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| martes marzo 19, 2024

BEHALOTJA


Aharón recibe el mandamiento de encender las velas de la Menorá (candelabro de siete brazos), y la tribu de Leví es iniciada en el servicio en el Santuario.

Un «Segundo Pesaj» es instituido en respuesta a la petición de «¿Por qué seremos desfavorecidos?» elevada por un grupo de judíos que no pudieron ofrendar el sacrificio pascual en el momento adecuado por haber estado ritualmente impuros. Di-s instruye a Moshe sobre los procedimientos para los viajes y campamentos de Israel en el desierto, y la gente viaja en formación desde el Monte Sinaí, donde habían acampado cerca de un año.

La gente está insatisfecha con el «pan del cielo» (el maná) y demanda que Moshe les provea carne. Moshe designa 70 ancianos, a quienes da de su propio espíritu, para asistirlo con la carga de gobernar al pueblo. Miriam habla negativamente de Moshe y es castigada con tzaráat – una especie de lepra; Moshe reza por su curación y toda la comunidad espera siete días hasta su recuperación.

 

ENCENDER LAS LUMINARIAS

 

En nuestra parashá es explicado el procedimiento para encender las luminarias de la Menorá (candelabro de siete brazos) que se encontraba en el Templo.

Cierta vez un jasid le preguntó a su Rebe: “¿Qué es ser un jasid?” “Festejar Janucá todo el año” respondió el Rebe, y ante la cara de asombro del jasid, el Rebe explicó: “La base del festejo de Janucá es el encendido de las luminarias en recuerdo del milagro acaecido en el Santo Templo con la menorá en la época de los Macabeos. Para encender la Menorá del Templo se tomaba fuego de la luminaria central y con ese fuego se encendía las restantes. Aparte se usaba aceite de un grado de pureza superlativo. Lo mismo ocurre con el jasid, debe tomar de su propio fuego y con él encender otras luminarias, pero eso si, antes tiene que cerciorarse que el aceite que utiliza es completamente puro”

 

La alegría, lograda a través del discernimiento de la bondad y lo positivo de cada cosa, es vista por los Jasidim como una Mitzvá positiva de la Torá.

 

Los buenos muchachos llegan últimos

 

Por Jaia Shujat

 

Siempre me pregunté cuál podía ser la motivación de alguien que corre una maratón y termina en el último lugar. La pareja de viejitos simpáticos, paseando, sin prisa, hasta la línea de llegada. ¿Qué los llevó a hacerlo? Cada año, unas 36.000 personas se anotan para participar en la Maratón de la Ciudad de Nueva York, un agotador recorrido de 42 kilómetros que serpentea por los cinco distritos de la ciudad. De esos miles, sólo uno llegará primero. ¿Por qué la gente corre la maratón, a sabiendas de que no tiene posibilidades de terminar entre los primeros 10, o incluso entre los primeros 1000?

Hice un poco de investigación y leí testimonios directos de corredores de maratones. En primer lugar, terminar una maratón no se parece para nada a hacer una caminata por el parque. Todos los competidores, incluso los que terminan últimos, se preparan con un entrenamiento de varias semanas de antelación. Hay una gran diferencia entre los que corren (incluso los que terminan últimos) y los espectadores de los costados. Ninguno de ellos tiene la esperanza de ganar la carrera. Sin embargo, los participantes tienen una alegría interior y una sensación de satisfacción. Están en carrera. Para ellos, sólo completar la maratón ya es un símbolo de valentía y orgullo, y no necesitan un trofeo que les venga de afuera.

La porción de la Torá Behaaloteja (Bamidbar 8-12) describe el campamento del pueblo judío en el desierto y la manera en la que viajaban. Luego de escuchar la señal de unas trompetas especiales de plata, las 12 tribus de Israel levantaron campamento, se alinearon en un orden designado y se adentraron en el desierto. La tribu de Dan siempre iba al final.

Su trabajo consistía en ir a la retaguardia y juntar los objetos que se pudieran caer (medias, quizás, o incluso niños perdidos). Recogían lo de todos.

No es un rol muy glorioso. No es para nada impresionante, como liderar las tribus, como lo hacía Iehudá, o llevar las vasijas sagradas, como los levitas. Pero era un trabajo que tenía que hacerse.

Las enseñanzas jasídicas explican que además de mantener la oficina de reclamo de equipaje, los danitas también manejaban otro tipo de “objetos perdidos”. Hay algo que las personas pueden perder cuando están al frente, cuando se llevan toda la gloria. Pueden perder perspectiva. Pueden perder la sensibilidad hacia los otros y la conciencia de sus propias debilidades. Los danitas podían devolverles esto a las tribus que estaban al frente. Iban en el último lugar, pero estaban en carrera, con la mente en la meta. Sin ostentar, hacían lo que debían hacer y se enfocaban en las necesidades de los demás. Con una maravillosa mezcla de humildad y autoestima, no sentían necesidad de ir al frente. Sabían que estaban haciendo lo que Di-s necesitaba de ellos.

Los danitas son mi inspiración, en especial en esos días en los que estoy deprimido y parece que el mundo me pasa por encima. Los días en los que nadie devuelve mis llamadas o lee mis emails, y yo siento que estoy al fondo de la pila. Estoy tan atrás en el estrato social que mantenerme a la par de los Jones o de los Greenberg no es siquiera una posibilidad.

Pero quizás hoy hay alguien que necesita que le dedique una sonrisa, o alguien que está perdiendo el equilibrio y yo puedo ayudarlo a que lo encuentre. Quizás hay alguien que necesita un amigo que sí le devuelva los llamados y le responda los emails. Hay un pequeño niño aquí mismo, que necesita toda mi atención cuando me cuenta de su día.

Resoplo mientras llego, siempre último, con el viento que me sopla en la cara. Nada es importante; todo es importante. Llego último, pero estoy en carrera. (www.es.chabad.org)

 

 

 

 

 
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