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| martes marzo 19, 2024

¿Está verdaderamente en riesgo la normalización de Israel con el mundo árabe?


Por fin alguien esgrime un argumento coherente contra los planes del primer ministro Netanyahu de aplicar la legalidad israelí a los asentamientos de la Margen Occidental. Luego de escuchar críticas de izquierdistas israelíes, judíos americanos progresistas y congresistas demócratas basadas en un enfoque desfasado del conflicto israelo-palestino y del proceso de paz, leo a un diplomático árabe que aduce un reparo digno de consideración.

En el artículo que ha publicado en el diario israelí Yediot Ajronot, Yusef al Otaiba, ministro de Estado de Emiratos y embajador emiratí en EEUU, apunta directamente a las preocupaciones de la mayoría de los israelíes y de los defensores del Estado judío. El texto manda un mensaje claro a Netanyahu sobre lo que piensan Emiratos y presumiblemente otros países árabes moderados. Al menos por lo que respecta a Otaiba, Israel afronta esta disyuntiva: anexión o normalización.

Según el diplomático emiratí, las esperanzas de Israel de seguir desarrollando unas relaciones convencionales con los mundos árabe y musulmán sufrirán “un vuelco”. Si Israel decidiera seguir adelante pese a las advertencias, no debería seguir esperando “aceptación creciente”, “vínculos directos” y “expansión de mercados”.

Una de las cuestiones mesorientales menos abordadas en la última década ha sido la manera en que el mundo árabe suní ha ido acogiendo a Israel y dejando de lado la causa palestina. Los Estados del Golfo, empezando por Arabia Saudí, ven en Israel un aliado tácito contra el país que verdaderamente representa una amenaza a su seguridad: Irán. Esos Estados se han ido cansando de la cerrazón palestina y andan buscando la manera de abandonar su rol tradicional de facilitadores y financiadores del extremismo palestino.

El ritmo de la normalización se aceleró con el apaciguamiento del presidente Obama ante Irán. Pero la motivación principal es el interés propio árabe. Israel es una poderosa fuerza militar y un provechoso socio comercial. La normalización no es un regalo árabe al Estado judío como consecuencia de un cambio fundamental en los sentimientos árabes hacia el sionismo. Es fruto de un cálculo frío, no una política basada en un cambio súbito en la opinión pública.

Pero aunque las preocupaciones en torno a la normalización constituyan el más poderoso argumento contra los planes de Netanyahu con respecto a los asentamientos, no es probable que vayan a detener al primer ministro. Ni deberían provocar que la Administración Trump hiciera una señal a Jerusalén para que pusiera el freno a cualquier conversación sobre la ejecución del proyecto.

Hasta el momento, la mayoría de las críticas se han formulado en un lenguaje que cuesta tomarse en serio. Los demócratas y las organizaciones judías americanas críticas con el presidente Trump y con Netanyahu han denunciado la idea principalmente sobre la base de que imposibilitaría una solución de dos Estados al conflicto palestino-israelí y por tanto pondría a Israel en camino de convertirse en un Estado apartheid.

Pero no es cierto.

Si los palestinos quisieran un Estado independiente vecino de Israel, aún podrían conseguirlo. Aun cuando los israelíes extendieran su soberanía sobre el 30% del territorio que alberga los asentamientos y sus inmediaciones –algo que permite el Plan Trump–, seguiría habiendo mucho territorio disponible para el Estado palestino, aunque más pequeño de lo que quisieran y desmilitarizado. Por descontado, previamente los palestinos han tenido varias ocasiones para tener un Estado más grande, aproximadamente sobre las líneas de 1967, como cuando les ofrecieron tal oportunidad los primeros ministros israelíes Ehud Barak (en 2000 y 2001) y Ehud Olmert (en 2008).

