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| viernes abril 26, 2024

Clinton, Obama e Israel


El primer ministro de Israel pronunció un discurso sobre el proceso de paz y el Estado palestinoque entraba en contradicción con las posiciones del presidente de Estados Unidos y la comunidad internacional.

El primer ministro rechazó la creación del Estado palestino diciendo: “Nos gustaría que fuera una entidad inferior a un Estado”. Asimismo, desechó replegarse a las fronteras de 1967 declarando: “Las fronteras del Estado de Israel (…) irán más allá de las líneas previas a la Guerra de los Seis Días. No volveremos a las líneas del 4 de junio de 1967”.

El primer ministro dijo más. Rechazó cualquier división de Jerusalén o la creación allí de una capital palestina. Clamó por una “Jerusalén unida, que incluirá Maale Adumim y Givat Zeev, como capital de Israel, bajo soberanía israelí”. Y proclamó que otras comunidades importantes más allá de las líneas de 1967 –algunas, bastante alejadas de ellas– seguirían siendo parte de Israel, empezando por Gush Etzión, Efrat y Beitar.

Incluso rechazó una retirada militar israelí de la Margen Occidental insistiendo en mantener la presencia en el Valle del Jordán, que conforma la frontera entre la Margen Occidental y Jordania. “La frontera de seguridad del Estado de Israel”, declaró, “estará en el Valle del Jordán, en el sentido más amplio del término”.

¿Cuál fue la reacción del presidente de Estados Unidos? ¿Respondió, como acaba de hacer Obama, amenazando con ataques diplomáticos y expresiones de indignación y desprecio hacia el primer ministro y su país? ¿Hablaron altos funcionarios norteamericanos de la “ferocidad”, la “furia”, el “racismo” del primer ministro?

¿Se amenazó con abandonar al Estado judío en las Naciones Unidos? ¿Se acusó al primer ministro de socavar la democracia israelí, de alentar el racismo o de poner en peligro el futuro de los judíos de Israel? ¿Acusó el presidente al primer ministro de provocar “una situación caótica en la región?

No. Nada de eso ocurrió. Hablamos del año 1995, el primer ministro era Isaac Rabin (del Partido Laborista), el presidente era Bill Clinton y el discurso del primero tuvo lugar en la Knéset en medio de las negociaciones de paz Estados Unidos. Rabin fue asesinado semanas más tarde. Pueden leer el discurso, su último discurso formal, aquí. Justo es decir que las declaraciones de Rabin a propósito del Estado palestino fueron significativamente más allá, y eran mucho más concretas, que cualquier cosa que dijera Benjamin Netanyahu en el fragor de la reciente campaña electoral.

Pero Obama solo ha ensalzado a Rabin, como hacen muchos progresistas que equivocadamente creen que éste iba a hacer el tipo de concesiones que ellos insisten son moral y políticamente necesarias hoy día para Israel. En 2009 Obama lo alabó por haber “demostrado que el compromiso con la comunicación, la cooperación y la reconciliación genuina pueden ayudar a cambiar el curso de la historia”. En 2013, durante su visita a Israel, Obama lo celebró como “un gran hombre”. Un gran hombre que habría rechazado prácticamente cualquier exigencia de las que Obama plantea ahora a Netanyahu.

Así pues, la crisis de la que somos testigos no es nada sino la añagaza de un presidente que tieneuna muy personal e intensa animadversión al Estado judío y al líder que los israelíes han elegido en cuatro ocasiones como su primer ministro. Hay algo de lógica estratégica en el asedio de Obama: él prefiere tener a Netanyahu a la defensiva mientras trata de cerrar las negociaciones que legitimarán el programa nuclear iraní. Pero lo obsesivo de los ataques y la obvia satisfacción que sienten el presidente y sus consejeros al hacerlos sugieren que hay poco pensamiento estratégico ahí. Atacan constantemente a Israel porque disfrutan atacando a Israel.

Los presidentes demócratas no han solido gestionar así sus desacuerdos con los primeros ministros israelíes. Bill y Hillary Clinton son libres, si así lo desean, de recordar a los americanos cómo afrontaron las palabras de Rabin, tan parecidas a las que ha empleado Benjamín Netanyahu. ¿O quizá los Clinton han dado el mismo giro en lo relacionado con Israel que ha dado su partido durante los años de Obama?

© Versión original (inglés): The Weekly Standard 
© Versión en español: elmed.io 

 

 
Comentarios
Alberto Abadi

Si no fuera por los antecedentes genéticos de Obama diría que parece mentira que dos presidentes del mismo país, que salieron de las filas del mismo partído político, tengan un comportamiento diametralmente opuesto respecto a lo que ellos consideran el Estado No. 51 de EE. UU. Esto se debe a dos cosas:
a) Dos enfoques geopolíticos distintos. En el suyo, Obama está llevando al islam a una posición de fuerza que nos retrotrae, por un lado, a la Edad Media, y por el otro, a un agravamiento del conflicto mesooriental que va a llevar a una carrera armamentista en la que, además de Israel, están involucradas las dos facciones rivales de esa creencia religiosa, lo que puede desembocar en una tercer guerra mundial de imprevisibles consecuencias y que ha de convertirlo en el triste sucesor de Neville Chamberlain, y
b) La antipatía que el actual Presidente siente por Nataniahu que lo transforma en un miope que ve con un solo ojo los distintos enfoques que ambos tienen respecto al conflicto, mientras que con el otro solo ve un paraíso donde hay un infierno. Si tuviera puestos los anteojos de la cordura que parece haber perdido, vería el panorama en toda su integridad y complejidad y cambiaría su indigna antipatía personal por la digna imparcialidad que corresponde a un estadista de la Primer Potencia Mundial, que parece haber dejado de lado porque no quiere aceptar que el enano se oponga al gigante… Lo que, insensiblemente, invierte el carácter cualitativo de ambos

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