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Israel tendrá que mantener la presencia a lo largo de la frontera de un futuro Estado palestino


Uri Resnick

15 Nov. 2011

The Jerusalem Post

Contrario al escenario de una posible declaración de independencia palestina en Naciones Unidas este septiembre y las –hasta ahora- frustradas deliberaciones dentro del Cuarteto respecto a términos de referencia para recomenzar las conversaciones de paz, entre Israel y los palestinos, la cuestión de las fronteras defendibles amerita una renovada atención.

El ex ministro de RREE Yigal Alon fue uno de los exponentes más claros y autorizados del caso, respecto a la necesidad de Israel de contar con fronteras defendibles. En un artículo, de octubre de 1976, en Foreign Affairs, Alon destacó que, mientras que los rivales de Israel buscan “aislar, estrangular y borrar a Israel del mapa mundial”, los objetivos estratégicos de Israel estaban focalizados en su “imperativo de supervivencia”. Por tanto, aun si los acuerdos de paz son alcanzados, los tratos, en materia de fronteras y seguridad,  deben asegurar la capacidad de Israel para defenderse a sí mismo en caso que sean infringidos. Como las recientes agitaciones en Medio Oriente demuestran, con claridad,  ese principio guía no perdió  su notoriedad.

Alon se enfrentó con una cantidad de reclamos surgidos para refutar el argumento de Israel a fronteras defendibles. Entonces, como ahora, los avances tecnológicos (tales como tecnología misilística)  fueron señalados como para obviar la necesidad de profundidad estratégica y valor topográfico.

Entonces, como ahora, las garantías internacionales fueron indicadas constituyendo un sustituto satisfactorio de control físico de territorio defendible.

Entonces, como ahora, esos argumentos no coincidían con la experiencia anecdótica trazada, como destacara Alon, de casos históricos como el ´blitz´ aéreo alemán contra Gran Bretaña o los ataques aéreos americanos contra Vietnam del Norte, que demostraron las limitaciones de ataques aéreos lanzados y la continua importancia de tener las “botas en el territorio”.

Entonces, como ahora, esos argumentos fallaron en dar cuenta del rotundo fracaso de las garantías internacionales para garantizar la seguridad de Israel, tal como fuera evidenciado,  por ejemplo, en la retirada de UNEF del Sinaí (mayo, 1967).

Incluso, más allá de casos como esos, hoy tenemos el beneficio de la investigación cuantitativa que echo bastante luz sobre numerosos fenómenos de relaciones internacionales.

Dos conclusiones de la investigación son de particular relevancia:  la fuerte correlación entre los reclamos territoriales existentes y el violento conflicto internacional; y la positiva asociación entre la durabilidad del conflicto y el acceso de los insurgentes a una frontera internacional. El primero indica que, Israel, tiene considerables motivos para esperar que, las amenazas a la seguridad, persistan, incluso subsiguientes a un acuerdo, hasta tanto los sustanciales reclamos territoriales palestinos a Israel ( previo a 1967)  persistan. Por tanto, la fuente fundamental de potencial conflicto- la buena voluntad- con toda probabilidad,  continuará. El segundo subraya el hecho que, el acceso a una frontera internacional, podría proveer a militantes palestinos la oportunidad de continuar- y expandir- actividades violentas contra Israel. Como muchos académicos y observadores de relaciones internacionales entienden, desde hace  mucho tiempo, una conjunción de voluntad y oportunidad es, ciertamente,  una fórmula para el conflicto internacional violento. Por tanto, forzar a Israel hacia fronteras indefendibles, tales como las de 4 de junio de 1067, es poco probable que lleve a un orden regional estable.

Por el contrario, en cuanto a lo comparativo, la investigación empírica puede servir,  como guía, renunciando a una presencia israelí a lo largo de algunos de los limites  de un estado palestino, lo que disminuirá,  de manera severa,  las oportunidades de resolver el conflicto israelí palestino y, tal vez, lo exacerbará. Una mirada superficial a los acontecimientos en Gaza  – desde que Israel renunciara al control de la frontera entre Gaza y Sinaí (2005)-  provee una confirmación más que descarnada de esa observación básica.

