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| martes abril 16, 2024

Algo sumamente indignante


Mucho se ha hablado, se está hablando y se seguirá parloteando de la liquidación en Dubai (este humilde servidor lo llama «ejecución» o «ajusticiamiento» pero eso es harina de otro costal) y de lo mal que se manejó, del tren fantasma de Jerusalén (así llamado porque todavía no existe, pero molesta a todo el mundo) y otras cosas que están pasando en nuestra sufrida y querida Medinah y de las que muchos «craneotecos» ya se están ocupando exhaustivamente de atosigarnos con reportajes, notas exclusivas, opiniones, palabras, palabras y más palabras. Miríadas de palabras. Por supuesto, los diarios, la red, el Parlamento y demás sandeces nos sacan las ganas de comentar las noticias. Qué le vamos a hacer… después del Gran Hermano… el diluvio, como diría Sa’ar XIV, el «viudo virtual».Pero lo que voy a comentar ahora pasó todos los límites, por lo menos a mi humildísimo juicio. Sucedió en Haifa, una ciudad que creo que se encuentra… ¿dónde? ¡Ah, sí! Pero claro, ¡qué memoria la mía! Haifa se encuentra dentro de los límites acordados en el Tratado de Rodas del Estado de Israel y no es ni una colonia, ni un asentamiento, ni una ciudad internacional, ni un punto tripartito. Es una ciudad que pertenece al Estado de Israel, es más, es la tercera de entre las principales ciudades de nuestra Medinah. Es una ciudad hermosa hasta la emoción, panorámica hasta lo increíble, contaminada hasta el peligro… y cosmopolita. Muy cosmopolita.

Cosmopolita al punto que en ella moran todo tipo de… habitantes, entre ellos quienes creen que tienen derecho de discriminar y de seleccionar quién entra a determinados lugares, cómo y cuándo.

¿A qué me refiero? ¿A algún morocho o algún representante de determinadas minorías a los que les fue negada la entrada a algún club nocturno?

Non, mes amis.

Me estoy refiriendo a un soldado de Tzahal, el Ejército de Defensa de Israel, al que le fue negado el acceso a un restaurante en Haifa… por pretender sentarse a disfrutar de una cena en ese lugar… vestido de uniforme.

Sí, caros lectores. Tal cual.

El viernes pasado, aprovechando que estaba de licencia de fin de semana, un soldado invitó a su novia a cenar en el restaurante «Azad». Para su sorpresa, desconcierto y humillación, una mesera lo invitó a retirarse del lugar, diciéndole «lo lamento, pero en este lugar no entra nadie de uniforme» (sic). El muchacho, desconcertado, sólo atinó a llamar a su padre, quien se hizo presente en el lugar convocando un patrullero policial. La oficial de la policía se hizo presente en el lugar y le tomó declaración a la mesera quien confirmó sus dichos: «aquí no entran miembros de las fuerzas de seguridad». La funcionaria policial informó al denunciante que «al no mediar ningún tipo de agresión física, nada podía hacer al respecto».

El dueño del restaurante «Azad», Anas Dib, declaró con oleaginosa elegancia que «desconoce aún los detalles del hecho y que escuchó al respecto por primera vez de boca de su entrevistador: «Azad» quiere decir ‘hombre libre’ – se informó – el lugar no discrimina a nadie, todo lo contrario. El problema que surgió es por el uniforme, que no concuerda con la idiosincrasia del lugar y podría provocar incomodidad entre los demás clientes». Luego, cierra su declaración con inaudito cinismo, típico del más rastrero y codicioso de los mercaderes: «le aclaramos la situación al soldado y le reiteramos que no tenemos nada personal contra él y que puede venir cuando quiera… eso sí, sin uniforme».

No resulta un poquito indignante?

Desde estas modestas líneas llamo a todos a hacerle el boicot absoluto a ese tugurio, a esa fonda de cuarta y a su propietario. No hay que acercarse al restaurante «azad» que se encuentra en la calle Hilel de Haifa, ni en un radio de cien metros.

El nombre del soldado que fue humillado como soldado de Israel y como ser humano y discriminado como si se tratara de un leproso quedó en el anonimato… lástima. Porque si conociese su identidad le hubiese explicado cuál es el tratamiento al que hay que someter al Sr. Dib, a la «mesera» y a la fonda lamentable que se llama «azad».

O por lo menos qué es lo que hubiese hecho este humilde servidor si algo así le hubiese sucedido a él en la lejana época en que sirvió en el Ejército de Israel: hubiese dado media vuelta y se hubiese retirado… para volver junto con sus compañeros de regimiento, que no eran pocos, y entre todos ocupar toda mesa disponible de ese infame fondín, a ver si nos echaban a todos. Porque hay algo que tanto la mesera como el dueño de ese lugar y ni el muchacho ni su padre tomaron en cuenta: ningún lugar abierto al público puede impedirle la entrada a nadie que no esté encuadrado dentro de los criterios de admisión o no admisión. Reservarse el derecho de admisión no es discriminar, como se hizo en ese restaurante, al que NINGÚN israelí que se precie y que respeta los valores de su Medinah tiene que volver a pisar.

Es una cuestión de honor. Y de respeto a quienes arriesgan sus vidas para que ciertos «gastronómicos» puedan seguir manejando sus pingües negocios sin atentados ni amenazas.

Así nos va.

SNEH… Marcelo Sneh

Beer Sheva, Israel

Reenvia: www.porisrael.org

 
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