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| sábado noviembre 23, 2024

La desesperada oferta de Arabia Saudita para preparar al Estado para la guerra total


El príncipe heredero de Arabia Saudita, Muhammad Ibn Salman, sabe que tiene que transformar al estado (el suyo) en una máquina de guerra para que el reino sobreviva a un ataque iraní. Para hacerlo, debe acumular poder eliminando el sistema de controles y equilibrios de las facciones principescas rivales y las afiliaciones tribales, así como un sistema de seguridad debilitado por ambos. La pregunta es si podrá evitar el destino del Sha (antiguo rey de Irán), quien transformó a Irán en una potencia regional pero fue víctima de la oposición, de pared a pared, engendrada justamente por su concentración de poder.

Incluso en los Estados Unidos, una nación que consagra su sistema de controles y equilibrios, que limita el poder ejecutivo y mitiga el riesgo de tiranía, siempre se ha reconocido ampliamente que en tiempos de inminente y vasto peligro externo, debe aprobarse una Ley de Guerra. Para permitirle a los grandes poderes ejecutivos enfrentar el desafío. Un bien conocido clásico legal sobre el tema fue acertadamente titulado “Dictadura Constitucional”.

Arabia Saudita se enfrenta a esa amenaza externa. En respuesta, el joven Muhammad Ibn Salman, el Príncipe Heredero y Ministro de Defensa, está decidido a transformar el reino.

El sistema de controles y equilibrios de Arabia Saudita se basa en campos rivales compuestos por cientos, si no miles, de príncipes y afiliaciones tribales rivales. Su establecimiento de seguridad está dividido por la competencia entre un ejército perteneciente a una parte de la familia real, una Guardia Nacional perteneciente a otra y un establecimiento religioso con su propio brazo policial. El objetivo de Ibn Salman es remodelar esta aglomeración en una máquina de guerra concentrada y centralizada.

¿Por qué  esto es necesario? Como se demostró recientemente, cuando las fuerzas Houthi de Yemen lanzaron un misil balístico contra el aeropuerto más grande del estado en Riad, Arabia Saudita está librando una guerra total para sobrevivir.

Pocos estados han sido tan acosados ​​por la desgracia geoestratégica como Arabia Saudita en las últimas dos décadas. Los pilares del entorno de la seguridad saudita, que habían permitido que ese único y arcaico estado prosperase, simplemente se evaporaron en el aire, uno tras otro, cuando Irán, su formidable némesis, se disparó hacia arriba.

Uno de esos pilares fue EE. UU. Los saudíes ya no consideran a los EE.UU. como un “policía fiable” en quien se puede confiar para evitar amenazas externas y mantener la soberanía de los estados, como lo hizo en 1991 cuando reunió a una coalición de medio millón de tropas (en su mayoría estadounidenses) para expulsar a las fuerzas iraquíes del ocupado Kuwait.

Durante el mandato de Obama, los saudíes pudieron consolarse suponiendo que podrían “comprometer” a los enemigos de Irán hasta el punto de firmar un acuerdo con ella sobre sus capacidades nucleares militares. Sin embargo, la brecha entre el ladrido de Trump y su mordisco sugiere que la desconexión estadounidense podría ser más profunda e histórica. Trump sabe que muchos de sus seguidores prefieren pistolas en sus armarios a las armas estadounidenses en el extranjero. Ciertamente no favorecen el uso de armamento y personal estadounidense para proteger al estado saudí, que produjo a la mayoría de los terroristas del 11 de septiembre.

A nivel regional, los sauditas se han tenido que enfrentar al darse cuenta que, si bien hay muchos estados árabes sunitas en el área, ellos son la única entidad con el poder potencial para enfrentar el desafío iraní. Esta posición solitaria se deriva del fuerte declive del poder egipcio en la región. Hace medio siglo, Egipto estaba en posición de amenazar a Riad sugiriendo librar una guerra para destruir la dinastía yemení y reemplazarla por un régimen militar de su propia creación. Hoy, las fuerzas de seguridad egipcias apenas logran contener a ISIS, que opera en no más de 1.000 kilómetros cuadrados en el Sinaí, entre Al-Arish y Rafah. Dado este desempeño, el ejército egipcio apenas tiene la capacidad de ayudar a los saudíes más allá de sus fronteras.

Hacia el este, los saudíes podían confiar alguna vez en que Iraq sería un amortiguador entre ellos y las ambiciones imperiales iraníes, aunque detestaban tanto a los hachemitas que lo gobernaban cuando era un reino como a los baathistas que se aproximaban. Esta es la razón por la cual Riad financió a Saddam Hussein, un hombre que detestaba intensamente, en su larga y agotadora guerra contra Irán durante los años ochenta.

Ese amortiguador no solo ha dejado de existir, sino que Irak ha caído bajo el dominio chiíta. Su primer ministro y su élite política, al menos desde el punto de vista saudí, se han convertido en títeres iraníes. Militarmente, las milicias chiítas, que muestran una clara lealtad a la Guardia Revolucionaria iraní, podrían ser aún más poderosas hoy que el Ejército Federal oficial.

Para colmo de males, Estados Unidos, que destruyó esta zona de contención al invadir Iraq en 2003, se ha comprometido a fortalecer al ejército iraquí, que recientemente derrotó a los kurdos en Kirkuk. Los kurdos, predominantemente sunitas, fueron el último aliado más o menos confiable de los saudíes en la región después de los reveses sufridos por sus representantes en Siria.

Peor aún ha sido el fracaso del blando poder financiero saudita para promover a representantes (proxis) para emprender la guerra contra los iraníes en nombre del reino. Los proxies de financiamiento fueron el pilar central de la arquitectura de seguridad saudí durante décadas, pero especialmente desde la llamada Primavera Árabe. El regreso del régimen de Assad con la reconquista de Homs y Aleppo, y la vinculación de las fuerzas sirias y las milicias alauita y chiíta con sus contrapartes iraquíes a lo largo de la frontera sureste de Siria para recrear la creciente iraní-chiíta, se produjo a expensas de los rebeldes sunitas financiados por Riad. Esto no solo representa una gran pérdida estratégica para el reino en términos de su equilibrio de poder con Teherán, sino que también refleja la insuficiencia de una herramienta básica del poder saudita.

Muhammad Ibn Salman entiende que Arabia Saudita no tiene más remedio que librar esta guerra directamente. Esta es la razón por la que ha atacado los controles y equilibrios finamente sintonizados del sistema saudita. Ellos podrían haber preservado la estabilidad interna, pero al hacerlo limitarían severamente la transformación de Arabia Saudita en una máquina de guerra efectiva equipada para enfrentar la amenaza iraní.

¿Puede Mohamed galvanizar a la juventud saudí para enfrentar el peligro? Igualmente apremiante, ¿Será capaz de centralizar el poder y convertirse en la potencia regional líder a la manera del Sha, sin embargo, evitar el destino del Sha? Hacer movimientos audaces como ingresar a la guerra aérea en Yemen o encarcelar a una docena de celebridades políticas en Arabia Saudita podría ser un comienzo prometedor, pero de ninguna manera indican cuán exitoso será Muhammad para enfrentar los desafíos futuros.

 

***El Prof. Hillel Frisch es profesor de estudios políticos y estudios del Medio Oriente en la Universidad Bar-Ilan y un investigador asociado principal en el Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos.

Traducido por Hatzad Hasheni

 
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