Permítanme que les cuente la historia. Érase una vez, hace 115 años para ser exactos, que un Reverendo William Hechler, casualmente, obtuvo una copia de El Estado Judío, pocas semanas después de que se publicara en 1896. Lo leyó con avidez, cautivado por la afirmación de sus propios cálculos numerológicos bíblicos, que revelaban a 1897 como un año de acontecimientos trascendentales, que darían lugar a la restauración del pueblo judío en Tierra Santa. Se apresuró a organizar una audiencia con el autor del tratado.
«Un hombre simpático y sensible con la larga barba gris de un profeta», escribió Theodor Herzl sobre Hechler después de su primer encuentro. «Es un entusiasta de mi solución al problema judío. También considera a mi movimiento un ‘punto de inflexión profético’ que él había predicho hace dos años, aunque mi enfoque es completamente racional».
Fue esa racionalidad, junto con lo que le gustó el hombre, lo que llevó a Herzl a la morada de Hechler unos días más tarde. Porque como la suerte – o la divina providencia – lo quiso, este reverendo no era cualquier reverendo. Capellán de la Embajada Británica en Viena cuando los dos se conocieron, anteriormente había sido tutor de los hijos de Federico I, Gran Duque de Baden, y estaba íntimamente relacionado con la familia real de Alemania.
«Conoce al Kaiser alemán y cree que me puede conseguir una audiencia», escribió Herzl después de su primera reunión, y después de su segunda: «A continuación llegamos al corazón del asunto. Le dije: tengo que ponerme en directa y pública relación… con un ministro de estado o con un príncipe. Entonces los judíos creerán en mí y me seguirán. El personaje más adecuado sería el Kaiser alemán. Pero tengo que tener ayuda si voy a llevar a cabo la tarea».
Hechler aceptó el desafío con entusiasmo, y fue en gran parte a través de sus esfuerzos, que Herzl, finalmente, se encontró con el Kaiser Guillermo II.
Su encuentro fue de gran importancia. El 18 de noviembre de 1898, el Daily Mail, el diario más popular de Gran Bretaña, informó que «uno de los resultados más importantes, si no el más importante, de la visita del Kaiser a Palestina es el enorme impulso que le ha dado al sionismo… Cuando el Kaiser visitó Constantinopla, el Dr. Herzl estaba allí; también cuando el Kaiser entró a Jerusalem… Éstas no fueron meras coincidencias, sino signos visibles de hechos consumados».
Por su propio testimonio, Hechler creía que era la voluntad divina la que lo llevó a Viena, colocándolo «en una posición que me permitió señalar a la atención de algunas personas de importancia sobre la visión mesiánica del líder judío».
Y Erwin Rosenberger, un editor de Die Welt, señaló que Hechler «consideraba a Herzl como el instrumento elegido por la providencia para llevar a cabo este diseño mesiánico». Si esta descripción de Hechler lo hace parecer un tanto excéntrico, es porque lo era. No le dé más vueltas. Pero quiero decir que no hay falta de respeto al clasificar al hombre de ese modo. Cualquier amigo de Herzl es amigo mío, y era, realmente, un amigo de Herzl. Uno de sus pocos amigos, y tal vez el mejor entre ellos. Hechler fue, supuestamente, la última persona que pasó un tiempo con Herzl, quien podría, en realidad, haber muerto en sus brazos.
La semana pasada, en Londres, a esa amistad se le dio, por fin, el homenaje que merecía. Resulta que después de la muerte de Herzl, Hechler entró en la oscuridad. Regresó a Inglaterra en 1910 y finalmente la Organización Sionista Mundial le otorgó una modesta pensión, pero moriría solo, en 1931, a los 86 años, pobre, enterrado en una tumba sin nombre y esencialmente olvidado.
