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| martes abril 16, 2024

Egipto, Israel y una Reconsideración Estratégica


8 de febrero de 2011

Por George Friedman

Stratfor.com

Los acontecimientos en Egipto han enviado ondas de choque a través de Israel. Los acuerdos de Camp David de 1978, entre Egipto e Israel, han sido la piedra angular de la seguridad nacional israelí. En tres de las cuatro guerras en que Israel combatió, antes de los acuerdos, un resultado catastrófico para Israel era concebible. En 1948, 1967 y 1973, existieron escenarios creíbles, en los que los israelíes eran derrotados, y el estado de Israel dejaba de existir. En 1973 pareció, durante varios días, que uno de esos escenarios se estaba desplegando.

La supervivencia de Israel ya no estuvo en juego después de 1978. En la invasión de Líbano en 1982, en las diferentes intifadas palestinas y en las guerras, con Hezbollah en 2006 y con Hamas en Gaza en 2008, estuvieron involucrados los intereses israelíes, pero no la supervivencia. Hay una enorme diferencia entre los dos. Israel había alcanzado un ideal geopolítico después de 1978, en el que había dividido y hecho efectivamente la paz con dos de los cuatro estados árabes con los que limita, y neutralizado a otro de esos estados. El tratado con Egipto eliminó la amenaza para el Neguev y para la costa en las cercanías al sur de Tel Aviv.

El acuerdo con Jordania de 1994, que formalizó una relación de larga data, aseguró la frontera más larga y más vulnerable a lo largo del río Jordán. La situación en Líbano era tal que cualquier amenaza que surgiera desde ahí era limitada. Sólo Siria siguió siendo hostil pero, por sí sola, no podía amenazar a Israel. Damasco estaba mucho más centrado en Líbano, de todos modos. En cuanto a los palestinos, planteaban un problema para Israel, pero sin fuerzas militares extranjeras a lo largo de las fronteras, los palestinos podían crear problemas, pero no destruir a Israel. La existencia de Israel no estuvo en juego, ni fue un problema, durante 33 años.

La Histórica Amenaza Egipcia a Israel

 

El centro de gravedad del desafío estratégico de Israel fue siempre Egipto. El mayor país árabe, con alrededor de 80 millones de personas, Egipto podía alinear el ejército más considerable. Más aún, Egipto podía absorber las bajas a un ritmo muy superior al de Israel. El peligro que el ejército egipcio planteaba era que podía acercarse a los israelíes y entrar en un combate prolongado y de alta intensidad, lo que quebraría la retaguardia de las Fuerzas de Defensa de Israel, imponiendo una tasa de desgaste que Israel no podría sostener. Si Israel tuviera que involucrarse simultáneamente con Siria, dividiendo sus fuerzas y su capacidad logística, podría quedarse sin tropas mucho antes que Egipto, aunque Egipto absorbiera muchas más bajas.

La solución para los israelíes era iniciar el combate en el momento y lugar de su elección, de preferencia con sorpresa, como lo hicieron en 1956 y 1967. En su defecto, como lo hicieron en 1973, los israelíes se verían obligados a una acción de contención que no podían sostener y forzados a una ofensiva en la que los riesgos de fracaso – y su posibilidad – serían considerables.

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Fue para el gran beneficio de Israel que las fuerzas egipcias estaban, generalmente, pobremente conducidas y entrenadas, y que la doctrina egipcia de combate, que se derivaba de Gran Bretaña y la Unión Soviética, no era adecuada para el problema de combate que planteaba Israel. En 1967, Israel logró su victoria más completa sobre Egipto, así como sobre Jordania y Siria. A los israelíes les pareció que los árabes, en general, y los egipcios, en particular, eran culturalmente incapaces de dominar la guerra moderna.

Por lo tanto fue un choque extraordinario cuando, sólo seis años después de su derrota de 1967, los egipcios montaron un asalto con dos ejércitos a través del Canal de Suez, coordinado con un ataque simultáneo de Siria en los Altos del Golán. Aún más impresionante que el asalto, fue la seguridad operacional que los egipcios mantuvieron y el grado de sorpresa que lograron. Uno de los supuestos fundamentales de Israel fue que la inteligencia israelí proporcionaría una amplia advertencia de un ataque. Y uno de los supuestos fundamentales de la inteligencia israelí fue que Egipto no podía montar un ataque, mientras Israel mantuviera la superioridad aérea. Ambos supuestos estaban equivocados. Pero el error más importante fue la suposición de que Egipto no podía, por sí mismo, coordinar una operación militar masiva y compleja. Al final, los israelíes derrotaron a los egipcios, pero les costó la confianza que lograron en 1967 y el reconocimiento de que los supuestos cómodos son inadmisibles en la guerra, en general, y en relación con Egipto en particular.

