Mi nombre es Daniel Pearl.
Estimados amigos de la ADL, buenos días.
Sin duda, Él debe tener miedo. Mira a la cámara, pero ¿hacia dónde mira?, Quizás hacia su familia, su memoria ancestral, su identidad… O quizás mira más allá, hacia el futuro quebrado, el vientre de la mujer que ama, el hijo que nunca conocerá… Sus últimas palabras… «My name is Daniel Pearl. I am a Jewish American from Encino, California USA». Hoy es 1 de febrero de 2002, tiene 38 años y está a punto de ser brutalmente asesinado. «My father’s Jewish, my mother’s Jewish, I’m Jewish…» El yemení que lo decapitará tardará casi dos minutos en cortarle la cabeza. Empezará muy despacio, bajo la oreja, para segar las cuerdas vocales e impedir el grito. «My family follows Judaism. We’ve made numerous family visits to Israel…»A partir de aquí, el relato brutal de un asesinato cuyos detalles, descritos magistralmente por Bernard Henry-Levi, horrorizarían al propio infierno de Dante. La víctima convertida en metáfora de la belleza de la vida. El asesino, símbolo puro del ser humano sin alma, de la humanidad derrotada. ¿Quién lo ha convertido en un monstruo? «Back in the town of Bnei Brak there is a street named after my great grandfather Chaim Pearl who is one of the founders of the town». Y todo habrá acabado. Sus esperanzas, sus amores, sus sueños… «My name is Daniel Pearl…» Y el verdugo mostrará triunfalmente a la cámara su cabeza corta, como un trofeo.
Gracias.
Ante todo gracias por este emotivo día, que me compromete más allá de la duda, de la debilidad y del miedo. Recibir el premio que lleva el nombre de Daniel Pearl es algo más que un extraordinario honor, es una responsabilidad. Me llamo Pilar Rahola, nací en la vieja Sepharad, en Cataluña, de familia católica, me siento de izquierdas y soy periodista. Pero como luchadora de los derechos civiles, y como periodista que busca la verdad informativa, yo también me llamo Daniel Pearl, nací en Encino y soy judía. Todos los que amamos la civilización, todos aquellos que concebimos el mundo bajo los valores de la modernidad, somos y seremos siempre Daniel Pearl.
Porqué más allá de nuestras diferencias ideológicas, religiosas o culturales, formamos parte de una herencia cívica que nos compromete con la democracia. Y a esa herencia le han declarado la guerra.
Los asesinos de Daniel Pearl no solo decapitan víctimas indefensas, o asesinan a centenares de personas en los trenes del mundo, o matan a miles en los rascacielos de las ciudades. Sobretodo intentan decapitar los principios de la libertad. La muerte de Daniel Pearl, como la muerte de cada persona caída bajo la locura del fundamentalismo islámico, nos concierne a todos, y no solo por pura humanidad. Nos concierne porque es una bala que va dirigida a cada uno de nosotros, sea cual sea nuestro origen. Cada mujer que respira con sus propios pulmones y conquista su futuro, cada hombre que ama la cultura y el progreso, cada niño que se educa en la tolerancia y en la ley, cada dios que no odia, sino ama, cada uno de ellos tiene una bala con su nombre. Estamos ante un nuevo totalitarismo, heredero natural del estalinismo y el nazismo, tan horroroso como ambos, y quizás más letal. La pregunta hoy es, como siempre fue: ¿hacemos lo correcto para defendernos?
Solo soy una trabajadora de las ideas, y no me corresponde definir las estrategias de inteligencia que combaten a esta ideología. Pero mantengo mi espíritu crítico con muchas decisiones políticas y militares, y no siempre me gustan ni nuestros gobernantes, ni sus acciones. Sin embargo, también es cierto que la ideología islamofascista nos ha dejado desconcertados y asustados, y ha mostrado nuestras debilidades. Hoy, las sociedades libres son más avanzadas tecnológicamente, más fuertes militarmente, y están más intercomunicadas. Pero nuestro enemigo también es más fuerte que nunca. Es la yihad global, con el cerebro y el alma en el siglo XV, pero conectados vía satélite con la tecnología del siglo XXI. Miren Irán, como se ha reído del mundo y avanza, inexorable, hacia el temible dominio nuclear. Un Hitler islámico, con bomba nuclear ¿Quién puede o quiere pararlo? ¿Una ONU inútil, incapaz de reaccionar, más allá de la retórica y la burocracia? ¡Pobre Eleanor Roosvelt, si levantara la cabeza y viera en qué se ha convertido su sueño de la Liga de Naciones? ¿Puede pararlo Europa, atrapada entre sus ambiciones económicas, sus peleas internas y su incapacidad política? Si la ONU no sabe cuál es su papel en el mundo, Europa no sabe ni quien es ella misma. ¿Lo pararán países como China o
Rusia, que más bien son aliados de esta locura? ¿Lo parará EEUU, cada día más perdido en su papel en la esfera internacional? Sinceramente, la única esperanza para el mundo parece ser Israel, que defendiéndose de un monstruo, nos defiende a todos. En ellos confiamos quienes creemos en un futuro libre.
