Ella no se quebró, aunque era evidente el dolor que sentía.
Ella no lloró, aunque las lágrimas, estoy seguro, pugnaban por brotar.
Sus palabras fueron serenas, calmas, suaves.
No habló de la muerte, sino de la vida.
No habló de su hijo muerto, sino del recuerdo de su hijo vivo, de la infancia de éste.
Y ahí comprendí, comprendí uno de los elementos que hacen a la supervivencia de nuestro pueblo: LAS MADRES.
Templadas en el acero del dolor, pero dispuestas a superarlo.
Derrotan a la muerte, recordando la vida.
Aun en las épocas más difíciles de nuestra historia, han dado a luz con amor a sus hijos, los han criado, los han educado y si, Di-s no permita, los veían morir, se tragaban el dolor, ahogaban la angustia, y enfrentaban con serenidad esa pérdida.
Y ahí comprendí que mientras nuestro pueblo fuera engendrado por tales mujeres, nuestra supervivencia está asegurada.
¡Bendita seas Tzila Fogel!
¡Benditas sean todas las madres de Israel!
Fuente y difusion: www.porisrael.org
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