Los egipcios también habían aprendido lecciones. La más importante fue que la existencia del Estado de Israel no representa un desafío a los intereses nacionales de Egipto. Israel existía en medio de una zona de amortiguación bastante amplia e inhóspita – la península del Sinaí. Los problemas logísticos implicados en el despliegue de una fuerza masiva hacia el este, se habían traducido en tres grandes derrotas, mientras que la victoria parcial tuvo lugar en líneas mucho más cortas de abastecimiento. Retener o capturar el Sinaí era difícil y sólo posible con una infusión masiva de armas y suministros desde el exterior, de la Unión Soviética. Esto significaba que Egipto fuera un rehén de los intereses soviéticos. Egipto tenía un mayor interés en romper su dependencia de los soviéticos que en derrotar a Israel. Podía hacer lo primero más fácilmente que lo segundo.

El reconocimiento egipcio de que sus intereses en Israel eran mínimos y el reconocimiento israelí de que eliminar la amenaza potencial de Egipto garantizaba su seguridad nacional, han sido la base del equilibrio regional desde 1978. Todas las otras consideraciones – Siria, Hezbollah, Hamas y el resto – eran, en comparación, triviales. La geografía – el Sinaí – hizo posible este distanciamiento estratégico. También lo hizo la ayuda estadounidense a Egipto. La sustitución de las armas soviéticas por las estadounidenses, durante los años posteriores al tratado, lograron dos cosas. En primer lugar, se terminó la dependencia de Egipto de los soviéticos. En segundo lugar, eso garantizó aún más la seguridad de Israel, creando un ejército egipcio dependiente de un flujo constante de piezas de repuestos y contratistas de Estados Unidos. Córtese el flujo y el ejército egipcio quedaría inválido.

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Los gobiernos de Anwar Sadat y, después, Hosni Mubarak estaban contentos con este arreglo. La generación que llegó al poder con Gamal Nasser había peleado cuatro guerras con Israel y tenía poco estómago para otra más. Se habían probado en octubre de 1973 en el Canal de Suez, y no tenían ganas de luchar de nuevo o de enviar a sus hijos a la guerra. No es que hayan creado un oasis de prosperidad en Egipto. Pero ya no tenían que ir a la guerra cada pocos años, y fueron capaces, como oficiales militares, de llevar una buena vida. Lo que ahora es considerado como corrupción, se consideraba entonces como justa recompensa para el sangrado en cuatro guerras contra los israelíes.

  

Mubarak y el Ejército

 

Pero ahora estamos 33 años más tarde, y el mundo ha cambiado. La generación que luchó es muy vieja. Hoy, los militares egipcios se entrenan con los estadounidenses, y sus oficiales pasan por escuelas estadounidenses de comando, de personal y de guerra. Esta generación tiene vínculos estrechos con Estados Unidos, pero ni cerca tan estrechos con la generación, entrenada por los británicos, que luchó contra los israelíes, ni con la de los patrocinadores anteriores de Egipto, los rusos. Mubarak ha bloqueado a la generación más joven, en sus edades cincuenta y sesenta, a los altos puestos de mando y lejos de la riqueza que ha acumulado su generación. Ellos lo quieren afuera.

Para esta generación más joven, la idea que a Gamal Mubarak se le permitiera hacerse cargo de la presidencia fue el colmo. Querían que el anciano Mubarak se fuera, no sólo porque tenía ambiciones para su hijo, sino también porque no quería abandonar después de más de un cuarto de siglo de presión. Mubarak quería garantías de que, si se fuera, sus posesiones, además de su honor, permanecerían intactos. Si Gamal no podía ser presidente, entonces la promesa de nadie tenía valor. Así que Mubarak se encerró en su posición.

Las cámaras aman las manifestaciones, pero no son, con frecuencia, la verdadera historia. Los manifestantes que querían la democracia son una facción real, pero no hablan de los comerciantes ni de los campesinos, más interesados en la prosperidad que en la riqueza. Dado que Egipto es un país musulmán, Occidente se congela cuando pasa algo, temiendo la mano de Osama bin Laden. En Egipto, la Hermandad Musulmana, una vez, fue una fuerza poderosa, y podría convertirse en una de nuevo algún día, pero ahora es una sombra de lo que fue. Lo qué está ocurriendo ahora es una lucha entre militares, entre generaciones, por el futuro del ejército egipcio y, por lo tanto, del corazón del régimen egipcio. Mubarak se irá, los oficiales más jóvenes surgirán, se cambiarán algunas cosas de la Constitución y la vida continuará.

Los israelíes volverán a su complacencia. No deberían. El habitual primer aviso de un ataque al corazón es la muerte. Entre los afortunados, es un infarto leve seguido de un dramático cambio del estilo de vida. Los acontecimientos en Egipto deberían ser tomados como un infarto leve y tratados con gran alivio por parte de Israel porque no haya sido peor.