Reclamos territoriales y el conflicto: durante las numerosas décadas pasadas, generaron una extensa literatura empírica para demostrar el rol clave de los reclamos territoriales como fuente del conflicto internacional. Numerosos estudios, empleando diferentes diseños de investigación, variados dominios espaciales y temporales y marcos teóricos concebidos con independencia, produjeron  robustos hallazgos que señalan, en esencia, la misma dirección, permitiendo una conclusión muy decisiva: el revisionismo territorial lleva al conflicto internacional violento.

El valor particular de este organismo de investigación es que, la conclusión anterior, mantiene su validez, a pesar de los numerosos controles que impusieron, a lo largo de estos años,  diferentes estudios. Más allá de si,  los rivales,  firman tratados o comienzan sus relaciones violenta o pacíficamente, a pesar de la discrepancia de orígenes culturales e históricos de los contendientes  o la configuración del poder relativo, a pesar de la estructura institucional de los antagonistas (democrática o no) y el nivel de desarrollo económico y tomando en cuenta la cantidad de advertencias que fueron exploradas en la literatura, la conclusión básica permanece intacta.

Mientras que,  diferentes factores,  ejercen un efecto mitigador sobre el conflicto, ninguno parece ser capaz, por completo,  de menoscabar la asociación básica entre revisionismo territorial y guerra. En tanto que, en algún sentido,  parece insignificante, la conclusión carga con implicancias políticas no-triviales. Lo que dice, en efecto, es que,  a instancias en las que los reclamos territoriales no puedan ser resueltos de manera realista, ni a través de una redistribución negociada ( o no negociada)  de la tierra, es probable que persista el conflicto violento. Eso permanece siendo cierto, en particular, si se firmara un tratado formal (o no)  entre los rivales. En verdad el trabajo empírico sobre tratados mostró, durante largo tiempo,  que mientras que no sean meros “pedazos de papel” (en palabras de uno de los académicos más destacados en este campo) en general parecen no ser capaces de resolver las cuestiones en disputa. En el mejor de los casos, pueden ser capaces de manejarlos, en especial afectando los incentivos y el grado de incertidumbre que imponen los potenciales rivales.

Las ramificaciones,  en el contexto israelí-palestino,  deben ser claras, con respecto a lo que puede esperarse, de manera realista,  de un acuerdo político, al menos en el presente. No puede dudarse  que,  las fuerzas políticas (tales como Hamas y numerosos afiliados fundamentalistas)  continuarán abrigando reclamos territoriales respecto al territorio de Israel (previo a 1967)  incluso si fuera firmado un tratado de paz entre Israel y la Autoridad Palestina.

El problema es subrayado por las posiciones de la Autoridad Palestina. Su rechazo a reconocer a Israel – como Estado judío- , sus objeciones a las fórmulas (tales como “dos Estados para dos pueblos”)  y su continuado compromiso con la idea de tener descendientes de refugiados palestinos establecidos en Israel con el objetivo explícito de ganar – desde su interior –  control demográfico, y tal vez, político, reflejan una continua alimentación, en última instancia, de las demandas territoriales de Israel previas a 1967. El alcance al cual las escuelas palestinas y la cultura popular veneran la idea del  “derecho al retorno”, y la consistencia con la que los líderes palestinos afirman apoyarlo, reflejan el firme compromiso,  dentro de una amplia circunscripción palestina,  a esos reclamos territoriales basados étnicamente.

¿Puede la AP renunciar a esas  posiciones en el contexto de futuras negociaciones? Tal vez, a pesar que no reveló, en 18 años de conversaciones,   ningún indicador de voluntad para hacerlo. Recientes revelaciones de documentos internos y confidenciales,  pertenecientes a posiciones de negociación palestina durante la década pasada, incluyendo la cuestión de los refugiados, fueron constructivas, ilustrando la naturaleza,  sumamente tangible y concreta,  de las ambiciones de la AP con relación a la cuestión de los refugiados.

