Jack Fuchs*
El 19 de abril es el día de recordación de la tragedia vivida por el pueblo judío en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando finalizó la contienda, no existían términos que definieran lo vivido. No existía “Shoah” ni “Holocausto”. Por otra parte, aquellos que habíamos sobrevivido al horror no sabíamos cómo ni en qué fecha conmemorar esta tragedia. ¿Qué fecha tomar como referencia si aquello no tenía certificado de nacimiento ni partida de defunción? Por entonces, apenas terminada la guerra, se decidió que el 19 de abril –fecha del Levantamiento del Gueto de Varsovia– sería el día de convocatoria. Recuerdo que en esos años de mi estadía en los Estados Unidos solamente nosotros, los sobrevivientes, participábamos de los actos conmemorativos. Años después, con el establecimiento del Estado de Israel, en 1948, se decidió conmemorar la tragedia dándole un día universal común a todas las colectividades judías del mundo, y luego se agregó como fecha conmemorativa aquella mal llamada “liberación” de Auschwitz.
Pasaron 68 años desde el comienzo del levantamiento, que llevó a la liquidación, del Gueto de Varsovia; 68 años desde que un grupo de no más de 500 jóvenes, con unas pocas armas caseras, tomaran la decisión de morir luchando y no en las cámaras de gas. Sin duda fueron privilegiados; un privilegio que no tuvieron, siquiera como opción, millones de personas.
Existió una guerra por la conquista del planeta por parte de los nazis y otra guerra contra la población civil. La que más caro lo pagó fue la población judía. La lucha contra los judíos fue una “guerra dentro de otra guerra” y, para cumplir con los objetivos, no fueron necesarias más que oficinas y expertos trabajando en silencio y ordenadamente. Así se produjo un “enfrentamiento “ entre un grupo armado y otro, sin tanques, ni aviones ni ejércitos.
En noviembre de 1942, Jan Karski, resistente clandestino polaco, fue enviado como “courier” a Londres, para entrevistarse con autoridades polacas en el exilio, el gobierno de Gran Bretaña y el liderazgo judío mundial. Llevaba, entre otros mensajes, uno para el Papa solicitándole que excomulgara a Hitler y sugiriéndole que tomase medidas con aquellos católicos que participasen en actos de asesinato y barbarie. La indiferencia fue la respuesta.
Karski viajó entonces a Estados Unidos y, a poco de llegar, acompañado por el embajador de Polonia, se entrevistó con el juez de la Corte Suprema Félix Frankfurter, quien pidió detalles sobre la vida de los judíos en Polonia. Karski explicó lo que había visto y, según sus propias palabras, la reacción fue la siguiente: “Cuando terminé de contar el horror del que había sido testigo, Frankfurter se levantó, caminó algunos pasos y nos dio la espalda. Después volvió a sentarse y dijo: debo ser totalmente franco. Soy incapaz de creerle”. El embajador de Polonia, presente en la reunión, le contestó: “No puede decir que Karski miente. La autoridad de mi gobierno avala la totalidad de lo dicho”. El juez Frankfurter replicó: “Sr. Embajador, no digo que este hombre miente. Digo que soy incapaz de creerle”.
Y no fue el único “incapaz”. En la primavera de 1945 el mundo “descubrió” el horror de los campos de concentración y las fábricas de la muerte. El mundo, cubierto por las cenizas de todos los muertos, quedó sorprendido sabiendo que, si la indiferencia no hubiera estado tan arraigada, Auschwitz no hubiese sido posible.
En cada día de recordación, rindo desde estas líneas mi homenaje a aquellos que perecieron en ese histórico levantamiento y a todos aquellos que no tuvieron, siquiera, esa posibilidad.
Retomo las palabras de Schmuel “Arthur” Zygelboim en su carta de despedida enviada antes de suicidarse, en la noche del 11 de mayo de 1943, al primer ministro del gobierno polaco en el exilio, en Londres, general Wladyslaw Sikorski: “(…) no quiero vivir mientras los restos del pueblo judío en Polonia, uno de cuyos representantes soy yo, son asesinados. Mis amigos en el gueto de Varsovia perecieron empuñando las armas en esta última lucha heroica. No fue mi destino morir como ellos, junto con ellos. Pero les pertenezco, a ellos y a sus tumbas colectivas. Con mi muerte quiero expresar mi más enérgica protesta contra la pasividad con que el mundo contempla y permite el exterminio del pueblo judío”.
* Pedagogo, novelista, sobreviviente de Auschwitz.
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