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Mucho ruido y pocas nueces acerca de Netanyahu


Jeff Jacoby

Boston Globe

29 de mayo de 2011

Cuando todo estuvo dicho y hecho, mucho más se dijo que lo que se hizo, durante la visita de alto nivel del Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu a Washington. Pero una vez que todas las palabras fueron dichas, ¿que quedó atrás?

Durante la mayor parte de la semana, Netanyahu y el presidente Barack Obama participaron en un tenso pas de deux, comenzando con el discurso del presidente en el Departamento de Estado, el día antes de la llegada de Netanyahu, y culminando el martes con el discurso del primer ministro ante una sesión conjunta del Congreso. Fue sin duda fascinante, pero es evidente que no hubo consenso sobre lo que significó.

Para cuando la visita de Netanyahu terminó, estaba siendo, variadamente, culpado (por Eliot Spitzer en Slate) por haber elegido «una lucha inútil y contraproducente con el presidente», y aclamado (por Edward Morrissey en The Week) por haberse colocado «como el verdadero estadista en el conflicto». Ninguno pudo negar el impresionante entusiasmo con el que el Congreso recibió a Netanyahu – senadores y representantes le brindaron dos docenas de ovaciones de pie, ¿pero esa pasión a favor de Israel arriesgó «socavar los intereses a largo plazo de Estados Unidos en la región» (como Michael R. Cohen acusó en Foreign Policy)? ¿O señaló la creación de «una importante nueva dinámica política en Estados Unidos» (como el ex embajador ante la ONU, John Bolton, escribió para Fox News)?

Todo esto, me parece, va demasiado lejos. La interacción entre Obama, Netanyahu y el Congreso, dio para un espectáculo interesante, pero no cambió nada en el terreno. La relación entre Estados Unidos e Israel era y es fuerte. El «proceso de paz» palestino-israelí, era y es inútil. Esas realidades no son diferentes hoy de lo que lo fueron el mes pasado.

En todo caso, la visita de Netanyahu y su séquito de fuegos artificiales sirvieron, principalmente, como un recordatorio de dos axiomas políticos: 1) Se necesita más que el Congreso para cambiar la política exterior de un presidente. Pero, 2) se necesita más que un presidente para cambiar una relación fundamental de EE.UU.

Para bien o para mal, las actitudes presidenciales dan forma a la política exterior de EE.UU., y está claro que el actual presidente, a diferencia de sus dos predecesores, siente poca calidez instintiva hacia Israel. En su discurso, la semana pasada, ante el AIPAC, el lobby pro-Israel, Obama describió el compromiso de Estados Unidos con Israel como «firme», «blindado», «irrompible», «profundo», y varios otros sinónimos de «fuerte» – que lo es. También se describió como un amigo de Israel, que no está tan claro. Desde buscar pelea por la construcción de viviendas en Jerusalem hasta insinuar que la política de Israel en Gaza pone en peligro a las tropas de EE.UU. en Irak y Afganistán, el presidente ha parecido, a veces, salirse de su camino, enviando un mensaje de distante frialdad hacia el estado judío.

Por eso, lo dicho por Obama acerca de que Israel se limite a las líneas anteriores a 1967, incluso con «intercambios mutuamente acordados», provocó una reacción tan fuerte. Reforzó lo que muchos ven como la falta de empatía de Obama hacia la situación de seguridad de Israel, y sugirió que está más interesado en conseguir que Israel cambie su forma, que en lograr que los palestinos cambien su comportamiento. Obama, más tarde, dio marcha atrás, y sus apologistas argumentaron que sus palabras fueron malinterpretadas. Pero el presidente sabía que esas palabras desatarían una tormenta de fuego, e insistió en decirlas, de todos modos. Es evidente que tenía la intención de intensificar la presión sobre Israel.

Pero aún el presidente de Estados Unidos está limitado en la cantidad de presión que puede ejercer sobre un aliado con el que el pueblo estadounidense siente una poderosa afinidad.

Hay muchos ejemplos de la excepcionalidad estadounidense, pero uno de los más llamativos es la solidaridad con Israel, que es como una característica permanente de la opinión de EE.UU. Esa solidaridad tiene raíces profundas y duraderas; atraviesa las edades, los sexos y las líneas de los partidos; y se refleja en las opiniones de los funcionarios electos de Estados Unidos.

La estruendosa recepción que el Primer Ministro Netanyahu recibió en el Capitolio, la semana pasada, fue tan sincera como puede ser todo en la política estadounidense. Refleja la afinidad de valores comunes que une a la mayor democracia liberal del mundo con una de las más pequeñas – y así ha sido desde que Harry Truman reconoció al estado de Israel, en estado de guerra, en cuestión de minutos después de su nacimiento, hace 63 años este mes.

Israel sigue estando en estado de guerra, y sus enemigos odian a los estadounidenses tanto como odian a los judíos. Esto también ayuda a explicar el vínculo que los estadounidenses tienen con Israel.

«Israel no tiene mejor amigo que Estados Unidos», le dijo Netanyahu, con razón, al Congreso», y «Estados Unidos no tiene mejor amigo que Israel’. La verdad de esas palabras es algo que la mayoría de los estadounidenses saben intuitivamente. No es de extrañar que el Congreso aplaudiera.

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http://www.boston.com/bostonglobe/editorial_opinion/oped/articles/2011/05/29/much_ado_about_netanyahu/

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 
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