Estudios demográficos confidenciales realizados por encargo exploraron los escenarios alternativos del influjo de cientos de miles y, potencialmente, millones de palestinos dentro de Israel durante una cantidad de años, mientras contemplaban la negociación de final, abierta,  de otras migraciones, presumiblemente de manera indefinida. Esos documentos revelan una visión calculada y destacadamente realista de utilizar el tema de refugiados como medio para adquirir el control demográfico (y en última instancia, político) israelí. Sin embargo, incluso si el liderazgo palestino fuera a renunciar a su llamado al “retorno” ¿Esa renuncia resonaría como sentimiento popular entre los palestinos, sentimientos que fueron cultivados, con meticulosidad, durante décadas? Parece poco probable. ¿Reflejaría los puntos de vista de millones de palestinos mantenidos con el status de “refugiados” en Estados vecinos,  desde 1948? Parece más bien caprichoso suponer que eso llegase a ser.

Un análisis formal no puede sino conducir a la conclusión que,  seguidores muy significativos dentro de la opinión pública palestina, continuarán albergando reclamos territoriales con respecto a Israel (previo a 1967), incluso luego de un posible acuerdo israelí-palestino. La literatura empírica sobre reclamos territoriales, en particular  aquella con componente étnico,  nos presenta la desafortunada conclusión que, esos  reclamos, puede esperarse y continuaran encendiendo el conflicto violento. Esas  conclusiones son, a veces,  tomadas por error  para llevar hacia una sensación de determinismo o inevitabilidad,  respecto a la probable trayectoria del conflicto. Este, sin embargo, no es el caso.

Los reclamos territoriales al Israel previo a 1967 y la tolerancia a la violencia persistirán  en la sociedad palestina,  al menos en parte porque fueron, y continuaran siendo, cultivados por las elites palestinas, tal como fue largamente documentado por parte de organizaciones que monitorean la sociedad palestina y la prensa.

Esos motivos, promovidos a lo largo de los años, podrían incluir aquellos que pueden,  en última instancia,  ayudar a fomentar la  cultura de tolerancia, compromiso territorial y rechazo a la violencia.

La continua relevancia de las fronteras como componente de seguridad: tal como se sostuvo, hay poca razón para dudar que, el revisionismo territorial palestino, persista con su potencial encargado de violencia,  sea cual  fuera el acuerdo político que surja entre Israel y el liderazgo palestino. La pregunta que, sin embargo, debe plantearse es si la ubicación y los rasgos topográficos de las fronteras de Israel jugarán – en ese contexto –  un rol significativo en la determinación  de  su seguridad.

Aquí también, como en el caso de los reclamos territoriales, la literatura teórica y empírica es capaz de echar algo de luz. Durante largo tiempo se discutió, por parte de teóricos de la globalización,  que las fronteras geográficas fueron perdiendo importancia en la arena internacional. Esa tendencia es destacada para ser relacionada a procesos de integración económica trasnacional, junto con tremendos avances en tecnologías de comunicación y transporte.

El valor del territorio como activo militar,  se sostiene, disminuyo, entre otros motivos  debido a avances en tecnologías de misiles e inteligencia. La importante baja, en las últimas décadas, a gran escala de las guerras inter-estatales,   parece corroborar ese punto de vista. Aunque,  tal como fuera destacado por algunos académicos, las fronteras no parecen estar perdiendo tanta importancia como para cambiar su rol.

Como Peter Andreas enunció en su artículo en la International Security (2003): “En muchos casos, la aplicación más intensiva de la ley de fronteras está acompañada su  desmilitarización y liberalización económica”.

El conflicto contra los “actores clandestinos trasnacionales” (CTA), si estos aparentan ser organizaciones terroristas o de crimen organizado, se vuelve una preocupación cada vez mayor en lo concerniente a salvaguardar sus fronteras contra la infiltración de narcóticos, armas o inmigrantes ilegales. El foco, posterior al 11 de septiembre,  en materia de seguridad nacional es sintomático de esa tendencia general.

