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| viernes marzo 29, 2024

La disputa sobre Jerusalén


Para quienes tenemos la fortuna de haber vivido unos años en Jerusalén, Al Kuds o La Sagrada para los árabes, Aelia Capitolina para los romanos, Ir Jebús en la época del Rey David e Hierosalima en los días de los cruzados; para quienes hemos caminado  por sus calles y admirado sus cielos, es doloroso que la ciudad que emana tantos atardeceres de paz, el sitio por el que caminaron los profetas y el más grande de ellos, Jesús de Nazaret, que no era palestino-filisteo ni romano sino judío, sea un polvorín, una Caja de Pandora llena de sorpresas ingratas. Lo lógico sería que los hebreos tuvieran más derecho a ella que los católicos o cristianos de diversa procedencia o, incluso, que los musulmanes. ¿Por qué? ¡Porque no reclaman para sí Roma ni la Meca, donde por cierto vivieron muchos siglos en condiciones bastante peores que los palestinos actuales en Israel! Pero el caso es que los árabes llevan allí centurias y tienen dos de sus más hermosas mezquitas, que deben preservarse y cuidarse. Una dificultad añadida  a este tema, y que procede de esa cultura, es que mientras la Ka’aba o piedra negra de la santa ciudad de la Meca es inaccesible a los infieles, todo el mundo puede entrar al Santo Sepulcro en Jerusalén o tocar el Muro Occidental (que los judíos hace años que no denominan ´´de los lamentos´´). Ergo, los que son verdaderamente intolerantes son los musulmanes y no los judíos o los cristianos en relación a sus santos lugares.  

¿Quién nos asegura que no volverán a transformar, como así ha sido, y si la ciudad antigua volviese a ser otra vez suya, las venerables sinagogas medievales en mingitorios y establos? Lo he visto con mis propios ojos y no puedo olvidarlo, así como también he visto la conversión de una ciudad purulenta, sucia, roñosa a más no poder en un sitio agradable, limpio y bien organizado para los itinerarios turísticos. Sé que este argumento en favor de Israel no convence a la izquierda europea, presa aún de un falso romanticismo, pero yo no me dejaré engañar por promesas que un súbito y ardiente fundamentalismo islámico es capaz de desbaratar en menos de lo que canta un jilguero. En todo caso, quien menos derecho, políticamente hablando, tiene sobre Jerusalén, es el Vaticano ¿Acaso alguien más rige sus destinos en Roma? ¿Acaso la ciudad en la que habita el vicario de Pedro es internacional? Por otra parte es lógico que cada quien quiera un poquito de la ciudad milagrosa, cuya belleza es indescriptible, cuyas rosas son gigantes y sus gatos enormes. Llena de palomas y jazmines, con una luz de oro líquido e ipomeas o campánulas vespertinas inhallable en otros lugares, situada a novecientos metros sobre el nivel del mar, pasa sobre ella lo que los meteorólogos llaman ´´la línea de las lluvias´´, es decir una imaginaria división pluvial entre el clima mediterráneo y el desértico, lo que produce una atmósfera casi cristalina de abril a octubre y una ingravidez tal que se comprende que, basándose en las tradiciones hebreas que hablaban de una Jerusalén de ´´lo alto´´, la cual también es mencionada en el Apocalipsis 3:12,  San Agustín escribiese su Ciudad de Dios pensando en ella.

Pero ninguna ´´ciudad de Dios´´ es fácil de habitar por los hombres, ya que éstos disputarán eternamente sobre la supuesta ´´elección´´ que ese Dios-cualquiera sea su nombre-ha hecho de tal o cual pueblo confiriéndole derechos eternos sobre un lugar, un templo,  una colina, un río. Lo que sea. Vivir en Jerusalén no es ni será jamás fácil. En su apretada geografía se cifra la historia de media Humanidad. Pero mi experiencia personal me dice que los judíos no querrán volver al gueto en el que eran periódicamente humillados y ofendidos. Además, no tiene por qué hacerlo. Tampoco los árabes palestinos renunciarán a su tercera ciudad santa; ni deben ni pueden. En cuanto a los cristianos, creo que deberán conformarse con mantener sus propiedades en Tierra Santa, sus colegios y hospederías. No le faltan, no, a Roma posesiones y tierras en el resto del mundo. Por lo tanto: plus ça change, plus c’est  la même chose. Un dato, al menos, es cierto: se ha avanzado mucho en el diálogo y se avanzará aún más, hasta que una especie de ánimo de cantón suizo atempere  por fin el violento e intransigente genio semítico. Ojalá alcancemos a verlo y ojalá pueda, Jerusalén, lograr la paz que su nombre promete a todos los hombres de buena voluntad.

Mario Satz, escritor

Difusion: www.porisrael.org

 
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