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| martes marzo 19, 2024

El dilema de la anexión


Valle del Jordan Wikipedia

La discutida posible anexión* de porciones de Cisjordania contenida en el plan de paz propuesto por la Administración Trump -bien recibida por el gobierno israelí y repudiada por el gobierno palestino- puede ser defendida en términos históricos y políticos. La conveniencia diplomática de avanzar con el plan merece un análisis aparte. Este artículo abordará de manera sucinta estos tres aspectos.

La validación histórica

La historia judía está íntimamente ligada a la región de Judea y Samaria, la actual Cisjordania.

Tras su liberación de la esclavitud en Egipto, los hebreos deambularon durante cuarenta años en el desierto del Sinaí, cruzaron el mar Rojo, ingresaron a lo que hoy se conoce como Jordania y se adentraron a la Tierra Prometida atravesando el bíblico río Jordán; cuyas tierras aledañas hoy el gobierno de Israel considera anexar. La primera localidad que conquistaron los hebreos fue Jericó (a su vez la primera ciudad dada a control palestino en los años noventa del siglo veinte). Fue en Judea y Samaria donde las doce tribus de Israel se asentaron, junto con partes de la Galilea y la actual Jordania. Jerusalem fue establecida como capital de Judea por el Rey David (oriundo de Belén), las ruinas del Gran Templo aún subsisten en la ciudad y son el foco espiritual por excelencia del pueblo judío. Givat Shaul (dónde hoy se encuentra el barrio de Pisgat Zeev) fue sede del palacio del Rey Saúl. Los macabeos, quienes combatieron épicamente la influencia helenizante de los griegos, surgieron de la aldea de Modiín, en la región de Judea y Samaria. Es en esta misma zona donde se encuentra Hebrón, ciudad que alberga la Tumba de los Patriarcas y Matriarcas hebreos: Abraham y Sara, Isaac y Rebeca, Jacob y Lea. Qumran -célebre en la era moderna por el descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto, la más impresionante documentación de la presencia judía en la Tierra de Israel- se ubica a su vez en la región de Judea y Samaria. La misma palabra “judío”, como notó el premier Netanyahu, deviene de la región de Judea.

Este vínculo entre pueblo y tierra distinguió nacionalmente -además de religiosamente- a los judíos de las más grandes comunidades cristianas y musulmanas entre las que residieron por casi veinte siglos tras su expulsión de la Tierra de Israel. Amén de sus distintivas creencias religiosas, el anhelo de retorno a Sión (otro nombre de Jerusalem) -el foco de sus plegarias, la añoranza por la tierra perdida, la identificación con el lugar de sus antepasados- fue el elemento que quizás más que ningún otro ha destacado el carácter de nación del pueblo judío. Fue por ese vínculo atemporal con la Tierra de Israel (Eretz Israel en hebreo) que los judíos eran considerados por otros, y por ellos mismos, “no sólo una minoría, sino una minoría en el exilio” en la caracterización del profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalem Shlomo Avineri. El eminente historiador y sacerdote anglicano James Parkes señaló que los judíos sólo políticamente habían perdido su tierra, pero nunca la abandonaron espiritualmente ni físicamente. De hecho, además de no haber nunca renunciado al nexo con la tierra, los judíos mantuvieron presencia física en ciertas regiones de la misma en todo momento.

Figuras históricas prominentes dieron crédito al nexo entre los judíos e Israel en su tiempo. Con su ejército en las puertas de Jerusalem en 1799, Napoleón Bonaparte proclamó: “¡Israelitas levantaos! Ahora es el momento de… reclamar vuestra existencia política como una nación entre las naciones!”. Jean-Jacques Rousseau observó: “Atenas, Esparta y Roma han perecido y sus pueblos se han desvanecido de la tierra; aunque destruida, Sión no ha perdido a sus hijos. Se mezclan entre las naciones pero no se pierden entre ellas; ya no tienen a sus líderes, sin embargo aún son una nación…”. El presidente estadounidense John Adams exclamó: “Realmente les deseo a los judíos nuevamente en Judea una nación independiente”.

Cuando los sionistas de la segunda mitad del siglo XIX lanzaron un movimiento político en pos de la realización de la soberanía estatal judía orientaron sus ojos, naturalmente, hacia la tierra que los vio nacer como pueblo, aquella en la que sus reyes habían gobernado, sus jueces, legislado, y sus profetas, profetizado. Tel-Aviv y Eilat no existían cuando Teodoro Herzl escribió su libro El estado judío.

