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| jueves marzo 28, 2024

El fracaso árabe


El siglo XXI aparece y se descubre como un periodo desastroso para el mundo árabe. Fuerzas tribales, étnicas, locales, religiosas y otros, combaten contra las autoridades y unos contra otros, los países pierden su unidad o incluso se desmoronan, y el fraccionamiento histórico entre la sunna y la chía vuelve a dividir a los árabes mientras que las fuerzas yihadistas islámicas se asientan en los territorios de los países árabes. Más allá de la discusión detallada de estos fenómenos, se plantea la cuestión de cuáles serán las implicaciones que tendrán en un proceso histórico más amplio relacionado con la entrada a la era moderna de los países árabes.

Desde la penetración del mundo occidental en el espacio árabe-islámico, hace más de 200 años, a los árabes los atormentaba la pregunta de: por qué ellos, los que llevaban el magnífico patrimonio de la civilización, se encontraban en desventaja y cómo ellos podrían igualarse a los otros países desarrollados.

Para lograr el objetivo de igualarse, ellos deben enfrentarse con cuatro desafíos. Primero, establecer estados soberanos con sistemas institucionales que funcionen, basados en comunidades civiles participativas. En segundo lugar, desarrollar una capacidad de producción tecnológica, que les brinde una posición competitiva en la economía global. En tercer lugar, enmarcar al Islam para que nutra a la sociedad con valores cristalizadores, como los de identidad y solidaridad y calmar a las fuerzas violentas que tienen como objetivo llevarlos hacia atras. Y, en cuarto lugar, escaparse de las influencias neocolonialistas y de las potencias occidentales para actuar en el ámbito internacional como actores independientes.

Estas tareas se han vuelto más relevantes que cuando los países árabes recibieron su independencia, hacia la mitad del siglo XX. Entonces parecía que iban a ponerse en marcha para tratar de hacer frente a los cuatro retos. En algunos de los principales países árabes llegaron al poder regímenes revolucionarios, Nasseristas-Bathistas, que pusieron sobre sus hombros estos cuatro desafíos. Ellos reforzaron al sistema estatal, establecieron instituciones estatales y operaron mecanismos de adoctrinamiento y educación para mejorar la afinidad del individuo hacia el Estado. Se nacionalizó la producción, establecieron fábricas y se envíaron a las universidades a las masas, con la esperanza de promover la capacidad científica y tecnológica en sus países. Lo llamaban el «socialismo árabe». El islam se fomentó a un nivel simbólico y declarativo, pero los gobiernos eran seculares y suprimieron a los movimientos islamistas. Eliminaron las bases militares extranjeras y se alejaron de su paraguas estratégico, como el «Pacto de Bagdad». Su objetivo era entrar en la arena internacional como un bloque de poder mundial junto al bloque Afro-asiático. Ellos llamaron a esta tendencia «Neutralismo positivo».

La realidad árabe de hoy es muy diferente. El flagrante error de los investigadores es que ellos creían que en nuestra región «aunque la sociedad es débil, el estado es fuerte». Resultó que los sistemas de cohersión y de imposición no reflejaban fuerza, sino el contrario. Cuando llegaron las grandes conmociones surgieron las fuerzas no estatales, las cuales muchos creyeron que con las condiciones modernas ya las habían dejado obsoletas pero que demostraron su fuerza. Algunos países se han derrumbado y otros están luchando para mantener su estabilidad.

Desde la perspectiva de hoy no es difícil de explicar este fenómeno. Parece que los países árabes, en diversos grados, eran entidades huecas. Su marco conceptual era débil. Fueron creados en tiempos modernos y les faltaban allí nombres ya que no existían tales entidades en el pasado. De este modo tomaron del diccionario tradicional el término «Dawla». Ha sido común pensar que la «Dawla» y un «Estado» es lo mismo. El problema es que el término «Dawla» señala en la fuente el ascenso y la caída de las dinastías, a saber, el gobierno. De este modo, continuó el «Estado» siendo percibido a ojos de grandes sectores de la sociedad como el gobierno y se arriagó la visión que cuando caía el gobierno también se derrumbaba el «Estado».

En Occidente les gustaba creer que el derrocamiento de un gobierno autoritario podía conducir al establecimiento de una democracia en su lugar. Sin embargo, la experiencia nos ha enseñado que el derrocamiento del gobernante demuele la estructura en sí, y el reemplazo de ella es el caos. También es la raíz del fracaso de los jóvenes en la «primavera árabe»: resultó que era posible derrocar al gobierno tiránico pero carecían de una infraestructura adecuada, en el marco conceptual e institucional para el establecimiento de una democracia en su lugar. No se puede eludir la conclusión que en esta etapa, la mayoría de los países árabes son capaces de operar con un grado razonable de estabilidad sólo bajo gobernantes autoritarios o con monarcas tradicionales. La tarea de establecer estado según el significado de los países occidentales modernos se sigue haciendo esperar.