No es, por tanto, sorprendente que, en el reciente trabajo empírico sobre el tema de geografía y capacidad de rebelarse, cubriendo el conflicto civil a lo largo del planeta durante buena parte del período posterior a la IIª Guerra Mundial, se demostró que los “conflictos”, donde los rebeldes tienen acceso a una frontera internacional, son dos veces más duraderos que otros” (Halvard Buhaug, Scott Gates y Paivi Lujala (agosto 2009) “Geography, Rebel Capability and the Duration of Civil Conflict”. Journal of Conflicto Resolution 53 (4): 544-569). Las razones son claras: ese acceso sirve,  como línea de vida,  para el suministro de armas, fondos, personal, entrenamiento y, si fuera necesario, refugio seguro, todo lo cual puede intensificar, de manera significativa, las capacidades relativas de los insurgentes y,  por tanto,  apuntalar el prolongado conflicto.

Junto con la inherente inestabilidad de Medio Oriente, subrayada en los últimos meses, la evaluación realista de la situación geopolítica de Israel indica que hay que ser prudente. En esas circunstancias, la importancia de mantener fronteras defendibles es  más clara todavía, a pesar de la tendencia general hacia una reducción,  a gran escala,  de la guerra entre estados. Una vez más, la investigación empírica es instructiva a ese respecto: donde el revisionismo territorial persiste, también lo hace la guerra.

Algunos sostienen que,  las garantías internacionales y las tropas pacifistas de Naciones Unidas, sirven como sustituto para el control fronterizo directo por parte de un Estado involucrado. Mientras que  fueron informados hallazgos,  que revelan que tales medidas son capaces de mitigar el conflicto, debe demostrarse que éstas pueden ponerle un final, donde persisten los reclamos territoriales significativos.

De manera contundente, los conflictos “identitarios”- aquellos que involucran aspectos religiosos y étnicos- prueban ser, significativamente, menos susceptibles de efectos conciliadores que los tratados y la participación internacional exponer. Además, los despliegues de tropas multi-nacionales prueban ser ineficaces contra grupos determinados destinados a canalizar mercancías ilícitas,  a lo largo de una frontera escasamente garantizada.

Esa observación general gana una muy clara y específica expresión en la arena israelí-árabe. Hezbollah, con acceso durante años, sin obstáculos, a la frontera sirio-libanesa, gozo del  influjo masivo de misiles y otro armamento, suministrado por Irán y Siria.

A pesar de los esfuerzos del UNIFIL mejorado desde 2006, Hezbollah logró  incrementar su arsenal a más de 40.000 misiles, distribuidos a través de unas 270 ciudades libanesas sureñas. La amenaza impuesta sobre Israel, demostrada tan solo en 2006, cuando más de 4000 misiles fueron disparados en zonas de Israel densamente pobladas, puede ser escasamente cuestionada.

Hamas se beneficio,  de manera similar, del hecho que Israel ya no controla la frontera entre Gaza y la Península del Sinaí, transfiriendo muchos miles de misiles, morteros y otro armamento a través de túneles cavados por debajo de la frontera.

Mientras que, la presencia de las FDI en la Ruta Philadelphi, (período entre 1967-2005) no  evitó  todos los esfuerzos de contrabando de armas, la pura magnitud de las operaciones de contrabando de armas desde 2005, en términos de cantidad  y calidad de armamento, desmiente cualquier  noción que, el control de fronteras, no tiene significado militar. Los más de 9000 misiles y morteros, que impactaron en territorio israelí desde el año 2000, ilustran  la muy tangible amenaza de seguridad.

Más aun, el modelo de disparo de misiles y morteros sirve para ilustrar el rol clave del control fronterizo. Tal como fuera documentado, en un estudio de marzo de 2011 por el Meir Amit Intelligence and Terrorism Center, en los cinco años subsiguientes a la retirada israelí, la cantidad de misiles y morteros, que atacaron a Israel, se incrementó en más de un 150%, a 6535, comparado con los 2535 en el periodo de cinco años previo a la retirada. De manera reveladora, mientras que los misiles, que son relativamente sofisticados y efectivos, representan solo el 26 % de los disparados en el periodo anterior, estos ascienden al 73 % en el posterior, reflejando la intensificada capacidad de contrabando de Hamas, después de la retirada israelí.