La justificación política

Por lo anteriormente indicado, puede verse que los reclamos de soberanía judía sobre Judea y Samaria preceden -y por mucho- a la Guerra de los Seis Días de 1967 y sus consecuencias territoriales. En reconocimiento a esa conexión, el Reino Unido en 1917 emitió la Declaración Balfour, que expresó el beneplácito del Gobierno de Su Majestad en torno al proyecto sionista en Palestina (otra denominación de la región de la Tierra de Israel). La Conferencia de San Remo (1920) de las potencias aliadas que creó el Mandato Británico sobre Palestina, y la ratificación del mismo por parte de la Liga de las Naciones (1922), fueron adicionales herramientas internacionales que legalizaron la promesa británica hecha a los judíos. El área original asignada al pueblo judío para realizar su derecho a la autodeterminación nacional incluía la ahora disputada Cisjordania. A contramano, en 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas se manifestó a favor del establecimiento de un estado judío en Palestina, pero excluyó el Margen Occidental (al que se refirió como “la región montañosa de Samaria y Judea”) del futuro estado judío. La parte judía aceptó la propuesta, la parte palestina la rechazó.

Un resultado de la guerra de agresión árabe contra el estado de Israel en 1948, fue la ocupación jordana de Judea y Samaria (así como la egipcia de Gaza). Esta ocupación careció de sustento legal; de hecho solamente el Reino Unido y Pakistán reconocieron la nueva posesión territorial jordana. En 1967, en una guerra preventiva de autodefensa, Israel puso fin al control jordano sobre Cisjordania así como sobre Jerusalem Oriental (y de Gaza y del Sinaí de Egipto y de los Altos del Golán de Siria). Tras la guerra, Israel ofreció entregar parte de esos territorios capturados a cambio de paz, pero las naciones árabes derrotadas se opusieron a cualquier contacto con Israel. Al hallarse en posesión de áreas históricamente vinculadas al pueblo judío y de importancia estratégica (Cisjordania es adyacente a la llanura costera del país, donde se encuentra el 70% de su población y el 80% de su capacidad industrial) y que reduce su vulnerabilidad militar (un avión de combate puede volar desde Jordania al Mar Mediterráneo, atravesando Cisjordania, en pocos minutos) y ante el rechazo árabe a aceptar negociar la disposición de esos territorios perdidos, el entonces gobierno laborista dio luz verde al asentamiento judío en Judea y Samaria. Con el ascenso del Likud al poder en 1977, el proyecto de los asentamientos en la zona se verá potenciado. En la actualidad hay unos 130 asentamientos con una población de aproximadamente 465.000 israelíes en Judea y Samaria. Cuando el Consejo de Seguridad adoptó, en noviembre de 1967, la resolución 242 que pidió por un intercambio de tierras por paz, fórmula que Israel aceptó a pesar de haber sido el victorioso en la contienda, no había un solo israelí residente en Cisjordania.

Le tomó más de un cuarto de siglo al liderazgo palestino aceptar la idea de reconocer y negociar con los israelíes; y lo hizo forzado por las circunstancias geopolíticas singulares que rodearon la caída de la Unión Soviética (su patrón diplomático) y la catastrófica alianza de la OLP con el Irak de Saddam Hussein (enemigo de las monarquías árabes) durante la guerra del Golfo, a comienzos de la década de 1990. Así, en 1993 las partes firmaron los Acuerdos de Oslo que permitieron el auto-gobierno palestino en Gaza y en porciones de Cisjordania, dejando el estatus final de los asentamientos como tema de negociación último. El momento de lidiar con este espinoso tema ocurrió en el año 2000, cuando se reunieron el premier israelí Ehud Barak y el presidente palestino Yasser Arafat con la mediación del presidente norteamericano Bill Clinton. Durante las tratativas, Israel ofreció a la Autoridad Palestina casi el 100% de Gaza, alrededor del 95% de Cisjordania (con una compensación territorial dentro de Israel por el porcentaje diferencial), soberanía palestina sobre Jerusalem Este y un retorno simbólico de cien mil palestinos al territorio israelí. Arafat se negó a aceptar esos términos y lanzó una violenta intifada que duró cuatro años y ensangrentó a la región. En el 2008, con Ehud Olmert del lado israelí y Mahmmoud Abbas del lado palestino, un renovado ofrecimiento israelí mejoró los parámetros del 2000 (para entonces la totalidad de Gaza ya estaba en manos palestinas). Una vez más, fue rechazado por el liderazgo palestino.

Finalmente, en enero del 2020, la Casa Blanca presentó una nueva propuesta de paz para la región. Ésta contempla un potencial estado palestino en el 70% de Cisjordania, sin Jerusalem Este como su futura capital (la soberanía israelí fue reconocida por Washington sobre toda la ciudad) y asistencia económica en el orden de los cincuenta mil millones de dólares. Esta ha de ser la primera vez en el último cuarto de siglo que se les pide a los palestinos que concedan parte del territorio reclamado. No sorpresivamente, la Autoridad Palestina repudió esta propuesta, desconoció a Estados Unidos como mediador válido y continuó con su determinación de más de seis años de duración de no negociar un acuerdo de paz.