Fracasos similares ocurrieron también en el plano económico. Aunque hubo procesos de desarrollo en los países árabes, logrados en las últimas décadas de crecimiento económico considerable e incluso algunos han acumulado una gran riqueza (Qatar es el país más rico del mundo en términos de PIB per cápita, y Kuwait ocupa el cuarto lugar). Sin embargo, lo cierto es que necesitan las divisas extranjeras para las importaciones de alimentos y productos básicos, con los cuales comprar los recursos naturales en su territorio, el turismo, los trabajadores empleados en el extranjero y, en el caso de Egipto – también por el canal de Suez. En los mercados globales apenas existen productos industriales nuevos de los países árabes. Es ilustrativa la comparación entre la situación en Egipto y Corea del Sur, cuyos datos eran similares en el momento de obtener sus independencias. A diferencia de Egipto, Corea del Sur exporta de todo, productos de alta tecnología pasando por coches y barcos, y su economía es cinco veces mayor que la de Egipto.

El vertiginoso crecimiento de la economía mundial se basa, en gran medida, en el conocimiento y los países que no alcanzan el ritmo de desarrollo en esta área se quedan atrás. En la mayoría de los países árabes, el conocimiento científico y tecnológico necesario para el funcionamiento de los modelos de producción modernos no satisface la necesidad. Un informe de la ONU sobre el «Desarrollo Humano Árabe», en 2002, los calificó de «déficit de conocimiento», y estableció que este déficit es uno de las tres razones del atraso árabe. El conocimiento en los países árabes no es suficiente ya que el nivel de las escuelas y las universidades es insuficiente y en los estudios aún ponen demasiado énfasis en la memorización.

El déficit de conocimiento se deriva del hecho que la apertura al mundo es baja. Por ejemplo, el volumen de materiales traducidos en el mundo árabe es muy limitado. Un informe de las Naciones Unidas de 2003, encontró que el número de traducciones al árabe per cápita, en el período de cinco años a finales de siglo (1981 hasta 1985) fue de 4,4, en comparación con 519 en Hungría o 920 en España.

Aún cuando los líderes árabes se abren al mundo e importan las tecnologías su beneficio es limitado. Las tecnologías globales se crean y se vuelven obsoletas rápidamente por lo que cualquiera que no participe en la creación no puede desarrollar una competencia efectiva. La innovación y la creatividad disfrutan ahoran un peso crítico, pero estas características son raras en el mundo árabe. También los Estados del Golfo, que disfrutan de un aspecto glamouroso de super modernos, solamente adquieren productos de los países desarrollados pero no forman parte en la creación. Según el informe, todos los países árabes registraron 370 patentes en los Estados Unidos durante el periodo 1980-2000, cuando solamente los israelíes registraron 7.700 patentes en Estados Unidos y Corea del Sur registró 16.300 patentes. El número de investigadores por millón de personas en el mundo árabe es de 300, mientras que el promedio mundial es de 900, tres veces más. Como resultado de esto, la tasa de desempleo entre los jóvenes en los países árabes es el más alto en el mundo… 30% a 50%.

Incluso el «enmarcado» del islam en los países árabes no tuvo éxito. Las fuerzas islamistas no se detuvieron, a pesar de los considerables esfuerzos invertidos en eso. Gamal Abdel Nasser había arrojado a la cárcel a miles de miembros de la Hermandad Musulmana, Hafez al-Assad en Hama masacró a decenas de miles de ellos, el ejército en Argelia encabezó una sangrienta guerra contra los islamistas, al igual que en otros países. Un mapa comparativo del islamismo para finales del siglo XX al mapa actual, nos muestra un fortalecimiento a un ritmo increíble. En el 2000 los islamistas eran solamente grupos pequeños, subterráneos, cuyas actividades eran limitadas, mientras que en el 2015 las fuerzas islamistas  combatientes llegan equipadas con armas modernas y están bien establecidas en las grandes áreas en el mundo árabe. Ellos desafían no sólo a las autoridades locales, sino también a las fuerzas extranjeras que los apoyan. En los últimos 15 años se ejecutaron una serie de super atentados como nunca existió antes, desde los ataques del 11 de septiembre a los recientes ataques terroristas en París. En los últimos cinco años, en particular, se ha producido un fuerte aumento de muertes por los ataques islamistas en diferentes países, a veces hasta diez veces en comparación con los años anteriores.

Tal vez, el fracaso en el tratamiento con el islamismo deriva del hecho que la lucha fue simplemente brutal. No se ha prestado suficiente atención al hecho que el islamismo no sólo es un fenómino terrorista, sino que representa, ante todo, una idea, que en las circunstancias de crisis en la región es atractiva para muchos musulmanes. Los países no lograron colocar una idea que fuese capaz de contrarrestar al islamismo, aunque tal idea estaba lista: en la primera mitad del siglo XX aparecieron entre los musulmanes las ramas liberales – humanistas, racionales, que separaban la religión y el estado – que se expresaron en los pensamientos intelectuales. Sin embargo, los regímenes de los países árabes rechazaron esta opción y tomaron un camino intermedio, mezclando las falencias de todas las opciones. No se ha encontrado en los países árabes el valiente líder capaz de una transformación programática necesaria para repeler al brutal islamismo y establecer un orden estable que marche con los tiempos.