Pero rechazaron cada una de las ofertas, incluso la ocasión de negociar un acuerdo aún más propicio en tiempos de la Administración Obama, de la misma manera que han rechazado las ofertas de diálogo de Trump. Los palestinos no están realmente interesados en un Estado así. Por cierto, uno de los puntos más interesantes de la columna de Otaiba es que no exige un Estado palestino, y ni siquiera lo menciona como objetivo. Simplemente quiere que Israel negocie con los palestinos, y aboga por que se les conceda “una mayor autonomía e inversión”.

Dejemos de lado por un momento el hecho de que lo que Israel haría no sería una anexión, dado que el territorio no pertenece a ninguna otra entidad soberana. Y no es tierra palestina, sino un territorio en disputa sobre el que tanto los árabes como los judíos tienen reclamos que han de ser sometidos a negociación.

Ahora bien, aplicar la soberanía israelí a los asentamientos situados en el corazón de la patria judía con el beneplácito de la Administración Trump será, como en el caso de Jerusalén y los Altos del Golán, un logro histórico que hará aún más difícil a los enemigos del Estado judío soñar con su destrucción.

El artículo emiratí ha sido un acto político inspirado por los rivales de Netanyahu e ideado para socavar el apoyo de Trump a las acciones israelíes. Pero hay dos razones para no tener en cuenta tales amenazas.

La primera es que resulta dudoso que el malestar que predice el embajador Otaiba fuera a ser tan grave como asegura. La Autoridad Palestina está teniendo problemas incluso para montar protestas al respecto, dado que el asunto tiene un impacto muy limitado en la vida de los árabes. La idea de que los palestinos desaten una intifada autodestructiva por el cambio de estatus de unas zonas que ya saben que siempre van a estar en manos de Israel es improbable.

Y tampoco el mundo árabe caerá súbitamente rendido ante la intransigencia palestina, ni se verá tentado a subsidiar la insensatez política y el terrorismo promovidos tanto por Hamás como por Fatah. Puede que congelen por un tiempo las relaciones con Israel, pero ahí no habrá vuelta al pasado, a cuando se consideraban en guerra contra el único Estado de la región con el que pueden contar contra Irán o para contener a los grupos terroristas islamistas.

La otra razón es, posiblemente, la desilusión de numerosos israelíes que verdaderamente creen que la plena normalización –que incluya viajar y comerciar libremente con la mayoría de los Estados árabes, así como el establecimiento de relaciones diplomáticas con los mismos– está en el horizonte.

El motivo por el que Al Otaiba ha hecho este limitado gesto hacia los palestinos es que la normalización entre Israel y los Estados árabes es un fenómeno que se desarrolla de arriba abajo, una iniciativa de las elites. Incluso en los países con tratados formales de paz con Israel, como Egipto y Jordania, el Estado judío es tremendamente impopular. El antisemitismo sigue siendo muy alto en el mundo árabe-musulmán. Por mucho que algunos líderes árabes quieran unas relaciones más estrechas con Israel, lo más probable es que incluso en el mejor de los momentos esas relaciones se desarrollen entre bambalinas y no a la vista de todo el mundo.

Los beneficios de una creciente normalización serían significativos, pero la diferencia entre unas relaciones más frías con los Estados del Golfo tras la denominada anexión y las que se pueden desarrollar sin ella no es tan grande como numerosos israelíes e incluso algún alto cargo de la Administración Trump puedan pensar.

Países prudentes como Emiratos no van a enfrentarse verdaderamente a Israel o a la Administración Trump por la aplicación de la ley israelí sobre las zonas de la Margen Occidental donde actualmente viven judíos. No es probable que dicha decisión vaya a provocar una guerra. Ni va a enterrar una solución de dos Estados que dejó de ser una posibilidad realista hace una década.

Israel tiene derecho a actuar sobre los asentamientos, y la Administración Trump haría bien en no dejarse farolear para que deje de apoyar la medida por miedo a unas repercusiones que no acarrearían un coste elevado. Aunque los argumentos de Emiratos son más serios que los que esgrimen los críticos progresistas de Netanyahu, sigue sin haber una buena razón para que Israel desperdicie una ocasión de oro para hacer historia y consolidar su posición sobre unas tierras que jamás abandonará.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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