En la actualidad, los israelíes parecen haber aceptado la idea de que, tras medio siglo de intransigencia política palestina, los derechos históricos del pueblo judío sobre Judea y Samaria ya no deben seguir siendo rehenes de las decisiones equivocadas del liderazgo palestino. Más importante todavía, Estados Unidos parece haber arribado a análoga conclusión.

La conveniencia de la anexión

El plan de paz de la Administración Trump autoriza a Israel a anexar hasta el 30% de Cisjordania. Según datos aportados por una monografía del Washington Institute for Near East Policy, el 29% del área que Israel podría anexar equivaldría a 1613 kilómetros cuadrados que contienen 52 asentamientos que albergan a 358.405 israelíes del lado israelí de la valla de seguridad y a 78 asentamientos del otro lado de la valla, con 107.803 israelíes. De esta forma todos los asentamientos (130) y todos sus habitantes (466.208) quedarían bajo soberanía israelí, incluyendo el valle del río Jordán, interconectados por una red de rutas, puentes y túneles. Este territorio anexado contendría también 78 comunidades palestinas con 109.594 habitantes (4.5% del total de la población palestina de Cisjordania), con 24 comunidades del lado israelí de la valla (18.918 palestinos) y 54 comunidades del lado palestino de la valla (90.676 palestinos).

-Los riesgos de la anexión

El Primer Ministro Benjamín Netanyahu afirmó que los palestinos residentes en la zona del valle del Jordán que quedasen bajo soberanía israelí no recibirían derechos políticos en Israel y seguirían votando en las elecciones de la AP. Los autores de la monografía arriba citada observan que nada fue dicho sobre palestinos residentes en otras áreas anexadas. En cualquier caso, para los escépticos de la anexión, es claro que el desafío demográfico asociado a una potencial anexión deberá ser tenido en cuenta. Si cerca de 110.000 palestinos fuesen a ser considerados ciudadanos de Israel, ello equivaldría a un incremento de más del 5% en la población árabe-palestina dentro del estado judío, que hoy ronda el 1.9 millón (aproximadamente el 21% de la población total). Los críticos del plan temen que esto potencialmente represente un desafío demográfico y político al carácter judío y democrático de Israel. Argumentan que los últimos veintidós gobiernos en Israel resistieron la tentación anexionista desde junio de 1967 y aducen que esa acción unilateral pondría a la nación contra las cuerdas: sería culpada del fracaso del proyecto de paz y presionada hacia una retirada unilateral con consecuencias potencialmente desastrosas.

Ellos opinan que Israel no debiera poner en riesgo las buenas relaciones que ha creado con los países del Golfo Pérsico en los últimos años y señalan que hace poco el embajador de Emiratos Árabes Unidos publicó una nota de opinión en un diario israelí con el título “Es anexión o normalización”. Remarcan que Israel ya controla la seguridad en el valle del Jordán y en buena parte de Cisjordania, que sólo un país respaldará la anexión y que la medida es de corte ideológico más que pragmático. Les inquieta la reacción de la calle palestina, la posibilidad de una nueva intifada, de otra contienda con misiles y terroristas suicidas de Hamas y una posible intervención oportunista militar de Hezbolá desde el Líbano. A la vez, sostienen que Israel logró exitosamente marginar el asunto palestino de la agenda global y focalizar la atención sobre las amenazas nucleares y militares de Irán, y creen que la anexión reorientaría la mirada regional y mundial hacia los palestinos. Expresan especial preocupación con el estatus de la relación con Egipto y Jordania, e incluso dudan sobre la estabilidad de esta última, al contar con una apreciable población palestina.

Finalmente, plantean que una eventual Administración Biden podría retirar el respaldo dado por Donald Trump, que Europa podría declarar su reconocimiento al estado palestino, y que Israel podría quedar expuesta incluso a sanciones globales.

-La oportunidad de la anexión

Los defensores del plan de anexión alegan que este es un momento único para avanzar. Con elecciones nacionales en el horizonte cercano en Estados Unidos y la posibilidad de que el actual presidente no continúe en la Casa Blanca, proponen pisar el acelerador. Recuerdan la resolución 2334 que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó en diciembre de 2016 que tildó a todos los asentamientos israelíes una “fragrante violación a la ley internacional” y pidió por una distinción entre “el territorio del Estado de Israel y los territorios ocupados desde 1967”. Esta resolución pasó porque la Administración Obama eligió no vetarla, como tradicionalmente hacía Washington ante resoluciones del tipo. Ellos comparan aquél desarrollo con las recientes medidas de la Administración Trump, la que reubicó la embajada estadounidense de Tel-Aviv a Jerusalem en diciembre del 2017, y el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán en marzo de 2019. Consideran que una Casa Blanca Demócrata no será benevolente con los intereses de Israel ni el presidente Biden (ex vice de Obama) tan amigable, menos aun con una acentuada tendencia hacia el radicalismo dentro del partido.