Un faro de luz en un tiempo de tinieblas.
Y más allá de Irán, también es evidente que no conseguimos frenar el fenómeno ideológico que sustenta el fundamentalismo islámico global. ¿Cuántos jóvenes, en este preciso momento, están leyendo textos yihadistas? ¿Cuántos miles están siendo educados en el odio a Occidente y en un renovado antisemitismo, y ello en las escuelas de países «amigos»? ¿Cuántos, en las mezquitas de nuestras ciudades, se alimentan del desprecio a la democracia? ¿Cuántos aprenden a amar a su Dios, odiando al prójimo? ¿Cuántos están, ahora mismo, utilizando el invento de un judío, Internet, para transmitir sus ideas de muerte? Observen el mundo. Millones de mujeres esclavas, sometidas a leyes medievales, ante la indiferencia internacional. ¿Quién impedirá su tragedia? Millones de niños que viven en dictaduras enormemente ricas, condenados a la pobreza y educados como fanáticos autómatas? En la propia Europa, el avance del fundamentalismo es enorme, y nuestras democracias se muestran incapaces de frenarlo. Y cabe recordar que el problema no es una religión, ni una cultura, ni un Dios. El problema es el uso totalitario de ese Dios. Sin duda, hay un Islam de vida y de convivencia. Pero hoy en el mundo, también existe un Islam que está muy enfermo y que, en su delirio del dominio planetario, arrastra a millones de personas a su propia perdición. No se trata, pues, de un choque de civilizaciones o religiones. Se trata de civilización contra barbarie. Y dentro de la civilización están todos aquellos musulmanes que son asesinados en autobuses, y trenes y colas del mercado; las mujeres que luchan por su libertad en las dictaduras del petrodólar; los estudiantes iraníes; los disidentes… En la barbarie están los Hamás y los Hezbollah y las Yihad, y los decapitadores de personas, y los imanes que alimentan el odio en las mezquitas del mundo… El problema no era Alemania, sino el
nazismo. El problema no eran las utopías de izquierdas, sino el estalinismo. El problema no es la religión musulmana, sino la ideología totalitaria que grita «Viva la muerte» mientras reza a Alá. Una ideología que lleva, en su macabro recuento, miles de muertos.
Seamos conscientes de algo trágico. A pesar del espejismo de nuestra superioridad en todos los ámbitos –militar, político, moral-, sin perder la batalla, tampoco estamos ganándola. Como si estuviéramos a principios del siglo XX, cuando el comunismo parecía una ideología liberadora. O en los años 30, cuando Hitler solo parecía un payaso estúpido, y Chamberlain le hacía los honores. Antes, como ahora, y ante los inicios de una amenaza global, nuestra capacidad de reacción es pobre, es tímida y es errática. Y en algunos casos, directamente colaboracionista.
Permitan que les hable de mi planeta, el planeta de las ideas. Intelectuales, periodistas, escritores, gentes del pensamiento, ¿están a la altura del momento histórico que viven? ¿Lo están los movimientos de izquierda, tan ruidosos en la crítica a países democráticos, y tan silenciosos en la lucha contra grandes tiranías? No. Aprovecho el enorme prestigio de ustedes, la ADL, pioneros en la defensa de los derechos civiles, y aprovecho el extraordinario premio que me otorgan, para elevar un Yo acuso triste, pero frontal. Hoy la mayoría de intelectuales y periodistas se mantienen sordos, ciegos y mudos ante las amenazas más serias que sufre la libertad. Y algunas de sus proclamas estridentes, son la ayuda más eficaz que esta ideología totalitaria tiene en el mundo libre.
