Zina y Muhammad son demasiado pequeños para todo lo que ya han vivido en su país natal, Siria, antes de llegar a territorio turco donde están a salvo y donde los encuentra “El Universal”.
Ella, con sus 10 años , sus hermosos ojos y su enorme sonrisa-que no podemos mostrar porque su abuelo pide expresamente no tomar fotos- podría parecer una niña normal en cualquier lado del mundo..Hasta que cuenta de su miedo a los aviones. “Es que de allí caen bombas..Hacen mucho ruido..Destruyen..Y a mí me da miedo”, cuenta con voz suave que no va bien con lo fuerte de su mirada.
También Muhammad los vio…probablemente a otros aviones, pero del mismo tipo…y con las mismas bombas. “Pero yo no tenía miedo”, dice este niño de 13 años que quizás intenta mostrarse como mayor, activando al parecer algún mecanismo de defensa emocional que lo hace más fuerte de lo que cabría esperar. Sus ojos claros y fuertes tratan de convencernos de que realmente no le temía a nada..hasta que lentamente se abre y cuenta que cuando los oía venir y sabía que nada bueno saldría de ellos, temía perder a su familia, a sus amigos….temía quedarse solo.
A Zina la vimos en un edificio propiedad de un sirio adinerado que vive en en el exterior y que cedió para albergar a refugiados. Un turco local lo maneja y al menos, las 60 personas que allí se instalaron desde hace meses, tienen un techo y lo mínimo para sentirse a salvo.
A Muhammad, acompañando a su padre en su trabajo como cuidador de una escuela para niños de refugiados que está funcionando en el lugar. Mientras lo espera pacientemente, sonríe cuando nos acercamos a preguntar si estaría dipuesto a tratar de explicar a niños como él, en el lejano México, qué es lo que ha vivido.
Pero Muhammad demora en contar detalles. Cuesta conseguir sus descripciones…y le lleva largo rato contar cómo corrió una vez que comenzaron a caer misiles y él estaba en la calle…cuánta destrucción vio a su alrededor. “Estaba todo caído, como si antes no hubiese habido nada..”.Se corrige y aclara: “No, mejor dicho, como si lo que había hubiera desaparecido de una forma muy fea…con muertos y heridos”.
Pero en medio de los malos recuerdos, parecería que la combinación del instinto humano de supervivencia y la singularidad del alma de los niños, garantiza lo esencial para poder seguir adelante: optimismo. Y posibilidad de ver lo bueno que todavía hay..
Por eso Zina cuenta que “tengo acá muchos buenos amigos y me siento muy bien” y hasta revela que “mi mejor amiga es Fatma, con la que hago de todo”. Ella habla y pensamos qué incluirá en ese “de todo” cuando sus padres no pueden trabajar y ni sabemos si tiene algún juguete. Y mientras ese pensamiento nos cruza la mente, vemos por la ventana frente a la cual nos encontramos, una escena de la calle, una niña que ató una muñeca de trapo a un hilo, la hace balancearse desde arriba de una escalera como tentando a los otros chicos a que traten de atraparla , y la levanta nuevamente cuando casi llegan a ella..Provocando un gran alborozo lleno de diversión.
Y Muhammad, un poco más grandecito por cierto, cuenta de sus planes, clarísimos por cierto….ser médico. Casi naturalmente preguntamos si es por la guerra.”No, siempre lo quise”, responde en forma terminante. Su padre lo confirma.”Pero es cierto que con todo lo que hemos vivido, este deseo suyo se debe haber afianzado”, comenta.
Zina y Muhammad, que no se conocen, saben que ahora, pueden estar tranquilos. Pero también recuerdan dónde está su verdadero hogar. Ambos, cada uno a su forma y cada uno por su lado, dicen que después de la guerra, quieren volver a Siria. ¿Cuándo es eso? , le preguntamos a él. “Pronto, ojalá, Inshallah”, responde. Piensa un segundo y agrega:
“Cuando Bashar ya no esté”.
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El Miedo No Comenzó Con La Guerra
Jana Beris
El Universal. México.