Hay que presentar a Jerry Klinger, presidente de la Sociedad Judía Estadounidense para la Preservación Histórica. Se cruzó con la historia de Hechler, hace algunos años y, obstinadamente, lo rastreó hasta un terreno lleno de malezas y no identificado, en el Nuevo Cementerio Southgate de Londres. Fue allí donde me reuní con un impresionante número de dignatarios cristianos y judíos que se unieron, a través de la orquestación de Klinger, para honrarlo dedicándole una lápida que lo designa como un “adversario incansable del antisemitismo, amigo y consejero de Theodor Herzl».
La ceremonia fue dirigida por el obispo John Taylor, con dignidad y profunda sensibilidad por parte de todos los presentes. El maestro de ceremonia fue Rufus Barnes, presidente de El Amor nunca Falla, una asociación de 20 organismos cristianos, cuyo «objetivo es ayudar a Israel y al pueblo judío con apoyo práctico y espiritual».
Dijo que estaba «encantado de tener la oportunidad de dar gracias a Dios por su provisión del Reverendo William Hechler como una figura clave en el nacimiento del sionismo moderno y el renacimiento de Israel como una nación», y añadió que espera que el evento «marcará el comienzo de una nueva comprensión entre cristianos y judíos».
Uno que estuvo presente, y para quien ese entendimiento es particularmente importante, es el Pastor Werner Oder, cuyas palabras fueron excepcionalmente memorables. «Como hijo de un criminal de guerra nazi austríaco, tengo el privilegio de presenciar este acto de hoy. El amor de William Hechler a Israel y a los judíos cambió la historia. Al hacerlo, hizo del mundo un lugar mejor… Hoy debemos aprender del pasado para tomar mejores decisiones… Es mi privilegio defender al pueblo judío en un mundo de creciente antisemitismo y ser un amigo de Israel, pase lo que pase».
La respuesta de Klinger fue igualmente de conmovedora. «Somos hijos del Holocausto. Usted rechazó el antisemitismo y casi perdió su vida por ello, a manos de su propio padre. Yo soy hijo de sobrevivientes del Holocausto y fui voluntario en el ejército israelí para protestar por la indefensión judía… Fuimos reunidos en la amistad, por nuestro descubrimiento común, del cristianismo para usted y de los buenos cristianos de la humanidad para mí».
Esta amistad se hizo evidente en el evento patrocinado conjuntamente por la Embajada Cristiana Internacional de Jerusalem, la Organización Sionista Mundial, la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda y la Sociedad Judía Estadounidense para la Preservación Histórica. Se reflejó también en la presencia de representantes de los numerosos grupos afiliados a El Amor Nunca Falla, del Caucus de Aliados Cristianos de la Knesset y del embajador de Gran Bretaña, Ron Prosor.
Esta manifestación de amistad, dio también expresión a un ideal precioso para Herzl. En su novela utópica Altneuland, uno de los líderes de la sociedad judía asegura a un visitante cristiano «que mis colaboradores y yo no hacemos distinciones entre un hombre y otro. No preguntamos a que raza o religión pertenece un hombre. Si es un hombre, eso es suficiente para nosotros».
Y otro se dirige a un mitin de granjeros, advirtiéndoles que «todo lo que han cultivado no tendrá ningún valor y vuestros campos volverán a ser estériles, a menos que también cultiven la libertad de pensamiento y de expresión, la generosidad de espíritu y el amor a la humanidad. Estas son las cosas que deben valorar y cultivar».
En estos tiempos difíciles de creciente aislamiento, es alentador que se nos recuerde – mientras seguimos tratando de ser dignos de este cargo, irradiando el espíritu divino – que están aquellos con cuya amistad podemos seguir contando, como lo hemos podido hacer, aún antes de que Hechler llamara por primera vez a la puerta de Herzl. Fue también una inspiración para seguir soñando que el amor nunca falla.
El autor es vicepresidente de la Organización Sionista Mundial y miembro del Ejecutivo de la Agencia Judía.
http://www.jpost.com/Magazine/Opinion/Article.aspx?id=207644
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
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