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| viernes marzo 29, 2024

El año nuevo de la memoria


Los diferentes calendarios, gregoriano y hebreo, a veces nos juegan una mala pasada, haciendo coincidir fechas alegres con otras especialmente trágicas. Este año, en la misma jornada en que se celebra el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, cuando al final de la tarde se vean las primeras tres estrellas en el cielo, comenzará el día 15 (“Tu”, en la nomenclatura aritmética bíblica) del mes shvat, uno de las cuatro “cabezas de año” mencionadas en el Talmúd, aludiendo en este caso a los primeros brotes que despuntan en la naturaleza y los árboles. Es decir, por unas horas coincidirá el recuerdo del suceso más estremecedor de la cultura de la muerte asumida como industria nacionalista, con la veneración de la vida en sus señales más prematuras. Será el momento en que iniciemos la cuenta atrás del recuerdo del drama del siglo XX hasta el año siguiente, pero -a diferencia de la memoria de la naturaleza- aquella nunca retorna al mismo punto de partida.

No hace muchos años parecía que la institucionalización del recuerdo a los que sufrieron la Shoá garantizaría la salvaguarda del mensaje “Nunca más”, escrito en alguna pared de los campos de la muerte, como último grito de resistencia a la barbarie. Sin embargo, al menos desde 2005, el año en que Naciones Unidas determinó dicha fecha, el odio irracional hacia los judíos y otros colectivos denostados no sólo no ha cejado, sino que ha renacido con fuerza, como si las estaciones climáticas ya no gobernaran el reloj de la biología forestal y después del invierno nos asolase un nuevo otoño.

El mundo se conmueve y espanta de las posibles consecuencias de un cambio climático vaticinado por la ciencia y cada vez más palpable. No pasa desgraciadamente lo mismo con las advertencias ante el resurgimiento del pensamiento populista y totalitario, a izquierda y derecha. Incluso posturas políticas aparentemente lejanas a cualquier cuestionamiento contra los judíos se acercan al abismo que en el siglo pasado supusieron las acciones radicales. Recordamos el Holocausto mientras la calle es tomada por los herederos de las verdades absolutas y comprobamos atónitos que aquellas malas hierbas vuelven a brotar tras años hibernando en silencio, pero no muertas, esperando su oportunidad para volver a apoderarse de bosques y praderas.

Dejamos atrás un año terrible, luchando contra un enemigo invisible pero que nos vimos obligados a reconocer como terrible, pero no es el único que nos acecha. Cuando podamos volver a la “normalidad” descubriremos que el mundo ya no es el mismo que dejamos atrás hace unos meses y que otras plagas, esta vez sociales y políticas, siguen con tanta o más fuerza que antes de confinarnos. El odio se agazapa, se disfraza, pero invade nuestra esencia como el robot vírico y la transforma en una máquina de odiar para seguir propagando la destrucción de la empatía que nos llevado (tras cientos de miles de años) a construir lo que nos gustaría significar como especie.

 
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