Los refugiados sirios que cruzan la frontera con Turquía y se animan aquí a hablar, traen consigo historias de terror. Pero no solamente de la guerra, los combates y la destrucción por los cuales sintieron que su vida corría peligro. También de antes, de su vida bajo la bota del régimen de Bashar el-Assad.
“Las paredes escuchan”, dice a “El Universal” Abd el-Karim, un refugiado de 50 años, que llegó a territorio turco hace ya unos meses, tras dormir durante largo tiempo en cuevas junto a toda su familia, sintiendo que eran más seguras ante los bombardeos que su propia casa. Toca la pared que está detrás suyo en lo que desde su llegada se ha convertido en su hogar, para tratar de agregar una imagen palpable a su frase, y explica: “vivir bajo el régimen sirio equivalía a andar constantemente con cuidado, de lo que se dice y lo que se hace..Una palabra puede ser fatal para tu destino y el de toda tu familia”.
“El terror es por las armas y por la forma general de manejar el país”, recalca. “Y yo lo sentí directamente, en carne propia”. Era funcionario público y perdió el trabajo al ser acusado de que “tu hermano está contra el Presidente”. Alguien había dicho que es parte del Ejército de Siria Libre, que lucha contra el régimen. Ni sentido tiene intentar refutar. Está todo perdido.
“Al día siguiente, decidí que nos vamos, que todo nos encierra cada vez más—más aún de lo encerrados que siempre estuvimos”.
El alcance del control estricto de la dictadura siria sobre sus ciudadanos, cruza inclusive fronteras. Y resulta increíble que hasta durante la cruenta guerra que se libra desde hace dos años y medio, el régimen tenga tiempo y disposición a destinar recursos a seguir persiguiendo a sus ciudadanos.
El Dr. Muhammad Rifal lo sintió en carne propia. El hecho que hace ya aproximadamente una década y media que vive en Rumania, ya que allí viajó desde su Siria natal para estudiar odontología, no lo inmunizó. Poco después de estallar la guerra, viajó a Turquía al comprender que allí, tan cerca de la frontera con su país, podría prestar ayuda. Y hoy, en efecto, lo entrevistamos en un centro de recuperación de heridos que funciona en el marco de la Liga de Homs en el extranjero, una organización que apoya preferiblemente a sirios oriundos de dicha ciudad norteña, aunque explica que “no rechazaremos a nadie que precise ayuda y salvación, ni siquiera si nos llegara un soldado de Bashar”.
Tiempo atrás, su esposa se dirigió a la embajada de Siria en Bucarest a solicitar renovación del pasaporte. La respuesta fue tajante: “Su esposo está involucrado en actividades terroristas, así que usted no tiene nada que hacer acá”.
“El Universal” lo vio en sus “actividades terroristas”, sentado en su escritorio en el Centro de recuperación, atendiendo con paciencia las necesidades de cada uno de los pacientes, mostrándonos radiografías de los huesos destrozados de algunos de ellos…y preocupándose de que nadie pierda el almuerzo cuyo aroma invadía el edificio apenas entramos.
Su tocayo, otro Dr. Muhammad que pide no publicar su nombre, en otro centro de atención médica a heridos, está convencido de que “toda una unidad especial , compuesta por mucha gente, está abocada a la guerra electrónica para seguirnos a todos los ciudadanos dondequiera que estemos y no dejarnos vivir en paz”. Lo dice con total firmeza al explicar por qué prefiere sólo que pongamos su nombre sin apellido y por qué no desea que le tomemos fotos. Insistimos con delicadeza, explicando que la nota va a América Latina, no a Siria..pero no resulta. “No los conoces…nos seguirán hasta donde sea necesario para ellos y su control. Siempre fue así y esto no ha terminado con la guerra..al contrario”.
Por eso son no pocos los entrevistados cuyos rostros nos quedarán en la memoria pero no pueden ser compartidos con los lectores. Otros prefieren que cambiemos sus nombres. Tienen miedo por ellos…y más que nada por sus familiares, si es que aún los tienen en Siria. “Con este régimen no se juega”, aclara el Dr. Muhammad Rifal. “Nos acosa, en Siria y afuera…y esa es otra de las razones por las que se debe ir”.
