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| miércoles diciembre 11, 2024

Morir para matar


Las matanzas suicidas perpetradas por terroristas que se autoinmolan para matar al mayor numero de civiles posible son un hecho casi cotidiano. A los escenarios clásicos como Irak, Pakistán y Afganistán, se ha sumado últimamente Rusia, donde los separatistas musulmanes del Caucaso perpetran venganzas sangrientas por los excesos de las tropas rusas en sus territorios. Uno de los jefes de Al Qaeda en Pakistán, anuncio que cuenta con 2000 terroristas suicidas prontos a inmolarse. Y sin duda, hay muchos jóvenes dispuestos a morir para matar en otros países musulmanes. ¿Como se explica tanto entusiasmo por la autoeliminación en hombres jóvenes?

Los especialistas en el Islam que han estudiado el fenómeno lo explican por una cultura de violencia, represión, machismo y frustración sexual. Lloyd de Mause, uno de los más destacados estudiosos del tema escribe en su ensayo «Los orígenes infantiles del terrorismo»: «Las raíces del terrorismo no están, a mi juicio, en tal cual error de la política exterior norteamericana, sino en que los terroristas proceden de familias abusivas. Niños que crecen convirtiéndose en terroristas suelen ser productos de un sistema misógino fundamentalista que separa la familia en dos alas segregadas: la de los hombres y la de las mujeres, donde se educan los niños y que el padre raramente visita. Incluso en países como la Arabia Saudita de hoy, de acuerdo a la ley, las mujeres no pueden estar en compañía de hombres que no son sus familiares en restaurantes y lugares de trabajo, porque, como lo dijo con franqueza un sociólogo musulmán: «En nuestra sociedad no puede existir la amistad entre un hombre y una mujer».

La visión de la sociedad musulmana de la relación entre ambos sexos es extremadamente puritana. Los hombres y las mujeres son educados en el repudio al placer sexual. Las niñas suelen ser sometidas a la cruel circuncisión genital porque su clítoris es considerado «sucio» «feo» o «venenoso». Un tercio de las mujeres sometidas a esta operación, realizada de manera primitiva y sin anestesia, muere por infecciones. En países como Somalia, Nigeria, Oman, Sudán, Egipto, Yemen, Etiopía, Arabia Saudita y Pakistán es una costumbre aceptada. Una reciente encuesta entre mujeres y niñas egipcias demostró que la mutilación genital femenina es practicada en el 97% de las familias de bajo nivel educativo y en el 66% de familias de nivel educativo más alto.

Pero ni aún esa anulación de su sexualidad normal pone a salvo a las mujeres. Aisladas de la sociedad de los hombres, convertidas en seres anónimos por el velo, a menudo pagan los platos rotos por querellas en las que los hombres de la familia están involucrados, al ser violadas para que el «honor de su familia» sea mancillado. La violencia doméstica contra la mujer es común y es raro que mujeres se atrevan a pedir la separación jurídica de sus cónyuges. Hay casos en que mujeres son muertas por sus propias familias simplemente por haber pedido el divorcio.

No es sorprendente que estas mujeres golpeadas y a menudo mutiladas no sean madres ideales y a menudo se desquiten con sus hijos de las humillaciones que sufren rutinariamente. Muchas veces golpean a sus hijos con la furia que no pueden descargar en sus maridos.

Pero la violencia que se ejerce contra los niños no se limita al ámbito familiar. En las escuelas coránicas son habituales los castigos físicos o el encierro «en cuartos oscuros con poca comida y precarias condiciones sanitarias». Sin duda, la infancia de las niñas, que a menudo son casadas a la fuerza con hombres mayores, suele ser más traumática que la de los varones.

Sin embargo, tampoco los jóvenes tienen una vida fácil. A menudo los adolescentes son utilizados como sustitutos sexuales de las mujeres inaccesibles. Este tipo de violación, sin embargo, no es considerado homosexualismo ya que los jóvenes no son considerados aún hombres. Como escribe en un excelente trabajo el especialista canadiense de origen ruso Jamie Glazov: «Aunque la sociedad no considera esta explotación sexual como humillante, las cicatrices sicológicas y emocionales que resultan de esta subordinación, impotencia y humillación marca a quienes la sufren de por vida. Traumatizados por la violación de su dignidad y su masculinidad, pasan el resto de sus vidas tratando de recuperarlas».

Como no tienen acceso a mujeres antes del casamiento, convierten en víctimas a hombres más jóvenes, infligiendo a otros el mismo daño que les fuera causado en su adolescencia. Como señala el erudito Bruce Dunne «el sexo en las sociedades islámicas no es una relación de amor entre iguales, sino que es una expresión de adultez masculina en la que el placer se produce por la dominación violenta».

La inmolación constituye la expresión suprema de esa dominación violenta. Como lo señala un psiquiatra citado por de Mause: «Tenemos que estudiar sus fantasías para comprender a estos hombres. La referencia sexual a menudo resulta sorprendente. Para algunos, el estallido de una bomba es como un orgasmo».

Analizado en su contexto cultural y sociológico el fenómeno del terrorismo suicida tiene su lógica. Lo que no tiene lógica es la inexplicable pasividad de la opinión pública mundial ante esta forma de asesinato masivo, ciega, bárbara y cobarde, de la cual los verdaderos culpables no son los jóvenes traumatizados que la ejecutan sino aquellos que los manipulan.

 
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