Reconsiderando la Posición Israelí

 

He expuesto las razones por las que el tratado de 1978 es del interés nacional de Egipto. He dejado afuera dos piezas. La primera es la ideología. El tenor ideológico de Medio Oriente, antes de 1978, era secular y socialista. Hoy en día es cada vez más islamista. Egipto no es inmune a esta tendencia, aunque los Hermanos Musulmanes no deberían ser vistos como la encarnación de esa amenaza. En segundo lugar, la tecnología militar, las habilidades y el terreno han hecho de Egipto un poder defensivo en los últimos 33 años. Pero la tecnología militar y las habilidades pueden cambiar, en ambos lados. La defensa egipcia se basa en suposiciones sobre la capacidad militar y el interés israelíes. A medida que la ideología israelí se vuelve más militante y crecen sus capacidades, Egipto puede verse obligado a reconsiderar su postura estratégica. A medida que surgen nuevas generaciones de oficiales, que han oído hablar de la guerra sólo de sus abuelos, el miedo a la guerra disminuye y el deseo de gloria crece. Combínese eso con la ideología en Egipto e Israel, y las cosas cambian. No van a cambiar rápidamente – será necesaria una generación de transformación militar, una vez que los regímenes hayan cambiado y las decisiones para prepararse para la guerra se hayan hecho – pero pueden cambiar.

Dos cosas de estas golpearían a los israelíes. La primera es cuánto necesitan la paz con Egipto. Es fácil olvidar cómo eran las cosas hace 40 años, pero es importante recordar que la prosperidad de Israel, hoy en día, depende, en parte, del tratado con Egipto. Irán es una abstracción lejana, con una bomba nominal, cuya fecha de finalización se sigue moviendo. Israel puede combatir muchas guerras contra Egipto y ganar. Sólo puede perder una. La segunda lección es que Israel debe hacer todo lo posible para asegurarse que la transferencia de poder en Egipto, sea de Mubarak a la próxima generación de oficiales militares, y que estos oficiales mantengan su credibilidad dentro de Egipto. Le guste o no a Israel, existe un movimiento islamista en Egipto. Si la nueva generación controla a ese movimiento, como lo hizo la anterior, o si sucumben a él, es la cuestión existencial para Israel. Si el tratado con Egipto es el fundamento para la seguridad nacional de Israel, es lógico que los israelíes debieran hacer todo lo posible para preservarlo.

Este no fue el fatal ataque al corazón. Podría haber sido nada más que una indigestión. Pero los acontecimientos recientes en Egipto apuntan a un problema a largo plazo de la estrategia israelí. Habida cuenta de las contracorrientes estratégicas e ideológicas en Egipto, es del interés nacional de Israel reducir al mínimo la intensidad de lo ideológico y asegurarse que Israel no sea percibido como una amenaza. En Gaza, por ejemplo, Israel y Egipto podrían haber compartido un interés común en contener a Hamas, y la próxima generación de oficiales egipcios podría compartirlo también. Pero lo que no se materializó en las calles en este momento podría materializarse en el futuro: un islamista elevándose. En ese caso, el ejército egipcio podría encontrar de su interés preservar su poder acomodándose a los islamistas. En este punto, Egipto se convertiría en el problema y no en parte de la solución.

Mantener a Egipto fuera de esto es el imperativo de la templanza militar. Si el centro de gravedad, a largo plazo, de la seguridad nacional de Israel es, al menos, la neutralidad de Egipto, entonces hacer todo lo posible para mantenerlo, es una necesidad militar. Esta exigencia militar debe ser llevada a cabo por medios políticos. Esto requiere el reconocimiento de las prioridades. El futuro de Gaza o los límites precisos de un Estado palestino son triviales en comparación con la preservación del tratado con Egipto. Si se encuentra que una estrategia política particular socava la exigencia estratégica, entonces la estrategia política debe ser sacrificada.

En otras palabras, el peor de los escenarios de Israel sería un retorno a la relación con Egipto anterior a 1978, sin un acuerdo con los palestinos. Eso abriría la puerta a una posible guerra en dos frentes, con una Intifada en el medio. Para evitar eso, la presión ideológica sobre Egipto debe ser aliviada, y eso significa un acuerdo con los palestinos en condiciones menos que óptimas. La alternativa es mantener el rumbo actual y permitir que Israel tome sus riesgos. La cuestión es dónde se encuentra la mayor seguridad. Israel ha asumido que está en la confrontación con los palestinos. Eso es cierto sólo si Egipto se mantiene neutral. Si la presión sobre los palestinos desestabiliza a Egipto, no es el camino más prudente.

Están aquellos, en Israel, que sostienen que cualquier liberación de la presión sobre los palestinos, se encontrará con el rechazo. Si eso es cierto, entonces, en mi opinión, es una noticia catastrófica para Israel. A su debido tiempo, los cambios ideológicos y nuevos cálculos de las intenciones israelíes, causarán un cambio en la política egipcia. Esto tomará varias décadas para convertirse en fuerza militar eficaz, y los primeros conflictos podrían terminar en la victoria israelí. Pero, como he dicho antes, siempre hay que recordar que no importa cuántas veces Israel gane, basta con que pierda una vez para que sea aniquilado.

Para algunos significa que Israel debe seguir siendo lo más fuerte posible. Para mí significa que Israel debe evitar tirar los dados con demasiada frecuencia, sin importar lo fuerte que piense que es. El asunto Mubarak podría abrir una reconsideración estratégica de la posición israelí.

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 

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