza frente a Netanyahu que él cree.
En mayo de 2011, Obama decidió pronunciar un discurso en el que atacaba la postura israelí ante el proceso de paz, y exigía que aceptara las fronteras de 1967 como punto de partida de unas negociaciones, justo antes de que Netanyahu llegara a Washington. El presidente estadounidense había buscado pelea con Israel en 2009 y 2010 sobre el tema de Jerusalén y de los asentamientos, pero éste era un ataque directo al primer ministro. La respuesta de éste fue igual de directa. Cuando se reunió con Obama en la Casa Blanca le soltó a su anfitrión una larga charla acerca de la seguridad israelí que le dejó claro que no iba a pasar por alto el insulto. Netanyahu insistió en ello al día siguiente, cuando, al dirigirse a una sesión conjunta del Congreso, recibió más aclamaciones de las que nunca había cosechado el presidente.
Pero, esta vez, Netanyahu ha decidido ignorar los desaires presidenciales. No ha habido comentarios públicos por su parte, ni siquiera off the record, en los que manifestara estar enfadado. Y en su discurso ante la AIPAC del pasado martes, el primer ministro apenas mencionó al presidente.
Pese a que Israel ha estado discutiendo con Estados Unidos por la dirección adoptada en las conversaciones nucleares con Irán, Netanyahu no dijo nada nuevo al respecto en su discurso. Reiteró su preocupación por el hecho de que Teherán siguiera enriqueciendo uranio durante las conversaciones. Pero no hizo alusión al hecho de que Estados Unidos lo estuviera consintiendo. Si bien repitió su promesa de hacer todo lo necesario para defender la seguridad israelí -una velada amenaza de atacar las instalaciones nucleares iraníes-, minimizó sus discrepancias e hizo hincapié en las preocupaciones comunes de Estados Unidos e Israel.
Respecto al tema con el que Obama se había mostrado más critico (el proceso de paz con los palestinos), tampoco hubo alusión alguna a un desacuerdo con Washington. Al contrario: Netanyahu habló más de su deseo de paz, de su voluntad de proseguir las conversaciones con los palestinos, y de las ventajas que la paz traería a Israel y a todo Oriente Medio. Lejos de insistir en los puntos en los que Obama y él discrepan respecto a los términos de un hipotético acuerdo, el premier destacó una cuestión clave en la que Estados Unidos ha aceptado la postura israelí: la necesidad de que los palestinos reconozcan a Israel como Estado judío, indicando así su voluntad de acabar con el conflicto y no tan sólo de pausarlo.
Aunque Netanyahu prosiguió censurando al movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones) por inmoral y antisemita, la clave en todo esto reside en su desinterés por valerse de su discurso para emprender una lucha de ojo por ojo con la Administración. ¿Por qué?
Algunos partidarios de Obama podrían afirmar que eso demuestra que Netanyahu captó el mensaje del presidente. Es probable que la futura participación de Israel en las conversaciones de Kerry sea presentada por algunos integrantes de este grupo como prueba de que los azotes de Obama al primer ministro han funcionado, pero eso es una tontería. Dado que Israel ya ha indicado que aceptará el marco de Kerry para nuevas conversaciones, esa explicación no se sostiene.
Una explicación mejor a la decisión de Netanyahu de poner la otra mejilla es que, a diferencia del presidente, el primer ministro ha estado prestando atención a los acontecimientos que actualmente enturbian la política palestina, y sabe que la incapacidad de Abás para concitar el apoyo de su pueblo a un acuerdo de paz hace que cualquier posible discusión entre Estados Unidos e Israel carezca de sentido.
Debe recordarse que el resultado neto de la pelea de 2011 entre ambos fue nulo. Pese a que Obama hizo cuanto pudo por inclinar el tablero diplomático hacia los palestinos, Abás no cedió siquiera para negociar, y mucho menos para aceptar unas condiciones de paz. Esa misma dinámica se está repitiendo actualmente, con Israel ofreciendo, al parecer, retiradas territoriales masivas (hasta el 90% de la Margen Occidental) en las conversaciones secretas con la AP, mientras que los palestinos siguen enredándose para explicar por qué no pueden reconocer a Israel como Estado judío ni renunciar al derecho de retorno.
Lejos de necesitar defenderse en la escena estadounidense, cosa que consideró importante en 2011, Netanyahu entiende ahora que la mejor manera de responder a las provocaciones de Obama es la paciencia. Por mucho que éste quiera hacer recaer sobre el Estado judío la culpa de la ausencia de paz, Netanyahu sabe que siempre serán los palestinos quienes digan “no” a la paz, no los israelíes.
De forma análoga, por muchas ganas que debe de haber tenido de atacar directamente el apaciguamiento de Obama a Teherán, Netanyahu se da cuenta de que el ansia iraní por un arma nuclear hará más por debilitar las tácticas de negociación de la Administración que cualquier cosa que él pueda decir.
Al evitar cualquier deseo de presionar a los palestinos para que firmen la paz, el presidente ha garantizado, poco más o menos, que Kerry, en última instancia, fracasará. Y al ceder ante los iraníes en el acuerdo provisional firmado por el secretario de Estado el pasado noviembre, el presidente Obama ha emprendido un camino que no le podrá llevar a conseguir los objetivos que busca en la actual ronda de conversaciones.
Pese a que los ataques de Obama dañaron realmente la posición de Israel, el primer ministro hace bien en negarse a picar el anzuelo. Netanyahu no puede haber dejado de ver que, lejos de brindarle la oportunidad de presionar de manera eficaz a los israelíes, el presidente está dando trompicones en su segundo mandato, especialmente en política exterior. La respuesta más eficaz a las pullas de Obama es la paciencia, ya que los acontecimientos pronto superarán las posturas del presidente tanto en el frente palestino como en el iraní, así como en otras debacles acontecidas en todo el mundo por culpa del débil liderazgo de Obama. Pese a que la disparidad en el poder relativo de sus posiciones supone, inevitablemente, que Netanyahu deberá preocuparse por los dardos de Obama, la moraleja es que es el presidente, y no el primer ministro, quien está en serios apuros.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.