Por tanto, para evitar el surgimiento de un estado palestino hostil y fuertemente armado,  que domine los 15 kilómetros de ancho, en el centro de Israel- precisamente tal como resulto conforme a la retirada de Israel de Gaza y renunciando al control sobre la frontera sur de Gaza –  Israel tendrá que mantener la presencia perimetral a lo largo de las fronteras de un Estado palestino. Eso implica una presencia israelí continua en la frontera oriental (a lo largo del Valle del Jordán).

La viabilidad de un Estado palestino, contraria a ciertos reclamos, manteniendo una presencia israelí a lo largo del Valle del Jordán, es compatible con el establecimiento de un estado palestinos viable y contiguo en Judea y Samaria.

De acuerdo con las estadísticas palestinas, basadas en un censo de 2007, casi 10.000 palestinos residen en esas  partes del Valle del Jordán que no fueron entregadas al control civil palestino bajo los Acuerdos de Oslo. Eso asciende a menos de la mitad de un 1% de la población palestina de Judea y Samaria, como fue documentado por la Oficina Central Palestina de Estadísticas. Más aun, la zona se extiende, en exclusividad,  al este de los principales centros poblacionales palestinos, tal que su omisión no interferiría con la contigüidad de un Estado palestino. Por tanto, excluir al Valle del Jordán del territorio de un Estado palestino tendría implicancias demográficas insignificantes. Por el contrario, tal como fuera planteado,  las implicancias de seguridad serían, en verdad, de peso, y tal vez críticas con respecto a la durabilidad de un acuerdo entre dos estados.

La declarada posición palestina es  compatible con tal división territorial. Los reclamos palestinos hacia el Valle del Jordán forman parte de sus pedidos de la totalidad de  Judea y Samaria; situación  que compite   Israel por el mismo territorio. Reflejar el aprecio por esos reclamos conflictivos, en términos de referencia del proceso de paz, tal como fue expresado en los Acuerdos de Oslo así como en importantes resoluciones de Naciones Unidas, desde la Resolución 242 del Consejo de Seguridad (1967) a través de la Resolución 1850 (2008) del Consejo de Seguridad, requirieron, de manera consistente,  que las fronteras, junto con otros temas en disputa, sean acordados entre las partes. El rechazo, a priori,  de la posibilidad que Israel retenga la presencia en el Valle del Jordán  (en un acuerdo de status final)  es inconsistente con el principio de mutuo acuerdo y negociaciones, que apuntalaron, hasta ahora,  todo logro de paz alcanzado entre Israel y sus vecinos.

Por tanto, la oposición palestina a una división territorial que pudiera dejar la presencia israelí en el Valle del Jordán no debería confundirse con su inherente inviabilidad. No solo esa división es inconsistente con la implementación de una solución de dos estados; hay fuertes razones, basadas en un análisis de realidad en seguridad, que puede esperarse que surjan, sugiriendo la necesidad de una solución.

Este análisis no implica que una solución estable, del conflicto israelí-palestino, con dos estados,  no pueda alcanzarse. Solo  subraya que, tal solución, debería parecer como si fuera a ser  estable. Por el contrario, a los puntos de vista que consideran los límites de 1967 como sine-qua non a esa solución, la investigación empírica sugiere que la renuncia,  por parte de Israel, al control perimetral de Judea y Samaria sería altamente desestabilizadora.

Esas conclusiones desmienten la idea que,  la mera presencia de un acuerdo firmado o despliegue pacifista, obviarían la necesidad de Israel de retener activos estratégicos tangibles,  como componente de su seguridad nacional.

Mientras que esta es  una conclusión muchos observadores del conflicto comprendieron,  durante algún tiempo, aquello que hoy tenemos como beneficio de conclusiones empíricas cuantitativas, que lo corroboran.

El escritor es asesor político del Ministerio de RREE y conferencista en teoría del juego y conflicto territorial en el Herzliya Interdisciplinary Center.

CIDIPAL          

 
Difusion: www.porisrael.org

 
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