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“Salimos Porque Sigue Habiendo Mártires”
Jana Beris
El Universal. México
Imad no habla de muertos sino de “mártires”. Lo encontramos en medio del camino, un joven sirio de 30 años, llevando el mundo a cuestas.
“Ayer fueron seis y 70 heridos. Seis nuevos mártires en una aldea, por las bombas de Bashar. Y eso que ayer fue un día con suerte. Llegaron por el río porque el puente que lleva a Hama Khalfaie, está destruido hace tiempo. Llegaron para matar”.
Acaba de cruzar la frontera entre Siria, su país, y Turquía. En territorio turco lo vemos rodeado de su familia, diciéndose afortunado de que los tiene a todos con él. “Bueno, a casi todos” , aclara. “Mis padres se quedaron en Siria. Son mayores y no querían perder lo único que les quedaba, su casa”.
Imad mira al cielo y continúa: “Si el destino es que mueran, pues morirán. De todos modos, en esta guerra, puedes morir a cada instante sin haber hecho nada”.
Asegura que en su aldea “no había nada, ni combates ni armas”, aclarando que allí no estaba operando el Ejército de Siria Libre, una fuerza armada de oposición. “Pero eso no le importa a Bashar…él manda a sus soldados a matarnos ..y decidimos que no va más”. Señala el césped amarillento a un costado del camino, la vegetación desordenada sobre la que él, su esposa y sus hermanas, con varios niños, colocaron los pocos bultos que lograron traer consigo, y asegura: “Prefiero estar aquí entre los matorrales, más seguro, que en mi país esperando morir”.
Está con su hermana Khulud, con Rian, Ahmad y Anas. Dice tan rápido los nombres de todos que no alcanzamos a captar quién es quién. Llegó al otro lado, fuera del infierno, y quiere tratar de moverse ya. ¿Adónde? No sabe, lo admite…pero espera que la camioneta turca que prende el motor para llevarles a algún lado, los aleje un poco de la frontera.
Discrepan sobre el pago. Sirios recién llegados y turcos de la zona, tienen su primera discusión. Pero termina rápidamente. Imad, que asegura ya haber visto mucho aunque prefiere no dar detalles, ordena a las mujeres y los niños subirse al vehículo y parece determinar un hecho consumado.
Funciona. El conductor turco se dispone a iniciar la marcha . Pedimos a Imad un momento más y preguntamos cómo será la vida después de la guerra. Levanta los brazos al cielo como esperando que Alá le ayude a responder. “Éramos todos hermanos y Bashar ha convertido esto en una guerra de minorías. Pero de eso ya nos ocuparemos después. Ahora, lo central, es que Bashar se vaya. Con él, no se puede vivir más”.
En otro encuentro en medio del camino, a pocos cientos de metros de donde Imad y su familia buscaban un nuevo comienzo, Abu Seif, oriundo de Hama, que acepta tomarse una foto únicamente de espaldas, con su pequeño hijo en brazos, habla de lo mismo.
“Primero atacan las aldeas desde los aviones, destruyen las casas y cuando la gente que quedó viva no tiene más remedio que salir, entran a pie y roban lo poco que ha quedado”, cuenta con rostro serio. Preguntamos casi retóricamente cómo lo explica. “Porque Bashar no es el Presidente del país…sino el jefe de una banda criminal”.
Mira a su alrededor y tras aclarar que no quiere que sus hijos sean fotografiados, agrega: “Tengo cinco hijos, los saqué de la muerte para salvarlos y poder darles de comer”.
Nos preguntamos en voz alta si podrá concretar el sueño de todo padre, dar una buena vida a sus hijos. “Tenemos la esperanza de que puedan tener una vida mejor, un futuro, pero cuando Bashar ya no esté”, responde. Suspira y agrega: “Queremos que sean libres, que puedan tener una vida normal, pero por ahora …no es seguro que podamos lograrlo”.
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