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| domingo diciembre 22, 2024

Los protocolos de los sabios de la Meca


     Casi todo el mundo conoce, en el campo de la cultura,  la frase de Oscar Wilde que dice que “la naturaleza imita al arte”. En el campo de los plagios y falsificaciones pocos saben, en cambio, que el libelo Los protocolos de los sabios de Sión,  venenosa fabricación de un tal Nilus, antisemita ruso del siglo XIX, a propósito de un complot judío para apoderarse del mundo, ha dado lugar a Los protocolos de los sabios de la Meca, uno de los cuales, según esa obra anónima (por el momento), sería Osama Bin Laden. El panfleto en cuestión circula secretamente por los pasillos del poder occidental y las galerías heladas de Moscú, que para muestra tiene su Chechenia. En los tiempos que corren, de transparencia informática y de virus  electrónicos, ningún dato, por falso que parezca ser, debe descartarse. Casi siempre la fantasía ha precedido a una realidad que la calca. En este caso se nos describe una red parecida a la de Al Qaeda y financiada desde hace décadas con petrodólares que, en la trastienda de la Liga Arabe y con su supersecreta complicidad, estaría perfilando la asunción de una hegemonía mundial basada en la shaaría; un poder islámico que iría desde Cachemira a Río de Janeiro y desde Indonesia a Marruecos y del cual los no musulmanes serían sus servidores, pueblos de segunda categoría. Realidad que, de hecho, ocurrió para cristianos y judíos en los siglos de oro del Islam. En efecto, los dhimmi, que así eran llamados los que no profesaban la misma fe que Mahoma, tenían que pagar un canon por ser diferentes, eran frecuentemente humillados y alejados de los círculos centrales del poder.

         En estos jugosos anales se especifica, además, que dejará de haber falta de empleo porque todas las mujeres, que ahora trabajan fuera, volverán sin excepción al interior de sus casas. Los talibanes son  unos niños de pecho del integrismo al lado de las propuestas políticas de estos falsos pero posibles protocolos. Irán, de donde se presume que emana la médula de este ideario no racista pero sí religioso, imagina un imperium mundi feliz bajo la verde enseña del Islam. Las avanzadillas de esa realidad están luchando, en estos mismos momentos, en Filipinas y Pakistán, en Palestina y en los países musulmanes de Africa, y aunque por ahora parezcan no ganar, en cuando comiencen a ´´caer más torres del Gran Satán, se derrumben las bolsas y los cerebros huyan como ya lo han hecho los rusos durante la debacle soviética, los hijos de la Meca comprarán su saber para ponerlo a su servicio.´´ Parece, por el momento,  que nadie toma en serio estas amenazas, estas turbias, tortuosas elucubraciones. No pueden haber dos protocolos verdaderos si el primero de ellos, el de Sión, se ha revelado falso. No puede surgir, de la gran umma o comunidad islámica, un complot de esa envergadura cuando la mayor parte de esta achacosa civilización está detenida en el siglo XV. Pero los más agoreros, quienes toman este documento por una verdad velada en forma de fábula, sostienen que si los bárbaros del norte esperaron mucho tiempo la caída de Roma  acampados a sus puertas, bien pueden esperar los turcos que viven en Alemania, los argelinos de Francia, los pakistaníes de Londres y los marroquíes en España a que caiga, podrida y madura, la manzana de Occidente, y con él nuestro bienestar y nuestras libertades. En una de las páginas más delirantes de este texto se nos cuenta que tanto el narcotráfico como la fabricación de drogas de diseño que están haciendo estragos entre los jóvenes europeos, japoneses y americanos pero no entre los musulmanes, están dirigidos por una filial de Al Qaeda llamada  Din, el Día del Juicio, se supone que final y apocalíptico.

         No obstante, es falso que la mentira tenga las patas cortas y un destino efímero. Los Estados Unidos podrían muy bien implementar este documento hasta volverlo tan posible, tan virtual como una película de guerra ficción, justificando así todo tipo de ataque preventivo y demostrando con pelos, señales y pruebas de toda clase a la raza de los que se rasgan las vestiduras en cuanto oyen la palabra agresión, esto es la izquierda ilusa, o incluso a la derecha bienpensante y liberal, que la cosa va en serio. Y hacernos creer que en todos los sermones de los viernes en las mezquitas del Yemen, Líbano, Egipto, Marruecos, Irán, Libia, Yakarta, Siria, Pakistán, Argelia, Túnez y por supuesto Irak, y también en algunas de las que existen en el interior de las ciudades norteamericanas, cuando los imanes y predicadores solicitan de Dios, su Alláh, la muerte de los infieles, es decir de los judíos y de los cristianos, y piden fuego y lava hirviente al cielo para que acabe con todo lo no musulmán, eso no constituye un infundio irrelevante sino un ejercicio de control mental con rasgos de vudú. Ahora bien, considerando que Hitler implementó el  falso texto de Los protocolos de los sabios de Sión para llevar a cabo sus verdaderos planes de exterminio del pueblo judío ¿quién impediría a quién utilizar estos nuevos Protocolos de los sabios de la Meca para cargarse a cuanto moro ande por ahí? Lo peor que podría pasar ya lo imaginó Osama Bin Laden al decir de los suyos “que son tan perseguidos y odiados y menospreciados por el poder que no tienen más remedio que levantarse en armas y transformarse ellos mismos en bombas humanas hasta el día del Juicio Final”. Lo mejor, que se trate de una simple broma de algún genio informático, de algún astuto y pobre periodista, quizás incluso judío, que prestó su pluma para urdir este macabro juguete verbal.

         No es de ningún modo cierto que el Islam quiera conquistar nada, ni siquiera destruir nada. Sólo quiere que lo dejen ser él mismo, que los judíos sean buenos y amables con los palestinos y los rusos con los chechenos y los chinos con sus compatriotas de la misma fe. Por no querer, ni siquiera quiere democratizarse o modernizar sus hábitos. Está bien así, durmiendo el sueño feudal de los velos y las pleitesías. Está bien así, con el diez por ciento de su población poseyendo y administrando sus fabulosas riquezas mineras y petrolíferas. Está bien con el chador de sus mujeres y las  ocasionales rabias en las que queman muñequitos de Obama, Sarkosy o Merkel. Pobres: necesitan de toda nuestra compasión y entendimiento, precisamente ahora que un presunto inocente de entre los suyos, el partido Hezbolá, va a ser  acusado. No veo,  seriamente hablando, ninguna razón para negarles nuestra atención o  nuestra hospitalidad. Después de todo ellos están dispuestos a ceder un poco del Lugar Vacío, Rub Al-Khalil, en el corazón de la península arábiga, para  que otro Disneylandia lleve alegría a los beduinos. Una alegría, por cierto, llena de animalitos de colores y salchichas no de cerdo sino de pavo.

                                             Mario Satz, escritor

 
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