Acuso a periodistas e intelectuales de callar ante la opresión bárbara de millones de mujeres, condenadas a vivir bajo leyes medievales que las amputan como seres humanos. Ni manifestaciones, ni declaraciones de Obamas, ni boicot, nada. Estas víctimas no interesan, quizás porque no se puede culpar a israelíes o norteamericanos, de su desgracia. Y solo el antiamericanismo y el antiisraelismo moviliza su selectiva ira. Acuso a periodistas e intelectuales de callar ante la matanza permanente de centenares de musulmanes, víctimas de las bombas islamistas, cuya desgracia no interesa porque la culpa tampoco la tienen judíos o yankees. Acuso a periodistas e intelectuales de criminalizar a Israel hasta el delirio, y ayudar a crear un cuerpo intelectual comprensivo con el terrorismo palestino. Los acuso del nuevo antisemitismo que azota el mundo, y cuyo carácter de izquierdas, políticamente correcto, lo convierte en un fenómeno muy peligroso. Vengo de un estado, España, que ha sufrido el atentado terrorista más importante de Europa. ¿Creen que ello nos ha vacunado contra la imbecilidad intelectual, contra la estupidez ideológica, contra el dogmatismo ciego? Muy al contrario, España es hoy el país más obsesionado con Israel, uno de los más antiamericanos y el más antisemita del continente. Los ha habido, incluso, que han llegado a culpar a los israelíes del atentado de Atocha. Y es que, como escribí hace tiempo, mucha gente culta e inteligente, se vuelve imbécil cuando habla sobre Israel.
En mi ciudad, Barcelona, el odio a Israel se ha convertido en una seña de identidad de la izquierda, capaz de no querer conmemorar el día de la Shoá, por solidaridad con los palestinos. Yo misma he sido difamada y amenazada, e incluso han intentado inventar el delito de «negadora del holocausto palestino» para llevarme a los tribunales. La lista de delirios que la España actual genera respecto a Israel y al pueblo judío solo recuerda trágicamente la España medieval y sus edictos de expulsión. Hoy amamos las piedras judías de Toledo y Girona, pero despreciamos a los judíos vivos, criminalizamos a Israel y convertimos a los terroristas en héroes. Y sin embargo, si nuestro aliado ético, civil y político no es Israel, ¿qué país de medio Oriente puede serlo? ¿Las dictaduras religiosas, los opresores de mujeres, los fanáticos fundamentalistas? Los intelectuales españoles y con ellos una gran parte de la inteligencia mundial, miran al revés, piensan al revés y al revés establecen odios y alianzas. Los judíos medievales representaban la cultura, la medicina, el conocimiento, y eran ellos los perseguidos. Hoy Israel, más allá de sus criticables errores, representa la metáfora de todo lo que debemos preservar, la libertad, el derecho a existir, la tolerancia religiosa. Y sin embargo, es Israel el país más odiado. Y así, mientras el fundamentalismo islámico crece, violenta, secuestra y mata, la progresía mundial mira hacia otro lado, abandona a las víctimas y chilla sus consignas contra el único país del mundo amenazado con la destrucción. ¿Se han fijado que su única obsesión es atacar a las dos democracias más sólidas del planeta y las que han sufrido los peores ataques terroristas? ¡Qué izquierda loca!
Se llaman solidarios, libertadores, progresistas, y sin embargo son una izquierda lunática, dogmática y antihistórica, que abomina de sólidas democracias, mientras perdona a brutales tiranías. Son los nuevos Chamberlain, colaboradores inconscientes del totalitarismo que avanza en el mundo. Porqué no olvidemos que la libertad no solo se gana en el campo de batalla político o militar. Se gana también en el campo de las ideas.
Por eso me llamo Daniel Pearl, y también Guilad Shalit y Ayan Hirsi Alli y Gordon, y Maria Rose y Andrew, y William y cada uno de los nombres de los asesinados en las Torres Gemelas, en los metros de Londres, en los trenes de Madrid, en los autobuses de Jerusalen. Me llamo Sakineh Mohammadi Ashtiani, la mujer condenada a morir por lapidación en Irán. Y todas las que ya han sido lapidadas. Si no somos ellos, ¿quiénes somos? Si no nos llamamos con sus nombres, ¿cómo nos llamamos? Si no defendemos sus valores, ¿qué monstruos defendemos? Aquí, ante la ADL, con el inmenso honor de recibir el Daniel Pearl Award, reafirmo mi compromiso ético, periodístico y humano. No dejaré de ser crítica con Israel, ni con mi Estados Unidos, ni con mi propio país. No dejaré de explicar la verdad, allí donde la vea. Pero siempre recordaré a qué lado de la balanza me sitúo. La de la libertad frente a los tiranos; la de las mujeres, frente a su opresión; la de los judíos, frente al antisemitismo; la de la cultura, frente al fanatismo; la de Israel, frente a sus destructores; la del compromiso, frente a la indiferencia.
Dijo Elie Wiesel: «The opposite of love is not hate, it’s indifference. The opposite of beauty is not ugliness, it’s indifference. The opposite of faith is not heresy, it’s indifference. And the opposite of life is not death, but indifference between life and death».
La indiferencia es la antesala del mal. Y contra ese mal lucharé siempre.
Gracias.
Difusion: www.porisrael.org
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