Tampoco se materializaron las aspiraciones de la primera generación de la independencia, para prevenir el vacío que iba a crear la retirada del colonialismo sin que atrayese en su lugar a los extranjeros. La primera señal de fracaso apareció en tiempos de Nasser, quien se convirtió en el héroe del mundo árabe cuando expulsó a 10.000 británicos de sus bases en Egipto, aunque pronto trajo en su lugar a otros 20.000 soviéticos (que fueron expulsados por Sadat). El claro punto de inflexión se produjo en la primera Guerra del Golfo, cuando los ejércitos árabes lucharon como parte de las mayoritarias fuerzas de la coalición cuyo mando era americano, peleando contra el «baluarte árabe» que frenaba a Irán. Y así siguió: se utilizaron fuerzas de la OTAN para derrocar a Muammar Gaddafi en Libia, Irán penetra en Irak y en Siria y los turcos están cruzando las fronteras hacia el norte, los rusos intervienen en la guerra al lado de Assad, Francia pide a los países de la UE para ayudar en su lucha contra ISIS y las fuerzas estadounidenses, quienes se retiraron aparentemente de la región, son absorbidas nuevamente al combate en Irak y Siria.

En los países árabes las guerras locales abundan y el número de víctimas mortales en las últimas décadas ha llegado a millones. Maremotos de refugiados abandonan sus países, escapando de la muerte y la destrucción. Los refugiados expresan una profunda desesperación por la vida que deben soportar en sus patrias.

La terrible situación de los países árabes fue detallada en un informe publicado por «The Economist» (05/07/2014), cuando el autor se lamenta que «la civilización que una vez lideró el mundo está ahora en ruinas», agregando que los árabes sufren el «ocaso de la civilización». Esas palabras me recordaron a Naguib Mahfouz, que en una de sus primeras declaraciones que se escucharon en Egipto a favor de la reconciliación con Israel dijo que la paz se justifica porque era necesario «reconstruir la civilización». Mahfouz sabía lo que estaba hablando. No hay duda que los sucesos en la región influyen sobre Israel. Es un error regocijarse en el sufrimiento de nuestros vecinos y regodiarse que vivimos en un «palacio en la selva». La fabula es clara: Nuestras fronteras no están inmunes a la furiosa violencia que nos rodea y el bienestar de nuestros vecinos influye en nuestro bienestar.

 

El autor es profesor emérito de historia de Oriente Medio y fue embajador de Israel en Egipto y Jordania

 

 
Comentarios

Una exelente síntesis descriptiva situacional del mundo árabe, que explica de manera simple porqué está como está. Toda la fortuna que pudieron acumular durante cincuenta años no ha hecho mucho por sus pueblos, si ha desarrollado áreas como el turismo, los shoppings y intermediarios comerciales, la banca y los fondos de inversión, lo que no es suficiente para satisfacer las necesidades de hoy día.

Pero también hay que tener en cuenta que el desarollo tecnológico y la producción calificada, necesita condiciones de abastecimiento de agua, energía en cuenta y grandes inversiones en infraestructura educativa y cultural. Parecería que estas características no son dables en esos países o tienen un freno imponente, como bien lo describe el autor, su propia cultura.

De acuerdo a lo que está sucediendo hoy, donde todo el mundo los va a combatir al desierto, para no hacerlo en sus respectivos países, parecería que los acontecimientos recientes (Francia y EE.UU) desmienten este enunciado, o tal vez sin esto sería mucho peor.

El mundo tendrá que hacer un gran esfuerzo, no solo bélico, si desea cambiar la ecuación de violencia, la pregunta es : existe la voluntad de hacerlo ?

Hablando del fracaso árabe pero en particular del árabe saudita me alegra ver ese fracaso en el barco que los yemeníes le hundieron a los terroristas sauditas en el puerto de Al-Moja en Taiz. Aguante Yemen !!!

Hay que guardar el mapa que aparece arriba de la nota, para «recuerdo», porque muy pronto tendrá importantes cambios.
La zona se está transformando rapidamente en el escenario mas conveniente para dirimir «diferencias» entre las grandes potencias, que no se puedan resolver diplomáticamente. En los extensos desiertos pueden pelear hasta el agotamiento sin tocar sus países y sin daños colaterales.

Putin ha declarado que «todas las amenazas a las fuerzas rusas deben ser destruídas de inmediato». Esto es sencillamente la política del garrote, mil veces peligrosa. Y los Saudis tomaron una estratégica isla en el Mar Rojo que estaba en poder de los Iranies (www.debka.com ). La zona se está re-calentando con una escalada entre Sunnis y Chias y es muy peligroso, por suerte no tienen «nukes» y hay que procurar que no las tengan tampoco.

Yemen, otrora el reino de Saba, imperio asentado a ambas márgenes del Mar Rojo, emporio del oro e incienso que deslumbraba a antiguos reyes, hoy el país mas pobre de la región, sigue siendo el portal de entrada al mar Rojo y el Canal de Zuez. Se le llama Mar Rojo, porque, antes del amanecer y luego del ocaso, todo se tiñe del rojo de las montañas de granito rojo que dominan el paisaje.

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