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| martes diciembre 10, 2024

Gilad y nuestro fracaso


Hablar un viernes por la noche cada dos meses de Gilad Shalit, apenas un soldado israelí cautivo, no puede ofrecernos nada nuevo. Después de quince o veinte minutos, cambiaremos de tema y retornaremos al último capítulo de «Gran hermano».Desde hace tiempo perdimos muchos de los valores de nuestra vida, aquéllos sobre los cuales existimos. Dejamos que cualquier estupidez burbujee dentro de nosotros y de cada mentira hacemos una verdad absoluta. Al final de cuentas, la cara de nuestra dirigencia es nuestra propia cara. Si a alguien le conviene mirarse al espejo, entenderlo e interiorizarlo, es a nosotros mismos.

La guerra es el parámetro y la demostración de las cosas que perdimos, otro reflejo de los intentos fracasados por traducir una vida de calidad a una realidad estipulada. Ella no detiene nuestro desmoronamiento moral ni el camino hacia un horizonte bloqueado.

La sociedad israelí debe recomponer el código de sus valores. También en la calle, también en la casa, en las escuelas, en las sinagogas, en las universidades, en fábricas y oficinas, en los pubs de los viernes, entre el hombre y su prójimo, prestando atención a las cosas obsoletas que socavan nuestras almas.

«Tenemos la impresión de que el gobierno ya renunció a Gilad». Aviva y Noam, sus padres, nos dicen su verdad, pero ella es sólo otro espejo de lo que nosotros no deseamos ver en nuestras vidas descompuestas y ávidas de publicidad y placeres.

Todo se vuelca hacia todo, del hogar a la calle, de allí a Tzáhal, al Estado Mayor, y de allí al Gobierno. En estos días vemos como la corrupción se convirtió en parte inseparable de nosotros; y aún dándonos cuenta, parece ser que sólo hacemos oír nuestras voces apagadas para conformarnos a nosotros mismos y a nuestras conciencias. Y Gilad espera…

Todo lo que elegimos vivir en los últimos años nos golpea en nuestras caras. Tampoco la imagen de Gilad en la pantalla no cambiará nada. El exámen de conciencia que deberíamos hacer desde su secuestro, ése que sus padres desamparados en su dolor nos empujaron a él, no se realizó hasta el final. Por eso, si otro soldado fuera apresado, chocaríamos con la misma historia: otro mediador y más gente desilusionada en la retaguardia y en el frente. Nuestras vidas se convirtieron en una burla cotidiana y prolongada. Las lluvias del pasado invierno no purificaron nuestras almas.

Yo, personalmente, no necesito de Gilad, después de tres años, para que me diga lo que piensa de su pueblo en su tierra. Como todos, vi esos ojos tristes por la tele reclamando libertad como si estuviera escribiendo una trama con la sangre de nuestras almas, o firmando los documentos de nuestra caída al desperdiciar una oportunidad tras otra para recomponer nuestros valores. He visto a sus amigos reclamar en las calles, manifestando atacados de una conciencia momentánea y regresando a sus casas sin haber conseguido absolutamente nada.

La voz del israelí promedio se apagó. Las voces de gente solidaria y honesta enmudeció en el mar de los ávidos del vil metal y los lujos, en el océano de aquéllos que nos venden ilusiones, en los marcos de la falsa política para sobrevivir que sólo los mediocres la regulan, y no en el verdadero deseo de vernos dando un paso atrás, reflexionar, contar hasta diez y cambiar de rumbo.

Gilad se adormecerá esta noche, solitario, y murmurará quizás: se los dije, se los vaticiné, les advertí. Pero él se irá y volverá a entrar en el olvido exactamente como su imagen en la pantalla. Nosotros nos quedaremos aquí, haciendo cuentas de qué nos favorece, qué nos perjudica, cuál es la realidad, cuál la fantasía, dónde está la fábula y dónde la verdad, qué mentiras son convenientes rechazar y cuánto invertiremos en recomponer esta sociedad, donde el pez apesta desde la cabeza, pero la cabeza es como nuestro propio rostro.

En el Día de Recuerdo a los soldados caídos, Gilad Shalit prisionero en Gaza es un triste resumen intermedio de la vida del Estado de Israel. Afuera azota el temporal; sus padres desamparados se retiraron a Mitzpé Hilá con las cabezas gachas. Mientras tanto nuestros hijos y nietos siguen mirando «Casi ángeles».

Buenas noches, querido Gilad, ruega por nosotros.

 
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