Argumentan que en los últimos años Israel ha abierto puertas cruciales en Asia, África, América Latina y el propio Medio Oriente, y que los nuevos aliados no querrán resentir esos lazos con Jerusalem en aras de la cada vez más tediosa causa palestina. Con un Israel innovador en el campo de la tecnología, la ciencia, la agricultura, la medicina y en el área militar y del espionaje internacional, estas naciones tendrían mucho por perder si optasen por castigar a Israel por su plan de anexión territorial. En particular, notan que los países árabes sunitas valoran la contención regional de un Irán imperial que viene promoviendo Israel exitosamente. Citan el apoyo de algunos países árabes al actual plan de paz y sostienen que estos verían positivamente que Israel normalizara su frontera oriental. Notan que la avalancha de advertencias mundiales que se lanzó en las previas al reconocimiento de Jerusalem como capital y la anexión del Golán resultó infundada.

Asimismo, subrayan que todas las grandes decisiones políticas acarrean riesgos, comenzando con la misma  declaración de independencia de Israel en 1948. Dicen que Israel podrá sobrevivir a las repercusiones negativas pasajeras de esta determinación. En cuanto al problema demográfico, apuntan que en las tratativas de paz de Camp David del 2000 se aceptó la idea de integrar cien mil palestinos a Israel. Por último, enfatizan que no se debe recompensar nuevamente a la parte palestina por su obstruccionismo legendario y que en todo caso el pueblo palestino retendrá el derecho a declarar su estado nacional en el 70% de Cisjordania más el 100% de la Franja de Gaza que ya controla.

Conclusión

A lo largo de su historia, tal como observó la intelectual Einat Wilf, Israel definió sus fronteras por medio de guerras, tratados de paz, resoluciones de la ONU y anexiones. La idea de la anexión presente fue instalada por Washington, no por Jerusalem. Estados Unidos ha incentivado a su aliado israelí a extender su soberanía sobre pociones de un territorio largamente disputado, militarmente relevante, históricamente importante y con casi medio millón de israelíes en el área. Es una oportunidad especial puesto que la opinión de Washington es crítica. La ONU, Bruselas, Beijing y Moscú cuentan geopolíticamente en el Medio Oriente, desde ya. Pero en el proceso decisorio israelí, la validación norteamericana es la más crucial de todas. Hoy la tienen. Y con ella, la chance de resolver en términos favorables a sus propios intereses uno de los asuntos más complejos del conflicto. Con veintisiete años transcurridos desde la firma de los Acuerdos de Oslo, parecen haberse agotado ya las instancias de una negociación efectiva con esta generación de líderes palestinos. La determinación final deberá ser resultado de una cuidadosa ponderación de costos y beneficios, en un contexto ya presionado por la pandemia de Covid-19. Pero he aquí una situación peculiar. Aunque de manera más acotada, por primera vez desde 1967 la historia está ofreciendo a Israel el más raro de los obsequios: una segunda oportunidad.

*Aunque se empleará libremente el término “anexión”, en opinión de este autor su uso es inexacto puesto que legalmente la anexión significa la toma por medio de la fuerza por parte de un estado de un territorio perteneciente a otro estado. La Corte Penal Internacional la considera un crimen de guerra. Conforme ha explicado el profesor de la Universidad George Mason, Eugene Kontorovich, aun si Israel fuese a tomar porciones de Cisjordania de manera unilateral, no lo estaría haciendo sobre territorio perteneciente a otro estado. Ni Israel, ni Estados Unidos ni la Unión Europea reconocen la existencia de un estado palestino, y desde el nacimiento de Israel en 1948 Cisjordania no ha sido parte de ningún estado (la ocupación en una guerra de agresión por parte de Jordania fue reconocida solamente por dos países en todo el mundo). Sería más preciso hablar de “extensión de soberanía” o “aplicación de la ley” sobre esos territorios disputados.

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Julián Schvindlerman es profesor titular de la asignatura Política Mundial en la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo. Tiene un blog en The Times of Israel, es columnista en Radio Universidad (Córdoba) y colabora con Infobae y Perfil. Es autor de La Carta Escondida: Historia de una familia árabe-judía; Roma y Jerusalem: La política vaticana hacia el estado judío; Tierras por paz, tierras por guerra; y Triángulo de infamia: Richard Wagner, los nazis e Israel. Posee una Licenciatura en Administración por la Universidad de Buenos Aires y una Maestría en Ciencias Sociales por la Universidad Hebrea de Jerusalem.

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